Poemas:
ILLIMANI
Illimani, gran dios,
fortaleza de nieve, de huesos de piedra.
Con mi aliento empujo las nubes que te cubren
y yo, yo te saludo, cada amanecer.
De la inmensa llanura te contemplo
y mis ojos se queman en el fuego de tus nieves,
fatigado miro tu alta, tu alta cima,
Señor de los ayllus, Amauta de blanquísimo manto.
El Sol, al aparecer por el oriente
adora primero tu cumbre helada
y cuando muere en el occidente
con sus pestañas en que el oro tiembla te cubre de sangrienta luz.
La Luna silente con su rostro suave de ñusta
noche a noche te mira enamorada ¡oh gran dios!
Las estrellas con sus pestañas de plata
abren y cierran los ojos, bellamente, por ti.
Los torrentes que bajan lanzándose por abismos,
los grandes ríos que calladamente avanzan,
son nada más que tus lágrimas, tu llanto;
retorciéndose como serpientes plateadas
pronuncian tu nombre con su incierto vocerío.
Illimani, poderoso dios
el que blande el rayo de oro
y con su trueno esparce las tormentas de nieve;
tú fuiste, con el Illanpu,
quien puso la luz en los hombres antiguos,
quien alimentó su fuerza.
Por eso hicieron de la piedra, barro,
y modelando la roca con sus manos levantaron las fortalezas.
Illimani, poderoso dios, señor de todos los dioses montañas
que tu nieve brille
en nuestras cabezas pensantes,
que tu nieve descienda
de nuestro corazón a lo profundo
para que podamos ser hombre unidos
de vidas hermosas que no ofendan.
Tú eres, gran Señor,
quien dispone el invierno y el verano;
mirándote a ti, el hombre desfalleciente,
recobra la vida y trabaja.
Las negras nubes henchidas que respiras
vierten la lluvia fecundante;
el viento, el río, la nevada, el rocío,
nacen de tu aliento.
Las tres cimas, las agujas en que tu nieve acaba,
son el reposo de los cóndores,
y de tu corazón de rocas impenetrables
nacen los pumas.
De todo ser viviente
el principio, la semilla elemental,
el amor creante, amado, el germinal arquetipo
en tu honda entraña duermen viviente sueño.
Por eso los hombres de todos los ayllus
cada menguante, cada plenilunio,
vienen a ofrecerte la coca sagrada,
el regocijo, la imploración de sus corazones.
Illimani, poderoso dios,
fortaleza de nieve de huesos de piedra,
en tu cumbre ha de erguirse
el hombre elegido, el excelso, que renovará el mundo.
El canto de su clarín marino
despertará a los pueblos,
y un río de sangre caminará,
se extenderá por la faz de la tierra.
El mismo sol tendrá vergüenza
al ver la masacre humana
y la Luna acongojada
se ocultará tras la nube tenebrosa.
Fin tendrá el bélico conflicto
cuando rueden muchos años;
después los hombres en acuerdo
nueva organización se darán.
Se delimitarán las regiones
con más precisión y justicia
y los gobernantes serán
hombres de justa selección.
Los gobernantes deben ser
patriarcas de verdad,
que con sutileza ausculten
y dirijan a sus pueblos.
Deben gobernar los pueblos,
doquiera que fuera, los ancianos
de prestigio, los de experiencia,
nunca los que no la tienen.
Bondad y talento posean
los gobernantes todos
y la existencia humana sea
mazorca de maíz de apretados granos.
Illimani, gran espejo de plata,
para la eternidad con tu luz
el corazón del hombre alumbra
que vaya al bien, siempre, a la hermosa vida.
Nosotros contemplamos, todos
cómo de la nieve formas el agua y la repartes
a las tierras de todas las regiones,
cómo apagas la sed del mundo.
Así la tierra debiera ser repartida
a cada hombre, a cada criatura,
para que el odio no exista,
el odio del rico y el odio del pobre.
Y advenido ese día, Illimani,
en tu alta cima una estrella giradora
dando vueltas, dando vueltas, brillará
y tus nieves impolutas
al universo darán luz.
PUMA
Tiznado gato crío de la niebla
Airada fiera, garra de piedra
Deambulas por los cerros
Cabizbajo por la nieve
Acechando con furor
Barres la niebla
Laceando con tu rabo
Lías montañas
Espinos filudos tus bigotes
Al sol deslumbran, relucientes
Candente brasa tu lengua
Se relame por sangre
Grácil felino de los Apus
Venerado crío
¿Deambulas hambriento
Rastreando una presa?
Ven y prueba
Mi desgarrado corazón,
Reposa en mi pecho
Aplasta mis penas
Con tus garras
(que rasguñan piedras)
Trenza mis nervios
Y adorméceme pronto
Para no padecer pesares
AFLICCIONES DE UN DESDICHADO
Pajarraco nocturno
Avecilla del alba
¿Qué es lo que presagias
En tu canto triste?
Si ya murió mi padre
Si ya partió mi madre
Por qué vas pregonando
La cercanía fatal
De nefastos nubarrones
El desembalse feraz
De la lluvia de lágrimas
Sanguinarios matarifes
Se llevaron a mi padre
El viento de la muerte, el de gélido soplo
Me arrebató a mi madre
De la noche a la mañana
Surgimos ocho párvulos
Que chillando sin fin
Clamaban por sus padres
Y al otro lado
Del río del llanto, arreados
Por la gélida brisa, los críos
Nos apiñamos allí
Para el júbilo de los infames
En el fragor de la tormenta
El mayor de los hermanos
A cada cual nos revivía
Con bocanadas de calor
Ahora también él se desvaneció
Embebido por las tinieblas de la muerte
Tan sólo ambulamos siete:
Apoyados unos
En la fuerza de otros
Oh pajarillo de las laderas
Tristísimo cantor del día y la noche
¿Qué has de contarme hoy?
¿Agoniza, tal vez, mi gemelo
Se desgrana quizás
Cual tierno choclo?
¿Me olvidarías?
Ese tu duro corazón
Pedrusco remojado por mi llanto
Tibio nido fue para mí
En el frío, en el viento
A la sombra de tus pestañas
Dejé reposar mi vida,
Y de tus labios tintos
Sorbí la sangre nutricia
¿Olvidarías a tu amor
Al que mora en el limbo
/de tus ojos,
Segarías tu corazón
Despedazando el mío?
Biografía:
Andrés Alencastre Gutiérrez, conocido también como Kilku Warak’a, nació en 1909 en la apacible Parq’o, a orillas del lago Langui, Perú. Su vida, marcada por la tragedia y la rebeldía, se entrelaza con la poesía quechua y española que fluía como ríos en su ser. Aprendió entre las sombras de las montañas, sus versos resonando con la naturaleza y el amor.
Graduado en educación, trazó caminos literarios con huaynos y obras teatrales que encantaron las comunidades quechuas. José María Arguedas lo aclamó como el coloso del quechua en el siglo XX. Su legado poético trasciende, aunque su vida se apague trágicamente en 1984, en Pacobamba. Kilku Warak’a, un faro de luz entre los páramos, sigue iluminando la riqueza lingüística y la esencia andina con sus Taki parwa y la lluvia de sangre, Yawar para.
Su fusil se tornó pluma, sus palabras trascienden los Andes, y su memoria persiste como un canto eterno en la vastedad de la literatura quechua. Su obra, entre la poesía en quechua y la lingüística, es un testamento de la riqueza cultural y la resistencia que perdura más allá del tiempo. Kilku Warak’a, poeta, maestro, y voz de las alturas, sigue resonando en el alma de los Andes.