Poetas

Poesía de Uruguay

Poemas de Juan Esteban Fagetti

Juan Esteban Fagetti (1888-1954) fue un poeta uruguayo cuya vida y obra encarnan la tensión entre la introspección lírica y el compromiso con su tiempo. Nacido en Paysandú, su pluma fue un puente entre la épica de la vida rural y las inquietudes modernas de su época. Desde temprana edad, su destino estuvo marcado por la acción y la palabra: a los quince años ingresó al Ejército y participó en la histórica batalla de Masoller, un episodio que marcó su visión del heroísmo y la pérdida. Su vida militar, breve pero significativa, pronto cedió paso a su verdadera vocación: la literatura.

Tras ser dado de baja del Ejército en 1906, Fagetti se trasladó a Montevideo, donde se sumergió en el movimiento cultural “Juventud Literaria del Uruguay”, dirigido por Montiel Ballesteros. Este círculo literario fue un semillero para su poesía, donde comenzó a esbozar los temas que lo definirían: el paisaje uruguayo, el espíritu humano y las contradicciones del progreso. Más tarde, en Buenos Aires, su voz poética se enriqueció con nuevas influencias, gracias a su amistad con Baldomero Fernández Moreno y su vinculación con las ideas anarquistas. En este período, dirigió revistas como Lira Porteña y La Cruzada, ampliando su horizonte literario mientras se consolidaba como un autodidacta voraz.

En 1919, utilizando el seudónimo Alzaga, ganó el Primer Premio en un concurso literario con su obra Canto al Uruguay, un texto que celebraba la identidad nacional con un lirismo vibrante. De regreso en Paysandú, asumió la dirección de los diarios Diario Moderno y La Razón, donde volcó su aguda mirada sobre la realidad política y social. Su obra poética, ampliamente premiada, incluye títulos como Pueblo chico (1927), Piropos a Buenos Aires (1943), San Ramón (1945) y Tesis Lírica (1950). Estos libros reflejan su capacidad para transitar entre lo íntimo y lo universal, explorando tanto las raíces locales como los dilemas existenciales de su tiempo.

Fagetti fue un hombre de múltiples facetas: escritor, periodista, militar y, sobre todo, poeta. Su legado literario es un testimonio de una vida marcada por el constante aprendizaje y una inquebrantable búsqueda de la belleza. En 1983, su relevancia fue reivindicada por Fernando O. Lahitte con la publicación de una Antología Poética, un reconocimiento póstumo que situó su obra en el lugar que merece dentro de la literatura uruguaya. Su poesía, impregnada de sensibilidad y compromiso, sigue siendo un faro para quienes buscan comprender las múltiples dimensiones del alma humana.

BUCEO (II)

En el Buceo, de noche,
se asoman al mar los muertos
El que no trisque confianza
que encienda una luna. Es cierto.
Y si los muertos se asoman,
de noche, al mar comunero,
es porque tañen aldaba
modistas y zapateros.

Son las deudas planetarias:
los deudos, ¿por qué pusieron
al difunto ropa nueva,
zapatos y traje negro?

Quien sigue una luna, vaya
por los fondos del Buceo.
Hay quien pesca para afuera
hay quien pesca para adentro.

DESOLACIÓN

Hay en el gris de este lluvioso día
cierta fiel consonancia con la pena
que en la tristeza de mi faz morena
insinúa parcial melancolía.

Ni un transeúnte; ni un pájaro en la vía;
ni un cascabel; ni una bocina suena;
el antiguo reclamo de la cena
rasgará la letal monotonía.

Como diablillo de un gredoso muro,
sobre la esfera de un reloj oscuro,
va el tembloroso minutero andando.

El cierzo gusta que la lluvia pase
como en el rostro la lágrima que vase
de las ciegas pupilas descolgando.

EL HOMBRE DE LOS OCIOS LÍRICOS

Dulce conformidad de la treintena…
Rostro aniñado y bello, y un silbido
rondador por las calles siempre solas.
Tan poca cosa, y ¡qué feliz, Dios mío!

De gorra humilde; mujeriego siempre.
Todo desgalichado, misterioso.
Peleador sin rival. Trompo en la danza.
Danza a la moda con el vals del cosmos.

La vecindad augusta no le arredra
de la nieve que abisma los collados.
Nada de nada, al fin. O el premio sólo
de una luz en el dombo ilimitado.

Flor en la landa; canto entre las ocas.
Paradojal en sumo grado; y sueña
en la verdad más dulce:
en la mala que peca…
por amar demasiado algunos versos.

EN LA NOCHE (II)

Como un noble filósofo, mi “viejo”,
en la quietud de la paterna casa,
“Los Subterráneos de París” repasa,
frunciendo a cada paso el entrecejo.

Mi buena madre, con feliz gracejo,
me proclama juicioso. Por la gasa
del cielo silenciosamente pasa
con tardo andar el nocturnal cortejo.

Comentan las julietas a porfía
los infaltables éxitos del día;
importuna el tic-tac de los segundos,

y mi imaginación, sin que lo sepan,
va con ensueños que al empíreo trepan
en peregrinación por otros mundos.

MEDIODÍA

Mediodía: el amor, el vino, el humo,
con las flores rosadas del sendero…
la hora y las dudas que execró Unamuno
con recia prosa cual un buen tendero.
El verso fluye cada treinta días
cuando lo impone Amor, malignamente.
(Es fama que los bardos se han jugado
por una dama sus mejores predios).
Así, este peregrino,
en un alto prudente del camino,
reverenciando a medias los asedios,
enhila su canción.
La canción del minuto. Balbuciente
si bien se mira, y vaga…
(Dicha a cambio de un beso que le halaga
y que aletea en su marchita frente).

Y dicha la canción, que le entusiasme
y ría Nietzsche, y Schopenhauer grazne.

SE VELA A UN MUERTO

El zaguán y dos ventanas
abren tres franjas de luz
con las que pudiera hacerse
triste, deleznable cruz.

Este velorio en el pueblo
es el último bastión
de vida. A un paso del alba,
lejos, suena una canción.

Las calles muertas de miedo.
Dan las 2 y viene a ser
con su luces el velorio
faro en el amanecer
de antaño pueblo ilusorio

Quien va por la calle piensa
en la fragante emoción
de las chicas que sonríen
ante el fúnebre cajón.

Y allá, al doblar una esquina
yendo hacia la madrugada
el muerto nos dice: toma
mi alma, y tenla, bien guardada.

SONETO

Montado en una constelación,
así, pareces el antropoide
cabe un pingo de mar.
No un jinete
sino el camalote
que enciende la farola de una flor
sobre el aceite móvil.

Poeta: el soneto
es un féretro.
El olor del muerto
anda en torno nuestro,
contagioso, infecto.

Yo pagaré el entierro
y hasta cien gimoteros,
pues nadie de sus deudos
querrá perder un céntimo,
como heredero,
en hipotecas
y en alquiler de templos.

No al cementerio,
sino a un lazareto,
para que el océano,
el viento
y los cuervos
le echen una palada de plata
y el pésame a los deudos.