Poesía de España
Poemas de Julio Martínez Mesanza
Julio Martínez Mesanza (Madrid; 14 de septiembre de 1955), poeta español y traductor de literatura italiana.
Arco
Cada flecha es un día. Tiene un punto
cercano al sol, y luego, exhausta, baja.
El arco que dispara tanta flecha
pudiera ser la vida. Si quebrara
su duro nervio, el ansia moriría.
De amicitia
A José del Río Mons
Si tuviese al justo de enemigo,
sería la justicia mi enemiga.
A tu lado en el campo victorioso
y junto a ti estaré cuando el fracaso.
Tus palabras tendrán tumba en mi oído.
Celebraré el primero tu alegría.
Aunque el fraude mi espada no consienta,
engañaremos juntos si te place.
Saquearemos juntos si lo quieres,
aunque mucho la sangre me repugne.
Tus rivales ya son rivales míos:
mañana el mar inmenso nos espera.
Egisto
Aquel que no merece luz ni casa,
que antes de haber nacido ya ha pecado.
Aquel que miente y sobrevive en vela,
que ama a la esposa del mejor guerrero.
El triste. Aquel que no es feliz ni hermoso.
Aquel que usurpa, Egipto, aquel, la sombra.
La derrota
A Abelardo y Marie-Christine
Tuve una amarga cita en Muros Negros.
El Maligno quería mi cabeza,
y yo cerrar su boca para siempre.
Fui con todas mis armas a su encuentro.
Cuando pasaba por las negras calles
las gentes del comercio me insultaban.
Esperé más de un año, y se reían
al verme inmóvil en la plaza inmensa.
Diariamente bardajes y banqueros
cumplían su papel contra natura
y la prensa alentaba todo fraude.
Ninguna cruz había en esa plaza
donde la corrupción se subastaba
por medio de la imagen y el sonido.
El torpe imitador jamás venía,
y yo era como estatua en la que orinan
los perros y defecan las palomas.
Malvendí mi armadura y los arreos
para pagar las deudas contraídas
con los proveedores de cebada
y dejar la ciudad abominable.
Entonces proclamaron mi derrota
y el pacífico triunfo del Falsario.
Su sutil ironía fue ensalzada
junto a la fortaleza de sus leyes.
Medio dormido sobre mi montura
cabalgo por un bosque de ahorcados,
mientras me alejo de los negros muros.
No sé dónde serán las otras citas.
Le ruego a Dios que me conceda fuerzas
y combatir de frente al enemigo.
Es poder una torre sobre rocas…
A Luis Alberto de Cuenca
Es poder una torre sobre rocas
cuyo interior adornan ricas telas
e inscripciones de anales y de leyes.
Una torre que guarda los despojos
de solares y eternas dinastías.
Tiene el poder severos escenarios
e implacables sirvientes silenciosos.
Poder arroja infamia sobre el tibio
y no acepta en su guardia a los neutrales.
Tiene la torre normas que el profano
no comprende y desprecia torpemente.
Poder cierra la boca al arbitrista
y hace que el cuerdo abrevie su discurso.
Es poder una torre sobre un yermo
cuyo exterior el tiempo hizo terrible.
La torre y los cerdos
Arriba, donde reza la doncella,
todo el día es de día; abajo, donde
viven los cerdos, es siempre de noche.
Hay criados que conocen ambos mundos,
pues tienen que subir todos los días
para servir a la doncella orante.
Otros, los que alimentan a los cerdos,
pierden la vista paulatinamente,
y lo mismo sucede con los cerdos,
incluso algunos nacen ya sin ojos.
En tiempo de matanza la doncella
sueña con un inmenso mar de sangre
al que se asoman altos promontorios
formados por los huesos de los cerdos,
y sueña que uno de esos cerdos ciegos
la empuja y contra el rojo mar la estrella.
Esto sucede arriba de la torre,
desde la que se ve una tierra inculta
cruzada por acequias desecadas
y cerrada por anchos y altos setos.
Unas lomas impiden que la torre
se vea desde lejos, y el viajero
que ahora llega sólo puede verla
cuando su enorme sombra lo amenaza.
Limpiará muchos años las pocilgas
y vivirá la vida de los siervos:
el promiscuo placer y la torpeza
del vino, y su lenguaje serán gritos
y blasfemias y en viles altercados
se verá envuelto, y perderá su nombre.
Un día encontrará una cruz tirada
entre los excrementos de los cerdos,
una pequeña cruz labrada en oro,
que ocultará supersticiosamente
ya la que llevará siempre su mano
antes de hacer un rápido remedo
de señal de la cruz, para escudarse
ante un peligro o dar a la conciencia
una tregua después de la caída.
Pasado el tiempo, no tendrá memoria
del error que lo trajo a las pocilgas,
ni de por qué vagaba por los campos
buscando no se sabe bien qué cosas.
Los prisioneros
A Lorenzo Martín del Burgo
Él era de una raza de gigantes.
Mirábamos sus ojos, y su orgullo
nos sojuzgaba. Mucho ponderamos
su grandeza de espíritu, su forma
de arrastrar las cadenas en la jaula.
Era la dignidad y lo inasible,
un astro en torno al cual todo giraba.
Cuando fue deportado, nuestras vidas
perdieron su más clara referencia:
allí permanecía aquella jaula,
pero sin nuestro superior trofeo,
y el tiempo en el cuartel se hizo insufrible.
En vano organizarnos correrías,
saqueos sistemáticos y asaltos
por sorpresa; fue inútil disfrazarnos
con harapos y entrar en las ciudades
del enemigo y practicar secuestros:
ningún botín podía devolvernos
la confianza perdida y la victoria
dejó de ser hermosa y el combate
se convirtió en oficio de asesinos.
Vemos la noche desde nuestra jaula
y nos imaginamos yermas lunas
más lejos cada vez unas de otras
y un sol sólo ceniza a la deriva
del que también se alejan esas lunas.
Entonces la traición de nuestros jefes
y todos nuestros crímenes no importan;
aunque tarde, aprendemos la renuncia
y viene a consolarnos el desprecio.
Tartaria
Cuando a mi estéril corazón me vuelvo,
por las eternas dudas asolado,
pienso en Tartaria, en gélidos desiertos,
y una sombra comienza a tomar forma
y una forma se encarna lentamente,
mientras mi débil voluntad conquista.
Desde entonces que el jinete eterno,
a quien turban inmensas lejanías,
lleno de desazón, se ponga en marcha.
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