Poemas:
Máscaras
No hay un pintor que sin defecto encuadre
la vida y nos la muestre, porque toda
paleta de otros siglos, o a la moda,
no sirve… ¿Ha de llegar la noble madre
de cuyo parto brotará la ciencia
que ha de entregarnos lo que nadie pudo,
de cascabeles y antifaz desnudo,
el payaso genial de la existencia?
¿Pero conviene que algún ser descorra
la mentira, mostrando lo que existe,
en el fondo, tal vez de justo, para
herirnos? La verdad lo bello borra,
y el carnaval humano sería triste
sin el encanto de la doble cara.
Ruego
Ni tú me esperarás. Ni yo he de ir.
Estás en lo escondido
de tu hiedra de cielo, tan lejano,
que hasta tu rostro
no podrá la muerte
alzarme en su marea.
Condenado a seguir desde la orilla
a los que ascienden hasta ti. Mi sombra
da su presencia en el movible mundo.
Apenas sube en luz. Otra vez sombra.
Tal vez no quieras que yo llegue. El campo
aguarda en flor de muertos, mi ternura.
Sobre los infinitos lirios echaré
mi corazón de hombre. Déjame ser lluvia.
Déjame como niebla ligera
por los caminos.
Seré danza de estío para la rosa débil,
como labio de arroyo para la orilla oscura.
Estarán junto a ti los que amaron la vida
y los que la encendieron en heroicos espejos,
los que en duro ejercicio moldearon
el umbral en que se echan perros fieles.
Muerto aún amo la tierra. Despertando
del pecho de una muerta está mi infancia.
Intimo, hundirme
en el enjambre eterno.
Renacer en los ojos de los bueyes.
Con el rojo mastín
ladrar antiguamente a los viajeros
que llegan hasta el humo de las chozas.
¿Qué he de hacer yo en tu fiesta de elegidos?
Mi corazón es pájaro de agua
de tus copiosas venas de la tierra.
Piensa en un vuelo más que se ha extraviado.
Ni tú me esperarás. Ni yo he de ir.
Haz de mi muerte lluvia. Échala al campo.
Árbol
Árbol, yo ya sabia que eras hermano mío.
Hacia los cielos vamos en claro florecer…
Y tus ramas audaces, hallaron el rocío
en el cristal y el ámbar, luz de mi amanecer…
¡Árbol, yo ya sabia que eras hermano mío!
En ti hay, a momentos, más pájaros que hojas
y eres en primavera mágico surtidor.
Y en mí, ¡qué profusión de rosas, blancas, rojas,
y qué acento en mi lírico manantial interior!
Los dos brindamos, árbol, savia joven y nueva.
Y por nosotros corre un idéntico río
de emoción, y sabemos en las nieves de prueba
aguardar libremente el calor de otro estío.
Hacia lo azul, el mismo impulso azul nos lleva…
Árbol, yo ya sabía que eras hermano mío.
Tierna palabra
Tierna palabra de olvidado día
llegas a mí por nubes de entresueño,
y me vuelvo a sentir, dulce y pequeño,
abriendo con tu llave, el alma mía.
Ves como asciende por la tarde fría,
convertido en paloma, el turbio ceño
que en mi frente, al partir, me dejó el sueño
y palomas van en romería.
Tornas palabra a darme la dulzura
de mi madre; en la plácida tutela
la noche me era larga. Vienes
a convertir mi llanto en agua pura.
Hoy otra vez estás conmigo y vuela
tu mano entre el otoño de mis sienes.
Biografía:
Julio J. Casal, nacido en Montevideo el 18 de junio de 1889, fue un poeta, editor y crítico literario uruguayo, cuya vida y obra dejaron una huella indeleble en la literatura hispanoamericana. Hijo de Eusebio Casal Aguilar y Josefa Ricordi, su carrera comenzó a perfilarse en el ámbito diplomático, al desempeñarse como cónsul en La Rochelle, Francia, y en La Coruña, Galicia, desde 1909 hasta 1927. Fue durante esos años en Europa donde su visión artística y literaria se fue nutriendo de las corrientes más vanguardistas, como el ultraísmo, que más tarde influenciaría gran parte de su obra.
A su regreso a Montevideo, Julio J. Casal no solo se dedicó a la poesía, sino que también se convirtió en un incansable promotor de las artes y las letras. Fundó en 1923 la revista Alfar, primero en La Coruña y luego en Montevideo, un espacio que reunió a algunos de los más grandes nombres de la literatura y el arte de su tiempo: Federico García Lorca, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, Gabriela Mistral, Antonio Machado y muchos otros. Alfar se transformó en un faro cultural, uniendo a poetas, escritores y artistas en un diálogo creativo que trascendió fronteras. Casal no solo dirigió la revista, sino que se ocupó de su diagramación, armado y contenido, dedicando su vida a la difusión del pensamiento literario.
La obra poética de Julio J. Casal abarca desde sus primeros poemarios, como Regrets (1910) y Cielos y Llanuras (1914), hasta publicaciones tardías como Distante álamo (1956), que fue editada póstumamente. Su estilo, a la vez sencillo y profundo, evoca las vastas llanuras de su tierra y el anhelo espiritual que recorre sus versos. En su libro Exposición de la poesía uruguaya desde sus Orígenes hasta 1940, Casal realizó una exhaustiva antología que se constituyó como una obra de referencia fundamental para la historia de la poesía en Uruguay.
Amigo cercano de Rafael Barradas, Casal también dedicó un ensayo a la vida y obra del pintor, revelando su estrecha conexión con las artes visuales. A través de su carrera, mantuvo siempre una mirada crítica y reflexiva sobre el arte y la vida, afirmando con convicción que “no hay más realidad que el espíritu ni otra patria que la vida”.
Julio J. Casal falleció en Montevideo el 7 de diciembre de 1954, dejando un legado que trasciende su tiempo. Su poesía, cargada de imágenes líricas y de un hondo sentido humanista, sigue resonando en quienes buscan, en sus versos, una comprensión más profunda de la existencia. Como editor, su labor en Alfar marcó una época de efervescencia literaria, y como poeta, su voz se mantiene viva en las letras uruguayas.