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Luciano Castañón

Poeta español Luciano Castañón

Poeta español Luciano Castañón

Poemas:

A veces, en primavera

A veces,
cuando atardece el cielo en primavera
surge como un sobrecogido y mágico
clarinazo en todo el barrio
rasgando la alegría prisionera.
Es que el seno de las barcas
llegó pleno, fúlgido de coletazos
y boqueadas agónicamente ávidas.

(En las calles
reinaba aún el vacío de la espera.
El vasto vocerío enmudecía
y sólo los niños en sus juegos
modelaban su inconsciente voz de fresa.
Era la amada hora de la precena.)

Los hombres que descansen o que beban.
Las mujeres…
Un oloroso, cocineril humo
vaharadas de peces fritos—
brisea por las ventanas
o se comba denso fuera de las chimeneas.

Cuando se vaya hoy—
el liviano sol que alivia penas,
la noche remunerada de las personas
será una hoguera.
A veces, en primavera…

Alba y pez

De madrugada es cuando el borracho
cruza su vaivén en la calle pina
con el adormilado marinero
que va en busca del alba y la sardina.

Alba que irremediablemente llega
ya cobre de sol ya tristura gris,
desperezando suave al nuevo día
nodriza de las dudas del vivir.

No tan indefectible es el pez que
ansia el marinero desvelado,
pez en plural, pez agónico en el
aire que lo ve renacer atado
a una muerte de mil rebrillos húmedos
apagando su vida en los espasmos.

Ancianos

Ignoran los problemas esenciales.
Vivir es vegetar. La Cofradía
regala a los jubilados el día
de la Patrona distintos vales

que se pueden canjear por unos reales
hechos bollo y vino. La anarquía
duerme entonces como dormiría
un enfermo inyectado por sus males.

Nada. Aire. La vejez los invade
como el corte de secular guadaña
que cercenara sus preocupaciones.

Es barato el engaño del cofrade:
«Te soleas, ríes y vives». Daña
mirar tan inservibles corazones.

Ave

Pico de limón y garfio.
¿Por qué tan recelosa de lo humano?
Miro su testa curva y blanca, gris o parda
con laterales ojos avizores.
Se inquieta ante el supuesto daño
y en su soledad permanece taciturna y quieta.
Tragona; huraña; insolidaria.
Sobre la cúpula de la capilla:
vital, monjil veleta.
Cochina blanqueadora de tejados.
Movediza geometría
en aleteo vespertino y lento—
hacia el dudoso mar incierto.

Esta ave comedora de despojos
que a veces en la turbia agua del muelle
su curvatura flota,
o sobre una boya se mece—
es la gaviota.

Barca nerudiana

Barca, aunque tu quilla quebró el agua,
hoy varada permaneces
porque el tiempo imperturbable
pasa.

Mientras el patrón que estrenas
embadurna la comba a estribor de tu cadera,
evidencias en la rambla
tu suciedad destartalada.

Fíjate, hay a tu vera
hombres
que te ofrendan sus miradas
y palabras elogiando
tus venturosos días,
cuando volabas.

Ponte seria y vanidosa
porque trasciendes importancia
pese
a tu valor misérrimo en monedas,
a tu borda mordiscada
ya las ranuras cuchillos de luz—
que agrietan la curva de tu panza.

Sin toletes, sin timón…
pero con corazón y alma.

Residual barca en paz
que alimentas la esperanza
de tu casi mendigo nuevo dueño,
mereces aunque no pesques, aunque naufragues—
una oda nerudiana;
dada tu inevitable muerte
(si el patrón quisiera ver
vería que es evidente),
¿hallarás quién te la haga?

Calles

Calles, callejuelas tristes
en las que todo es vereda.
Encuentras la que no buscas
y buscas la que no encuentras.

Entra, tú, mira qué nombres:
Tránsito de las Ballenas,
Virgen de la Soledad,
el Callejón de las Fieras.

Si los quieres religiosos
hay Las Cruces y el Rosario;
belicoso: Artillería;
la Corrada es asturiano.

Calles trazadas por un
delineante loco que
tras reír su locura
innominado se fue.

Sube, baja, tuerce el pie
no hay iguales ni dos losas
ni dos casas. Con las nasas
no se cazan mariposas.

Callejuelas, callejones
de Cimadevilla,
que atenazáis corazones.

Cielo de los marinos

Está su cielo azul en la taberna.
Vino tinto se llama su Dios
desbrozador de telarañas—
porque es barato
y alivia no sólo las gargantas.
Un reguero de palabras
discurre sinovial
en términos marineros que se desalan.

En prosa y proa siempre el mar y lo marino:
mentirosos peces, ahítas nasas,
redes rotas por la plétora
y remo que no cía,
del este traidor la vela preñada,
el naufragio del 93, olas
y la fantasmagoría del heridor pez espada…—

Pleamar sin equinoccio en la taberna.
Traspuesta en rutinarios diálogos
violentos o remisos—
sube y baja la coloquial marea.
Con un cuchillo sin filo apenas
se dividiría el humano vaho
que flota que devala—
sobre las testas marineras.

Para que aviven el seso y despierten
pienso que necesitan
alguien que los oriente.

Desde el muelle

Aquí
el noray y la maroma
simulando inútil horca
él es hierro, ella soga—
Luego el bote al albedrío
del agua por la luz rota;
breves lomas de carbón
y pluralidad de boyas.

Cerca
remendadoras de redes
que sutiles trampas tejen;
culonas popas de barcos
solemnemente bautizados;
costillares de la grúa
quietos sobre una falúa.

Más allá,
borrosos por la bruma densa
los urbanos almacenes, tejados:
ásperos tinglados fabriles
y enhiestas chimeneas
de una brota improvisado
chorro de humo que aletea—

El moribundo día
deja caer el telón de sus párpados
en la móvil luz del agua.

Desdibújanse
nubes compactas que rasgan
postrimeras rojas vetas.

Sólo el vuelo en adiós de la gaviota
recelosa e insolidaria—
inquieta el apesadumbrado atardecer
La giba de Cimadevilla calla.

Biografía:

Luciano Castañón Fernández (Gijón, Asturias, España, 7 de abril de 1926-ib., 5 de enero de 1987) fue un escritor, investigador y futbolista español. Fue miembro del Instituto de Estudios Asturianos y codirector de la Gran Enciclopedia Asturiana junto a José Antonio Mases.

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