Poemas:
VESTIDA
vestías
solo
un perfume
tacto de perfume
lengua de perfume
a dónde vas
tan llena de piel?
dónde empiezas
y terminas?
olor a música
color de niño
vestías solo
perfume
como recién nacida
fallecida ahora
entre caos
y maravillas.
Entre mis brazos ajenos
al cuerpo que te reclama.
LIBRO NUEVO…
Abro el libro y meto la nariz.
¿Quién me va a negar que la primera vez que se abre un libro
no es para olerlo?
Si la primera vez que tomamos un libro también es
para dejar correr sus páginas bajo el pulgar
mientras pasan hojas con el sonido liviano de algunas palabras.
Y después hay que descubrirle en qué anaquel va a ir
por tamaño
por autor
por género
por feo
por lo que sea.
Cierro los ojos la primera vez que agarro el libro
y meto la nariz como si fuese en un jardín
o en tu sexo.
Huelo. Respiro. Algo cambia en mí.
Después sí comienzo a leer…
UN BESO
Quiero andar
sobre lo no dicho
para romperte
la boca con un beso
con la lengua sin inventar
con su alfabeto ausente.
¿Pero para qué
si en este idioma
y con este gesto
nos entendemos?
Vení.
Dale. Vení.
Besame y punto
que hoy ando raro.
SIN HACER RUIDO
Intento no hacer ruido
pero crujen ramas secas
como si alguien bajara pequeños truenos
al zapato.
Intento no acercarme a la lámpara
pero tengo miedo.
Tal vez si me quedara quieto,
si no moviera ningún músculo…
Respiro. Jadeo. Respiro.
Escucho mi corazón en el monte.
Puedo enloquecer y arrancarmelo
diciéndole a los árboles
que aquí cometí un crimen
que aquí sepulté otros carnavales
sin que nadie me viera
y que soy culpable de sentir a la vez
la sangre y la fiesta.
No hago ruido.
Son ramas muertas que hablan para delatarme.
Me sumerjo en el pueblo como si nada.
REVIVIMOS
No volverá a arder lo que hoy es ceniza,
lo sé,
pero igual insisto.
Busco palabras para tocarte
la memoria
y traerte aquel incendio.
Consigo la foto que nos sacamos
apoyándonos en la baranda del puerto
y recuerdo…
Que lo hicimos con lluvia ante los ojos
de todos.
Que Ahogamos a los hijos sin parir en charcos de barro.
Que arrancaste con los dientes las hojas del árbol
porque con las manos sostenías los postigos
y los vidrios
que el viento quería romper.
Recuerdo que juntos amansamos las voces
que repetían “muérdanse la boca
hasta que broten los besos.”
Nunca supimos qué hacer ni con la sangre
ni los viajes.
La piel se nos va arrugando
como si fuese demasiado el tiempo
que llevamos sumergidos en el fondo del río
con las pupilas ciegas
y las caricias partidas.
Escuchamos música.
Perdemos el tiempo.
Caminamos.
En secreto
la noche toca los sexos
y revivimos.
VOLVÍ LA CARA PARA MIRARTE
Volví la cara para mirarte
y en tu mirada se espejó el niño que te amaba
que te corría por el patio ofreciendo un pájaro muerto
una piedra
una pelota de fútbol embarrada
un funeral en los labios.
Estabas igual con el guardapolvos hasta las rodillas
festejando no sé qué mientras saltabas la cuerda.
Tarareabas. Sí, tarareabas.
Volví la cara para mirarte
y en tu mirada advertí que no me reconocías
que era sólo yo mirando a mi yo en tus ojos,
confundido,
como si estuviese en el patio de escuela y sin saber por qué
persiguiéndote todavía con el pájaro muerto
la piedra
la pelota de fútbol embarrada
y el deseo atravesado en la garganta
como un grito.
Yo no sé si vale tanto la pena jugar a volver a verte
y repetir este recuerdo
como si ya no doliera.
UNA TARDE
Pude sentir
el latido
de aquella tarde
equivocada
Y apuñalarlo apuñalarlo.
apuñalarlo…
Biografía:
Juan Emmanuel Ponce de León (Caseros, provincia de Entre Ríos, 17 de mayo de 1982), es un poeta y escritor argentino. Integra diversas antologías nacionales y extranjeras. Actualmente reside en Anchorena (San Luis).