Poemas:
MEMORIAS DEL SILENCIO
Vamos
dame el volante, sus juegos de sorpresa
que todos los caminos conducen a la muerte.
Dame el viento: el vacío del pájaro
que escapa de las manos:
dame sus alas enloquecidas, la aventura
Inviolada.
Dame los horizontes de la errancia,
los itinerarios sin destino.
Vamos
Dame el comando de la nada.
Mi corazón irremediable viaja en un accidente.
INFANCIA
Eran los días sin horas
los días de la infancia.
Días azules de claridad gozosa.
Días que caían sobre el mundo
como una caricia desparramada
por los pájaros.
Días como los de viaje por un cuento
de colores.
Todo simple, entonces. ¡Todo!
Mi corazón gritaba desde los árboles
¿Gritos? Acaso pomarrosas de fuego,
frutos locos de alas.
Todo simple, entonces. ¡Todo!
Mi corazón gritaba desde los árboles
¿Gritos? Acaso pomarrosas de fuego,
Frutos locos de alas.
Todo simple, entonces. ¡Todo!
Recuerdo: el pueblo era pequeño.
en la placita había almendros y un surtidor
cuyas vocales
recogía
la aguadora en su cántaro.
Amanecía
cuando las palomas volaban al tejado.
Madre regresaba la astromelia
y los geranios. ¡Siempre linda!
Cuánto sueño se surtía de sus ojos,
del clima de sus besos.
Su sonrisa convocaba al amor.
A veces era triste y yo sufría
Su sencillez de blanco, silencioso
Y después fui a la escuela
y aprendí los palotes
y una lección de esdrújulos
y jugué a la guerra
y fui a nadar los ríos;
flechaba los gorriones
su muerte se sentía desde mis manos
con la queja del monte.
En caballos de palo
corrí por los esteros
y escribí en los caminos
con el herrón del trompo
un rubio abecedario.
A los cerros subía
a volar mis cometas
o a buscar pitahayas,
guayabillas, piñuelas
caracoles o nidos.
Una voz ululaba por las hondonadas
del cafetal,
una voz con mi nombre, una voz que
quebraba ya el cristal de los ecos.
También bajo las tardes
-era yo casi el mismo-
en idas y venidas, el aire se bordaba
de azules golondrinas. Yo las miraba,
me cansaba mirándolas.
¡Aladino encendía los primeros luceros!
¡Tantas cosas tan simples!
Tantas cosas
como si yo no fuera
este dolor del tiempo entre la sangre.
ELEGÍA
Mi padre es un fantasma
que ronda mis recuerdos;
ese aire solitario
de su viejo retrato
donde confundo con el mío
el resto de su gesto
desdeñoso y escéptico.
Nos despedimos una tarde
en un largo silencio.
Él me miraba ausente
como detrás del sueño.
Yo lo miraba incierto
como si en mi tristeza
se quebrara un espejo.
Me llevaron al campo.
De pronto vi a la tía
que amaneció de negro.
Trajeron los caballos,
monté en el Caramelo
Nadie me dijo nada
y yo no preguntaba
por temor a saberlo.
ANANKÉ
1
“…algo se mueve”
-Albert Einstein
No “era” el tiempo.
El tiempo existía
como una música intangida
que tornaba dolor;
-de subitáneo encantamiento-
en digitales sin sentido.
Y halló linaje su giro innumerable!
Y el índice veloz de fuego unánime
buscó el confín al límite de la curva;
y en torbellinos se rompió
su sangre ultravioleta.
La proporción dio estructura al fenómeno,
relieve al testimonio y equilibrio.
Humo y ceniza ensayaron la forma de su causa.
Allí durmió la vida como la luz del crisolito
-incluyendo sus símbolos inéditos,
su mágico poema;
como un vaivén de música en olvidos-
Y todo tornaba porque todo se contenía.
-¡así es la abeja de la luz!-
El viento…? Oh, el viento
abrazó el sufrimiento de los horizontes errantes
y ululó por la bruma virginal…¡y por mil años
la llovizna acarició el misterio!
2
Y era la luz en gravidez y sustento el
cosmozoos
y floreció en esporas su alumbramiento.
El instinto
el instinto necesario alargó sus
tentáculos viscosos;
después, cortó el delfín en ímpetus de aleta su
límite de azur estrangulado;
y cuando yo desperté en mis vecindades, era
también un poco de molicie,
un iris en apóstrofe
-narciso primordial, imaginario navegante-
el mar acostado se glisaba de luz en soledad
y de naufragio. Se bullía todo el abismo de la vida.
Callé sus espejismos. Subí por su versión hasta
mis cauces. Salté de los torrentes y me encontré
la Tierra;
-su piel universal humedecida en vísperas de
selva, de locos girasoles, de rosas invitando al versicolor-
salvaje pubescencia exhalaba su axila!
Me erguí entonces…y conjugué mis ojos y
conjugué mis manos y conjugué mis pasos…
besé con alaridos la yacija del eco.
Era una oruga de alma gesticulando sombras!
aún siento en mí, crecer en mí lejos sin orillas,
una floresta coralina…
Aún siento entre mis remos raíces adventicias.
3
Y me llamaron Adán! Y así
por este barro animado,
porque asistía el paraíso de la carne,
porque hollé sus linderos ardientes,
porque mordí en el pecado
y sembré sus extensiones de sueño
-digo la angustia de los sueños,
digo las órbitas sin párpados al tiempo,
digo la palabra en el corazón,
digo la ausencia en que repartía mi voz
mi vaso comunicante de espíritu…
y con ortigas cubrí el sexo-
Me llamaron Adán
que quiere decir barro sedante;
viajé con luz adentro en poblamiento de amor
pero en verdad soy la memoria de un dolor Grande.
Me llamaron Adán y yo llamé a Caín,
y le di origen a mi bestia
en la resaca de mi cólera
en el asco de mis albañales…
¡Mi simiente letal! ¡Mis maleficios!-
¡Alucinado existente!
No tenía más razón que la vida.
Era la evolución del gusano…
y así soy
como la tierra rencorosa en la sequía.
4
“Llegamos muy tarde para los dioses
y muy pronto para el ser”
-Martín Heidegger
Y volví de los despojos de un recuerdo.
Dejé mis cavernas y salí a los bosques y los ríos;
me maravillé ante los astros y los gorjeos…
di morbidez al ritmo y me embriagué;
articulé lo sutil
con la turbación evocadora de los oráculos
-¡fingido adivinante ultraterrestre!-
y hallé el muérdago y cultivé el sésamo;
vestí con indumento lunar a las druidesas;
encendí en los mitos un siempre devenir cósmico;
toqué el carrizo de los faunos
y dancé con las Hadas…!
Mas me sentí incompleto en mi equivalencia
y me disipé en mi autolatría;
y porque ya alguien me llamaba de la muerte
acudí a los sufragios de la esperanza…
los busqué en mis átomos
¡y al otro lado de la nada!
Me respondió mi sombra
tras una vecindad del pensamiento:
¡Existes, así es como huyes!
5
Era la fuerza de un vuelo vacilante en la fe de los
contrastes y tendí un puente.
Con mi pregunta de alma indagué en la parte el todo
y clamé presencia en el misterio de lo ignoto.
Fui toda la teogonía de la angustia cuando cerraba
sus postigos el presente a su oculto bastión.
Y a la incierta lejanía caminé mis pasos de Prometeo
por robar el fuego de los dioses;
me acechaban el tabú, los horóscopos, la cábala…
en un silencio intacto y medroso.
Dolor domesticado…! Volví atado a la Tierra y
mis ansias devoró rapaz.
Me desahució el músculo y otra vez peregriné
en mi prole la sangre de las rutas…
en el erial, mi tautomaturgia, hizo brotar una fuente.
Y subí a la montaña de la ley.
Crucé los collados,
llegué a las riberas y conocí en las ciudades todos
los rostros!
¡Perplejidades…
acedumbre! Todo lo padecí
en mi llama de palpitante alfarería
y a la esfinge devolví sus apóstrofes…
¡Oh, carne astral que me halló en su matriz
y me dio su himeneo!
Fui Edipo y me negué a ver la luz;
y me quejé
de mis atavismos y lloré mis abominaciones
en el coro de los suplicantes.
Y seguí…seguí mi ruta de actitud y de sed
por el desplome de los días, por el laberinto de las
imágenes…
el sutil itinerario de Odisea…y escuché
las sirenas y me llevé a sus halagos
y a las seducciones de Cyrce…
Pero nadie en el héroe dobló mi arco!
También al Sur y al Norte, al Este y al Oeste
giré mi negra proa,
eludí los escollos y el envite de los ciegos icebergs;
abrí el día boreal de los vikingos
y supuse al mismo tiempo el sol de los beduinos.
Acampé en la Tebaida [era ya nigromante]
y por una fuga de ibis entre rubios datileros
alcé mi arrobamiento.
Hallé la ciencia infusa; di nómades al karma.
Fui al Nirvana por el Gurú de los ojos relentes.
Alcancé la “otra orilla” del Mahaprajnaparamita.
Oí el “Sermón del Fuego” del gran Buda…
Y a Job, llegué
–el perseguido-
y “todo lo tuve y todo lo perdí”.
En él, en su desamparo de infinito
Estuve más cerca del corazón que de mi alma;
Por él, por su boca llegada de miseria
blasfemé en el estercolero,
Y con fe de paciencia curé mi ampolladura.
Allá…en el mediodía, mamé el soma en los pezones
de la loba, reconquisté mi valor, invité las aureolas…
golpeaba sobre el mármol mi sueño de eternidad…
Ya sabía el número y las diagonales de los alfiles…
Ya era artista
Ya desnudaba con caricias la música del arpa…
Maceraba mi luz…
En una noche injusta, mi sombra en el dintel,
Escuchó al Hijo del Hombre responder al sanhedrita
Su flor de trascendencia, su viva alegoría:
“Tú lo has dicho”…
6
Otra vez vagando por mi crasitud
rendí holocaustos al moloch de oro,
al brillo frío de sus estocadas;
y al Buey Sagrado edifiqué sus templos,
obligué a sus hinojos…
enseñé un alabado de símbolos vasallos.
Y toda la avaricia hurgué codicioso.
Y repetí mis lentejas,
pues, ¿qué es el corazón,
sino una bolsa de intereses?
¡Avaricia y vanidad! Con su sórdida esfera
pagué por anticipado mis concupiscencias,
la expoliación y sus divisas;
la ufanía y la lisonja;
negocié la traición, la hipocresía,
el crimen, la lujuria y la calumnia;
tallé la baraja de la usura;
eduqué la perfidia y la llame estrategia;
floté una récova de aduladores y mercenarios;
las veleidades y la cobardía;
la incondición de los pajes y los trepadores;
toda la servidumbre horizontal…
¡Cuánta profesión reptil,
cuánto artificio y adhesiones,
cuánto eufemismo y cuántas viceversas
ensayé en la comedia de la demagogia…
Cuánta estocada en el talón de Aquiles…!
Con sucia misericordia
–la moral de la peste-
malversé el corazón y tasé el hambreen la mano en patena
de los “bienaventurados”.
Mistifiqué la miseria…
Cortejé a la Infantina
y no convidé a la cenicienta…
Mancillé al hombre y lo entregué a los viles.
Heraldo fui de mi soberbia.
También… limpié mi espada
Y, tocando los añafiles,
bajé de la torre del homenaje, a la aventura
Por esta lunación, ya tenía el mar direcciones
colombinas. Y sobre la orilla frontera a Moctezuma
quemé mis naves como fe en un destino nuevo…
Adentro, zahareño y montaraz, cantaba la canción
del yaraví bajo bajo
el Maracay y los moriches…
Mi hostilidad, saludó con arcabuces la conquista.
…Y allende…Acá…
Dejé la piedra en sombra
de Avirama como una silueta de silencio endurecido
mirándome sin tiempo desde su teofanía…
Y doblaron los siglos y crecieron los pueblos!
…Y llamé misántropos, puritanos, templarios,
cruzados, inquisidores y fui cosmopolita y legendario.
Especulé lo intangible al rigor de los principios
y con dudas rabiosas lancé mis arpones contra el
Leviatán.
Y seguí…seguí mi deriva delirante.
Vociferé revoluciones en las asambleas de las barricadas;
vagué por las avenidas populares,
por los crepúsculos del fraude,
y me vestí en la burocracia este carric burgués.
8
Volví a Zaratustra para ofrecerle mi sangre
por el espíritu; pero ya no encontré la escala luminosa
del soñador.
Faetón era el Superhombre y ardí en Hiroshima…
Y fui espectador de angustias y de escombros.
Mas como el Fénix, nací el hombre mecánico
y urgí la geometría y la velocidad supersónica;
las dimensiones interestelares y los rayos láser
No ya los rascacielos de las urbes terrestres.
Colgaré mis ciudades en el aire,
Transitaré los predios del horizonte…
¡Qué fabulosa perspectiva…!
Mañana inverosímil,
haré turismo en las lucecitas del cosmos.
9
“Todo
está en mí…y en mí
no encuentro nada”
-León de Greiff-
Y sigue el tiempo cayendo su gota de angustia
sobre la clepsidra de la vida!
Digo en verdad del Dolor, es decir la materia del
“ser” que llega en el pasado como el “siempre” en futuro…
Soy un tiempo de luz. La constante de la creación
y la destrucción que pasea su hastío por el luto
cartujo del tedio…
¡Memoria del destino! Soy el cadáver del tiempo…
el mismo que se encuentra en las huellas de aquello
que fui y en los pasos de aquello que regreso…
Pero hay monotonías que matan!
Y mi voz resuena inútil como un sortilegio de
llamas fugitivas…
10
“¡Necio! Lo que tu siembras no nace si no muere.
Y lo que tú siembras no es el cuerpo que ha de nacer,
sino un simple grano”.
San Pablo 15: 36-37
¡Grano de luz! He aquí el drama del Universo
que multiplica mi presencia.
-¡Siembra tu grano!-
¡Pero hasta la luz es ya la semilla que se apaga!
Preguntaré por mí
Y estaré abandonado…
Habrá un rumor secreto como de hojas que caen…
será la tarde en la luz…
Preguntaré por Dios…
¡Oh, Dios…
¡Dios es una noción de amor para sentirse hombre!
…una noción de inteligencia que posee amor!
Una noción que en mí se revela
Una noción que en mí se resuelve
¡Una noción que en mí se prolonga!
…porque hay caminos
en los que siempre
estaremos perdidos
Biografía:
Luis Ernesto Luna Suárez, nacido el 22 de noviembre de 1924 en Garzón, Huila, fue un destacado poeta colombiano que dejó una marca indeleble en la escena literaria de su época. Cofundador del influyente grupo literario Los Papelípolas, Luna Suárez compartió afinidades con la generación Beat, lo que le otorgó una perspectiva única y transgresora en su producción poética.
A lo largo de su vida, Luna Suárez demostró una vocación multifacética. Aunque no contaba con un título formal en derecho, ejerció como juez, y también se destacó como un agente activo en la esfera política, dedicando esfuerzos a la propagación del Movimiento Revolucionario Liberal.
Su obra cumbre, “Memoria del Silencio“, fue concebida en los albores de 1958 y estaba destinada a formar parte de los Cuadernos Huilenses de Los Papelípolas, dirigidos por Gustavo Andrade. Sin embargo, su publicación se postergó hasta 1987, más de dos décadas después de la disolución del grupo literario. Un poema de singular importancia, “Ananké“, fue presentado en la revista “Ecos” en 1964, aunque curiosamente no formó parte de su obra de 1987, y el autor llegó a distanciarse de él hacia el final de su vida, reflejando su posición como ferviente ateo.
Luna Suárez también demostró su habilidad como traductor, destacándose en la interpretación de la obra de Verlaine. Su legado literario se extiende más allá de sus obras individuales, y sus escritos pueden apreciarse en varias antologías de la literatura colombiana, incluyendo obras como “Literatura Huilense” de Félix Ramiro Losada y “Antología de la Poesía Colombiana” de Rogelio Echavarría.
Luis Ernesto Luna Suárez, a través de su poesía y su participación en Los Papelípolas, dejó una huella indeleble en la historia literaria de Colombia. Su capacidad para desafiar convenciones y explorar las dimensiones más profundas de la existencia humana lo establece como un exponente notable en el panorama de la poesía colombiana del siglo XX.