Poesía de Uruguay
Poemas de Juan Cunha
Juan Cunha, nacido como Juan Cándido da Cunha Dotti en Sauce de Illescas, Uruguay, el 3 de octubre de 1910, fue un poeta de raíces campesinas que capturó en su obra la esencia de la vida rural y la nostalgia por la naturaleza. En el entorno modesto de su infancia, Cunha desarrolló un amor por la poesía que lo acompañaría toda su vida. Ya de niño mostraba una sensibilidad que él mismo describía como un “temblor inaugural”, un impulso poético frente a cada verso y fotografía de poeta que llegaba a sus manos. A lo largo de su vida, cultivó una escritura cargada de imágenes bucólicas y una mirada profunda hacia el paisaje humano y natural que le rodeaba.
En su juventud, Cunha se trasladó a Montevideo, donde entró en contacto con la bohemia intelectual de la época, frecuentando el café Ateneo y cultivando amistades con grandes figuras de las letras uruguayas y latinoamericanas, como Juan Carlos Onetti y Líber Falco. Su primer libro, El pájaro que vino de la noche (1929), publicado gracias al apoyo financiero de su padre, reveló su profunda conexión con el entorno rural y la melancolía por su “paraíso perdido”. Este tema fue recurrente en su obra, expresando en su lírica la mezcla entre añoranza y pertenencia, como en Guardián oscuro (1937) y Sueño y retorno de un campesino (1951), que consolidaron su reputación como poeta de lo rural.
La poesía de Cunha siempre fue fruto de un trabajo meticuloso y personal, tomando inspiración en lo cotidiano y en sus propios recuerdos, como él mismo declaraba: escribía “como y cuando podía”, capturando versos en los momentos más inesperados. Su compromiso con su arte lo llevó a fundar su propia imprenta, “Stella”, en Montevideo, desde donde ayudó a publicar obras de amigos y colegas. No solo se dedicó a sus propios versos, sino también a impulsar el trabajo de otros, como la primera novela de Onetti, El pozo. Esta imprenta se convirtió en un punto de encuentro y en un vehículo de difusión de la literatura uruguaya de mediados del siglo XX.
Durante la dictadura cívico-militar en Uruguay, Cunha continuó escribiendo, aunque sus publicaciones fueron limitadas. Uno de sus últimos trabajos fue Plurales (1984), una reflexión madura sobre la vida y el paso del tiempo. A su muerte en 1985, dejó cuarenta y seis libros inéditos, una impresionante colección de trabajo que su esposa, Wilda Belura, preservó y que fue publicada póstumamente bajo el título Señal de vida en cuatro volúmenes, gracias a la Academia Nacional de Letras del Uruguay.
Juan Cunha es recordado como “el poeta de Marcha” y una voz fundamental en la poesía uruguaya, caracterizado por su particular sensibilidad hacia el mundo rural y una lírica que explora el amor, la naturaleza y la identidad campesina con una mirada única y resonante.
A mi espalda
El que fui vuelve llorando, y no hay manera
De aplacar su pena sola.
El que fui viene llorando: es sólo un niño
Que no puede con la tarde.
Le diría que se vaya,
Que ya no tengo más aquellas láminas
Con paisajes, donde una luz de atardecer duraba;
Donde pasaba un ángel con un aro
Mas no tengo valor para volverme.
Él me toca en el hombro, y se detiene
Alelado: no comprende; y llora aún más.
Cómo arreglarme un rostro ya para enfrentarlo.
Y se queda. Y reincide. Y calla luego.
(La luz, final, vacila; sale la brisa; algo tiembla)
Cuando no es más que un niño desvalido
Y solo, que no puede con la tarde.
Allá donde las lagunas son el cielo…
Allá donde las lagunas son el cielo
Tuve mi vacación de vacas verdes
El viento era un caballo sin escalas
y yo me le sentaba firme al flete
El sol
Era un melón
La tarde
Una sandía
Y la vida
La vida una pura gana
De morder y morder manzanas
Pero de esto hace mucho
Aquella vez y allá cuando solía…
Aquella vez y allá cuando solía
Allá y aquella vez tengo presente
Pero es sólo un recuerdo solamente
Lo que se dice fue quién lo diría
Un tiempo nadie nunca lo sabría
Una vez y un allá que hay en mi frente
Un allá y una vez lejanamente
El entonces y el donde que decía
Sucede alguna vez de tal manera
Sucede que sucede entonces era
Allá donde te dije que recuerdo
Sin duda qué sé yo pero es el caso
Que lo tengo presente paso a paso
Donde ay tanta cosa olvido y pierdo
Ya casi se me fue la tarde…
Ya casi se me fue la tarde mira
Como decir un vuelo un aire nada
No más un ademán una mirada
Y lo demás se calla y se suspira
Viene la brisa vase vuelve gira
Se entretiene un momento de pasada
Y es tan breve la dulce luz dorada
Y tan hermosa es quién no delira
Mas casi se me fue y no sabré cómo
Pronto no la veré cuando me asomo
Ya no sabré y adónde diré adónde
Por dónde se alejó por cuál recodo
No la veré al momento y será todo
No está diré ni sé dónde se esconde
De pronto emerge y sobresale un nombre
Hoy anda Cármelo en el aire
No sé de golpe escucho Cármelo
y Cármelo otra vez al poco rato
Pues claro que no es más que el solo nombre
Que me entresuena hoya tantos años
Ya tantísimas leguas transcurridas
Cármelo le decían por Carmelo
A cierto muchachón que hacía parte
Del personal de estancia de mi abuelo
En Molles del Pescado allá en mi tiempo
De chiquilín ya premocito
Ay en benditos breves días
Cármelo allí ensillaba un pangaré
y rumbeaba pa el puesto de Las Chilcas
Por ejemplo o salía a echar las vacas
Y a lo lejos ya Cármelo llegaba
Y de vuelta otra vez por los caballos
Y galopando irrumpe la tropilla
De variados pelambres y relumbres
Y ya entre polvaredas y tropeles
O que adónde fue Cármelo
Lo mandaron temprano hoy hasta el pueblo
Y regresaba Cármelo a la noche
Con el flete sudado hasta la cola
y era Cármelo siempre al otro día
Era aindiadito el mozo y medio tuerto
Con una nube blanca por lo menos
En un ojo que usaba entrecerrado
Y no le daba un muy airoso aspecto
Mas entre el personal hacía juego
Que era algo así de tres a cinco peones
Entre los pardos y negros y otros tonos
Bueno pero por qué me vuelve el nombre
Que lo escucho decía como náufrago
En este aire hoy tan de otra época
Y Cármelo a esta altura quién lo dice
Quién lo pronuncia que lo escucho nítido
y en más de una ocasión lo oí esta tarde
Como llegando de distintos rumbos
Entre otras cosas que la tarde nombra
Cármelo que decían por Carmelo
Pero hoy ya es sólo el nombre sin el hombre
Con otra dimensión y en otro orden
Justo las siete letras recompuestas
Las que reordena el aire y ratifica
y por decir Carmelo insiste en Cármelo
El pajarito y el pez…
El pajarito y el pez
Éste abajo aquél arriba
O justamente al revés
Según de donde se mira
Al uno le ves el lomo
Pues y al otro la barriga
Cuestión de situar el ojo
y en cada caso entrever
La cauda la coda el codo
De modo que toda vez
Las mires de todos lados
y más que nada al través
Sale el signo inesperado
La señal que yo me sé
y hasta el indicio olvidado
Guitarreos
Una tarde rayada de garúas
Recuerdo el viento aquel como un cuchillo
Pero entonces qué gracia era en el tiempo
Que uno no le hace ascos al destino
La recuerdo patente y hoy quién sabe
Por qué es que la memoria la ha traído
Una tarde de invierno como tantas
Pero hoy viene del fondo del olvido
Tantos otoños mismo legua a legua
A descampado invierno y desabrigo
Tal vez de más atrás de espacio y tiempo
Me llegó su humedad su olor su frío.
La nostalgia de mi tierra…
La nostalgia de mi tierra,
de mi campo, el de otro tiempo,
me anda siempre por las sienes,
la nostalgia de tierra.
Me anda siempre por las sienes
y se me asienta en el pecho.
A veces es nube y pájaro,
a veces galope y eco,
a esa majada, esa tropa,
y yo silbando, tropero.
Paisanos de serio rostro,
ancha mano y gesto lento,
paisanos de serio rostro,
cuando me ausento a las veces,
cuando me ausento a las veces
al paso me los encuentro.
De noche veo fogones
con ruedas de mate y cuentos.
De noche veo fogones
y el llanto de las guitarras.
Y el llanto de las guitarras
que a rachas me trae el viento.
La nostalgia de mi pago
me pone triste el acento.
Viene de allá, campo afuera,
y se me va pecho adentro.
Lejos la ciudad lejos…
Lejos la ciudad lejos
Lejos su absurda rueda dura girando sin sentido
Ah la ciudad sin pájaros libres ni horizontes
Y tan sólo en lo más alto de las torres un poco de ansia del cielo
La ciudad que es una hélice vacía enloquecida de movimiento
Ah la ciudad que cierra el alma con sus frías sucias manos
Y que no oye la oscura angustia de los hombres.
Aquí sólo el campo la soledad desmesurada de los campos
La soledad extraña del campo que invade el espíritu de cosas lejanas
Y el silencio llega como un pájaro huraño al anochecer a pasar la noche en el monte del alma.
Porque aquí el recuerdo se va hacia todos los vientos en cada alborada
Y vuelve como los pájaros todos los atardeceres con un canto lejano cerrado en el pico
Y el corazón a cada latido amanece una esperanza nueva que tiene algo del cielo.
Me voy le dije al alba…
Me voy le dije al alba
Me voy me voy a la alborada
A mi mano derecha oí zorzales
A la zurda un caballo relinchaba
El saltamontes de cintura breve
Me saludó tres veces por la grama
Lento el arroyo su cuchillo nuevo
Cortaba largo a largo la mañana
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