Poemas:
Vanidad de vanidades
¡Infeliz del que busca en la apariencia
la dicha, y en la efímera alabanza,
y muda de opinión con la mudanza
de la versátil, pública conciencia!
El presente es su sola providencia;
cede al soplo del viento que le lanza
al bien sin fe y al mal sin esperanza;
que en errar con el mundo está su ciencia.
¡Y feliz el varón independiente
que, libre de mundana servidumbre,
aspira entre dolor y pesadumbre
a la eterna verdad, no a la presente,
conociendo que el mundo y sus verdades
son sólo vanidad de vanidades!
Yo vi del rojo sol…
Yo vi del rojo sol la luz serena
turbarse y que en un punto desaparece
su alegre faz, y en torno se oscurece
el cielo, con tiniebla de horror llena.
El Austro proceloso airado suena,
crece su furia, y la tormenta crece,
y en los hombros de Atlante se estremece
el alto Olimpo, y con espanto truena.
Mas luego vi romperse el negro velo
deshecho en agua, y a su luz primera
restituirse alegre el claro día.
Y de nuevo esplendor ornado el cielo
miré, y dije: ¿Quién sabe si le espera
igual mudanza a la fortuna mía?
Te quiero
Te quiero, sí, porque eres inocente,
Porque eres pura, cual la flor temprana
Que abre su cáliz fresco á la mañana
Y exhala en torno delicioso olor.
Flor virginal que el sol no ha marchitado,
Cuyo tallo gentil se eleva erguido,
Por matutino céfiro mecido
Que besa puro la aromada flor.
Te quiero, si; pero en mi pecho yerto
Ya con amor el corazón no late,
Ay! ni mi frente pálida se abate
Al contemplar tu cuello de marfil;
Pero te quiero como á aquella tierna
Hija de mi alma que inocente ahora;
En el regazo de su madre llora
Tal vez la pena que soñó infantil.
No dejaré que veleidoso vague
De flor en flor mi loco pensamiento;
Mas también la amistad tiene un acento;
Tu amigo soy : amigo cantaré.
¡Feliz tú! ¡ feliz yo! mis largos años
Cuentan dos veces lo que tú has vivido:
Tú el aguijón de amor aun no has sentido;
Yo ya de amor el aguijón gasté.
El fuego brilla en tus abiertos ojos,
Pero no hará reverberar los míos:
Tu blando acento en mis oídos fríos
Rápido vibra y piérdese al caer:
Y si entrecubre el párpado bruñido
Tu dilatada lúcida pupila,
Mi mirada pacífica, tranquila,
Admira el ángel, nunca la mujer.
Tal vez anima tu semblante puro
Con gracia celestial vaga sonrisa,
Como se anima al soplo de la brisa
El terso lago en tímido vaivén;
Y tu inefable sonreír de ángel
Al corazón arrancará un suspiro;
Mas yo impasible tu sonrisa miro, —
Y mirára impasible tu desden.
¿Á quién sirve en el árido desierto
De ruiseñor armónico el gorjeo?
¿ Á quién dará su música recreo,
Si todo en torno es yermo y orfandad?
¿Y qué valen tu gracia y tu hermosura,
Y tu lágrima amiga y tu plegaria, —
Cuando mi alma cansada, solitaria,
Está absorta en su propia soledad?
¡Estéril soledad do todo muere,
Que llevo yo do quier conmigo mismo,
Que, cual potente mar, torna en abismo,
Y á sí asimila cuanto en ella cae! ,
Ya para mí la brisa no levanta
El mar de las pasiones: está en calma:
Al estéril desierto de mi alma
Solo la arena sus mudanzas trae.
Volcán extinto soy, ceniza fría,
Que humedeció el dolor. Lee lo que escribo :
Tu mirada de fuego yo no esquivo,
Que la chispa, al caer se apagará.
¡Lee lo que escribo! Algún futuro día
Dirás : Él fue amigo: á mas no alcanza
Ya mi ambición: mi tímida esperanza
No de amistad el linde salvará.
Pero tu suerte, ¡hermosa flor! tu suerte,
Sí, quisiera labrar y tu ventura;
Eres hermosa: el crimen de hermosura
Persigue el hombre sin piedad aquí. —
Flor descuidada que a la brisa ondeas,
El gusano te asecha en torno andando,
El diente aguza, y en el tallo blando…
¡Oh. Dios! buen Dios! apártale de allí!
Tú la hiciste, ¡ Señor, no la abandones!
Tú de gracia, de amor tú la vestiste,
Cuídala ahora: el enemigo existe,
Desnudo de virtud y de piedad;
No le permitas deshojar tu lirio!
¡Ay! ni en el cáliz exhalar su aliento:
¡Ay! ni permitas que enemigo viento
Aje tu linda flor, ¡Dios de bondad!
A la mudanza de la fortuna
Yo vi del rojo sol la luz serena
turbarse y que en un punto desparece
su alegre faz, y en torno se oscurece
el cielo, con tiniebla de horror llena.
El Austro proceloso airado suena,
crece su furia, y la tormenta crece,
y en los hombros d e Atlante se estremece
el alto Olimpo, y con espanto truena.
Mas luego vi romperse el negro velo
deshecho en agua, y a su luz primera
restituirse alegre el claro día.
Y de nuevo esplendor ornado el cielo
miré, y dije: ¿Quién sabe si le espera
igual mudanza a la fortuna mía?
Infeliz del que busca
El infeliz del que busca en la apariencia
la dicha y en la efímera alabanza,
y muda de opinión con la mudanza
de la versátil pública conciencia!
El presente es su sola providencia;
cede al soplo del viento que le lanza
al bien sin fe y al mal sin esperanza;
que en errar con el mundo está su ciencia.
¡Y feliz el varón independiente
que, libre de mundana servidumbre,
aspira entre dolor y pesadumbre
A la eterna verdad, no a la presente,
conociendo que el mundo y sus verdades
son sólo vanidad de vanidades!
Resto del bosque inmemorial
Resto del bosque inmemorial; testigo
de mil y unicazos que la ciencia ignora,
roble imperial de bóveda sonora,
tiende en la plaza su ondulante abrigo.
En rumorosas pláticas consigo
sus muertas hojarascas rememora:
¡cuánta fugaz generación canora
labró colonias en su techo amigo!
Pasaron esos nidos y esas aves;
vinieron otras aves y otros nidos
y otras hojas y cantigas suaves;
y en los gajos del céfiro mecidos,
vagar parecen con cadencias graves
ecos dolientes de los tiempos idos.
Pubenza
Dulce como la parda cervatilla,
Que el cuello tiende entre el nativo helecho,
Y a la vista del can, yace en acecho,
Con sus ojos de púdico temor;
Pura como la cándida paloma
Que de la fuente límpida al murmullo,
Oye, al beber, el inocente arrullo,
Primer anuncio de ignorado amor;
Bella como la rosa, que temprana,
Al despuntar benigna primavera,
Modesta ostenta, virginal, primera,
Su belleza en el campo, sin rival;
Tierna como la tórtola amorosa,
Que arrulla viuda, y de su bien perdido
La dura ausencia en solitario nido
Llora, y lamenta su incurable amor;
Brillante como el sol, cuando refleja
Sus rayos el cristal de la montaña,
Si ni la lluvia, ni la nube empaña
Su naciente purísimo esplendor;
Majestuosa cual palma que se eleva,
Y ostenta en la vastísima llanura
Su corona imperial y su hermosura,
Desafiando el rayo del Señor.
Pero en su frente pálida vagaban
El dolor y la negra pesadumbre,
Y de sus ojos la apacible lumbre
Empañaba una lágrima fugaz;
Y la vida arrastraba silenciosa
Devorando su mísero tormento,
Porque al alma gentil ¡ay! ni un momento
Otorgó Dios de plácido solaz.
He aquí a Pubenza; en ella el alma, todo
Respira amor, pureza y hermosura;
El hechizo en sus ojos, la dulzura
Vaga sobre sus labios de clavel;
Juega el blando placer modestamente
Con las esbeltas formas de la indiana;
India en amar, en resistir cristiana,
Era en su pecho la virtud dosel.
Nunca te hablé
Nunca te hablé… Si acaso los reflejos
de tus ojos llegaron desde lejos
mis fascinados ojos a ofuscar,
de tu mirada ardiente, aunque tranquila
no se atrevió mi tímida pupila
los quemadores rayos a encontrar.
Nunca en mi oído resonó tu acento:
si de tu labio el vivo movimiento
y tu expresión angélica admiré;
al contemplar tu gracia y tu belleza,
oculta entre mis manos mi cabeza,
tus atractivos mágicos burlé.
Eres un sueño para mí.A la lumbre
del teatro, entre densa muchedumbre,
tus seductoras formas descubrí;
mas si evité tu acento y tu mirada,
quedóse en mi alma la impresión grabada
de la mujer fantástica que vi.
Y desde entonces, aunque de ti me alejo,
mi memoria de fuego es el espejo
do tu imagen se viene a reflejar:
y goza mi rebelde pensamiento
en darle vida, en inspirarle acento,
ay! y en idolatrarla a mi pesar.
Quizá será mejor! En el misterio
la mujer, como Dios, tiene su imperio
y la duda alimenta al corazón…
No rasgue el velo mi profana diestra
que oculta a la mujer y al ángel muestra
y me deja en poder de mi ilusión!
Tiemblo al quererte oír. Deja que tema,
porque acaso tu acento también quema
y a consumir mi corazón vendrá;
mi corazón por el dolor gastado,
que, a un oscuro rincón ya relegado,
entre ceniza y lágrimas está.
Porque, a la luz y a la belleza esquivo,
yo, como el búho, en los escombros vivo
de las pasiones que por fin vencí.
Y en mi lóbrego albergue estremecido sólo aspiro
a la paz que da el olvido,
ya que el amor y el mundo huyen de mí.
Y jamas te hablará. Pero consiente
que aquí estas líneas dejé reverente
en señal, no de amor, de admiración.
Las escribo sin fe, sin esperanza,
aunque, donde el cariño no se alcanza,
alcánzase el desprecio u el perdón.
Biografía:
Julio Arboleda fue un destacado escritor, poeta, militar y político colombiano del siglo XIX, que se caracterizó por su defensa del Partido Conservador y de la esclavitud. Nació en Timbiquí, Cauca, el 9 de junio de 1817, en el seno de una familia acaudalada y culta. Su padre murió cuando él tenía 14 años, y su abuela le enseñó francés y su abuelo castellano y geometría.
A los 21 años regresó a Colombia, después de haber estudiado en Londres, donde se graduó de bachiller en artes. Se inscribió en la Universidad del Cauca para estudiar derecho y fundó el periódico El Independiente, el primero de varios medios de comunicación que creó a lo largo de su vida. También se dedicó a la poesía, siguiendo el estilo romántico que predominaba en la época. Sus versos expresaban amor, sensibilidad y admiración por la naturaleza.
Su carrera política y militar se inició en 1839, cuando se unió a las filas del gobierno para combatir la rebelión de los Supremos. Fue ascendiendo en el escalafón hasta llegar a ser presidente de la Confederación Granadina en 1861, aunque solo duró un mes en el cargo debido a un golpe de Estado. Murió asesinado el 13 de noviembre de 1862, en una emboscada en la Sierra de Berruecos, cuando regresaba triunfante de la batalla de Tulcán, en Ecuador.
Julio Arboleda es considerado uno de los poetas románticos más influyentes de Colombia, y como un líder clave del catolicismo y del conservatismo. Su obra más famosa es Gonzalo de Oyón, un poema épico que narra la vida y hazañas de un caballero español del siglo XVI.