Poetas

Poesía de Perú

Poemas de José Santos Chocano

José Santos Chocano (Lima, 14 de mayo de 1875 – Santiago, 13 de diciembre de 1934) fue un destacado poeta peruano, conocido como «El Cantor de América» por antonomasia y nombrado por Manuel González Prada como el «Poeta Nacional del Perú». Su vida fue rocambolesca y estuvo ligada a la de los dictadores y los caudillos latinoamericanos de su tiempo.

Es considerado uno de los poetas hispanoamericanos más importantes, por su poesía épica de tono grandilocuente, muy sonora y llena de color, aunque también produjo poesía lírica de singular intimismo, todas ellas trabajadas con depurado formalismo, dentro de los moldes del modernismo. Su obra se inspira mayormente en los temas, los paisajes y la gente de su país y de América en general. Su creación literaria obtuvo en el Perú un reconocimiento nunca antes visto; llegó a ser el literato más popular después de Ricardo Palma, aunque su ascendiente en los círculos literarios peruanos fue disminuyendo paulatinamente, en beneficio de otro grande de la poesía peruana, César Vallejo. No obstante, Chocano sigue siendo recordado por la mayoría de los peruanos como un gran poeta; algunos de sus composiciones como «Blasón», «Los caballos de los conquistadores» y «¡Quién sabe!…», son clásicos de las recitaciones hasta la actualidad.

A Lázaro

¡Pueblo, vibra tu luz! Rompe tus lazos;
y abre con furia tu millón de bocas;
y alza hasta el cielo tu millón de brazos.
¡Habla y obra, y verás cuan presto subes:
para tan fuerte océano no habrá rocas,
para tan puro cielo no habrá nubes!

¡Trabaja y lucha! Que el trabajo es fuego
y la lucha es vigor. Hacha sin tajo
es astro sin calor, planta sin riego…
¡Lleno de fuerza cual lo sueña el vate,
lucha, Pueblo, en el campo del trabajo
y trabaja en el campo del combate!

Sí es preciso otro Cristo que sucumba,
¡aquí estoy yo! Mi inspiración ardiente
puede seguir ardiente entre la tumba…
Venga el golpe hacia mí, firme y seguro;
¡que mi muerte espantosa en el presente
será vida gloriosa en el futuro!…

¡Oh carne con derecho! Escala el monte,
burla el ansia salvaje del sicario,
sube a la cumbre, ensancha tu horizonte;
y abre tus brazos esparciendo luces,
que así parecerás sobre el Calvario,
en vez de muchos hombres, muchas cruces!

A los que sufren

No, no importa el estigma, que el pantano
osa poner sobre la nieve alada
de los cisnes que cruzan en bandada
hacia el país del sol…

El vulgo insano
horada el corazón que bien le quiere,
para buscar la fuente misteriosa
donde la sed de la ignorancia muere.
El mal se trueca en bien: tal el destino
que rodea de espinas cada rosa
y que empuja la lanza de Longino!

El apóstol que sufre sin desmayo,
con el orgullo del dolor sereno,
y hondos tormentos atesora su alma,
avariento del bien, no teme el rayo,
ni teme el huracán, ni teme el trueno:
¡Es como un faro convertido en alma!
Rebelde faro, que en la nocbe obscura
sufre el ultraje de cruel tormenta,
y que, a través del temporal, fulgura,
cual única esperanza que alimenta
la sorprendida nave: él solo apura
todo el horror; y, desde el fondo mismo
surge de aquella abierta sepultura,
como el Ángel Custodio del Abismo…

¡Cuánto vaie el dolor, que compra apenas
un gajo de laurel para la frente!
¡Cuánto pie tuvo que arrastrar cadenas,
antes de hollar la cúspide eminente!
¡Cuánta gota de llanto, suspendida
en el ojo del genio, primas finge,
donde, sobre al desierto de la vida,
surge la Gloria como muda Esfinge!
¡Cuánta ironía en los risueños labios!
¡Cuánto gusano en la dorada fruta!
El eterno banquete de los sabios
sólo ha tenido un brindis: la cicuta.

Gozo de la palabra que clarea
sobre la obscuridad, como una aurora;
pero también la aurora de la idea
desata su rocío: ¡también llora!
Gozo da el resplandor que así derrama
la antorcha en las tinieblas encendida;
y nadie piensa en que la alegre flama
va a la antorcha robándole la vida!…

Goza el vulgo en la luz que a ver alcanza,
sin cuidarse en saber de dónde llega.
El redentor, al golpe de la lanza,
abre los ojos de la turba ciega…
Basta para perder toda esperanza
el destacarse sobre el vulgo airado,
que ríe del Quijote peregrino;
y lo empuja, por rápido camino,
a morir cual Jesús, crucificado,
¡pero sobre las aspas de un molino!…

Tal la flor, que embalsama el fresco ambiente
y en regalar aromas se recrea,
las rebeldías del abrojo siente
y en secretos dolores se consume:
¡quién sabe si la flor, como la idea,
sólo tiene un tormento en su perfume!…

¡Nada importa el dolor, si al fin es gloria!
No es ser amado cual Musset dijera,
sino ser admirado es la victoria,
haciendo que, ante el mérito que brilla,
el Odio lenguaraz insulte, hiera,
hable .. ¡pero doblando la rodilla!

Gloria al dolor pregonarán les bronces
en el Juicio Final del vulgo necio:
¡la aristocracia del dolor entonces
tendrá su tiranía de desprecio!…

El hielo que oprimiera cada cumbre
derretido será; y, hecho torrente,
rodará con inmensa pesadumbre,
de la altitud por la agrietada frente.

Y en ese apocalipsis, en que el trueno
será trompeta, al postrimer conjuro,
Tientos de tempestad saldrán del seno
en que hoy duermen las glorias del futuro;
así estallando bajo el golpe aleve
que les dan al pasar los huracanes,
que arrojan a las simas sus despojos.
Sacudirán su cárceles de nieve,
como una pesadilla, los volcanes,
con sólo abrir sus espantados ojos!…

El alma de volcán duerme su sueño
bajo nieve tiránica, hasta el día
en que, al impulso del rebelde empeño,
quiere imponer también su tiranía!

Quien sufriendo vivió podrá siquiera
despreciando morir: cuando ya todo
perdido esté, cuando su suerte fiera
sea huracán, le restará el consuelo
del ala vencedora sobre el lodo
y del éter rasgado por el vuelo…

Nadie la prueba de la lid rehúya,
si colmar sueña sublimado anhelo,
robándole un laurel a la victoria:
¡cuando el Invierno del Dolor concluya,
tendrá la Primavera de la Gloria!

El que siembra con fe, logrará el fruto…
Alma que fía en sí, nunca es vencida:
como el instinto que en el mismo fruto
por fuerza tiende a conservar la vida,
la fe en el hombre se resuelve luego
sobre el dolor en triunfadoras palmas;
porque es a modo del instinto ciego
de la conservación para las almas…

A un árbol

Cuchichean tus hojas sus amores,
tus pájaros se besan disolutos…
¡y no está el azahar entre tus flores!
¡y no está la manzana entre tus frutos!

En vano te alzas retemplado y bronco;
también inclinas al amor la frente:
todas las primaveras, en tu tronco
se enroscará la bíblica serpiente.

Quizá al golpe del hacha que te hiere
una cruz o un navío en ti palpita,
porque al golpe del hacha el árbol muere,
pero apenas ha muerto resucita.

Cruz o navío, erguido en los altares
o abriendo el agua con potente anhelo,
conducirás los cuerpos por los mares
o llevarás las almas hacia el cielo…

A un asno

Joven asno, que trotas y te alejas
con tu carga de amor, oye mi acento;
y no porque te zumbe alegre el viento
sacudas tus larguísimas orejas.

Óyeme, asno cruel, ¿por qué no cejas?…
¿Por qué huyes con tu aldeana en el asiento,
si símbolos de dicha son, jumento,
las herraduras que estampadas dejas?

¡Joven asno, oye bien! Yo te daría
este rincón que es el mejor del prado,
este árbol que hace sombra todo el día,

este arroyuelo que temblando arranca…
¡por ese pie que aprieta tu costado,
por esa mano que palmea tu anca!

A un soñador

Para Leopoldo Cortés

¿Adónde vas incauto y errabundo,
con los desnudos pies hollando abrojos?
Tu reino ¡oh, soñador! no es de este mundo;
¡alza del suelo los cobardes ojos!

¿Qué te importa el clamor de torpe lucha
en que se agita la pasión humana?
El extraviado caminante escucha,
tendido en el desierto, el breve paso
con que lo adelantó la caravana.
¿Pero es que tú te retardaste acaso?

No: tú te apartas, porque así lo quieres,
del rumbo señalado a tu destino:
tú eres dueño de ti. Bien sé que no eres
una piedra rodando en el camino.

Empedernido soñador, ansías
ceñir a tu ideal la humana suerte;
y execras, como un joven Jeremías,
el dolor de las grandes tiranías
y la ley opresora del más fuerte…

Quisieras estrechar entre tus brazos
al pueblo no domado en las peleas;
romper los yugos; desatar los lazos;
¡y hacer la comunión de las ideas,
repartiendo tu carne hecha pedazos!

¡Ay de ti, soñador! Tu afán es grande,
pero inútil también. No es todavía
tiempo que el Sol de la justicia mande
un rayo redentor, a la sombría
prisión del pueblo. Tu presura es vana.
Romeo: no es la alondra, no es el día;
no es tiempo que abandones la ventana
en que te habla de amor la Poesía…

Ama, busca un amor. Cántale el canto
del acendrado afán que te devora;
y así cual viertes generoso llanto
por el pueblo que sufre, amando llora…

¿Crees acaso tú que el sacrificio
de tu sangriento Gólgota, redime
al pueblo, que te mancha con su vicio,
que corre desolado al precipicio
y que besa la mano que lo oprime?

Abandona tu afán: deja el trabajo
de tu prédica santa en el desierto…
Mira hacia las alturas, no hacia abajo;
y si el llanto quizás tu vista empaña,
preferir debes la Oración del Huerto
al inútil Sermón de la Montaña!

¿Para qué vas cual loco peregrino
buscando agravios que vengar? Tus quejas
befadas son: desanda tu camino;
no bregues con ejércitos de ovejas,
ni te encares con aspas de molino…

Un día llegará. —¡Tardará el día!—
en que el vulgo cruel que te ha befado
reconozca en tu voz la profecía
y se contriste de no haberte amado.
¿Será arrepentimiento o ironía?

Sólo cuando hayas muerto, el vulgo infame
apreciará tu vida. Hoy, entre tanto,
no esperes en tu sueño que te ame:
¿qué le importa tu amor, ni qué tu canto?
El en su orgía seguirá aturdido;
y ebrio, sin reparar en tu quebranto,
no te dará ni corazón, ni oído…

¡Vale más, pues, morir! Joven y bello,
sacrifícate al ansia que te inspira;
busca en la muerte el póstumo destello
de la única gloria; dobla el cuello,
y que te decapiten con tu lira!

El amor de los dioses te reclama.
Jóvenes mueren, en el canto griego,
los predilectos de los dioses. Ama;
que humo es la gloria y el amor es llama:
no hay gloria sin amor, ni humo sin fuego.

Ama, pero no al vulgo: ama a los dioses.
Eres joven y bello. La fortuna
te aguardará en la tumba en que reposes…
Eres bello: tu sien luce serena
la palidez intacta de la luna,
bajo del nubarrón de tu melena.
Eres joven: tan joven como bello.
¿Por qué heroico la vida no te arrancas,
antes que en el negror de tu cabello
pinte la ancianidad sus rosas blancas?

Ya sé: ¡triste es morir, con breve paso,
en plena juventud!…

¡Es suerte impía
que el Sol se apague en la mitad del día,
cuando debe morir en el ocaso!

Vive, sí; pero vive de otra suerte…
No más tus himnos ante el vulgo entones;
y hazte tuyo por fin, tranquilo, inerte,
hasta que sin sentirlo te abandones
al sueño perezoso de la muerte…

Alma no comprendida y calumniada;
numen radiante en sublimado ensueño;
fe que bregara con altivo empeño,
serás tú la figura desgarrada
del héroe agonizante que, risueño,
fija en los cielos la postrer mirada…

Quijote de la lira, sueña y calla,
ya que no encuentras eco en el abismo:
no enfiles tus estrofas en batalla;
consume tus ensueños en ti mismo…
Egoísta desde hoy, deja que el mundo
siga sin escucharte en su egoísmo:
sé desde hoy un escéptico profundo,
mudo ante la alabanza y el ultraje,
sordo al trueno de guerra que retumba,
austero como un árbol sin follaje,
frío como una lápida de tumbal…

Y vive así, feliz, despreocupado
del vulgo que al abismo se derrumba,
si no quieres vivir ardiendo en ira
y morir, como un Dios, crucificado
contra el arco gigante de tu lira!

¡Una cruz es el fin de tu aventura!
¡Don Quijote, que armado caballero
busca del bien las triunfadoras palmas,
sólo es la colosal caricatura
de Cristo, ese divino aventurero,
ese eterno Quijote de las almas!…

A una dama española

Vestida de negro os miro
Llenar de gracia discreta,
Al lado del Rey Poeta,
Las fiestas del Buen Retiro.
Ya abanicáis un suspiro,

Ya esgrimís una mirada;
Y es así que encresponada
Lucís la pálida frente,
Como una luna creciente
En una noche enlutada.

Reís del bufón, señora,
Que a vuestros pies se fatiga,
De Olivares, que os intriga,
Y del Rey, que os enamora.
¿Vuestra carcajada llora?

Tal vez; pero entre esas gentes
Vuestros labios sonrientes
Se abren con alegre afán.
¿De qué corona serán
Las perlas de vuestros dientes?

Un golpe sobre el atril:
Rompe la orquesta al instante.
Tiembla el violín sollozante
Y retumba el tamboril.
Vuestra risa de marfil

Parece que entra en la pauta;
Y fíngese, allá en la cauta
Fronda de opaca ilusión,
La rítmica confusión
De la paloma y la flauta.

Con voluptuoso frufrú,
Danzan, en lírica rueda,
Entre pájaros de seda,
Mariposas de tisú.
Gallarda como un bambú,

Tejiendo bailes se os ve;
Y ensayáis sacando el pie,
Al son de la blanda nota
Ya inflexiones de gavota,
Ya actitudes de minué.

De pronto, un paje. Hacia vos
Extiende un cerrado pliego.
Con una mirada, luego,
Le decís al paje adiós.
El Rey, que ha llegado en pos,

Pediros razón intenta;
Y sobre el pliego, que ostenta
Una albura inmaculada,
Hay una oblea encarnada
Como lágrima sangrienta.

Las cejas el Rey enarca,
Como exigiendo merced.
—¿El pliego?
—Tomad: leed.
—¡De Calderón de la Barca!
Pálido asombro se marca

En la frente de los dos…
Es en verso. Invoca a Dios;
Y jura que os quiere bien.
Pero que, harto del desdén,
Se ordena fraile por vos.

El Rey, con altivo porte,
El pliego rasga en pedazos;
Y vos caéis en los brazos
De las damas de la Corte.
¡Feliz pecho el que soporte

Cabeza tan seductora!…
Bella aparecéis, señora;
Pero como nunca bella:
Tal se desmaya una estrella
Sobre un girón de la aurora.

Como espuma de oleaje,
Vuestro rostro de blancura
Resalta entre la negrura
De vuestro enlutado traje.
Nuestra sonrisa es celaje

Que hace un último derroche;
Y así, exánime entre el broche
De vuestro obscuro vestido,
Sois un lucero dormido
En el fondo de una noche…

Abnegación

Yo sé que me has dado cuanto darme podías,
sin tener la esperanza de una compensación,
mientras que las mujeres que han ido siendo mías
han recibido en pago siquiera una canción…

¡Ni una canción me pides! Todas mis poesías
no valen la tragedia muda de esta pasión,
con que en la copa amarga de mis melancolías
el lirio has deshojado que hay en mi corazón…

Tú me entregaste solo como a los peregrinos
se entregaban las ninfas en los viejos caminos:
¿No soy un alma errante que hace su vida a pie?

Si por vencerte empiezo, por rendirme concluyo…
¡Pues que libre me dejas, solo quiero ser tuyo!
¡Pues que nada me pides, todo te lo daré!

Acuarela

Soberbio mar. Una irritada ola
abre los abanicos de su espuma;
y palmetea con presteza suma
sobre una peña indiferente y sola.

La arena se abrillanta y tornasola,
al halago de Febo que se abruma,
mientras allá… leve jirón de bruma
ciñe a la cumbre espiritual aureola.

En las ondas elásticas, las yerbas
retozan y se entregan a la orilla,
entre las ansias de la lucha acerbas.

De pie, sobre la peña, álzase un viejo,
que absorto con su anzuelo y su varilla
sólo atina a pescar un gran cangrejo.

Águilas y gorriones

Al coronel Mariano J. Madueño

Bandada de gorriones sueña en vano
derribar alta torre, y la golpea
con sus menudas alas: tal jadea
turba envidiosa en su delirio insano.

No importa, no, que el egoísmo humano
junte a toda la estúpida ralea
contra una sola cumbre de la idea:
¡una nube no seca el oceano!

Cual puñado de arenas, en su anhelo
se unen las ambiciones despechadas,
y se esparcen al golpe de las olas…

¡Para cruzar por el azul del cielo,
los gorriones se juntan en bandadas;
en tanto que las águilas van solas!…

Amores viejos

Ambos en el diván. Breves las horas.
Lenguas de gas vibrando en las arañas.
Tibio el salón. Tus ojos como auroras
entre la oscuridad de tus pestañas.

Frases rápidas. Plática vulgares
como profanación de tu belleza,
hablando lo que se habla en los hogares
cuando mientras uno habla otro bosteza.—

Por fin, como un paréntesis, con süave
y dulcísima voz mi afán preguntas:
—Quiero—te digo—descubrir la clave
de todas tus pasiones ya difuntas.

¿Dices que no has amado? Te lo creo;
eres mujer al fin y mi Dios eres;
y, desde que dejé de ser ateo,
voy creyéndoles más a las mujeres!

Soy tu primer amor. Tú me lo juras;
y algo, que me lo afirma, en tu alma llevas:
conozco que son nuevas tus ternuras,
nuevas tus ansias y tus dichas nuevas…

En cambio, pecador arrepentido,
yo te confieso mis amores muertos:
mi rumbo era hacia ti, pero he tenido
que ir en el viaje visitando puertos…

¡He llegado por fin! Abre los brazos
y olvida la tardanza del viajero.
Te doy un corazón hecho pedazos:
¡ve modo tú de conservarlo entero!

No temas que retorne yo la vista
hacia esos muertos, no: vuelve a tu calma.
Tú pasarás con paso de conquista
por sobre los cadáveres de mi alma!

Ellos mismos, despiertos a tu paso,
viéndote como el Dios de mi Universo;
con vivo afán te aclamarán acaso:
Pía, felice, Emperatriz del Verso.

¿Qué me dices? —Variándolo de tono,
lo que dijo Jesús decir te escucho,
¡Qué ternura! ¡Qué gloria!
—¡Te perdono,
no porque amaste, porque me amas mucho!

Amor muerto

Sin poderlo evitar, tal vez me quieres;
y mis pláticas dulces y armoniosas
te embriagan con las mieles de sus rosas;
ve lo que fuiste ayer, ve lo que hoy eres!

No quebrantes la ley de tus deberes:
dime sólo palabras amistosas;
que me conformo. El trato de las diosas
vale más que el amor de las mujeres…

Gózome sólo en contemplar tu huella,
como recuerdo de mi amor profundo,
borrándose en la arena del desierto…

Tal soñamos mirar lejana estrella,
por el rayo de luz, que a nuestro mundo
llega quizás cuando la estrella ha muerto.

Ángelus

Ven, hermosa, a mi lado: los dos juntos,
desde el alto balcón, morir veremos
el sol, allá, en los últimos extremos,
de negro palio de argentados puntos.
Caronte fosco al golpe de sus remos
canta ya la canción de los difuntos:
y el pájaro agorero con su grito
conturba la apacible bienandanza,
mientras naufraga en sombra el infinito
triste como un amor sin esperanza…

Ven, hermosa, a mi lado: es el momento
en que la luz se junta con la sombra.
Mira: el sol rueda por la espesa alfombra
como un sultán caído de su asiento.

Es la hora de Dios: la tarde reza.
¡La hora en que la olímpica pereza
convida con mortal melancolía
a tomar la ceniza de tristeza,
después del carnaval de cada día!…

¿No es verdad que la tarde es triste y bella?
Es triste y bella como tú. Tu frente
tiene fulgor de vespertina estrella:
crepúsculo es tu espíritu inocente:
tarde que cae es la mudez sombría
con que sueñas angélicos placeres;
porque si eres un ángel, quizás eres
el ángel mismo que anunció a María…

Ven, lee: abierto el libro, deletrea.
Allá mira ese pálido lucero
que como un ojo mustio parpadea;
allá ese monte que se empina fiero.

Si sobre el monte está la nube, encima
de la nube el lucero: al fin repara
que, de los mundos en la eterna rima,
sobre la estrofa oscura está la clara.
¿Sonríes? ¿No es así? ¿Qué duda acaso
roza tus aguas con el ala al paso?

¿Y qué pregunta en tu razón nacida
cual llanto en el recién abierto broche?
Todo es luz. Una máscara es la noche:
no hay sombra más allá de tu pupila…

Tal vez, tal vez a la fijada hora
del cósmico reloj, el Bien fecundo
hará que, en coincidencia abrumadora,
cuando caiga la noche en este mundo
en los astros que ves… raye la aurora.

Cuánto dulce misterio, niña hermosa,
a los labios sedientos de la Tierra
brinda en cáliz de rosa
la Tarde, ¡esa crisálida que encierra
de la Noche la negra mariposa!

Cuánto dulce misterio
vaga sobre la cumbre de los montes,
se ensancha en los gloriosos horizontes,
pasa de un hemisferio a otro hemisferio.

La luz escapa de la noche oscura;
pero hay filos de luz en la tiniebla
como chispas de genio en la locura.
Cae el silencio a plomo. La Natura
de misterios fantásticos se puebla.
El monte es nicho; el árbol, esqueleto;
a lo lejos el viento que murmura
un no sé qué… ¡La tarde es un secreto!

Dime, ¿no te provoca
hacerte silenciosa y recogida
la señal de la cruz sobre la boca?
¿No sientes ansias de rezar? Acaso
no es raro que el espíritu desee,
cuando cae la tarde de la vida,
rezar también ¡porque la tarde cree!…

Reza, sí; que la tarde siempre sea
como ésta en que, a tu lado, el bardo aspira
a quemarte el incienso de la idea,
de sus estrofas en la sacra pira;
que a tu alrededor el perfumado ambiente
poblándose de notas de mi lira
hálito niegue a la profana gente
que en descompuesta atmósfera respira;
y que por fin te expliques el misterio
del sol, que, de hemisferio en hemisferio,
se hunde, y después con vigorosa mano
separa las tinieblas del oriente,
come Moisés las aguas del océano,
como tú los cabellos de tu frente…

Reza, sí: que tus manos entreunidas
a las mías estén, ¡ay! cuando empiece
la tarde al par de nuestras juntas vidas;
que tus manos sostengan y mis manos
la temblorosa cuna que te mece
con un grupo de arcángeles humanos;
y que asi, cuando el Ángelus del alma
doble en el campanario de los sueños,
podamos ver con satisfecha calma
realizados al fin nuestros empeños,
y para hallar nuestra ambición cumplida,
podamos, amorosos y prolijos,
en la tarde feliz de nuestra vida,
ver nuestra aurora en nuestros propios hijos.