Poesía de Argentina
Poemas de Marcelo Berbel
Marcelo Berbel, nacido el 19 de abril de 1925 en Plaza Huincul, Neuquén, Argentina, fue mucho más que un poeta; fue un alma que entrelazó la música, la literatura y el compromiso político en su obra. Hijo de Juan Berbel y María Teresa Arriagada, descendiente de Mapuches, respiró la esencia de la Patagonia en cada verso. Su partida el 9 de abril de 2003 dejó un vacío en el corazón cultural de Neuquén.
Pionero en la poesía patagónica, Berbel compuso los himnos de la provincia y su capital, arraigando su voz en la identidad neuquina. Sus composiciones trascendieron fronteras, interpretadas por renombrados artistas argentinos y más allá. “La Pasto Verde“, “El Embudo“, y “Amutuy” son solo destellos de su genio lírico, resonando en las voces de Cafrune, Larralde, y otros.
Su legado va más allá de la música; Berbel se entregó al servicio público como convencional constituyente, plasmando su amor por la patria y los mapuches en la redacción de la constitución provincial. En sus propias palabras, “Mi política es celeste y blanca, y mi patria son los mapuches“.
Como padre, sembró su pasión en sus hijos, los Hermanos Berbel, quienes llevaron su música a cada rincón nacional e internacional. Su partida dejó un hueco imposible de llenar, pero su legado perdura como un faro de la cultura y el folklore argentino, recordándonos que la poesía es más que palabras; es un puente entre el alma y la eternidad.
Amutuy
Ahí están festejando
la conquista de ayer
con mi propia bandera
me robaron la fe
los del Remintóng antes
y sus leyes después.
Pisotearon mis credos
y mi forma de ser
me impusieron cultura
y este idioma también
lo que no me impusieron
fue el color de la piel.
Amutuy, Soledad,
que mi hermano me
arrincona, sin piedad
vámonos que el alambre
y el fiscal pueden más, Amutuy,
sin mendigar.
Ahí están festejando
los del sable y la cruz
como me despojaron
sin ninguna razón
sometiendo a mi raza
en el nombre de Dios.
Con qué ley me juzgaron
por culpable de qué
de ser libre en mi tierra
o ser indio tal vez,
qué conquista festejan
que no puedo entender.
***
Yo conozco un cementerio cuyos muertos
son árboles nomás petrificados
y son tantos que ayer eran un bosque
tal vez de un verde extraño acabado.
Pobre bosque dormido en el silencio
con los brazos de piedra desolados
ahí están siempre de pie como lo eterno
los árboles sin vida del pasado.
Ellos fueron sepultándose aún con vida,
fueron su propia cruz después de muertos
y había trino de pájaros y nidos
cuando cayó la flor pues llegó el viento
Tal vez vivían en siempre primavera
y así los sorprendió el primer invierno
La savia vegetal se volvió roca
y sus formas, estatuas de silencio.
En las noches de luna voy al bosque
por entrar en un mundo que se ha ido.
un momento nomás en esos años
por el fondo sideral de los olvidos.
Que tremenda tristeza sin paisaje
la sombra de un paisaje ya perdido
sobre el páramo silente del desierto
misterioso, nocturno y dolorido.
Sin embargo pese a toda esa tristeza
me gusta recorrer el viejo tiempo
y andar tras de la luna reflejada
la distancia infinita de otro cielo
pues allí por escuchar desde la piedra
melodías que yo tan solo siento
le hice música a tantas soledades
que ha llenado de música el silencio.
***
Una punta de flecha hallé una tarde
semi oculta perdida en la maleza
clavada en una herida que ella abriera
en el pecho desierto de la tierra.
Era aguda, era hermosa y cristalina
astilla trabajada de la piedra
tal vez su material vino a este mundo
en el raudo meteoro de una estrella.
Yo alcé como flor de otros veranos
su forma corazón, blanca y perfecta.
El arco que impulsaba su destino
hace mucho la dejó sola e inerte
con el mudo misterio de su hechura
y el antiguo secreto de su suerte
vi en el tiempo la mano creadora
que forjó su ángulo grave y reluciente
y la vi como ayer, surcando el aire
con el silbo de su andar frío y silente.
Y pensé en la trayectoria y la distancia
pequeña mensajera de la muerte.
Así se me ocurrió que en algún tiempo
de ese mismo lugar y por la tarde,
otro ser como yo miraba el cielo,
y el sol del horizonte que arde y arde.
sentí como que hablaban los silencios,
y la vaga sensación de estar con alguien,
y no se porque razón deje la flecha
en el mismo lugar que estaba antes.
Más primero la apreté fuerte en el puño
Y cien siglos se clavaron en mi sangre
Zamba
Aguada de los recuerdos lejanos
tapera de un dulce ayer
tiempo de la “pasto verde”
zamba del coraje hecha mujer…
Brava gaucha en los fortines sureños
bella flor del jarillal
mil soldados te quisieron
pero la tierra te quiso más.
Sobre las rejas, entre las piedras
donde duerme tu voz
mi guitarra lloró
Solo esta zambita por las noches
quiere darte luz.
porque le duele que digan
que el criollo neuquino te olvidó.
Quien te llamó Pasto verde, fresquita
tal vez tu aroma sintió
poema de los desiertos,
besos de un coplero que pasó…
Tal vez hable de tus años de moza,
la aguada, el grillo, el zampal
años de lanza y romance,
sangre que secó el viento al pasar.
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