Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Juan Carlos Lázaro

Juan Carlos Lázaro Llantoy, nacido el 1 de noviembre de 1952 en Lima, fue mucho más que un poeta; fue un maestro del lirismo que trascendió las fronteras del tiempo. Pertenece a la Generación del Setenta, aunque su voz se distingue por una profundidad que conecta lo individual con lo colectivo, trascendiendo el coloquialismo de su época.

A los veinte años, en 1973, inauguró su camino poético con una colección notable de versos, marcando así el comienzo de una trayectoria que le llevaría a explorar las profundidades del alma humana. Aunque renuente a la fama pública, su talento no pasó desapercibido, siendo reconocido con el accésit del Premio Internacional de Poesía Julio Tovar en 2004 y el Premio Internacional de Poesía Copé en 2007.

Más allá de su obra poética, Lázaro destacó como periodista y editor, dejando una huella indeleble en los medios de comunicación de Lima. Fundador del sello editorial Sol & Niebla y creador de revistas literarias como Letra Impresa y Hechos & Argumentos, su influencia se extendió a través de las palabras impresas, fusionando el arte con el compromiso social y político.

El 14 de noviembre de 2023, el mundo literario perdió a uno de sus más grandes talentos, pero su legado perdura a través de obras como «Las palabras«, «Gris amanece la urbe del hambre«, «La casa y la hojarasca«, «Historia de una melena«, «Entre la sombra y el fuego» y «Desolado el techo donde se posaba el gato«. Juan Carlos Lázaro Llantoy sigue vivo en cada verso, en cada página, recordándonos la belleza y la complejidad de la experiencia humana.

Salí a deambular

Salí a deambular por la ciudad.
Luna llena y domingo.
Este soy yo –dije–, amante ciego
y loco como Edipo.
Basura. Suicidas. Perros vagos.
Yo y los fantasmas.
La ciudad era un ala de sombra.
Acaso un templo maya.
Besé a la luna. Y ofrecí
mi corazón al sacrificio.

La casa y la hojarasca

La hojarasca y el agua detenida
son todo lo vivo y lo real
de este patio y de esta casa.
El resto son fantasmas.
Que lo diga sino el centinela rojo
que dormita en el torreón de la esquina
y que sueña con la próxima batalla.
La sombra del general
se mueve tras las persianas.
Con él van su kepí, sus charreteras,
su sable, sus botas, su capa.
En su recámara crepuscular
a la luz de una vela escribe
con mano trémula: “A la patria…”
El caballo blanco relincha,
agita su cola en el aire
espantando a una mosca lunática.
Una criada vestida de luto, pálida,
prepara la mesa para la cena
a la que sólo acuden
entre candelabros dorados
el pasado, el polvo, la nada.
El resto son fantasmas.

El Ser y la Nada

En inhóspitos prostíbulos de ultramar
donde el Amor se acuesta con la muerte
en una cama con forma de barco,
donde los hombres desnudan
sus almas frente a un espejo
y se descubren sin rostro
y sin huellas digitales,
donde el oscuro sexo
de las muchachas
palpita como un corazón
abandonado en
el alféizar de una ventana,
y tras la ventana
no hay otro paisaje que la lluvia
y un paraguas negro
desprendido de una mano,
y el aullido de los lobos
se escucha a lo lejos como
un himno que anuncia
la destrucción o
el desastre,
ahí exactamente
tú eres y yo soy
el Ser y la Nada
sin mascaras
y sin orgasmos.

Elegía a una puerta

Por esta puerta imaginaria
he salido a los campos celestes
a las noches en llamas
a los ríos dorados que bajan del alba
y penetran mi cuarto lejano
poblado de bemoles
agujas y mapas

Reconozco sin embargo
que no hay nada tan inútil
como una puerta imaginaria de
goznes oscuros
desde la cual atisbo cada tarde
el lento girar de los astros
la figura difusa de un
hermano desconocido
la sombra azul de un
tigre ensangrentado

No obstante esta es mi puerta
la puerta imaginaria de
goznes oscuros de mi cuarto lejano
por la que entro y salgo al mundo cada día
inútil y sutil en cada paso.

Casi un nocturno

Los signos ilícitos de la noche
Saint-John Perse

He aquí una muchacha de tersa piel mestiza
que viene a hacer el amor con los árboles,
que enraíza sus pies en el Edén y cuyas gráciles manos
semejan el denso plumaje de los pájaros;
he aquí una muchacha cuyos minúsculos senos
huelen como odres de vino rojo y antiguo,
que se estremece en su lecho de paja
al paso del viento celeste del otoño,
que canta las más intensas romanzas de amor
en el atrio de piedra de las catedrales,
que traga ciruelas y otros frutos,
que lava su vientre hundido
en la orilla neblinosa de los ríos.
Los signos ilícitos de la noche
brillan como lunas llenas en sus ojos
y el rojo de sus labios arde
como un incendio en los bosques.

Un pantalón y una camisa

Digan ustedes si existo
o si sólo soy un pantalón y una camisa,
alguien que desayuna y lee el periódico,
que se perturba por el mal tiempo,
y llora inclusive a veces
por cierta necesidad matinal.
Es un asunto de alta metafísica
el que hoy planteo a mis congéneres
porque ya, por tercera vez,
me he sorprendido a mí mismo
comiéndome algunos gladiolos,
amando la pata rota de mi mesa
y preguntándole a Dante
si vio moscas en el Infierno.
Y nadie, ni mi mujer ni mis vecinos,
se conmovió por tanta tragedia.
Digan ustedes si existo
porque también he visto brillar
un sol negro en pleno invierno,
florecer el Edén en las barriadas
más turbias de Lima,
y he escuchado a mi gato rumiar
una metáfora de mister Eliot.
Y nadie, dignísimos lectores,
ni la prensa ni la ciencia,
se asombró de tanto prodigio.
Es así como hoy desafío al mundo
a resolver este asunto de alta metafísica.
¿Existo? ¿Realmente existo?
Cierto es que tengo un rostro,
un nombre, un país, una biblioteca;
que viajo a las provincias en otoño;
que del espacio celeste
prefiero la luna y las estrellas.
Pero siendo como soy,
un hombre triste y sin atributos,
es legítimo que dude
de mi extraña existencia.

La condición humana

Mira esta rata aplastada en medio
de la carretera. Mira sus ojos que aún miran
con espanto el mundo desde donde la miramos.
Es una rata y es una tragedia.

En la morgue están los nuestros:
Humanos con el alma aplastada y la misma
mirada de espanto.

Ratas y hombres murieron anoche
en el más insignificante minuto del planeta,
mientras los sobrevivientes -indiferentes a todo-
bebíamos y tragábamos
en las ciudades y los subterráneos.

Mira esta rata. ¿Te da asco?
¡Su tragedia es algo tan humano!