Poesía de Perú
Poemas de Marco Martos
Marco Gerardo Martos Carrera, nacido en Piura el 29 de noviembre de 1942, es una figura prominente en la poesía peruana contemporánea, perteneciente a la Generación del 60. Hijo del historiador y periodista Néstor Samuel Martos Garrido y la educadora Rosa Clementina Carrera Ubillús, Marco Martos desarrolló desde joven una afinidad por las letras que marcaría su vida y obra.
Desde sus primeros años de educación en los colegios Salesiano y San Miguel de Piura, Martos mostró una destacada inclinación hacia las humanidades. Su traslado a Lima en la década de los 60 fue decisivo, ya que ingresó primero a estudiar Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú, y luego, impulsado por su verdadera pasión, Literatura Hispana en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Fue en San Marcos donde conoció a su esposa Carmen Castañeda, y donde obtuvo su bachillerato y doctorado en Letras, con estudios centrados en figuras como Rubén Darío y César Vallejo.
Martos es un prolífico autor y un académico de renombre. Ha sido decano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de San Marcos en varias ocasiones y presidente de la Academia Peruana de la Lengua. Su poesía se caracteriza por un lenguaje sencillo y cotidiano, cargado de ironía y crítica social, abordando temas como la soledad y el aburrimiento existencial. Su capacidad de mezclar lo cotidiano con lo profundo le ha valido numerosos reconocimientos, incluyendo el Premio Nacional de Poesía José Santos Chocano en 1969.
Entre sus obras más destacadas se encuentran “Cuaderno de Quejas y Contentamientos“, “Leve Reino” y “Jaque Perpetuo“, este último un homenaje a su pasión por el ajedrez, otra de sus grandes aficiones. Martos también ha dejado su huella en el ámbito académico y cultural, participando como jurado en numerosos certámenes de poesía y siendo homenajeado en eventos literarios como la Feria Internacional del Libro de Perú en 2013.
Su obra, que abarca más de medio siglo de producción literaria, sigue siendo un testimonio vivo de su compromiso con la poesía y la cultura. Libros como “Caligrafía China” y “Máscaras de Roma” muestran su evolución y versatilidad como poeta. Además, su participación en eventos internacionales, como el encuentro de poetas de Perú e India en 2020, evidencia su relevancia y conexión con la literatura global.
Marco Martos es más que un poeta; es un faro de la literatura peruana, cuyo legado continúa inspirando a nuevas generaciones de escritores y lectores. Su vida y obra reflejan una dedicación inquebrantable a las letras, consolidándolo como una de las voces más resonantes de la poesía latinoamericana.
MUESTRA DE ARTE RUPESTRE
Io sono stanco
¿Para esto matrimonio?
Mis hijos viven en una jaula de locos,
rodeados de extraños, agrupados
vagamente con el nombre de parientes.
En el pequeño jardín
nadie sabe de quién son los pañales,
de quién las camisas, de quién el aire.
Si me descuido
me cambian un hijo por otro.
¿A quién echarle la culpa?
¿A la matrona en esencia bondadosa?
¿A mi mujer, plena de amor desde hace años
embrujada por un verso que me costó
noches en vela?
¿A mí mismo de tristes oficios?
Mi sueldo (y el tuyo lector),
no alcanza.
Muchos miran con envidia estos ingresos.
Y hay en este Perú varios millones peor que nosotros.
¡Quiero una casa! Sueño.
Engels, de profeta, opinaba que aquí,
con este sistema, no hay solución al asunto.
Con rabia y sin vergüenza,
sobre las páginas de Engels,
salen con duelo mis lágrimas corriendo.
Quiero una casa. Sueño. Io sono stanco.
Maldigo. Yo soy el muerto en vida.
El que hace reglamentos.
CASTI CONNUBI
Cada mañana, marido y mujer, sentados y limpios,
comiendo tostadas, ruido de rata,
leyendo los diarios, matando las moscas,
hablando del clima, cada mañana,
esperan la noche, el hastío sexual:
fingirse dormidos, fingirse despiertos,
decirse palabras de libros de amor,
cada mañana, marido y mujer,
van al trabajo, regresan, almuerzan,
van al trabajo, regresan, se acuestan,
gordos, lustrosos, años de años,
esperan la noche, matando tostadas,
matando las moscas, matando los diarios,
matando los climas, cada mañana, gordos,
payasos, esperan la noche, el hastío sexual:
fingirse dormidos, fingirse despiertos,
decirse palabras de libros de amor,
cada mañana, rata y rata, rata y rata.
VARONA Y VARÓN
Varona y varón,
desnudos frente a frente,
desnudos con esmero,
son presencia impalpable
de la gracia de quién sabe.
Nada pueden contra ellos
ni el miedo que bien sienten,
ni lo espaciado de los encuentros,
ni la envidia de los solitarios,
ni el viento de los que murieron.
El fuego es tan su salsa,
tan feliz como un niño,
tan se escapa por un tubo,
tan se oculta o parece nada,
que induce a la pareja
a desnudarse con esmero,
a juntar aire, y tierra,
aumentando la ternura
para empezar de nuevo el acto
más hermoso de la vida:
varona y varón.
RETABLO
En un tiempo viví en Ayacucho,
rincón de muertos que lo llaman.
Salí de allí, por azar, en 1970,
diez años antes del comienzo
de la hecatombe.
Vi la miseria con mis propios ojos
en el Parque Sucre, San Juan Bautista,
Acuchimay, en el mercado,
y penetrando por las rendijas
a las mismas casas de los ricos,
mendigando. Algunos
de mis conocidos de esos años
están muertos o en prisión
o andan por el mundo
como kamikazes locos
matando y dejándose matar
por los soldados.
No hablo de los jefes. De ellos no hablo.
Conocí un niño que murió
en la isla El Frontón en 1986, siendo hombre,
con trescientos de los suyos, asesinado.
Tuve un amigo periodista
que fue a Ayacucho en 1983
en misión de servicio y junto
con siete compañeros,
en Uchuraccay, murió asesinado.
Pero los hombres de la costa cuando mueren
tienen un nombre, una lápida,
recuerdos, flores; los campesinos
cuando mueren son números asesinados.
Pienso también en los soldados
que los llevan desde tan lejos
(Saposoa, Iquitos, Tumbes)
hasta Ayacucho a morir baleando.
No me hables de la música de Huamanga,
ni de la tersa piel de sus mujeres,
ni del cielo lapislázuli.
Ayacucho es la sombra de la muerte,
una escalera interminable de cadáveres,
la muerte misma trepando hasta mi corazón
que vive todo el tiempo agonizando.
Hafitz compara el amor con la Vía Láctea
Quédate con tu bombasí de encajes,
para iniciar el rito del amor, la locura, el nacimiento y la muerte,
quédate con tu bombasí de encajes.
Déjame palparte con los ojos
en esa transparencia que muestra
y esconde la tersura de tu piel
en esta noche de estrellas encendidas tan distantes.
Bajo el incierto resplandor lunar
guía mi mano al nudo de tu cintura
y desata conmigo nuestras respectivas tranquilidades,
y quédate, ahora sí, desnuda para que te vea
antes de extraviarme en el laberinto eterno
donde seré Nadie y todos los hombres.
Escucha el respirar animal que me habita,
siente mi galope en tu corazón,
el latir del mar, la marejada,
el camino luminoso de las estrellas,
la Vía Láctea en el oscuro oleaje
de millones de años.
Zarza
Aquí cabrillea el oro.
Con las olas del estío
va y retrocede.
Esta es la zarza,
la espada que corta
las aguas
aguzando su filo
cuando llega
a la playa.
Una bola de olvido,
un olvido de fuego,
un fuego de fuego
nace del agua.
Brindis de Yasunari Kawabata por la danzarina de Izu
Por la luz intensa que arriba a tu ventana
en el centro de la noche y te deja
ligeramente azul cuando te baña,
por tu piel que semeja a las espigas
de cebada bajo el sol del mediodía,
por tus ojos del color de la miel
de las abejas zumbando al pie de la montaña,
por tu permanente gracia de mujer
que ya tuvo aquella que alegró la vida
del primer hombre, cuando hablaban,
por la serena belleza de tu voz
que llega precipitándose hasta el mar
desde lo más alto, por tus manos que ofrecen
ríos de ternura, llueve o truene,
haya sol o nube o nada,
por tu sonrisa que hace de cada día,
con sus instantes, un lugar de palmeras y agua,
y alienta a continuar el camino de la vida,
levanto mi vaso de vino y brindo
por ti y por tus sueños,
y mientras lo amarillo helado
baja por nuestras gargantas
tocan timbres a lo lejos,
turbinas se alistan, alas,
y un pacto de fuego queda sellado
en nuestras miradas.
El Perú
No es éste tu país
porque conozcas sus linderos,
ni por el idioma común,
ni por los nombres de los muertos.
Es éste tu país
porque si tuvieras que hacerlo,
lo elegirías de nuevo
para construir aquí
todos tus sueños.
Perú de metal y melancolía
Hablamos del Perú.
De la necesidad de quererlo
diciendo pocas palabras,
susurramos algo de sus ríos cristalinos
y de sus ciénegas, de sus parajes
más remotos donde habita
la gente sencilla.
Tomamos nuestra taza de café
en el centro de lo más oscuro
y cuando el aroma va elevándose,
se disipa el desasosiego
y advertimos que en la misma noche
hay un lugar querido
para la sonrisa
de la libertad,
incluso cuando parece
una pequeña sombra vana
difuminándose en el futuro.
San Miguel de Piura
Encendí el corazón sobre los médanos,
en los soledosos algarrobos que continúan
la ciudad más allá de la postrera bandera blanca,
bordeando el camino de Los Ejidos, regado
por las cagarrutas de las cabras. El cielo era azul
con sus nubes pintadas y había un viejo caballo
y un burro blanco entre los grises.
He olvidado a qué íbamos a Los Ejidos
pero puedo adivinarlo mientras aspiro todavía
el aire luminoso de la infancia.
Los Ejidos: el olor de las cabras, la leche
de cabra, el queso de cabra que jamás
he encontrado después en la tierra.
A la hora del regreso el sol reverberaba
sobre los médanos y en llegando al recodo
del camino que divisa a la cruz del Norte,
bajo la sombra benéfica de los sauces,
los pequeños pudimos sumergirnos
en el río suavísimo y verdoso.
¡Han pasado años de años!, ¡me he mezclado
en tantas cosas!, y ahora que el sol
reverbera sobre el asfalto, no extraño
a esa patria, distante y diminuta.
O tal vez la extraño y por eso escribo.
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