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Leopoldo Marechal

Poesía. Foto por Artsy Vibes en Unsplash

Foto por Artsy Vibes en Unsplash

Poemas:

Ídolo

Alfarero sobre el tapiz de los días,
¿con qué barro modelé tu garganta de ídolo
y tus piernas que se tuercen como arroyos?

Mi pulgar afinó tu vientre
más liso que la piel de los tambores nupciales.
He puesto cuerdas al arco nuevo de tu sonrisa
y engarcé dos noches en el sitio de tus ojos…

¡Ídolo de los alfareros!
Yo se que redondeas el cántaro de la mañana
y lo pintas de sol
y lo llenas con una luz rota de pájaros.
Ídolo de los alfareros
que se sientan sobre el tapiz de los días…

He quemado a tu pie
la madera fragante de mi palabra.
El viento no deshojó todavía
un tulipán de música más bonito que tu nombre.

¡Haz que maduren los frutos
y que la lluvia deje su país de llanto,

ídolo de los alfareros
que se sientan sobre el tapiz de los días!

Si no mis odios bailarán
sobre la tierra de tu carne…

Horóscopo

«Es la noche -dijiste- pon tu espejo
debajo de la almohada al acostarte
y en él verás, si sueñas, el reflejo
de la mujer que nunca ha de olvidarte.»

Llegó la noche al fin. Bajo la almohada,
recordándote, amada,
puse el cristal revelador. De suerte
que soñé con la muerte.

Canción

El Río de tu Sueño cantará el abecedario del agua.
Tendrá árboles, como llamas verdes
chisporroteando alondras;
y altos bambúes cazarán el girasol de las lunas
en el Río de tu Sueño que sólo tú remontas.

El alba será un loto que perfuma
la muerte de tus noches;
de picotear estrellas estarán ebrios tus pájaro-moscas.
Habrá remansos y un polen que hace dormir al viento
en el Río de tu Sueño que sólo tú remontas.

Con mi remo al hombro he visto zarpar cien días.
Mis hermanos pelarán la fruta del mundo, la más roja…
Con mi remo inútil, a lo largo de las noches,
busco el Río de tu Sueño que sólo tú remontas.

Canto de otras vidas

Silencio,
sangre de campanas muertas.
Llanto de las casas vacías
que imploran un retorno de niños…

Yo sé un canto sin nombre
que fructifica en el silencio.
Una canción de aquellas que soldaban tus párpados
cuando la lámpara florecía
en los aposentos mojados de sombra.

Entonces hubo dedos color de reloj
y un perfume de llantos antiguos en la ropa vetusta.

(Hay que tirar guijarros musicales
al fondo del silencio:
el silencio responde con su voz de agua muerta.)

¡Tus manos!
Veo tus manos desgarradas
en cinco tiras de cansancio.

¿En qué viejo episodio se gastaron tus dedos?
La vida fue un liviano cascabel en tus ropas
¡y has echado a rodar el juguete del mundo
yo no sé en qué mañana de libro con viñetas!

El cántaro vacío de tus ojos
ha mordido la fuente de algún sol en pañales…

(Todo está en el silencio
y en la fatiga de tus brazos.)

Una mañana tus ojos de Simbad arponearon el sol.
En madera profunda
tallaste el mascarón de un navío fantasma:
un mascarón de gestos petrificados
que mordió la carne frutal de aquel día sin nombre.

Entonces un mar sin leyendas
habló de tu origen a dioses color de esponja.

Y el viento no había pisoteado todas las distancias.
El viento niño rompió el juguete de tus Cantos
y hacía danzar en sus horcas
a los piratas de tu miedo…

¡Quién te dijo una noche que la muerte
sólo un tapiz de sueño era!

¡Quién te enseñó una noche de qué modo la vida
se acostaba en sus linos,
como tú, de pequeño,
cuando en los labios de tu madre
nacían llavines de música para tus ojos!

¡Quién te habló de la muerte
y de un retorno en caballos festivos!

(Yo sé un canto de abuelas;
el silencio responde…)

¡Tus pupilas
-amente fieles a la hoguera
que abrió incurables llagas en la noche de añil!

¡Qué vieron tus pupilas? ¿Qué vieron
la barba color hoja seca de los ancianos
t6rax de hombres adustos
hablaban un lenguaje aprendido en la boca del viento?

Una voz deshizo el collar de tu nombre,
una voz musical de nodriza recién castigada…

¡ Todo está en el silencio!
He ahí tus pasos amigos de una tierra sin edad.
Y la mujer a tu carne ceñida, igual que una ropa de llamas.
Y un amor traslúcido como el reír de los niños
que mataron pichones de alondra junto al Río Dios.

Todo está en el silencio
y en la fatiga de tus brazos.
Has roto la ventana de un Olimpo sin risas
y salieron los dioses en pantuflas
esgrimiendo sus rayos de juguete…

¡De qué metal será la palabra
que infantilice los labios del mundo!

¡Qué harás con tus manos de cinco tiras
en el puente de las noches, cazador sin sueño!

Yen el oeste un pájaro se alza:
con el pico enhebrado de música
viene cosiendo el traje de una edad.

Credo a la vida

Creo en la vida todopoderosa,
en la vida que es luz, fuerza y calor;
porque sabe del yunque y de la rosa
creo en la vida todopoderosa
y en su sagrado hijo, el buen Amor.

Tal vez nació cual el vehemente sueño
del numen de un espíritu genial;
brusca la senda, el porvenir risueño,
nació tal vez cual el vehemente sueño
de un apóstol que busca un ideal.

Padeció, la titán, bajo los yugos
de una falsa y mezquina religión;
veinte siglos se hicieron sus verdugos
y aun padece, titán, bajo sus yugos
esperando la luz de la razón.

Fue en la humana estultez crucificada;
murió en el templo y resurgió en la luz…
¡Y, desde allí, vendrá como una espada,
contra esa Fe que germino en la nada,
contra ese dios que enmascaro la cruz!

Creo en la carne que pecando sube,
creo en la Vida que es el Mal y el Bien;
la gota de agua del pantano es nube.
Creo en la carne que pecando sube
y en el Amor que es Dios.
¡Por siempre amén!

De la adolescente

Entre mujeres alta ya, la niña
quiere llamarse Viento.
Y el mundo es una rama que se dobla
casi junto a sus manos,
y la niña quisiera
tener filos de viento.

Pero no es hora, y ríe
ya entre mujeres alta:
sus dedos no soltaron todavía
el nudo de la guerra
ni su palabra inauguró en las vivas
regiones de dolor, campos de gozo.
Su boca está cerrada
junto a las grandes aguas.

Y dicen los varones:
«Elogios impacientes la maduran:
cuando se llame Viento
nos tocará su mano
repleta de castigos.»

Y las mujeres dicen:
«Nadie quebró su risa:
maneras de rayar le enseñaron los días.»

La niña entre alabanzas amanece:
cantado es su verdor,
increíble su muerte.

De la soledad

Desatado de guerras,
oigo cantar mi viento.

Yo recogí mi corazón perdido
sobre la muchedumbre de las aguas.
Yo soy un desertor entre las huestes
que asaltaron el día.

Bellos como las armas relucen mis amigos:
desde los pechos al talón se visten
con el metal de la violencia.
Ellos imponen su color al mundo,
le arrojan la pedrada del boyero
y atizan el ardor de sus caballos,
para que no se duerma.

Como la espada cortan mis amigos:
bajo su peso tiemblan
las rodillas del día.

Mi corazón no tiene filos de segador:
yo no encendí banderas ni encabrité mi sombra.
No sé lanzarme, recogido y fuerte,
como la piedra del boyero.
¡Ay, negrean los días,
y es tangible su miel!
Sobre su tiempo bailan mis amigos.
¡Quién supiera bailar sobre las uvas,
ágil en la dureza,
bello como las armas!

Algo hay en mí que pesa de maduro,
grita su madurez, pide su muerte:
se derrumba, total, como la sombra
que nace del verdor.
Mi viento desaté sobre mi tierra,
volvióse contra mí toda mi llama:
podado con mi hierro, nutrido de cenizas
creció mi corazón hasta su otoño.
¡Ay, grosura de otoño
quiere ser mi congoja,
y dispersión de mar enriquecido!

Si a mi madura soledad entraras,
amiga, por el puente de las voces,
y pudieras, amigo, sofrenar tu caballo
debajo de mi sombra,
tal vez el manso día no cayese
doblando la rodilla
ni el mundo reclamara la piedra del boyero.
(Desierto está el camino de las voces,
sin freno los caballos.)

Una ciudad a mi costado nace:
su infancia es paralela de la mía y retoza
más allá de mi muerte.

Herreros musicales inventan la ciudad,
afirman su riñón, calzan su pie:
¡baila desnuda al son de sus martillos
la edad de los herreros!

Yel corazón de la ciudad se forja
con el puro metal de las mujeres,
y sobre los metales castigados
es bella y sin piedad esta mañana.

Pero los niños ríen de espaldas a la tierra
o en la margen del gozo:
conspiran bajo el sol de los herreros
para que tenga un alma la ciudad.

De Sophía

Entre los bailarines y su danza
la vi cruzar, a mediodía, el huerto,
sola como la voz en el desierto,
pura como la recta de una lanza.

Su idioma era una flor en la balanza:
justo en la cifra, en el regalo cierto;
y su hermosura un territorio abierto
a la segura bienaventuranza.

Nadie la vio llegar: entre violines
festejaban oscuros bailarines
la navidad del fuego y del retoño.

¡Ay, sólo yo la he visto a mediodía!
Desnuda estaba y al Pasar decía:
“Mi señor tiene Un prado sin otoño”.

Del amor navegante

Porque no está el Amado en el Amante
Ni el Amante reposa en el Amado,
Tiende Amor su velamen castigado
Y afronta el ceño de la mar tonante.

Llora el Amor en su navío errante
Y a la tormenta libra su cuidado,
Porque son dos: Amante desterrado
Y Amado con perfil de navegante.

Si fuesen uno, Amor, no existiría
Ni llanto ni bajel ni lejanía,
Sino la beatitud de la azucena.

¡Oh amor sin remo, en la Unidad gozosa!
¡Oh círculo apretado de la rosa!
Con el número Dos nace la pena.

Biografía:

Leopoldo Marechal (Ciudad de Buenos Aires, Argentina; 11 de junio de 1900-Ibidem; 26 de junio de 1970) fue un poeta, dramaturgo, novelista y ensayista argentino, autor de Adán Buenosayres, una de las novelas más importantes de la literatura argentina del siglo XX.

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