Poesía de España
Poemas de Luisa Carvajal y Mendoza
Luisa Carvajal y Mendoza, una figura mística y poética nacida en la aldea de Jaraicejo, España, en 1566 o 1568, dejó una marca indeleble en la historia de la literatura religiosa. De familia noble, su infancia estuvo marcada por la pérdida temprana de sus padres, lo que la llevó a vivir con parientes y a recibir una educación esmerada en Soria.
En la adolescencia, su vida tomó un giro inesperado al mudarse con su tío a Pamplona, donde experimentó circunstancias desconcertantes que dejaron huellas profundas en su espíritu. A los 26 años, decidió renunciar a las comodidades de la nobleza y abrazar una vida de pobreza y devoción, estableciendo en su residencia una comunidad religiosa.
El destino la llevó a Londres en un momento turbulento, donde se entregó a la protección y asistencia de los católicos perseguidos, enfrentando peligros y privaciones con valentía y determinación. Su compromiso con la fe y el servicio religioso la llevó a fundar la Compañía de la Soberana Virgen María y a dedicarse a la evangelización y el consuelo de los oprimidos.
A pesar de enfrentar encarcelamientos y dificultades, Carvajal persistió en su misión hasta el final. Su muerte en 1614, a los 48 años, marcó el fin de una vida de sacrificio y entrega. Aunque su causa de beatificación está pendiente, su legado perdura en sus escritos, donde la poesía y la espiritualidad se entrelazan en una danza de fe y devoción.
Sus poemas, recopilados en “Poesías espirituales“, reflejan su profundo amor por Dios y su búsqueda constante de la verdad espiritual. A través de versos ingeniosos y conmovedores, Carvajal nos invita a contemplar la belleza del alma y a encontrar consuelo en la fe. Su obra, aunque escasa en ejemplares originales, sigue inspirando a generaciones con su mensaje de amor y esperanza.
De sentimientos de amor y ausencia profundísimos.
¿Cómo vives, sin quien vivir no puedes?
Ausente, Silva, el alma, ¿tienes vida,
y el corazón aquesa misma herida
gravemente atraviesa, y no te mueres?
Dime, si eres mortal o inmortal eres:
¿Hate cortado Amor a su medida,
o forjado, en sus llamas derretida,
que tanto el natural límite excedes?
Vuelto ha tu corazón cifra divina
de extremos mil Amor, en que su mano
mostrar quiso destreza peregrina;
y la fragilidad del pecho humano
en firmísima piedra diamantina,
con que quedó hecho alcázar soberano.
A la ausencia de su dulcísimo Señor en la Sagrada Comunión.
¡Ay, soledad amarga y enojosa,
causada de mi ausente y dulce Amado!
¡Dardo eres en el alma atravesado,
dolencia penosísima y furiosa!
Prueba de amor terrible y rigurosa,
y cifra del pesar más apurado,
cuidado que no sufre otro cuidado,
tormento intolerable y sed ansiosa.
Fragua, que en vivo, fuego me convierte,
de los soplos de amor tan avivada,
que aviva mi dolor hasta la muerte.
Bravo mar, en el cual mi alma engolfada,
con tormenta camina dura y fuerte
hasta el puerto y ribera deseada.
De interiores sentimientos
Asaltos tan rigurosos
sufres sin desalentarte:
Dime, flaco corazón,
¿haste vuelto de diamante?
Entre esas llamas fogosas
que te cercan y combaten,
parece te tiene amor
tan hecho a sus propiedades,
que, cuando fuerte te quiere,
fuerte eres e inexpugnable,
y cuando de blanda cera,
te derrites y deshaces.
Entre mortales heridas,
y dolores desiguales,
de amor vives, y esa vida
te alivia y te satisface.
Quéjaste en los accidentes
y sientes su rigor grave,
no habiendo gloria en la tierra
con quien gustes de trocarle.
Que sólo el vivir, muriendo
porque no mueres, te aplace;
la libertad te atormenta
y sirve de estrecha cárcel.
Y por oscuras mazmorras
suspiras, y ausentes trances:
¡Oh, en cuán extraña cadena
quiso Amor aprisionarte!
De afectos interiores de amor de Dios
¡Ay, si entre los lazos fieros
que a mi gloria aprisionaron
par mi libertad, yo viera
enlazar mi cuello y manos!
Pero si es atrevimiento,
porque esos son sacrosantos,
e indigna toda criatura
de adornos tan soberanos;
concédeme, Amor, siquiera
(pues en dar no eres escaso)
algunas dulces prisiones
que les parezcan en algo.
Dulces las llamo, porque,
en ley de amor, sus amargos
son tan dulces, que la vida
se suele dar por comprarlos.
¡Oh cuán mil veces dichosa
aquella, do ejecutados
mil sangrientos sacrificios
y abrasados holocaustos,
se te ofrece Cristo mío,
en lo posible mostrando
cuán imposible es que quede
en ningún modo ni caso,
su fuerte amor satisfecho,
ni el tuyo inmenso pagado!
Al Ecce Homo
Sacando el vivo retrato
de Dios Padre omnipotente,
el injusto presidente
a vista del pueblo ingrato;
disimulado en el traje,
y el traje desfigurado,
por haberse disfrazado
con mi ignominia y ultraje,
salió a la usanza de rey;
pero era nuevo el reinado,
porque en sus hombros cargado
sacó su imperio y su ley.
Y al punto que le miró
aquella gente, sedienta
de su sangre, como exenta
ramera, le blasfemó.
-«De delante nos lo quita,
-dijo-, y en una cruz muera»,
la más que pésima fiera,
con intolerable grita.
El juez inicuo, temiendo
tan manifiesta injusticia
y de ellos la gran malicia,
los acallaba, diciendo:
-«Atentamente mirad
en este hombre que os muestro;
atended a que es rey vuestro
y que le debéis lealtad;
Acábese de ablandar
pecho tan desapiadado:
¿a vuestro rey consagrado
tengo de crucificar?
Ese envidioso furor
el ánimo os ha cegado
para que así hayáis negado
a vuestro propio Señor».
La causa de le sacar
así, fue porque creyó
que, como él se lastimó,
los pudiera lastimar
ver a Dios en tal estado,
y, con la fuerza de amor
más herido en lo interior,
que no en lo exterior llagado.
Y aunque era luz penetrante,
no los aclaró este cielo,
porque echaron otro velo
al corazón de diamante.
Y cual abrasada fragua
que a toda furia se ardía,
cuanto el pueblo más pedía
su muerte, más la aceptaba.
Que era de amor mar profundo,
y con él se había juntado
el que faltaba al helado
pecho, del aleve mundo.
-Salid, hijas de Sión,
la suprema y levantada;
y no a ver la limitada
gloria del rey Salomón,
sino a la que lo es del Padre,
de grandeza incomprensible,
con la corona insufrible
que le coronó su madre
el solemnísimo día
en el cual se desposó
con su Amada, y le estimó
por el de más alegría.
Que por guirnalda de rosas
puso en sus sienes divinas
una corona de espinas,
crueles y lastimosas.
Madrastra fue al descubierto,
pues que, desde que nació
no paró hasta que le vio
fuera de los reales muerto.
I
¡Cuán dado, mi Dios te diste,
pues, por darte al alma amada,
la aleve y desmesurada
llegar a ti permitiste,
con bondad no imaginada!
La sagrada Comunión
recibiendo cada día,
siete veces la escondía,
y con perversa traición
a un moro infiel te vendía.
El cual un escudo daba
por ti, en que eras apreciado,
y para hechizos comprado;
que para ellos no ignoraba
ser tú, mi gloria, apropiado.
Pero, ¿cómo no entendió
el infamísimo avaro,
si riqueza pretendió,
que tesoro inmenso dio
vendido en sólo un ducado?
¡Tan barato te vendía,
mi bien, estando yo aquí!
¡Ay, si me encontrara a mí,
y diérale, sin porfía,
hacienda y vida por Ti!
Quien te vendió me lastima,
y también quien te compró,
pues ninguno conoció
el gran respeto y estima
que a tu persona debió.
¡Oh hechizos! cuán venturosa
fue el alma a quien hechizastes!
Decidme, ¿no la dejastes
hecha una celestial diosa,
si a dicha en gracia la hallastes?
Que si así fue, empíreo cielo
vuelta, sin duda, quedó,
mientras en sí os poseyó;
que el no pensado consuelo
y eterna vida se halló.
En fin, hechizos se hicieron,
con que bien enhechizado
de amor quedó el que ha tomado
tales hechizos, pues fueron
hechos del Verbo encarnado.
Que, en hechizos, yo no dudo,
Hostia sacra, que ese amor
hechice con tal primor,
que ni supo Dios ni pudo
hacer hechizo mejor.
Sobre sentimientos de ausencia de Nuestro Señor.
Dulce y fiel esperanza,
mi Cristo, mi Señor y mi deseo:
¿qué bienaventuranza,
qué gusto o qué recreo
podrá haber para mí do no te veo?
Encerrado en mi pecho,
de ausencia y del amor, fuego tan fuerte,
me ha puesto en tal estrecho,
que un punto de no verte
me es de mayor dolor que el de la muerte.
Porque sin ti, mi vida
queda cual la del pez sin su elemento,
hasta que socorrida
de tu presencia, siento
vuelto en deleite y gloria mi tormento.
¡Baste, mi bien, te ruego!
No te tardes ya más en socorrerme,
pues ves, Señor, que llego
a un extremo, que en verme
se juzgará que baste a deshacerme.
Rompe esta tenebrosa
nube que de mil modos me atormenta,
con tu vista gloriosa,
y apaga la sedienta
congoja que me aflige y desalienta.
Que cuando reverbera
la rutilante luz de tu hermosura,
mi invierno en primavera
se trueca, y su secura
en dulce y amenísima frescura.
A Cristo Nuestro Señor
Cristo dulce y amado,
sin quien vivir un punto no podría;
süave y regalado gozo
del alma mía,
mi bien, mi eterna gloria y alegría.
Mi puerto venturoso,
do Silva de mil males amparada
queda, y del mar furioso
la braveza burlada,
cuando más pretendió verme anegada.
Las olas hasta el cielo,
de tan divina roca rebatidas
quedaron por el suelo,
sus trazas destruídas,
y tus promesas fieles bien cumplidas.
Que nunca me has faltado
en los encuentros fieros y espantosos
del tigre denodado,
y leones furiosos,
sedientos de mi sangre y codiciosos.
Porque para leones
eres fuerte león de mi defensa;
y a armados escuadrones
del infierno en mi ofensa
en polvo los volvió tu fuerza inmensa;
y el dragonazo horrendo
que, de la boca, infame, emponzoñada,
su ancho río vertiendo,
de su furor cercada,
como en lazo pensó verme encerrada.
Y sólo con mirarme
(cuando a ti me volví), con esos ojos
soberanos librarme
pude de mis enojos,
quedando victoriosa y con despojos.
- Oscar Sosa Ríos
- Germán Pardo García
- Amado Nervo
- Enrique Lihn
- Manuel Moreno Jimeno
- Teresa de Jesús
- Gerardo Diego
- Basilio Sánchez
- Nancy Morejón
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