Poesía de España
Poemas de Juan Carlos Suñén
Juan Carlos Suñén (Madrid, 1956) es un poeta español en lengua castellana. Suñén reside en la actualidad en Magaz de Abajo, una pequeña localidad de la comarca del Bierzo, en Castilla y León, junto a su esposa, Raquel Enríquez, profesora de Lengua y Literatura del IES Álvaro de Mendaña, de Ponferrada.
La que cuenta mi dote no me anda buscando, pero junta las cáscaras
de mi alma; y ello a pesar de muertos de fortuna, de mujeres de
celda.
Cuando junte sus voces en la mía,
cuando ponga en mis labios la palabra que espero,
yo ofreceré a su sed copas iguales.
Cuando ponga en mis ojos su mirada
capaz de alzar un ídolo de bronce.
***
Pues si ahora te dejara mi cansancio,
como el pájaro deja su vuelo a la corriente
del aire, ¿a cuántas, dime,
tendría que negar;
y en cuántas lenguas, dime, andaría a empujones; ardería
saliente en cuántas cepas, condenado por tantas
que lamieron tus culpas sin saber cosa alguna de lo que yo
expiaba?
¿Y cuántas brasas, dime, habré de desandar
para decir adiós sin menoscabo,
al nombre en que he venido
a ser entre los hombres?
Fuera de ti la tierra también bebe.
***
¿Cuánto si por su lápiz,
cada lunes,
su lápiz requerido,
era otra ambición la consolada?
¿Y quién reclamaría un solo paso,
a este que ahora murmura nunca más, entre dientes,
y también no y no?
***
Vuelve a mirarla, sabe
que aprenderá a cruzar las piernas,
a sostener su vaso narrativo
y su beso poético. No hay nada
más en el mundo, quieres
decirle, sólo
la canción de tus años sobre el atril del tiempo.
Y el viejo error que permanece puro,
y el dolor que perdura
en el miembro amputado.
***
El que ahora acompaña
a la pequeña al parque. Me ha pegado
ese niño, papá: nada que pueda
no arreglarse con una coca-cola.
***
Uno se queda sólo
sin entrar en detalles.
Uno se queda a medias en su vaso de vino,
a medias en su pan. Y cómo puede
no volverse su embozo tan pesado,
tan gastado en el hombre, que alguien sepa
poner allí más verbo
que este que da comienzo a la altura del pomo,
este que se interroga
entre la voluntad y la añoranza.
Uno sale a la calle para probar sus dados
sobre la vieja manta de la noche.
***
Ésta sin arrogancia
no ha reclamado nunca mi soledad vencida.
Ni esa que extraviada en los jardines puede olvidar el sitio
de cada mano,
ni la que demorándose en alcoholes
puede decir el sitio de cada beso.
Ni tan siquiera aquella que en su boca
es culpable no ya de lo que dice
sino de cuanto pasa en el lenguaje.
Ninguna ha reclamado mi soledad vencida.
Y en todas nos olvidaremos el uno al otro hasta el día
en que sea redimido cada árbol de cada bosque y ya
nadie se excluya en la inocencia
por fortunas peores;
porque ellas duermen todas sobre mi corazón como
sobre una barca y su sueño se hace para dulces anzuelos.
Pero sólo por una me daré la vuelta,
y me pondré a la fila de los hombres.
***
Y hoy va sin testamento, sin lección, se figura,
ebrio tal vez, que va dispuesto a darse,
ahora sí, para siempre;
a entregarse jurando:
nunca mds, no y no. Pero ¿qué hizo?
Quizá esa misma tarde
alguien había contado, ¿para él? , cómo un día
arrojó (poco importa
la causa) el cigarrillo
con rabia al aire. Pero van ustedes
a pensar que les miento, demoraba
su final apurando
su anís, dio no se cuántas
vueltas y luego ¡zas!
cayó de pie, idepie! Las probabilidades…
proseguía en el tono
de quien quiere decir: sólo yo he sido
el elegido del milagro. ¿Qué
pudo, o en qué prodigio
comparable siquiera fundó él su privilegio,
qué dejadez ganó?
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