Poesía de Argentina
Poemas de Marcos Silber
Marcos Silber (Buenos Aires, 4 de agosto de 1934 – 23 de mayo de 2021) poeta y escritor argentino. Los poemas de Marcos Silber se caracterizan por ser intensos, encendidos y enternecedores. Con los temas usuales de la poesía y también la fascinación por el Film Noir, la nostalgia, la actualidad y la globalización, desde su particular punto de vista del hombre común.
La Pequeña Fraülin Martina
Abuelo Klaus jura:
No sé, no recuerdo, no vi.
Irresistible el cielo del azul de sus ojos
como el cielo de Baviera.
(Es azul el cielo de Baviera? )
Inevitable el azul de su mirar
como el aire de la mañana de Baviera.
(Es azul el aire de la mañana de Baviera?)
Fraülin Martina trae azules desde las fuentes
de aguas de azules Danubios
en los ojos de abuelo Klaus
con quietud de vacío de bosques azules
clamoroso de azules vocecitas
de niñitos azules con ojos de cielo de Baviera.
(Es azul el cielo de Baviera?)
Lleva mudo los ojos el abuelo Klaus
helado el azul de ver mieditos
y tinieblas azules
del otro lado de las alambradas
sobre la escena del ayer de atrás..
Fraülin Martina sonríe
y se ilumina su inocencia azul
como el azul del cielo de Baviera.
(El cielo de Baviera es azul?)
DE LOS RIESGOS DE LA ALIENACIÓN
Con ojos de estúpida aprobación, el Papá mira TV.
La Mamá mira TV con ojos de estúpida languidez.
El niño juega a no jugar más y se prueba dos grandes plumones
y proclama su condición de ave; más precisamente de cóndor.
Y da vueltas y vueltas en torno de la mesa y vuelve a proclamarse
ave y avisa que volará; avisa que ya abre el ventanal y avisa que
ya se pone cerca del aire y que ya lo alcanzó y que ciertamente,
va a volar
El Papá mira su estúpido programa favorito.
La Mamá mira su estúpido programa también.
El niño entra en el aire y vuela, o cree que vuela, y vuela contra
la gravedad de las leyes y vuela contra las leyes de gravedad y
vuela sobre el asombro de la gente, los temblores de todos,
la exaltación de los chicos, el desconcierto de los clérigos y
vuela dentro de la imagen de la TV; lo que provoca en Mamá y
Papá, una descomunal, estúpida sonrisa de supremo candor.
Alegorías
Cuando escribo “ellos”
aparece el retrato de mi gente.
Si digo “derrota”
es porque nos cruzamos sin advertirnos.
Apunto “fuego”, para regresar
a la caverna donde recuperar mi sombra.
Copio “partidas” y se oye
el aullido negro de perros abandonados.
Subrayo “juego” y bajan colores
y más colores para batir a la niebla.
“Mesa” descubre un jardín de sublimes porcelanas.
“Sueño”, señala a la gigante bestia que baila feliz.
“Lilas”, se ofrecen para que las lleve al poema.
Cuando anoto “tranvía “acude el temblor
de una emoción de olas que no ceden.
“Abuelo” se presenta para que descubra
el desconocido rostro de su voz.
Y si dibujo el nombre de mi amada
será la rendición de los enemigos;
a saber: la soledad, la zozobra,
y la perversa lámpara
que me alumbra la puerta de salida.
Los peores hombres de mi generación
Ciega va la gente de mi tiempo;
moribundo, entre tinieblas el paisaje.
Entregados los mayores, y los más jóvenes
rugiendo canciones de vencidos.
No fue oído el que decía:
“es necesario ser un poco malos
para ser después definitivamente buenos”.
Ciega va la gente de mi tiempo;
los varones se baten sobre la arena de los días,
arañan las mujeres sus vestidos
se arrancan los pechos, y juegan
a los héroes los más pequeños.
No fue oído el que decía:
“casi todos descreen de la hermandad”.
Ciega va la gente de mi tiempo,
hechizados con fuegos de artificio.
No fue oído el que decía:
“oscuro se presenta el corazón de muchos”.
Ciega va la gente de mi tiempo;
en blanco y negro se detonan los sucesos.
Los poderosos ocupan el trono de la nave central.
Se muestran triunfales y altivos
los peores hombres de mi generación.
No dejes de escribir
En la última carta me decía
no te arborices. Eso me decía,
no te disperses.
Enfila los soldaditos de tu factoría
en dirección del mar
hasta la boca de la ballena habladora.
No te distraigas me decía,
no te salgas de la inquietud, eso me decía
no te apartes del cuenco
donde se cocinan las perlas del mago
y la voz de tu amada.
No te duermas me decía,
no te alejes de la luz, eso me decía,
la que da en la frente de la sagrada palabra.
No abandones la marcha
la del felino que marca la cadencia.
Resulta tan escaso
el aire que resta en los pulmones…
Eso me decía.
El día la vida recién comienza.
También la muerte la noche.
El Misterio del Cuarto Amarillo
(El miedo grande de los chicos)
El más muerto de los muertos sentenció:
“esa puerta no se abre”.
Y no se abrió. De todos modos
del otro lado se dejan oír
trajines, fatigas de otra vida.
Nebuloso el murmullo, velado el eco.
El redoblado taconeo se deja oír
de las hermanitas jugando a las señoras.
La tersa perfumería del caballito de madera
y la navegación de la plancha de Julia
sobre las olas del guardapolvo.
Se deja oír el calor de la santa sopa,
el secreto comadreo de las vecinas
y las quejas de la polca en el violín de José.
La brisa entre los palotes del primer cuaderno
se deja oír, la tos cada vez más lejana de papá
y como en puntas de píe, cada vez más cercana
la voz de mamá que vuelve a preguntar:
“hijo sos feliz”?
Viola Da Gamba
Barroco dictó la historia
de modo que la figura del mundo
se miró a si misma y a espiar se puso
al musicante capitán Tobias Mum
que se daba a su viola para el placer de Dioses
y sombríos vecinos de su armoniosa soledad.
“Maldita sea esta perra vida”
sentenciaba el atribulado Tobias,
entre sorbo y sorbo del oscuro vino
en la “Taberna de los Abatidos”
y repetía el pálido Mum:
“pobre de mi pobre capitán”.
Barroco dictó la historia
y el mercenario generoso, el ordenador
de sagrados y miserables sonidos
-sin tantos bemoles-
bajo un olivo de sueños apuntó
los compases de su melodía más sublime
que a uno y otro tampoco conmovió
así que la cocina de Tobias
para siempre hirvió escasa fortuna, mucho padecer.
Pero no hay mal que dure cien compases
vale decir se murió el musicante capitán;
el dolor se alivió, se reposó el tormento
en un prolongado silencio de área final,
ese de decir, o mejor, susurrar:
“pobre de mi pobre Tobias pobre Mum pobre capitán”.
- Manuel Justo de Rubalcava
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