Poesía de España
Poemas de Juan Bautista Arriaza
Juan Bautista Arriaza y Superviela (1770-1837), poeta español del neoclasicismo y prerromanticismo, floreció en una época de cambios y convulsiones. Nacido en Madrid, sus raíces lo vinculaban a la nobleza militar, marcando su destino desde el principio. Educado en las Escuelas Pías y el Real Seminario de Nobles, Arriaza se forjó inicialmente en la senda militar y marina, sirviendo en la Guerra contra Francia con distinción.
Su incursión en la diplomacia lo llevó a Londres y París, donde su pluma se volcó en la escritura de poemas, como “La tempestad y la guerra“, inspirado por la batalla de Trafalgar. Sin embargo, fue con la Guerra de la Independencia Española que su poesía se transformó en un alegato patriótico. “Profecía del Pirineo” y “Recuerdos del Dos de Mayo” son testimonios vívidos de su fervor.
El retorno a Londres en 1810 marcó una nueva etapa diplomática, pero su corazón seguía latiendo por la causa patriótica. Sus “Poesías patrióticas” resonaron en la colonia española, y su perspicacia política quedó plasmada en “Observaciones sobre el sistema de guerra de los aliados en la Península Española“.
Con la restauración absolutista, Arriaza cosechó reconocimientos oficiales y se afianzó como académico. Su vida personal se entrelazó con la política, y su matrimonio con Paula Arriaza y Mosterín consolidó su arraigo. Sin embargo, el cambio político trajo altibajos, desde su subvención para un periódico absolutista hasta la jubilación forzada durante el Trienio Liberal.
El legado literario de Arriaza se extiende por sonetos amorosos y temáticos, destacando su maestría en la composición ágil y la influencia de poetas como Garcilaso de la Vega y Lope de Vega. Sus poemas extensos, como “Emilia” y “Terpsícore“, reflejan su diversidad temática y su capacidad didáctica.
Juan Bautista Arriaza, un poeta que navegó entre la marina, la diplomacia y la pluma, dejó una huella indeleble en la literatura española, fusionando la lírica con los eventos cruciales de su tiempo. Su obra, una danza de palabras que abraza la patria, el amor y la reflexión filosófica, perdura como un testimonio valioso de su época.
La vi deidad, y me postré a adorarla
La vi deidad, y me postré a adorarla,
y por volver el ídolo benigno,
la prosa olvido, y me dedico a hablarla
en el leguaje de los dioses digno.
De entonces fue mi signo
pintar en mis canciones
sus dulces perfecciones;
¡y cuánto, oh cielos, su beldad me ilumina!
que es a su lado mi elocuencia parca.
Un hilo de agua que en el campo brilla,
y el ancho mar que casi el mundo abarca
¡Cuán triste vivir!
¡Cuán triste vivir!
Morir por la patria,
Vivir en cadenas
¡cuán triste vivir!
Morir por la patria,
¡qué bello morir!
Partamos al campo,
que es gloria el partir;
La trompa guerrera
nos llama a la lid:
La patria oprimida
con ayes sin fin
convoca a sus hijos,
sus ecos oíd.
¿Quién es el cobarde,
de sangre tan vil,
que en rabia no siente
sus penas hervir ?
¿Quién rinde sus sienes
a un yugo servil
viviendo entre esclavos,
odioso vivir ?
Placeres, halagos,
quedaos a servir
a pechos indignos
de honor varonil;
que el hierro es quien solo
sabrá redimir
de afrenta al que libre
juró ya vivir.
Adiós hijos tiernos
cual flores de abril;
adiós, dulce lecho
de esposa gentil:
Los brazos, que en llanto
bañáis al partir
sangrientos, con honra,
veréislos venir;
mas tiemble el tirano
del Ebro y del Rhin,
si un astro a los buenos
protege feliz.
Si el hado es adverso,
sabremos morir…
morir por Fernando
y eternos vivir.
Sabrá el suelo patrio
de rosas cubrir
los huesos del fuerte
que expire en la lid:
Mil ecos gloriosos
dirán: «Yace aquí
quien fue su divisa
triunfar o morir».
Vivir en cadenas,
¡Qué bello morir!
La guarida del amor
Amor, como se vio desnudo y ciego,
pasando entre las gentes mil sonrojos,
pensó en buscar unos hermosos ojos
donde vivir oculto y con sosiego.
¡Ay Silvia!, y vio los tuyos, vio aquel fuego
que rinde a tu beldad tantos despojos,
y hallando satisfechos sus antojos,
en ellos parte a refugiarse luego.
¡Qué extraño es ver ya tantos corazones
rendir, bien mío, los soberbios cuellos,
y el yugo recibir que tú les pones,
si a más de que esos ojos son tan bellos,
está todo el Amor con traiciones,
haciéndonos la guerra dentro de ellos!
Perdí mi corazón
Perdí mi corazón -¿lo habéis hallado,
ninfas del valle en que penando vivo?-
ayer andando solo y pensativo,
suspirando mi amor por este prado.
Él huyó de mi pecho desolado
como el rayo veloz, y tan esquivo
que yo grité: «Detente, ¡oh fugitivo!»
y ya no lo vi más por ningún lado.
Si no lo conocéis, como en un ara
arde en él una hoguera, y cruda herida
por víctima de Silvia lo declara.
Dadlo, por vuestro bien, que esa homicida
lo hizo tan infeliz que donde para
mi corazón, ya no hay placer ni vida.
Recuerdos de amor
Suave sería el labio de mi musa
modular solitario sus congojas,
al son del agua y silbo de las hojas
de selva y río en variedad confusa;
tal vez allí la ilusa
copia de mis pesares,
en tan nuevos cantares
sanara que envidioso a mis recreos
el ruiseñor, en circulares giros
bajara y repitiera entre gorjeos
lo que yo le cantara entre suspiros.
La vi deidad, y me postré a adorarla,
y por volver el ídolo benigno,
la prosa olvido, y me dedico a hablarla
en el lenguaje de los dioses digno.
De entonces fue mi signo
pintar en mis canciones
sus dulces perfecciones;
¡y cuánto, oh cielos, su beldad me humilla!
que es a su lado mi elocuencia parca.
Un hilo de agua que en el campo brilla,
y el ancho mar que casi el mundo abarca.
Hijos mis versos, Silvia, de tus ojos,
cuando mi amor mirabas indecisa,
tras de mil que engendraron tus enojos
volaron mil nacidos de tu risa;
Oh, cómo se divisa
en unos aquel frío
de tu ingrato desvío,
y en otros un calor que al mismo exceda
con que el torno del eje diamantino
la gran masa del sol rápido rueda,
ardiendo en fervoroso remolino!
Tú los cantabas, Silvia, ¡en qué lugares!
¿Te acuerdas de la selva en que habitamos,
que remedaba el ruido de los mares
con el sordo susurro de sus ramos?
Muramos, ¡ay! muramos
de vergüenza y disgusto;
que aún en algún arbusto
se ve escrito que en todo el universo
fuerza no habrá que a separarnos baste;
y aún está allí tu letra, allí mi verso;
¿y dónde está la fe que me juraste?
Los sauces pintarán con elegancia,
bajo el imperio de los euros roncos,
en sus fugaces hojas tu inconstancia,
y mi tristeza en sus desnudos troncos;
destemplados y broncos
murmurarán los vientos
de aquellos juramentos
cuando desafiaste a aquella roca
a firmeza… ¡oh dolor! ¡y ahora es aquella
en la que sólo estampo yo mi boca,
porque sólo tu nombre encuentro en ella.
Tal lo dispuso irremisible el hado;
encubra el velo lúgubre y espeso
que oculta el porvenir, lo ya pasado.
Silvia, murió el amor; mas no por eso
te ofendas de que impreso
subsista en mi memoria;
que si hay alguna gloria
en conmover los bellos corazones
con dulces metros llenos de ternura,
y esto se diere a mí, serán lecciones
de tus gracias, tu fuego y tu hermosura.
Y como corren a la mar undosa
las claras aguas por el campo ameno,
a ti mis versos; bríndales, hermosa,
tu blanda mano y tu mirar sereno;
guárdalos en tu seno;
y al abrigo de aquellas
cimas del Pindo bellas,
verá, de aliento y no de furia escaso,
el monstruo vil que por morderlos lidia,
que no se oye en la cumbre del Parnaso
el ladrar de la cueva de la envidia.
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