Poemas:
TRIÁNGULOS
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Mirar
Sin ver
Y viendo
No ser
Y ser
No siendo
La mesa
El pan
El hambre
El ave
El aire
El cielo
Que nada
La nada
En nada
Que ignora
El Todo
Que es Todo
En Dios
Por Dios
Con Dios
El sol
La sed
El agua
MIS MUERTOS
A mi hermana Marieta
con quien comparto la veneración
por nuestros amados muertos
1
Mis muertos son más que míos.
Adonde quiera que voy
vienen y viven conmigo.
Mis muertos, ¡ay, sí!, mis muertos,
instante a instante más vivos.
2
Quiero hablar yo con mis muertos.
Yo hablo todos los días
y noche a noche con ellos.
Que mis muertos señorean
vivos en mi pensamiento.
3
Jamás nunca ellos me faltan,
son las compañías secretas
que en secreto me acompañan.
Hablo de mis muertos, hablo
de mis criaturas sagradas,
de los verdaderos ángeles
de mi guarda.
4
Mis muertos siempre presentes
y llenos de amor y gracia;
mis amadísimos muertos,
que encantadores me encantan
y en silencio enamorado
incendian de Dios mi alma.
PATRIA
Yo no tengo
más patria
que tus besos.
MADRE NUESTRA
Madre Nuestra que estás en mi vida.
Madre Nuestra que estás en el aire.
Madre Nuestra que estás en la tierra.
Madre Nuestra que estás en mi sangre.
Madre Nuestra que estás en mi mente.
Madre Nuestra que estás en mi carne.
Madre Nuestra tan mía y por siempre.
Madre, Madre, mi Madre, tan Madre.
(Que sea, Madre Nuestra, glorificado
tu amado nombre; que reine entre nosotros
tu beatífica ternura. Hágase tu voluntad
en nuestros sueños y nuestras realidades.
Danos hoy, y mañana, tu esplendoroso amor
de cada día. Perdona nuestros gestos de desamor
y nuestros olvidos y ayúdanos, Madre Nuestra,
a amar a los que no nos aman. No nos dejes caer
en la negligencia y líbranos de la indiferencia
para con nuestros semejantes)
Madre Nuestra que estás en mi alma.
Alma Madre, muy alma y muy Madre.
Vida Madre que estás en los cielos.
Que estás en la tierra y eres raíz vibrante.
Madre Nuestra que estás en la lluvia,
que eres lluvia y sol, que eres pan y arte.
Madre Nuestra, mi Madre, Madre de mi vida,
que tú eres mi vida y eres adorable.
Madre mía, mi Madre dulcísima y tierna
y tierna y dulcísima y Madre muy Madre.
Que nunca, que nunca, tu materno aliento,
Madre Nuestra y tan mía, en mi vida falte.
OPIO
Yo amaba a las amapolas que enrojecían los trigales
que, alrededor de mi pueblo, verdecían la voz del aire.
Yo en aquel tiempo ignoraba la clorofila y la sangre.
Yo era un niño saltamontes, un niño desconcertante.
Era un niño, yo era un niño experto en cirros y aves.
Que yo era un niño feliz y enamorado y amante
de las rojas amapolas y de los verdes trigales.
Todo lo inventaba yo y era todo cautivante.
Que era yo un niño, aquel niño, deslumbrado y deslumbrante,
que podía ver la poesía de la luz por un instante.
Un niño que no sabía; que no sabía y no sabe
que, entre las dos Oes del opio, en su alma de niño, cabe
el jardín de la Creación aromado de Dios Madre.
LOCO
Debo estar loco yo, desesperado,
acorralado y solo bajo el sol
y las estrellas solo, bajo la luna solo.
Solo, solo, muy solo, por lo que pido ayuda,
debo estar loco yo, a mis amados muertos.
Fervor absurdo el mío; inexplicable y primitivo
e irracional el fervor mío.
Ante la indiferencia de los vivos
recurro a mis difuntos.
Invoco la memoria de mi padre,
a quien veo en sus retratos,
y hablo con mi madre siempre cerca de mí,
siempre tan cerca como el aire que a diario respiro,
e invoco a mis abuelas, con mis abuelos hablo,
debo estar loco yo, nadie lo ponga en duda,
y les pido sin más que por favor me auxilien;
que me saquen les pido de estos oscuros pozos
en donde me debato con mi sombra.
No confío en los vivos, en verdad no confío,
y recurro a mis muertos
como de niño recurría al ángel de mi guarda
y a los dulces fantasmas del amor,
del amor invisible, de ese amor,
cuento de bellas hadas en que creía yo entonces
Ahora que ya no creo casi en nada
me ha dado por creer en la luz de mis muertos,
muertos que me iluminan y acarician.
Creo en mi padre, creo en mi madre
y creo en mis abuelas y en mis abuelos creo.
Creo en ellos y converso con ellos
a lo largo de mis largos desvelos,
y les pido y les pido que me echen una mano,
un ala enamorada
que enamoradamente me devuelva mis alegrías perdidas
y ese golpe de suerte que tanto necesito
en mitad de estos días y estas noches aciagas.
Sí, debo estar loco yo, loco de atar, sin duda,
a estas alturas del circo y del trapecio,
pues continúo buscando,
contra la contundencia de la lógica y el 2+2 son 4,
auxilio entre mis muertos.
De veras, ¡ay! de veras que habito en lo increíble
tratando de creer que hay un Dios que me escucha,
que la Creación me ve y me reconoce
y mis amados muertos están vivos
en la invisible fascinación del aire
y acabarán haciendo realidad, ¡oh bendita locura!,
el milagro que espero, la salvación que sueño,
mientras que digo padre y madre mía susurro,
convencido en el fondo de mi alma
que me están escuchando y no me dejarán
solo en el manicomio entre crueles loqueros.
Debo estar loco yo, qué duda cabe.
No cabe, no, no cabe la más mínima duda.
Yo estoy loco hasta el colmo de los colmos,
pues yo, loca locura, pese a todo,
creo y creo en la poesía
y no hay mayor locura que creer,
en este mundo nuestro, en la poesía,
cuando el único dios que impera en este mundo
es el salvaje dios de la rapiña
y las bestiales garras del dinero.
Biografía:
Juan Cervera Sanchís (Lora del Río, Sevilla, 24 de octubre de 1933) es un poeta y periodista español que encontró en México su segunda patria. Desde joven, Cervera mostró una profunda inclinación hacia la poesía, explorando con maestría formas tradicionales como los sonetos, décimas y liras. Su vida y obra son un testimonio de la unión entre dos culturas, reflejando la riqueza de su experiencia tanto en España como en México.
Hijo de Juan Cervera Rueda y Asunción Sanchís Jiménez, su pasión por las letras lo llevó a escribir su primer libro, “El muchacho que veía venir a la muerte” (1960), editado por AGEM en Madrid. La colección Adonais de España reconoció su talento al publicar “El Prisionero” en 1970. En 1982, ganó el prestigioso premio Azor con su libro “En las Nubes“, consolidándose como una voz destacada en la poesía contemporánea.
Cervera no solo brilló en el ámbito poético, sino que también dejó su huella en el periodismo y la prosa. Sus relatos y crónicas periodísticas revelan una mirada aguda y sensible sobre la realidad. Entre sus obras en prosa destacan “Los ojos de Ciro” (1984), “El caos es maravilloso” (1985) y “Pemex: pasión y destino” (2005), una recopilación de entrevistas con pioneros de la industria petrolera en México.
Su poesía ha sido traducida a múltiples idiomas, incluyendo francés, inglés, italiano, portugués y japonés, lo que demuestra su resonancia universal. La obra de Cervera es extensa, con más de cuarenta libros publicados desde 1960, cada uno de ellos un testimonio de su versatilidad y profundidad.
El reconocimiento a su contribución a la literatura y la cultura no se hizo esperar. En 2004, un busto en su honor, esculpido por Germán Pérez Vargas, fue develado en su pueblo natal, Lora del Río. Antes de eso, el Ayuntamiento ya había nombrado una calle en su honor, perpetuando así su legado en la tierra que lo vio nacer.
En julio de 2013, Juan Cervera Sanchís regresó a su pueblo natal, cerrando un círculo vital lleno de poesía, periodismo y amor por las palabras. Su vida y obra continúan siendo una fuente de inspiración, destacando su capacidad para unir mundos y expresar con claridad y belleza la esencia de la experiencia humana.