Poetas

Poesía de México

Poemas de Manuel de la Torre Lloreda

Manuel de la Torre Lloreda. Nació en 1776 y murió en 1836 en Pátzcuaro, Michoacán. Simpatizante de una conspiración independentista, fue apresado y puesto más tarde en libertad por órdenes del virrey Francisco Javier de Lizana y Beaumont. Diputado constituyente de Michoacán cuando se proclamó Agustín de Iturbide emperador. Fue quien presentó el proyecto particular de Constitución. Destacó como poeta y orador sagrado. Sus artículos y poemas aparecen en las páginas de El astro moreliano y El michoacano libre, primeros periódicos michoacanos.

A un cigarro

Tan solamente tú, cigarro amigo,
eres amigo fiel y verdadero,
sólo tú, leal y fino compañero,
estás sin variación siempre conmigo.

Tú de mis gustos eres el testigo
y en mis tristezas vienes el primero,
y si quiero tener un consejero,
quien me hable sin disfraz tengo contigo.

Tu fuego las pasiones simboliza
en que ansioso yo mismo me consumo,
bebiendo el fuego que mi aliento atiza;

y si advierto tus voces, me presumo
que me pintas mi fin en la ceniza
y retratas mis gustos en el humo.

Cementerio, panteón, campo santo

Esta es viador, la casa universal,
la perpetua, común, bendita morada,
donde viene a parar todo mortal,
tarde o temprano al fin de la jornada.
No pases, pues, de este funesto umbral,
sin que te acuerdes, que eres polvo y nada
y que aquí, sin poderlo resistir,
otra vez has de entrar y no salir.

II

¡Oh tú mortal! Que con curiosa planta,
visitas esta lúgubre mansión,
un momento, del mundo que te encanta,
olvida la falaz, vana ilusión;
y al contemplar aquí víctima tanta,
de toda edad, estado y condición,
llora el estrago y triste consecuencia,
del funesto apetito de la ciencia.

III

Aquí yacen los niños que importuna,
robó la muerte, al comenzar la vida,
mas no le llames tumba sino cuna,
o tumba que a la cuna está reunida;
pues si lo adviertes bien, sin duda alguna
no es fácil que el problema se decida
si muriendo dejaron de existir,
o empezaron entonces a vivir.

IV

Aquí acaba el poder, aquí la ciencia,
aquí la vanidad de la hermosura,
la lucha sin cesar por la existencia,
la ambición por el oro y la aventura.
Desde aquél que en la edad de la inocencia,
vislumbra de la vida la luz pura
hasta que llega a la vejez cansada,
se convierten aquí, en polvo, y ¡nada!