Poesía de Argentina
Poemas de León Benarós
León Benarós (Villa Mercedes, 6 de febrero de 1915-Buenos Aires, 25 de agosto de 2012) fue un poeta, historiador, abogado, folklorista, crítico de arte y pintor argentino. En la faz literaria pertenece a la llamada Generación del 40.
Ruidos Nocturnos
Tristes maderas, vidrios o sufrientes herrajes,
anillos, foscas piedras, caracoles marinos,
lamentan en la noche sus contrarios destinos
y buscan sus orígenes, extraños y salvajes.
Entonces suben himnos ocultos, homenajes
donde los mares lloran. Y sollozan los pinos
por humilladas mesas y estantes anodinos,
cruelmente separados de troncos y ramajes.
Y un motín de murmullos eleva sus clamores
de sospechosos y altos, graves aparadores,
y de crujientes cómodas y muebles taciturnos.
Y con el alba tímida, súbitamente callan.
Y de nuevo en las sombras, en su lamento estallan,
y la palabra inician con los ruidos nocturnos.
LA TEMPRANERA
Eras
la tempranera,
niña primera, amanecida flor.
Suave
rosa, galana,
la más bonita tucumana.
Frente
de adolescente,
gentil milagro de tu trigueña piel.
Negros
ojos sinceros,
paloma tibia de Monteros.
Al bailar esta zamba fue
que, rendido, te amé.
Eras,
mi tempranera
de mis arrestos prisionera.
Mía
yo te sabía
cuando, por fin, te coroné.
Era
la primavera
la pregonera del delicado amor.
Lloro
amargamente
aquel romance adolescente.
Dura
tristeza oscura,
frágil amor que no supe retener.
Oye,
paloma mía,
esta tristísima elegía…
Al bailar esta zamba fue
que, rendido, te amé.
Eras,
mi tempranera
de mis arrestos prisionera.
Mía
yo te sabía
cuando, por fin, te coroné
AROLAS
Le dio un fuelle su bautizo.
Era de esa muchachada
que entre taquito y sentada,
sacaba viruta al piso.
Del tango hizo lo que quiso;
por él cantaron las violas,
por él lloraron a solas….
Pido atención, compañeros;
a sacarse los sombreros:
¡estoy hablando de Arolas!
Espigado y palidón,
de pantalón orillero
a lo cantor el sombrero
y el tango en el corazón,
se metió en el bandoneón
del boliche de la esquina
y, a un compás de chamuchina,
sobre pisos encerados
vio brillar los charolados
con caña de gabardina.
Si algún organito añejo
pasa por el arrabal
o alguien silba, bien o mal,
el tango Derecho viejo,
nos estremece el pellejo
su responso milonguero
y un réquiem arrabalero
tirita en las calles solas:
es que rezan por Arolas
y hay que sacarse el sombrero.
Tierra
Ella nos dice la palabra viva,
nos guía por un rumbo iluminado
y nos muestra el camino señalado
para la perfección definitiva.
Para su mundo de laurel y oliva,
para su pobre mundo ensangrentado
va, puro y redimido de pecado,
el triste corazón, a la deriva.
Ella nos amortaja con su veste.
Su oscuro reino de milagro y cieno
abarca Norte, Sur, Este y Oeste.
Nos da la clave de lo ultraterreno,
el signo impar, el número celeste
para que regresemos a su seno.
Los árboles
Dioses callados, huéspedes dichosos,
trofeos, enterrados homenajes,
desde sus días altos y salvajes
al sol se orientan, de su beso ansiosos.
Ramos les dan los días misteriosos
y una embriaguez total, en verde encaje,
les cuelga de los vívidos ramajes
flores de perfección, frutos hermosos.
Felices ellos, pues que su porfía
de cárcel vertical, en las serenas
tardes es fiel al rito de su día.
Pero yo, extraño de hábitos y penas,
¿qué luz he de poder decir que es mía,
inmóvil de presagios y cadenas?
Ay, tiempo…
Ay, tiempo, que nos reduces
nos menguas y simplificas
y en el lecho de la Nada
nos tiendes y sacrificas.
¿Sucesion interminable
o inmovil eternidad?
Nos mides y nos señalas
la hora de la verdad.
Si alguna piedad te queda
convencenos de volver.
Concedenos un instante
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