Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Julio José Leite

Julio José Leite (Ushuaia, Tierra del Fuego, 1957) fue un poeta argentino. Publicó los poemarios Cruda poesía fueguina (1986), Primeros fuegos (1988), Edad sol (1990, en coautoría con el poeta Oscar Barrionuevo), Bichitos de luz (1994), De límites y militancias (1996), Aceite humano (1997), Piedrapalabra (2003), Breve tratado sobre la lágrima(2009) e Invocación (2011). Poemas suyos han sido incluidos en diversas obras y antologías, entre ellas: Segunda antología fueguina (1987), Literatura fueguina 1975-1995. Panorama (1998) de Roberto Santana, Cantando en la casa del viento. Poetas de Tierra del Fuego (2001 y 2015) de Niní Bernardello, y en el Libro de lectura del Bicentenario (Secundaria I) (2010) publicado por el Ministerio de Educación y Deportes (Argentina).

Brindis

Cuando me caigan
las lágrimas,
seguro que el papel
que sostiene
estas palabras
llorará pescaditos de tinta,
que a tristes coletazos
remontarán la meseta
de esta mesa
y escama por escama
construirán el río,
—pongámosle un nombre—
olvido.
Y allí deshojarán
pececitos de luz…
Salud,
en esta ginebra
me bebo un cardumen de vida
y lloro.

Yo mesa

En ésta,
mi memoria de árbol,
a pesar de la tortura
de la sierra
y del darme cuenta
que al caer
el cielo se me iba
para siempre,
me han quedado
ráfagas de nidos,
chisporroteos, digo,
que confundo
con viruta y garlopa
—lágrimas de madera—.
Pues bien,
ahora mi altura
se dispersa
en esta sala
de frondosas copas
que se posan
sobre la llanura
redonda de mi tabla.
He aguantado también
como mesa digna
el sueño delgado,
el sueño fértil
como vega,
sutil
de tanta rabia y amor
gatuno de acechanza.

Yo mesa,
madera elaborada,
antes árbol,
he aguantado
el diluvio del amor;
soy el Caleuche
y tengo ojos,
astillitas que miran,
y tengo niños
que aún se encaraman
por mis ramas,
poetas, músicos, chamanes,
pájaros tengo
que me habitan
y en mi casa,
en la casa del Carlos,
soy mesa, soy árbol
y vuelvo a tener cielos.

Reflexiones de un náufrago

El corazón
es la isla
más antigua y sola,
los peces de siempre
lloran por ella
y en vez de salvarla
le dan
su condición
de isla.

Mar sin Ana

Todo se mueve,
el cielo se estira,
se achica,
se anuba…
el mar no descansa,
sus negros,
sus verdes,
sus azules
se mezclan
en espuma de espera.
—Soledad salada
como estas lágrimas—
la plataforma se mueve…
Sólo mi corazón
está callado…
duerme un beso tuyo.

Yarken

Cuando sólo era un peñasco
prominencia oscura
y siempre,
monotonía
recortando el cielo.
Cuando la sal
y las gaviotas
no perdonaban
mi antipáramo
y competía yo
con graznidos de roca,
con rugidos
más salados y constantes,
cuando el abandono
de las algas,
cuando la falta
de quillangos,
cuando la impertinencia
de los vientos,
cuando ya no daba más,
Ana,
cuando ya no daba más,
encontré
tu cántaro de luz.

Reflexión

Al mirar
que nos queda
ese gris horizonte
de galpones,
con sus techos
de victoria invertida
avergonzando al río,
me pregunto
qué se han hecho
las ilusiones
de este niño
que nunca quiso
remontar un barrilete
por respeto al viento.

Manifiesto

No creo en los grandes
hacendados de la poesía,
en los latifundistas de la tinta.
Creo
en el ovejero de las letras,
que con los perros rigurosos
de las situaciones cotidianas
van transhumantes
con su piño de ideas
afrontando cuero al cielo
la palabra,
para darnos abrigo.
Ellos son los que saben
que no es cuestión
de esperar la esperanza,
sino de ganarla.
Los arquitectos de la literatura
que sigan con sus escuadras,
compases y balanzas.
Nosotros,
—peones constantes—
a fuerza de imagen
construiremos
la justa casa del hombre.

Sabotaje

Yo soñaba
con peces para todos,
por eso,
ante la contienda
desigual,
piedras tiraba
al espejo del agua.

Marina

Madre,
tu gran ojo
de cíclope gatuno
me incita
a abrazarte
con su guiño
de pestañas albinas.