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Marco Antonio Montes de Oca

Imagen de poesía

Poemas:

Soy todo lo que miro

Bañarse bajo la luz de un álamo
Ser todo cuanto miro
En el pozo del sol.

Sorpresa blanca
Que te acuclillas y saltas
Y me lames la mano con tu llama
Y mueves cabellos
Pegados al rostro con lágrimas:
Vete de aquí
Quema la selva de arpas
Y al viento que la hace gemir
Porque es su amante consumado.

Siempre no te vayas
Sorpresa
Déjame ser todo lo que miro
Tus pavos irreales me interesan mucho
Tus nubes que bajan sin convertirse en lluvia
Me interesan a ojos vistas.

Entre la inmensidad y mi estupor
Tus flancos incandescen
Coro de las anticipaciones
Tupida amarillez:
El mundo que nos prohíbe volar
Nos debe su propio vuelo.

Balance

Maté la nube de mis pensamientos,
cedí terreno
a los pensamientos de la nube.

Predije con Apollinaire las nuevas artes,
advertí en un claro del bosque
otras manchas verdeclaras,
ardientes zonas en que pude establecer
una pausa encastillada,
labios que sonríen
en el espejo de la primavera.

Muchas cosas conspiré
con el domingo echado a msi pies,
con el tiempo sirviéndome de suelo
y el espacio, mi leal pareja,
aferrado a mis hombros para no caer.

Muchas veces mil veces
me hundí en sueños más sueños que los sueños,
al imaginarme cómo la golondrina corta,
con la tijera azul de la cola,
ciertas cosas ciertas:
pinos, sauces, tilos
contemplados al trasluz.

Confesé a medio mundo
que ésta es mi hora y no es mi hora,
que todo depende y no depende,
que mis pies han bailado
desde antes de saber andar.

No pude permanecer
ni seguir adelante
ni volverme atrás:
la sola solución fue despertar.

Carta a un hombre inmóvil

I

Has vivido ecos de un cuerpo a cuerpo
Con escrituras fulminantes
Y quedan en tu espalda
Bordes y signos que ningún ciego sabría leer:
El uñazo de la luz sobre la piedra irrefutable
Mazorcas de lluvia endurecida
Desgranadas sobre el más ronco tambor
Ceros de agua aguaceros
En que la ropa brilla por su ausencia.

II

Plumas de sol exorcizadas o invocadas
Un vino rojo una mujer vestida con tu desnudez
Te hacen volar
Te pillan los dedos en la puerta del orgasmo
Y aúllas y eres lo que no sabías
Grillo eléctrico
Cercenado por la sombra.

III

Mas ahora no te detienes no caminas no corres no vuelas
Estás clavado en tu sitio
Por un firme cabello de mujer
Abrasada sangre abrazada
Velocidad de las ruinas
En la luz dorada
Más fría
Cuanto más cercana.

IV

El universo se ha fugado
Pero la tierra sigue en movimiento.

El viento de la tarde
No apaga las llamas de la bugambilia.

Caminan los recién nacidos
Las noches reman a brazo partido.

El ave roc te traerá
La luna que perdiste.

V

En fin
No te muevas si no quieres
Pero al menos respira
Helado dragón en ciernes;
Quiero ver el aire hendido
Por tus dos rayos de luciérnagas:
La carne es el papel
La escritura es el relámpago.

De ahora para nunca

Aquí en mi morada cada rama es una aguja de música.
El huracán fatigado revolotea en la divinidad inmóvil,
todo se llama amapola aunque no se mezcla ni sea roja;
pero el diamante ya no tiene ganas de llorar y el fuego se despluma.
Dios quiera que nadie descomponga esta relojería de cien mil almas.
¡Yo solito he sobrevivido con el soberano latido de mis puños!
Yo sólo he dicho lo que sabe solamente el aire.
Yo conozco la carne viva de la muerte.
¡Por eso lloro tanto granizo!
Por eso habitas tanto con un suspiro.
NADIE RECONOCE NUESTRAS NEBULOSAS DE RESINA
y llegaremos despacio, pero cantando a más no poder.
Llegaremos cantando sin saber de qué color es nuestro país,
ni nuestro dolor, ni el tamaño de las discordias y reconciliaciones
de la carne.

Latidos de agua

En el centro de la plaza
la rota cabeza del poeta es una fuente;
la fuente canta para todos.
Octavio Paz

A solas habla la fuente
sin respuestas para el silencio.
Blancos mechones caen desde su frente,
a cada momento un siglo se derrama
sin que su parpadeo tenaz concluya,
inclinada sobre sí misma, siempre en blanco:
ávida luz ciega de altura.

Yo tampoco descanso,
si reposara el árbol que soy, cesaría.
No hay savia más ruidosa que ésta con pensamiento y huesos.
Tintineo y fulgor rebotan en mi corteza.
Aquí estoy, no conozco mis raíces,
surtidor de ojos cerrados.
Sólo el habla me mantiene erguido
para nadie y para todos.

Frente a frente

Encuentro pesadísimas piedras huecas,
orbes sin pulpa que no son fuego
sino la piel del aroma y también del aire,
carne del éxtasis, inexistencia palpitante.

No amo tanto la paradoja,
sólo es mi necesidad de un choque entre lo opuesto
que anda sobre ruedas, sólo odio lo que navega en doble sentido;
en sentido correcto, propio, anodino.

Verdea la esposa del cambio,
un racimo de globos, sube con fulgor diverso
por una ladera impalpable de cielo y alma
y leo entre el uñazo de mis párpados
mi vehemencia aquietada por el embeleso.

Biografía:

Marco Antonio Montes de Oca (Ciudad de México, 1932-2009) Poeta, narrador y artista plástico. En 1986 con el título Pedir el fuego se publicaron sus Obras Completas (1953-1985). Ha obtenido los premios Xavier Villaurrutia; Mazatlán y Nacional de Literatura. En el 2000 se publicó su poesía reunida que incluye algunos textos inéditos la que lleva por título el de su primer libro Delante de la luz cantan los pájaros. “Cuando apareció el libro, Octavio Paz escribió una reseña entusiasta en la que apuntaba: “Este título es casi una definición de la poesía de Montes de Oca”, para corregirse de inmediato: “Pero hago mal en llamarlo definición: más exacto sería decir: enunciación. Con esta frase el joven poeta enuncia —y aún: anuncia— su programa poético”.

Libros

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