Poemas:
Suicidio
Llegó en fin a este presido
inserta en El Semanario
(periódico literario)
la contienda del suicidio.
Para matar el fastidio,
por no decir otra cosa,
saco mi Musa quejosa
de vivir arrinconada,
cómo quién saca su espada
para ver si está roñosa.
A todos hablar prometo
sin ofender a ninguno,
que a todos, uno por uno,
los estimo y los respeto.
A decidir no me meto
quién es quién tiene razón;
sólo diré mi opinión
con modestia o sin modestia
que suele causar molestia
afectar moderación.
Muchos siglos van corridos
desde que hay suicidados
amantes menospreciados
y jugadores perdidos.
Tantos sabios distinguidos
han tratado del esplín
y del suicidio, que al fin
disputar está demás.
sobre si es nefas o fas
(que yo también sé Latín)
Tengo por mal argumento
para quitar la vida
el citar algún suicida
de valor o de talento.
Por uno se encuentra ciento
de la más ilustre fama
que terminaron su drama
enfermos, asesinados,
borrachos, apaleados
en la horca y en la cama.
Lector, si fuera a exponerte
tantos ejemplos diversos
llegaría haciendo versos
a la hora de mi muerte.
Citaré algunos y advierte
que no quiero fastidiarte;
va leyendo hasta cansarte,
y así que estés muy cansado
descansa, lector amado,
no vayas a suicidarte.
Al Volcán de Agua
Sobre la gran muralla americana
altivo torreón, vecino al cielo,
su cúspide levanta soberana,
a do jamas osó llevar su vuelo
la reina de las aves atrevida
que en la cuna de Júpiter anida.
Gigante es Almolonga entre los montes,
fuerte, soberbio, grande entre los grandes
¡Cuál domina millares de horizontes!
¡Cómo huella la cumbre de los Andes!
¡Cómo mira a su falda avasalladas,
de cien montes las cimas encumbradas!
Cuando animado el pensador profundo
de la sublime inspiración divina
quiere ver a sus pies el ancho mundo
y al vértice elevado se encamina,
¡cómo va sus ideas ensalzando
al par que va subiendo y va mirando!
Allá en su patria misma el fiero rayo
oye bronco tronar bajo su planta:
y el sol que el monte hiere de soslayo
y la nube que lenta se levanta,
y su sombra contempla, que distinta
cual espectro en la atmósfera se pinta.
Verde, risueña, alegre, la campaña
que mil arroyos cruzan argentinos
divisa, y la ciudad y la cabaña,
y el cerro con sus bosques y sus pinos,
el lago de cristal, la fértil vega
y el río transparente que la riega.
Mira a un lado el Océano poderoso
cuyas ondas azules va lamiendo
la inmóvil planta al terrenal coloso.
Al Izalco, por otro mira ardiendo,
y allá en una comarca más distante
el Momotombo mira fulminante.
Y sin saciar su vista ni su mente
por estrecho sendero y escarpado
baja de la montaña lentamente
el sabio a sus ideas entregado;
tal virtud, tal poder, tal fuerza encierra
¡aquel gran monumento de la tierra!
Se vuelve y ve de la montaña erguida
en la cintura atlética azulada
cándida zona en derredor ceñida,
y la sublime cúpula adornada
de suspendida nubecilla leve
deshecha y pura y blanca como nieve.
Y el filósofo en éxtasis admira
las obras portentosas de natura
y quiere comprenderlas y suspira
al ver su presunción y su locura;
y su saber y su razón humilla
ante el autor de tanta maravilla.
Luego exclama el filósofo admirado:
Cuento
Una vieja soltera se moría
y sin cesar pedía
al confesor que estába cerca de ella
la palma y la corona de doncella;
y su afán era tanto
que era capaz de impacientar a un santo,
aunque no lo mostrase el padre cura,
hombre muy ponderable de dulzura.
Una de tantas veces, sin embargo,
que estába repitiendole el encargo
nuestra virgen anciana
por centésima vez en la mañana,
aburrido el pastor de aquella tema
a la vieja le dijo con gran flema:
“Mire, Tía Pascuala, que la cosa
es algo peligrosa,
pues si su doncellez no es verdadera,
y la van a enterrar de ésta manera
cubierta con insignias virginales,
el menor de sus males
será ir al infierno en cuerpo y alma
tan sólo por la culpa de la palma;
mírese bien en ello, madre mía,
y no le salga cara su porfía.’
“El Señor, le responde, me és testigo
que no reza conmigo
éso que usted acaba de decirme.
¡Si por algo no temo yo el morirme…!
Ello…en fin…es del todo…indiferente,
Pero…mejor será…porque la gente
no vea…vanidad en mi persona,
que me entierren sin palma ni corona’.
Romance
Es un joven desgraciado
cómo una rosa marchita,
frescura y color le quita
el sol que la ha marchitado.
Apenas la sombra queda
de la forma que perdió:
Ya el olor se disipó,
no hay quién volverselo pueda.
Huye de todo consuelo,
que el infeliz no le tiene:
Ni esperanza le mantiene,
éste grato don del cielo.
En su profundo estupor
y desesperada calma,
ya no lisonjea su alma
ni la gloria ni el honor.
Cómo un volcán abrazado
su adolescencia pasará,
¡cuán violento palpitará
su corazón arrojado!
Hoy para él todo está muerto
que el corazón arrogante
cayó frío en un instante
y de tristeza cubierto.
Otro hombre jamás ha habido
que algún bien no haya gozado;
más él siempre desgraciado
y nunca dichoso ha sido.
La esperanza ni una vez
vino a alimentarle un rato;
no tendrá un recuerdo grato
con qué aliviar su vejez.
Mírale, tierna doncella,
mira aquella alma postrada;
que enciende una tu mirada
la vida que aún resta en ella.
Para la piedad naciste,
tu misión es la ternura;
no seas con él tan dura;
velo: casi ya no existe.
Más ¿rehúsas doncella hermosa,
dar fin a tan cruel tormento?
¿No te mueve ni un momento
su desdicha lastimosa?
Ya su mal está calmado
¡Oh muerte! ¡Oh nada desierta!
abre, eternidad, tu puerta
para que entre un desgraciado
Yo pienso en ti
Yo pienso en ti, tú vives en mi mente
sola, fija, sin tregua, a toda hora,
aunque tal vez el rostro indiferente
no deje reflejar sobre mi frente
la llama que en silencio me devora.
En mi lobrega y yerta fantasía
brilla tu imagen apacible y pura,
como el rayo de luz que el sol envía
a traves de una boveda sombria
al roto mármol de una sepultura.
Callado, inerte, en estupor profundo,
mi corazón se embarga y se enajena
y allá en su centro vibra moribundo
cuando entre el vano estrépito del mundo
la melodía de tu nombre suena.
Sin lucha, sin afán y sin lamento,
sin agitarme en ciego frenesí,
sin proferir un solo, un leve acento,
las largas horas de la noche cuento
¡y pienso en ti!
Biografía:
José Batres Montúfar (El Salvador, 18 de marzo de 1809 – Guatemala, 9 de julio de 1844), escritor, político, ingeniero y militar que nació en la ciudad de San Salvador; hijo de José Mariano Batres y Asturias y de Mercedes Montúfar y Coronado. Provenía de la vieja alcurnia de familias coloniales. Se le ha llamado el mejor poeta guatemalteco del siglo xix, por su obra intelectual sin parangón en las letras de ese tiempo en Guatemala, sólo comparable a lo que consiguió en la prosa el novelista José Milla y Vidaurre, promotor de la difusión de las composiciones de Batres Montúfar, prontamente olvidadas incluso en las décadas siguientes a su deceso. Entre muchos de los escritores que lo mencionaron, como Menéndez y Pelayo y José Martí, el célebre erudito de la literatura hispanoamericana Pedro Henríquez Ureña diría de él: «El mejor de los poetas dotados del don del humor».