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Luis Álvarez Piñer

Poesía

Poemas:

Seguridad

CUANDO me conocisteis,
volvía.
Mi historia viene de más lejos
que mis días primeros.

y cuando me hayáis visto marcharme, para siempre,
seguiré todavía,
sin tiempo ya, la historia comenzada.

Como un día en el tiempo, como el árbol
en la brisa que cruza, yo no me pertenezco,
ni me termino. Es gracias a la muerte
por lo que soy posible todavía
hacia un siempre de rectificaciones,
de referencias. Si no fuera
por esa muerte implícita, ¿qué haría
de tanto amor como me sobra?

El olvido recuerdo y viceversa

ENTRE las muchas cosas
en que mi olvido medra
no estás tú, laboriosa y oscura ciudad
corroída del humo.
Escorias y algas te reconstruyen
en un remiso amanecer continuo.

Mas la memoria permanece informe
mientras yo no la toco;
que yo quiero el recuerdo en su tiempo
y no en el mío.
El tiempo mío es verdad y se debe a la muerte.

¿Dónde ya los pataches
que dejé en plenitud de arboladura?
Fue un triste otoño el suyo: eran los últimos
caballos de la fuga de aquel mundo.
En la memoria flotan llevando aquellos días
en sus bodegas, vienen hacia mí
sin esperar jamás el abordaje.
Inmensas arpas frente al sol temeroso,
siguen sonando, salvadas del ocio fatal
y empapan el reseco aire de ahora
con su viejo salitre.
Aún recuerdo mi luz de amanecer
y soy el dique gris, la ensenada sombría
cruzada largamente de gaviotas.
Si aquella muerte os dieron los días del recuerdo
resucitáis en esta realidad que os deparo.
Mis manos tienen fecha
y envejecen la luz.
Todo sigue con riesgo de perderse
pero aquí estáis: Os reconozco.

Vais a dejar la carga más atrás
salvado el arrecife de los ojos
(que asoma en vuestras aguas hoy crecidas).
A carbonear de amanecida y encender vuestras lámparas
gigantes y amarillas
en la parte de sombra que aún resiste,
mientras al fondo —como en un establo
espesos bueyes dóciles—,
se mecen los colmados madereros.
Todo está como estaba. Sólo yo
convencional, jugando con ventaja
devuelvo el tiempo al tiempo
y escondiendo la muerte por mis manos
salvo audaz la partida.

Nocturno de la ventana

HORIZONTE cuadrado para el signo
que, sin quebrar la transparencia,
escribe el nombre de la noche.

Lo incapaz de ser canto
allí se vara, signo muerto. El dedo
señala a oscuras la misión precisa
del ser que somos y de la hora que es.

Nunca el cristal, sabiéndose frontera,
sufrió tan gran dolor de ser cristal.
¿A qué parte lo externo? Llanto abstracto,
testamento sin muerto ni herederos.

El dedo aquí señala paraíso:
Lo que no es noche, y sin eternidades,
ve lo eterno nocturno y lo señala.

Como un doctrino, el corazón despierto
lee lo escrito y piensa que la noche
toda es consciente de su sueño;
que las estrellas son, también, cristales.

Encontrar soledad para entenderse

MUNDO completo: Mirada entendida.
La obra mayor consiste en dejar claro
el espacio intermedio:
dejar posible el beso.

Si no asumiera su función letal
la memoria intermedia, tendería
a quedarse en su forma, no a escaparse
para repostar cielo en otros cuerpos
y conservar más tiempo la fe que le da el vuelo.

Pero necesitamos encontramos
el mundo y yo. y en ese cuerpo anclado
que repite y devuelve las señales
se nos cede un poder de soledad
inconcebible aisladamente,
una seguridad que nunca espejo alguno
pudo tener ni dar porque, pasivo,
carente de nostalgia y de memoria
cedía al espectáculo mortal.

El mundo y yo, ya iguales y recíprocos.
Varado en ese islote corporal
en que la eternidad se transparenta,
recibo las señales del universo pleno
en mi propia mirada comprendida.

Luna

¿SABÉIS? Sobre las aguas cerradas del sueño,
en medio de la noche, la luna baila
pletórica y obscena, gozada por los pájaros.

La luna baila arriba,
tras de ese tragaluz que da a la muerte. Baila
para el mundo invertido de la noche,
circo negro y azul en que la tierra
dura es trapecio y trampolín. Y donde
un silencio final anuncia el número difícil.

La luna está desnuda, sin enigma,
y se tumba en las aguas, como un faquir.
Desde la estrella el mito aplaude, aplaude.

Los párpados aplauden, niños pobres
a los que el triste muro separa.
Aplauden a la estrella que ríe, a la luna que baila,
a la luna que baila y que no ven
sino en su frío y luminoso eco.

La copa de Mallarmé

En lo alto, el cristal, invisible, perfecto
donde hasta el sol se equivoca y tropieza.
Y la mano de plinto le sirve.
Por la mano se acerca la tierra
hecha sueño de hombre a través
de la sangre vivida. y revienta
en la espuma con que ahora brindamos:
La pleamar, el final de la oscura marea.

Encontrar superficie, salir.
Libertad, soledad. La experiencia
siempre inocente, siempre limpia
es el límite, flor siempre abierta
en la gracia ideal del espíritu
cristal sobre el que hiere la luz su presencia.

Biografía:

Luis Álvarez Piñer, poeta y ensayista español nacido el 10 de febrero de 1910 en Gijón y fallecido el 26 de julio de 1999 en Madrid perteneciente a la Generación del 36. Premio Nacional de Poesía en 1991.

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