Poesía de España
Poemas de Juan José Vélez Otero
Juan José Vélez Otero (Sanlúcar de Barrameda,1957) es un poeta y traductor español.
Monólogo
No soy yo quien escribe estas palabras huérfanas
Oliverio Girondo
Otra vez buenas noches.
Hazme un hueco en mi cama,
un lugar junto al sueño
entre las sábanas lúbricas del silencio.
He pasado la tarde leyendo a Girondo,
contemplando la lluvia detrás de las ventanas
caer como plumas calladas del otoño.
Las arañas ya duermen
en los turbios rincones
de esta casa sin muebles,
y yo vengo dichoso,
y me pesan los ojos.
Sigue sonando la lluvia
y hay goteras antiguas
detrás de las cortinas;
un tambor de pétalos empapando la tierra.
Soy feliz como un viernes al abrigo de un puerto,
como un libro plagado de palabras brillantes.
Mañana, ya mañana,
seguiré esperando no sé qué, esa espera
interminable del huérfano de suelo,
del viajero del tiempo
que ignora su destino.
Ya no sé si soy yo
o el fantasma oxidado de mi nombre en el agua
quien pronuncia estas palabras huérfanas.
No me apagues la luz,
soledad. Buenas noches.
De amor y desencanto
La vida no es un sueño, tú ya sabes
Jaime Gil de Biedma
Que la vida no es un sueño
ya lo sé desde hace años,
hace ya muchos años, amor,
que la vida no es sueño, ya lo sé,
por mucho que te esfuerces
o me esfuerce
en tus pechos de piedra,
en tus piernas de nieve,
en tu lengua, jengibre,
ginebra y granadina,
Son tus ojos extraños
como flor de la ipomea.
Hermosa calipigia,
la vida definitivamente
no es un sueño, no,
ni habrá momentos, amor,
que levanten todos los huesos de la tierra.
No es más que el tránsito irremediable,
hacia el lagar, de las avispas.
No me canses con arengas ni gramáticas.
No te entiendo, ya lo sabes,
cuando me hablas del edículo
donde la felicidad habita,
ni del estíptico ascensor
que nos transporta a la nada.
No me hables de nihilismo,
panteísmo, hilozoísmo:
son conceptos que traté
y ya he olvidado.
No están los tiempos para arengas, no,
no me hables
del paroxismo de la lírica
ni de las tristes convulsiones de las musas.
No me diagnostiques
ni me radiografíes, pues es esto,
esto es todo lo que hay.
Con tus ojos extraños como flor de la ipomea.
La inmolación de la carne.
Bésame, el alcohol
disfraza el aliento, ¿no notas
el inconfundible sabor metálico
que deja el fracaso en las encías?
Hermosa calipigia,
hace tiempo que la vida no es un sueño,
hace ya muchos años
que la vida no es un sueño,
ni hay paroxismo, mi amor,
que levante todos los huesos de la tierra.
Dame la carne y asumamos el fracaso,
pero antes dime, ¿qué me notas?,
¿me encuentras cínico, eleático,
estoico o peripatético?
Orfeo
Ese cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín,
¿ha empezado a retoñar?
T. S. Eliot
En noches de olvido como ésta,
en mi propia fiesta y sin dolor,
discreto en la penumbra de la sala,
oigo canciones viejas y converso
con este borracho, invitado de ceniza,
que me acompaña.
Mi casa tiene el calor, en estas noches,
de un cuerpo joven de mujer
entre las sábanas,
y huele al humo de la marihuana
y al aire que tienen las bodegas en septiembre.
Nada hay espectacular en estas noches,
pero entiendo más intensamente
el secreto animal de la existencia
y encuentro hermoso el paso incomprensible
de los años.
No es nada extraño que a veces,
después del abandono de un naufragio,
lleguemos a la costa asidos a un tablero
que despedazamos presto en la derrota
para hacer fuego en la arena
y tendernos junto a él, como una gata,
a dar calor al cansancio.
No es necesario que nadie sepa de qué hablo.
Estoy otra vez sobre la tierra,
pisando con la carne viva de mis pies
esta tierra que amo.
He visitado el infierno,
y de la mano de nadie.
Tocata y fuga
Hay noches en las que el insomnio avisa
y no te asalta el cuarto por sorpresa,
ni te sostiene los brazos y te asedia.
Hay noches en las que el insomnio avisa
y no se te hace la indolencia extraña
ni el fracaso se torna repentino
en esta soportable habitación deshabitada.
Son noches en las que no te acuestas
y te pasas las horas a las puertas de un poema;
deambulas por la casa y fumas
y te asombras del silencio
que hay detrás de las ventanas.
El latido nómada de tu voz menguada
busca el verso exacto del cansancio
que te permita retornar al desierto
donde fuiste un día mercader de sueños.
Y piensas. Y se te insinúa la vida
en la música, la luz y los cuadernos.
El alcohol de la repisa se te ofrece fácil y barato
como una prostituta triste.
Y amas entonces la música,
y Ella Fitzgerald llora por ti,
y la oyes, y estás contento
de que alguien llore por ti
y de que la desolación no consiga inmutarte.
Te vengas de la vida en la pereza
y haces inventarios de tus sueños
en un poema nuevo
-menos triste de lo que esperabas-
que rompe la placenta y te abandona.
Se va,
se va,
se va
y cierra la puerta
dejándote más solo todavía.
Foto del 63
Hay una luz de claustro en esta foto,
de soledad de esperma
y de locura, una luz
de tormenta de otoño
y de colegio de fantasmas.
Hay un niño y un mapa
y una bola del mundo
que lleva años enteros
girando en un cajón oscuro.
Hay una sonrisa de metal helado,
de mercurio de termómetro difunto,
un humo de alquimista
sonámbulo y misericorde
que se forja en el frío
de los muertos en vida.
En esta fotografía
hay cristales rotos de un sueño diezmado
y espumas olvidadas de una playa distante.
Un suicida
podría haber escrito en su reverso
la despedida solemne y temblorosa
del cansancio y la duda.
Mientras, el niño sonríe
completamente ajeno al espejismo
donde se iban formando en silencio
las larvas venenosas de la nostalgia.
Tú tienes labios rojos de amapola…
Donde habite el olvido
Luis Cernuda
Tú tienes labios rojos de amapola
y lengua de mezcal, el vientre claro;
yo tengo un corazón de sueño avaro,
de sueño, llanto azul y pena sola.
Tú llevas en la boca la corola
del nardo y del jazmín, la flor del maro.
Si yo abro el corazón refulge un faro
de nieve y soledad, de viento y ola.
Tú tienes juntos mar, la luz del día,
el cielo vasto, azul en la mirada;
yo miro solitario en la agonía.
Tú habitas en mi olvido todavía,
celosa centinela, con la espada
guardando bajo llamas mi alegría.
¿Tendré los labios fríos de la aurora
o cálidos de fragua sobre el alma?
¿Será mi navegar perpetua calma
o habrá loco huracán hora tras hora?
¿Será de mis momentos la señora
la dicha, o el hastío, seca palma,
barrer conseguirá de toda el alma
atisbos de alegría cegadora?
Acaso, Prometeo sobre la roca,
me vea en el destino acompañado
por ave que derrame furia loca
hundiendo su cerviz en mi costado.
Se torna sin cesar seca mi boca.
¿Tendré la soledad siempre a mi lado?
De “Ese tren que nos lleva” 1999
Resonante,
jadeante
marcha el tren.
A. Machado
Y ese tren que se va, con ruido alegre
de silbidos y alegres despedidas
lo di ya por perdido.
F. Benítez Reyes
No tardes. Si no vienes la tarde es una hoguera
de gélido cansancio, de lluvia sin sentido.
No tardes, que los peces del mar se desorientan,
se van las avefrías camino del otoño.
No tardes. Los jazmines despiertan de la siesta
y vuelven a dormirse callados por la ausencia.
No tardes, que las calles no encienden sus farolas,
ni empiezan en los cines los sueños inventados.
No tardes, que te espero sentado en la reliquia
cansada de mi alma antigua como el vino.
No tardes, no me abras las páginas pintadas
de olvidos y resacas, de nieve en los espejos.
Siempre fuiste viajera golondrina de tardes
que cruzaba mi calle con sus alas de libros,
la mirada perdida y la blusa celeste
de colegio de monjas.
Golondrina de tardes,
te miraba asomado por los vidrios de enero.
Se imantaba mi pecho en aquellas ventanas
apagadas de luces, telegramas de lluvias.
Siempre fuiste viajera y cruzabas mi calle
hacia el blanco ciruelo y las cepas podadas,
hacia un mundo de cañas y macetas azules
donde estaba la casa, nido tibio de invierno.
Vino un tiempo deleble, de siluetas lejanas
y tu casa quedó atracada al olvido
y mecida en la niebla de los muelles borrosos.
Viene el tiempo a su cauce, mariposa invisible,
y volviste volando sin la blusa celeste,
sin los libros del aire y tus alas son otras.
Pero un nuevo temblor resucita en mis labios
y aún revienta la luz en la cal de la calle
desde donde la tarde pensativa se asoma
al balcón de las olas repetidas de entonces.
La luz de cada día de nuevo en la ventana
hiriendo con ventosas los pechos de la aurora,
vaciando de silencio las sábanas del sueño
con trompetas heladas y teclas invisibles.
La luz. Y las maletas detrás de los portales
como perros sin dueños esperando acomodo
en los trenes que arrastran por el hielo los pasos
que conducen al frío temblor de los andenes.
La luz de cada día de nuevo en las ventanas…
La bruma arrinconada detrás del horizonte
espera la llegada constante de los trenes,
y los postes del tiempo, fugitivos espejos,
recorren las lucernas de mis ojos atónitos.
Tal vez fuese verano
Tal vez fuese verano y los jazmines
del parque estaban vivos. Por las noches
olían. Y dormían en silencio
los pájaros oscuros de las torres.
El mundo iba muy lento. Tú tenías
una blusa turquesa y unos ojos
muy grandes y una voz blanca y alegre
y unos pechos que no pesaban nada.
Recuerdo que reías, y mirabas
como quien mira a Dios, como quien mira
el mar desde los montes de la aurora.
Recuerdo, era verano y tú eras malva,
tenías en el cuerpo la dulzura
de las moreras blancas y los guindos.
- Alan Seeger
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