Poesía de España
Poemas de José-Miguel Ullán
José-Miguel Ullán fue un poeta, periodista y editor español que nació en Villarino de los Aires, Salamanca, en 1944 y murió en Madrid en 2009. Su obra poética se caracteriza por su originalidad, su compromiso social y su experimentación con el lenguaje y las formas.
Ullán comenzó a escribir poesía desde muy joven y publicó su primer libro, Los inocentes, en 1961. Durante la dictadura franquista, se exilió en Francia, donde trabajó como corresponsal de la revista Triunfo y colaboró con diversos medios culturales. Allí conoció a poetas como Octavio Paz, Rafael Alberti y Juan Gelman, entre otros.
En 1976 regresó a España y fundó la editorial El Oso y el Madroño, que se dedicaba a la difusión de la poesía hispanoamericana. También dirigió la colección Poesía Hiperión y participó en la creación de la revista Cuadernos del Norte. Además, fue profesor de literatura en la Universidad Complutense de Madrid y en la Universidad de Alcalá de Henares.
Su obra poética abarca más de veinte libros, entre los que destacan Cárcel de amor (1971), Sardinas (1973), Amor peninsular (1980), Oidor andante (1982), El bosque transparente (1986), El arte de la fuga (1990), El gallo de Bagdad (1995), Memoria del pájaro (2000) y El paso del tiempo (2007). Su poesía se ha traducido a varios idiomas y ha recibido numerosos premios, como el Premio Nacional de Poesía en 1993 y el Premio Nacional de las Letras Españolas en 2007.
Ullán también cultivó otros géneros literarios, como el ensayo, el cuento, el teatro y el guion cinematográfico. Asimismo, se interesó por las artes plásticas y colaboró con artistas como Antoni Tàpies, Eduardo Chillida y Joan Miró. Su obra se caracteriza por su sentido crítico, su humor irónico y su búsqueda de la belleza y la libertad.
De “Ardicia”:
1
En la noche risueña del destierro, libre ya de la ley y del instinto, un charco de agua clara
me detuvo. Mojo el dedo cordial trazando un círculo y su humedad al paladar le encasca.
2
Llora, porque toda mirada entraña error.
Mas los andrajos, horca, palio y cruz no morián por este llanto. Mejor, fulgir
a solas y rezar en balde. ¿Como el topo? Así; dueño de la penumbra y de su
asfixia.
Hablando por hablar. A ciegas. Ojo del corazón, quema el paisaje.
3
Persistente, la rosa. Esclavos somos de raíz. Rosa hedionda, zozobra y
estupor de la mordaz melancolía.
A la fosa nasal llama la Historia con sus inciensos categóricos. Corre el
verso al runrrún del sacrificio, de mar a mar y seductor.
¡Musa servil! Sobre tu altar, un huracán de esperma.
4
El sordo dios: la carcajada inmóvil.
Murmullo de otra luz será tu fe. Aléjate de la espresión forzada o del silencio amilanado.
Oye tan sólo la armonía neutra de lo indeciso e indomable. Deja abierta la puerta más sumisa.
Esa ignorancia zumbará en tu oreja. Fraternalmente.
5
Si la mano va y pierde la cabeza y, en un doble ademán de supresión,
rompe la flecha y borra el blanco, ciérrase luego sobre el gran reloj, sangra y se
ofrece al vilipendio abyecto, nada esperes que iguale esta pasión, Teoría.
A todo lo dás diles que bueno.
De “El desimaginario”:
Alegremente embarulló el peligro con el deseo, con el exceso.
Doblez bisexual:
Por dentro, lancinante procesión; antruejo pajarero a flor de trono.
Innecesario, otro estilo.
Alianza de orgullo y de agua escrita con el tizón del escarmiento.
No hay más cera que la que arde; ni poema encendido en la victoria.
Dicen que el corazón es el freno de la quimera.
Todo secreto proporciona un disfraz. Latir de indiferencia
nos predispone a la mentira.
Bajo esa incertidumbre, contemplamos la huella del eclipse
lunar: lábil azar, trastocado en dicha puntual y párvula.
¿Premio o castigo? Incorruptible privilegio, la duda.
Aunque dicen también que el corazón es la espuela de la cordura.
Poco importa el decir cuando no calla
a la larga…
¿Enmudecer? Tampoco. El poeta reclama espuela y freno.
El desconsuelo es su lenguaje; el vicio, su posada.
¡Que la mano congele esos tesoros!
Insensible a los cielos -otro espacio, otra estrella-, toca
madera y llama.
Jamás, en este amante, la sazón del racionero comedido.
Escucha el acto -precipicio impuro- y no el retoque del prejuicio
noble.
Lengua de fuego, beso fatuo y mudo sobre la piel de la pardal
gramática. Lejano siempre, el resplandor real del ya dorado y
reflexivo cuerpo. Y, pese a ausencia y sinrazón, con mil amores
clavó allí los ojos; desde los aires, supo ver (creerse) el epitafio de
un error durable.
Dispuso en verso la febril ceniza que eyacularon la invención
y el vuelo. Para mudar la voz en imprudencia gris -ripio solar
de su zozobra suma.
Maleficio condal: pedir cuentas al juego de palabras (vida);
abandonarse a la pasión (pecado) y, a la ventura, faltar contra el
orden (muerte).
Recomenzar hasta la aurora.
Y, al fin, quebrar la soberana argolla de la marchita libertad.
Pues ¿qué lujuria sin mazmorra grana?
Sagrado don, lascivo despilfarro. La poesía ilumina lo estéril
(el suspiro).
De esa quietud voluptuosa nace la gran sospecha gongorina:
sin exageración no hay paisaje; sin laberinto no hay rigor;
sin lujo no hay escritura.
El conde nos propone una salida, neutra y terrible a un tiempo:
maldecir.
Soberbia. Necesidad. Capricho. Resistencia.
Hacerlo todo. Contarlo todo. Cantarlo todo. Creerlo todo.
Precisión.
Nada esperar.
Sólo se logra paz en pensamiento. Y, sin sobrar, nos basta.
Serenidad del desterrado eterno.
Nudo final, cada caricia. Despedida sincera, cada signo.
Sólo su ejemplo es hechicero en patria de siluetas uniformes.
Aquí no hay coba: la cuchilla sabe.
Tatuaje
El semejante nos imanta. Afinidad condenada al reflejo, a la lectura.
Ése es el mal original.
Añadid prohibición a piedad tal y sólo entonces amaréis su ofrenda.
Un estertor superficial no basta.
Prever la hora y regresar, sumisamente, al barco cuando más sopla el huracán,
aun irrisorio, empieza a ser más justo.
Pero la estafa criminal redobla.
como venganza o saciedad, la epístola. Y no su clueco contrincante, el himno.
De “El jardín de Damasco”:
Al abrigo del viento sólo hay muerte
todo vuela viajero pez o espada
nada decae brote o flor te engañas
el cuerpo cae pero dueño empero
de otro saber
caer caer
no reo
de alguna nube levadiza tala
escritura y razón
oh red
ondean esculturas
salta al cielo
para caer
caer en otro amor y pende
ángel del hilo del olvido que
al abrigo del viento sólo hay muerte
En la laguna habita nuestro espíritu.
Dibuja:
aguas arriba, el humo;
aguas abajo, el fuego.
Tu sueño halla en el fondo la salida: el eclipse total.
Entrad, entrad desnudos en la última noche de la nieve
enemiga.
Dichoso será aquel que se prolongue
y en medio de las llamas no se encienda. entrad, entrad
cayendo como las dinastías.
La sangre
ofrece un nombre
a lo siempre anterior.
Mediodía del cuerpo transparente
deja el imán para el otoño dicho
penetra hasta el cristal confía
en el asombro que atraviesa el aire
signo intocable dilatado asilo
Si has llegado hasta el trono, multiplica tu fe. Inmutable,
sé infiel al escarmiento de la cera.
Aquí, en el altivo campo de las ofrendas, una mano despoja y
reconoce las ardientes estrellas que florecen cuando toda
escritura se apaga. Así es mi canto: ausencia.
De corazón a corazón…
yo no robé, no asesiné; fui niño
y en cambio me golpean y golpean
Gelman
de corazón a corazón
hirientes
aluvional la carta y la alianza
voy a buscarte en roca compañera
deslizando los naipes por la manga
los naipes por el pecho
los naipes por la casa
y aquel fuego de flechas sin manzanas
yo te diré
que no aguardo feliz junto al estrago
de la tormenta patria
apasionadamente cruzaremos
la frontera de tierra maniatada
mientras prevés la hora bajo las catedrales
y te arrojas al músculo
porque te llamo en nombre del andamio
porque de acumularte mi memoria repica
y aquí las decisiones
los versos apagados
narrar calladamente el olor del destino
del pájaro maldito
de las llaves sumisas
(ah el traidor rendimiento)
que descubren la cama
y amigos siempre amigos
bebedores de muerte
que decimos a todos
venid venid venid
este es el llanto
cuánta desesperanza milenaria
al trenzar el cordón bajo la encina
mientras el beso a poco
la hoguera por mañanas
letanías vigentes de joaquín
húmedas letanías
y decirte que adiós que hasta la tarde
pero con una duda
imperdonable
amada
por su sabor a no sé qué sabido
en las dolidas calles
repletas de tristeza
repletas de amargura
bofetones pacíficos
todo está caro
amor
por las esquinas
y ayer peor y qué vendrá mañana
obligado silencio sempiterno
cerca del descubrir la dentadura
la calavera en fiebre
por encima de tanto salmo al padre
nosotros no diremos el vocablo sufrido
como dice ramón
palabras anchas
y para darme cuenta
para amarte sabiéndonos con miedo
del hachazo en la espalda
rompo todo naufragio
me levanto del féretro
te tomo de la mano
rompo las prohibiciones ya previstas
o sea rompo todo
rompo a llorar a silenciar las cosas
el labio solitario
por ti y por mí
por cuantos
renunciamos a hablar del arcoiris
y desfilan amigos como félix
estimulando el grito
velozmente la red
enumerados
(mucho perdón os pido)
como quien relatara
una fila de muertos entrañables
relatada por muertos
como tú y yo
como la noche misma
como abanicos muertos
pese al miedo en la palma de la mano
el corazón la carta y la alianza
Unidad
Unidad, nos hemos salvado,
aunque fuera preciso creerse
en los brazos del sueño primero:
esas sombras que cruzan el Duero
para oírse gemir en la noche
de la otra orilla, al desnacer,
lo mismo:
¿Qué es esto que yo no he sido?
Manjar lento
Benditas sean las cosas que llegan siempre tarde
y no lo sienten
–perdidas ya de vista o bien batidas
o incluso blanquecinas al sol del tacto–;
su demora nos libra del sofoco
propio de cualquier logro puntual
engullido
sin pasar por el paladar (“¡a otra cosa!”)
de la gratitud no rentable.
Tres y trino
Para Sarah Gorby, acompañada
a la guitarra por Jean Bonal.
Tres vecinas en mi cama.
Tres. Tres. Tres.
Giro y giro como un pez.
Tres vecinas. y otra vez.
Corrióseme la persiana.
Desperté.
¡Vana fue aquesta mañana
sin las tres!
Testamento
la voz es voz
hiciera
añicos las palabras redentoras
…la quijada blandida,
la mueca de tu hermano,
la saliva secreta, la agonía
capaz, de darte posesión primera,
última ya (oh cuerpo ensangrentado),
herencia de este salmo, tierra ajena,
fuga para siempre, libertad cautiva…
la voz es voz
no existe
no existe aroma nuevo
cerrad mis párpados
- Sor Juana Inés de la Cruz
- William Snodgrass
- Amparo Dávila
- Jim Morrison
- Rogelio Saunders
- José Rosas Ribeyro
- Yvor Winters
- Carilda Oliver
- Marcos Silber
- Michel Houellebecq
- Yehudah Halevi
- Mario Trejo
- Luis de León
- Nemer ibn el Barud
- Guillermo Piro
- Juana Borrero
- Orisel Gaspar Rojas
- Mario Rivero
- Bob Dylan
- Ada Salas