Poetas

Poesía de Perú

Poemas de José Ruiz Rosas

José Ruiz Rosas (Lima, 14 de mayo de 1928 – ibid., 28 de agosto de 2018) fue un destacado poeta peruano, integrante de la generación del 50, un grupo de creadores que marcó profundamente la cultura contemporánea del Perú. Su obra poética se caracteriza por una profunda sensibilidad y un rigor estilístico que lo sitúan como una de las voces más singulares de la literatura peruana.

José Ruiz Rosas inició sus estudios en el colegio La Salle. Aquejado por el asma, pasó largas temporadas en el balneario de Churín, en la sierra de Lima, y continuó su educación secundaria como interno en el colegio de La Merced en Huacho, donde empezó a escribir sus primeros poemas. En 1946 ingresó a la Facultad de Química de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y al año siguiente a la Escuela de Periodismo de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Sin embargo, en 1949, decidió establecerse en Arequipa, ciudad donde residió por más de sesenta años y donde produjo la mayor parte de su obra.

En 1954, José Ruiz Rosas se casó con Teresa Cateriano, y cuatro años más tarde, juntos fundaron la librería Trilce, un importante centro de animación cultural en la Arequipa de los años 60. Su compromiso con la cultura local también se reflejó en su trabajo como funcionario de la Casa de la Cultura de Arequipa y como director de la filial del Instituto Nacional de Cultura (1977-1979) y de la Biblioteca Municipal de Arequipa, donde se jubiló en 1991. En 2008, la Academia Peruana de la Lengua lo incorporó como miembro correspondiente, reconociendo su contribución a la literatura peruana.

Aunque su primera colección de poemas, «Sonetaje» (1951), apareció en Arequipa, fue con «Esa noche vacía» (1967) y «Urbe» (1968) que su obra empezó a captar la atención de los círculos literarios. El crítico Jorge Cornejo Polar destacó su lenta maduración y rigurosa autocrítica, señalando que Ruiz Rosas emergió con una obra de calidad y se convirtió rápidamente en una de las voces más personales de la poesía peruana.

En 1976, la publicación de «La sola palabra» reafirmó el valor y la originalidad de su poesía. En 1978, presentó «Arakné«, una serie de sonetos inspirados en los dibujos de Cristina Gálvez. Su «Elogio de la danza» fue premiado en 1980 en el Concurso Internacional de Poesía convocado por el Taller Coreográfico de la Universidad Nacional Autónoma de México. Durante la década de 1980, continuó publicando obras significativas como «Vecino de la muerte» (1985) y «Llaqui Urpi» (1986).

En 1990, la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa publicó su «Poesía reunida«, y en 2009, el Gobierno Regional de Arequipa editó su «Obra poética» como homenaje. La crítica ha destacado la capacidad de Ruiz Rosas para crear una obra profunda y auténtica, una bitácora poética de su vida y de su sensibilidad aguda.

José Ruiz Rosas no solo dejó un legado poético de gran valor, sino que también influyó en las generaciones posteriores, incluyendo a sus hijos, la escritora y traductora Teresa Ruiz Rosas y el poeta Alonso Ruiz Rosas. Su obra continúa siendo una referencia indispensable para aquellos interesados en la poesía peruana y en la riqueza de la lengua española.

Entre sus obras más destacadas se encuentran «Sonetaje» (1951), «Esa noche vacía» (1967), «Urbe» (1968), «La sola palabra» (1976), «Arakné» (1978), «Vecino de la muerte» (1985), «Llaqui Urpi» (1986), y «Poesía reunida» (1990), que constituyen un testimonio de su inquebrantable dedicación a la poesía y a la exploración de la condición humana.

Así escribo el poema. Doy un paso,
duermo, sonrío, lloro en mis adentros,
mastico la ancha hiel de los instintos
puestos a galopar, protones lúdicos
flotando sus latentes emociones;
miro la luz, que es el mirar más último
antes de penetrar en cada arcano;
oigo no sé qué cosas en los cantos
de las aves por un momento libres
y se me empuña el corazón sabiendo
su final de cautivas o de víctimas;
aspiro el aire altísimo que baja
a decorar de oxígeno mis huesos;
llego, me voy, distante en todo tiempo
de la meta final que no he fijado;
pulso la hora intacta que ha parido
el otoño de un ramo, atrapo el claro
destello de unos ojos fraternales,
miro los flujos que soporta el mundo
por pasos con sus callos melancólicos,
torno, vuelvo a mirar y abro los ojos
como un insomne búho en medio día
y fijo las pupilas como el gato
que pretendiera caza de aeroplanos,
subo la cuesta, bajo, y subo, y bajo
y conservo el imán del pavimento;
llego, con mi codicia a manos llenas
a regalarle el sol a todo el mundo
y la sombra, la luna y los luceros
como si todo yo fuera raíces,
hojas y savia para estar callado
como un laboratorio del abrazo;
así escribo el poema. Doy un paso.

***

Yo tengo un sol opaco en la mirada
puesto a secarse allí como una estopa
y me ciega de veras, porque abundan
marginadas estrellas en los párpados
que concurren a diario entre la sombra,
leve delito de la luz, que cuaja
en pretéritas lágrimas de infancia
y, durecidas pústulas, legañas
estorban todo el porvenir del ámbito,
miran apenas huellas, más por tacto,
más por olfato que por fiel vislumbre.

Yo tengo el ojo así, túrbido y tenue,
pegado al microscopio, sin los ágiles
desplazamientos de húmedos microbios
atender, con la voz puesta de bruces
convertida en silencio desde el tiempo,
desde las hóspitas cavernas, desde
la pelambre aterida, desde el rayo
divinizado, desde el árbol mágico.

Yo tengo el tímpano más bien ligero,
el martillo en metal endurecido
como un desnudo afán de lluvias, como
un onanita enfermo en resonancias,
acuclillado caracol, dormido
estribo en los galopes de la noche,
oído en tajo al sol y a las tinieblas
como hendida raíz de intermitencias
resonando en porqués y cuándos, ecos
de los ecos que moran en el aire,
de lo que respiramos, convencidos
de asegurar las ondas sin estrépitos,
las paredes abiertas por la técnica
trayéndonos mensajes y leyéndonos
en alta voz las cosas más distantes,
ah laberinto al que retorna Dédalo
como herida paloma, eterno caos
que vuelve al punto umbilical ya seco.

Yo tengo el tacto ardido, porque toca
alguna vez la yema el frasco ajeno,
la mejilla pueril que riega el ojo,
la piel de la mujer, plena de esencias,
la insensata moneda que acaricio
en veces, yermo símbolo palpable,
y esta verdad ambiente en que ambulamos
del catre, de la mesa, de la ropa,
hasta llegar al más purificado
papel, página en blanco del poema,
margen desgarratriz de lo sensorio,
sutil profanación, cosa en la cosa,
eléctrico y sensual presentimiento
en claros eslabones y ataduras,
en diligentes florescencias náuticas
al azar controladas por cronógrafos,
entre la estricta realidad sumerso
con instantáneas fugas palpebrales.

Yo tengo, cual tú tienes, tan sin duda
este incómodo espejo en vano huero,
este acústico umbral siempre horadado,
esta sepulta cárcel transeúnte
caminados al cielo, en los compases
de qué mefisto ingenio calculados.

***

Licor, icor hermético, incesante,
raudo canal, giróvago y centrípeto
brindis de todo túmulo y tibieza,
corriente, río subcutáneo y ciego;
premonición de llagas y de muerte
en el múrice tono de la fuerza,
parte de mí que palpo con sueño
en un afán tenaz de cuántos dóndes
puestos en sucesión de oculta herida,
terco laboratorio palpitante
donde con pausa grave y solemnísima
florifica lo líquido su estado,
aluvión que a sí mismo se detiene
para salvar la vida, guarda férreo
que enfrenta la envoltura del ambiente,
postillón del oxígeno, cadena
desde la madre al hijo, sucesiva,
nave de un solo puerto intermitente
en que navega mi final espectro
sumergido en su patria de tejidos
soledad de millones en alarma
que pudiera diezmar algo bastardo
en una sola noche sin luceros;
pez; habitante cálida que gusto
como si fuera dueño del destino
y que una vez, al fin, ya detenida,
no reconoceré, quizás, por turbia,
por helada, cambiando ya de forma
gracias a multitudes antropófagas.

LO DIFICIL NO ES VER

Lo diflcil no es ver cómo se va pelando la corbata
sino decirle al mendigo “Lo siento”.
caminar, y de repente sentir que se te arrastran
unos ojos
y te dicen “Señor” y todo eso.

U olfatear los guisos debajo de la pestilencia
o mirarle los pies a una muchacha de la calle.

Lo dif1cil no es estar sin un centavo
sino tener la familia muda y sonriente
y que te digan: “Nada, si no necesito nada,
si estoy zurciendo todo nuevamente”

METEORITOS

Un hombre fue cierta vez
al firmamento
a pintarlo con sus pensamientos
mezclados con el resplandor de las estrellas.

Poco después, sediento, exhausto, rígido
por el asombro y el terror
ante la realidad del infinito,
trató de retornar y algunas veces
lo vemos vanamente transformado
pues aquel magno esfuerzo convirtió su cuerpo,
hecho ya mole en el espacio,
en enormes e innúmeras partículas
de algún ígneo metal no planetario.

De cuando en cuando asoma su rauda pincelada
cual velocísimo trasgo
por entre los resquicios
que permite el inmenso andamiaje de la noche.

Cada período, quién sabrá de cuantos años o milenios,
logra llegar hasta nosotros
algún retazo de aquel fantasma suyo
tan al azar diseminado,
y espanta toda vida en su contorno
dejándole al planeta
una redonda cicatriz, y al centro,
como costras del tiempo,
qué pesados fragmentos, esos bólidos ya quietos,
fríos, negros, herméticos y mágicos.

COMO CONTARLE CUENTOS A LOS ÁRBOLES

Como contarle cuentos a los árboles
un hombre está sintiéndose follaje.

Amplio, de corazón más amplio que la tarde,
siente venir la tierra hasta su sangre
y repetirse alegre cada invierno
florido, señorial, salvaje.

Un hombre ángel
como contarle cuentos a los árboles
está puro follaje.

No es soledad la suya
porque está conectado con el aire,
porque lo abruman lianas y parásitos,
nidos, ardillas, aves.

Y está metido allí, callado; enorme,
un hombre vegetal. Que Dios lo guarde.

UNO QUE RECOGE LOS GRANOS

uno que recoge los granos del campo estuvo guardándolos
para sí en un lugar secreto
y hacía propuestas de toda índole hasta que fue descubierto
y con un cuchillo muy pulido que se guarda únicamente para tales eventos

se le marcaron de un solo tajo las puntas abominables de los dedos

CARACOL

Primicia de otro reino, cabezuela
con credenciales de su mundo elástico
llegada en puro amor, sólo silencio,
perfecta calma, respetuosa venia
para brindar caricias a las plantas,
comerse a besos temblorosas hojas,
retirarse a soñar en la sombrilla
guardada siempre a cuestas y compacta;
y luego, suave trotamundos, irse
palpando el rededor con dos vigías
parabólicos y semiplegables
a continuar su vegetal periplo
con eternos saludos y primicias.