Poetas

Poesía de Colombia

Poemas de José Asunción Silva

José Asunción Silva (Bogotá, 27 de noviembre de 1865 – Ib., 24 de mayo de 1896) fue un poeta colombiano, uno de los más importantes precursores del modernismo y, según otro sector de la crítica, uno de los escritores más importantes de la primera generación de costumbristas. Se considera que su obra de mayor relevancia es El libro de versos.

Se suicidó a sus 30 años dándose un tiro en el corazón con un revólver Smith & Wesson, y se cuenta que se encontró el libro El Triunfo de la muerte de Gabriele D’Annunzio, a la cabecera de su lecho.​ Su suicidio se debió a su escasez de dinero, entre otras variadas causas detalladas por expertos y conocidos suyos y del medio social bogotano de la época. Una carta del escritor Emilio Cuervo Márquez describe cómo él, constata que Silva gastó sus últimos centavos en la compra de un ramo de flores para su hermana, con un cheque girado el mismo día que se quitó la vida.

A Adriana

Mientras que acaso piensa tu tristeza
En la patria distante y sientes frío
Al mirar donde estás, y el desvarío
De la fiebre conmueve tu cabeza,

Yo soñando en tu amor y en tu belleza,
Amor jamás por mi desgracia mío
De la profundidad de mi alma, envío
A la pena un saludo de terneza.

Si cuando va mi pensamiento errante
A buscarte en parejas de otro mundo
Con la nostalgia se encontrara a solas

Sobre las aguas de la mar gigante
Entre el cielo purísimo y profundo
Y el vaivén infinito de las olas.

Al oído del lector

No fue pasión aquello,
Fue una ternura vaga
Lo que inspiran los niños enfermizos,
Los tiempos idos y las noches pálidas.

El espíritu solo
Al conmoverse canta:
Cuando el amor lo agita poderoso
Tiembla, medita, se recoge y calla.

Pasión hubiera sido
En verdad; estas páginas
En otro tiempo más feliz escritas
No tuvieran estrofas sino lágrimas.

Aurora

Cuando en las noches pálidas de luna
Cerca de tu ventana -una por una-
Me cuentas tus hermosas ilusiones,
Cuando de tu mirada soñadora
El rayo como lumbre de una aurora
Ahuyenta mis enjambres de visiones;

Cuando reclinas blanda la cabeza
En mi hombro y disipas mi tristeza
Y me acompañas en mis locos sueños,
Cuando de la ventura en el exceso
Sellas mi dicha con ardiente beso
De tus labios rosados y risueños-

Entonces como el náufrago -que asido
De una frágil tablilla- va perdido
Y recuerda la plácida ribera
Mientras la oscura noche negra y fría
Y la inmensa extensión muda y sombría
Y el tempestuoso mar halla doquiera

Y que ve serenarse el horizonte
Y destacarse el azulado monte
Sobre la claridad de áureo celaje
Y aparecer -en vaga lontananza
Lleno de luz de vida y de bonanza-
Primaveral, bellísimo paisaje,

Entre las sombras de la vida mía
Se levanta la luz de un nuevo día
Sin albor ni crepúsculo indeciso…
¿En la mirada de tus negros ojos,
En el aliento de tus labios rojos,
Quién no sabrá forjarse un paraíso?

Juntos los dos

Juntos los dos reímos cierto día…
¡Ay, y reímos tanto
Que toda aquella risa bulliciosa
Se tornó pronto en llanto!

Después, juntos los dos, alguna noche,
Reímos mucho, tanto,
Que quedó como huella de las lágrimas
Un misterioso encanto!

Nacen hondos suspiros, de la orgía
Entre las copas cálidas
Y en el agua salobre de los mares,
Se forjan perlas pálidas!

Edenia

Melancólica y dulce cual la huella
Que un sol poniente deja en el azul
Cuando baña a lo lejos los espacios
Con los últimos rayos de su luz
Mientras tiende la noche por los cielos
De la penumbra el misterioso tul.

Süave como el canto que el poeta
En un suspiro involuntario da,
Pura como las flores entreabiertas
De la selva en la agreste oscuridad
Do detenido en las musgosas ramas
No filtra un rayo de la luz solar.

Mujer, toda mujer ardiente, casta
Alumbrada con luz de lo ideal…
Radiante de virtud y de belleza
Como mi alma la llegó a soñar,
¿En sus sueños de cándida ternura
Así la encontrará?

Idilio

-Ella lo idolatró y Él la adoraba…
-Se casaron al fin?
-No, señor, Ella se casó con otro
-¿Y murió de sufrir?
-No, señor, de un aborto.
-¿Y Él, el pobre, puso a su vida fin?
-No, señor, se casó seis meses antes
del matrimonio de Ella, y es feliz.

Madrigal

Tu tez rosada y pura, tu formas gráciles
De estatuas de Tanagra, tu olor de lilas,
El carmín de tu boca, de labios tersos;
Las miradas ardientes de tus pupilas,
El ritmo de tu paso, tu voz velada,
Tus cabellos que suelen, si los despeina
Tu mano blanca y fina toda hoyuelada,
Cubrirte como fino manto de reina;
Tu voz, tus ademanes, tú… no te asombres;
Todo eso está ya a gritos pidiendo un hombre.

Melancolía

De todo lo velado,
Tenue, lejana y misteriosa surge
Vaga melancolía
Que del ideal al cielo nos conduce.

He mirado reflejos de ese cielo
En la brillante lumbre
Con que ahuyenta las sombras, la mirada
De sus ojos azules.

Leve cadena de oro
Que una alma a otra alma con sus hilos une
Oculta simpatía,
Que en lo profundo de lo ignoto bulle,

Y que en las realidades de la vida
Se pierde y se consume
Cual se pierde una gota de rocío
Sobre las yerbas que el sepulcro cubren.

Mariposas

En tu aposento tienes,
En urna frágil,
Clavadas mariposas,
Que, si brillante
Rayo de sol las toca,
Parecen nácares
O pedazos de cielo,
Cielos de tarde,
O brillos opalinos
De alas suaves;
Y allí están las azules
Hijas del aire,
Fijas ya para siempre
Las alas ágiles,
Las alas, peregrinas
De ignotos valles,
Que como los deseos
De tu alma amante
A la aurora parecen
Resucitarse,
Cuando de tus ventanas
Las hojas abres
Y da el sol en tus ojos
Y en los cristales!

Nocturno

Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro
de tu inocencia cándida conservas el tesoro;
a quien los más audaces, en locos devaneos,
jamás se han acercado con carnales deseos;
tú, que adivinar dejas inocencias extrañas
en tus ojos velados por sedosas pestañas,
y en cuyos dulces labios -abiertos sólo al rezo-
jamás se habrá posado ni la sombra de un beso…
Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso,
con esa voz que tiene suavidades de raso:
si entrevieras dormida a aquel con quien tú sueñas,
tras las horas de baile rápidas y risueñas,
y sintieras sus labios anidarse en tu boca
y recorrer tu cuerpo, y en tu lascivia loca
besar tus pliegues de tibio aroma llenos
y las rígidas puntas rosadas de tus senos;
si en los locos, ardientes y profundos abrazos
agonizar soñar de placer en sus brazos,
por aquel de quien eres todas las alegrías,
¡Oh dulce niña pálida!, di, ¿te resistirías?