Poetas

Poesía de Perú

Poemas de Jorge Pimentel

Nacido en Lima el 11 de diciembre de 1944, Jorge Pimentel Vásquez es una figura emblemática de la poesía peruana. Fundador del influyente movimiento Hora Zero junto a Juan Ramírez Ruiz en 1970, Pimentel se destacó no solo como poeta, sino también como uno de los principales teóricos y líderes del grupo a lo largo de todas sus etapas.

Pimentel pasó su infancia en el distrito de Jesús María y estudió en el colegio italiano Antonio Raimondi, para luego ingresar a la Universidad Nacional Federico Villarreal de Lima en 1965, donde conoció a Ramírez Ruiz. Juntos, escribieron el manifiesto «Palabras Urgentes«, que marcó el nacimiento de Hora Zero y propulsó una revolución en la poesía peruana, rompiendo con los círculos literarios conservadores de la capital.

El primer libro de Pimentel, «Kenacort y Valium 10» (1970), fue también el primer libro publicado por un miembro de Hora Zero, y se convirtió en el texto fundacional de la «poesía integral«, una estética que combina lo narrativo, lo conversacional y lo cinematográfico. Este libro, y el movimiento en general, generaron gran repercusión y adhesión en todo el Perú, influenciando a generaciones de poetas.

Pimentel no solo fue un innovador en su escritura, sino también un provocador cultural. Es conocido por su célebre duelo poético con Antonio Cisneros, un evento teatralizado que subrayó la confrontación entre la poesía tradicional y la vanguardia horazerista. Su estancia en España (1972-1974) resultó en la publicación de «Ave Soul» (1973), consolidando su reputación internacional con su emblemático poema «Balada para un Caballo«.

Durante las décadas siguientes, Pimentel continuó siendo una figura central en la poesía peruana. Relanzó Hora Zero junto a Tulio Mora en 1977 y mantuvo su compromiso con la poesía integral a través de diversos actos culturales y publicaciones. Su obra «Palomino» (1983) y «Tromba de agosto» (1992) reflejan la intensidad de su enfoque poético y la complejidad de la realidad peruana.

En sus últimos trabajos, como «Primera muchacha» (1997) y «En el hocico de la niebla» (2007), Pimentel exploró nuevos territorios poéticos, manteniendo su estilo único y su capacidad para captar la esencia de la vida y la memoria. Estos libros consolidaron su lugar como uno de los poetas más importantes de su generación, junto a figuras como César Vallejo y Carlos Germán Belli.

Pimentel es una figura central en la poesía hispanoamericana, con sus poemas apareciendo en múltiples antologías internacionales. Su influencia perdura, y su dedicación a la poesía como un acto integral y revolucionario continúa inspirando a nuevas generaciones de poetas. Jorge Pimentel, con su visión radical y su talento inigualable, sigue siendo un pilar indiscutible de la literatura peruana y universal.

Balada para un caballo

Por estas calles camino yo y todos los que humanamente caminan
por esencia me siento un completo animal, un caballo salvaje
que trota por la ciudad alocadamente sudoroso que va pensando
muy triste en ti muy dulce en ti, mis cascos dan contra
el cemento de las calles. Troto y todo el mundo trata
de cercarme, me lanzan piedras y me lanzan sogas
por el cuello, sogas por las patas, me tienden toda clase
de trampas, en un laberinto endemoniado donde los hombres
arman expediciones para darme caza armados de perros policías
y con linternas, y cuando esto sucede mis venas se hinchan
y parto a la carrera a una velocidad jamás igualada
por los hombres, vuelo en el viento y vuelo en el polvo.
Visiones maravillosas aparecen ante mis ojos. Y vuelo
y vuelo. Mis extremidades delanteras ejercen presión
sobre las traseras y paralelamente y aun mismo ritmo
antes de asentase en el polvo retumban en la tierra.
Relincho. Y mi cuerpo va tomando una hermosísima elasticidad
me crecen pelos en el pecho y es un pasto rumoroso
el que se ondea y es una música y es un torbellino
de presiones que avanzan y retroceden en mi vuelo. Atrás
van quedando millares de kilómetros y sigo libre. Libre
en estos bosques dormidos que despierto con el sonido
de mis cascos. Piso la mala hierba y riego mis orines
calientes, hirviendo en una como especie de arenilla.
Descanso a mis anchas, bebo el agua de los ríos, muerdo hierba
tallos, rumio. Mis mandíbulas se ejercitan. Muevo mi larga cola
espantando a los mosquitos. Los guardacaballos vigilan
desde la copa de los árboles. Caen las hojas secas.
Los días se suceden y suelo dar suaves galopes hacia la vida.
En invierno los senderos se hacen tortuosos; el fango todo lo invade.
Para el frío utilizo cabañas abandonadas, cuevas en los cerros
que me resguarden de las tormentas. Yo observo la lluvia
desde mi cueva. Cae la lluvia y todo lo moja. Con este tiempo
suelo galopar poco cuidándome de un desgarramiento.
Muchas veces me siento solo y llego hasta los helechos
de los ríos para pensar muy dulce en ti muy triste en ti
y voy galopando bordeando el río añorando alguna yegua
que llegó a correr en pareja conmigo. A veces los niños
que vagan sueltos por las campiñas mientras sus padres
realizan tareas de recolección o labranza me montan a pelo
y solemos recorrer ciertas distancias, ganando los años,
aumentándolos. De ellos sí recibo algún trozo de azúcar.
En el verano el sol se pone rojo y se hace presente con su alegría
y los habitantes de los bosques y campos suelen saludarme
con el sombrero y con la mano. Yo les contesto con un relincho
parándome en dos patas. Y con la luz solar que todo lo invade
suelo dar galopes hacia la vida. Allí
donde mi presencia es esperada me hago realidad.
Allí donde ni un sueño se revela me hago realidad
me hago realidad en esos ojos que están cansados
de ver las mismas cosas. Y es en verano cuando la vida
se enciende y mis cascos recogen la hermosura de la tarde
y asciendo a las cumbres donde diviso extensiones
de mar de cielo de tierra.
Mi figura domina la naturaleza.
Cruza por el cielo un escuadrón de tórtolas.
Cae la noche.
Mi sombra se recobra.
Las ramas crujen.
Y por un instante pensé muy triste en ti muy dulce en ti.
Cae la noche en estos bosques, pareciera que la tierra
se difunde con la noche se propaga se manifiesta.
Y toda la noche he ido creciendo. Y crecía y crecía
aún más aún más ¿hasta dónde crecerás?
¿No tienes miedo? No, contesté. Soy libre.
El día, el nuevo día como algo fresco se anuncia solo.
Por esta época del año suelen cruzar manadas
de caballos ahuyentados y en busca de nuevos campos.
Recuerdo que logré darles alcance y me contaron
que lograron salvarse de una cacería emprendida
contra ellos para mandarlos a vivir a un potrero
y que luego de ser sometidos al cubo de agua
y a la alfalfa son obligados en los hipódromos
a correr distancias de 1,000, 2,500, 5,000 mts.
y no eres libre de correr sino que te dopan te colocan
descargas eléctricas, te manosean, te latigan
con una fusta despellejándote. Y así durante
un buen tiempo mientras ves acumuladas alforjas
de oro y plata. Hasta que llegue el momento de ser
sometido a la reproducción arrinconándote a una yegua
a la vista y paciencia de todos, sin intimidad
en una mañana de tinieblas y poca luz y luego
te separarán de tu yegua y potranco y pasarás
tus años inmisericorde como padrillo viejo y cuando
manques te dispararán un balazo en la sien. Ya
había galopado un buen trecho con la manada
que huía despavorida y me dijeron que probablemente
para el invierno pasarían por aquí para ir más
al norte. Y se alejaron a la carrera. Yo sabía
lo que le sucede a un caballo en la ciudad. Y
por ello me mantengo alejado de ella. Pero a veces
me interno y sucede lo que tiene que suceder. Pero si yo
me rebelo y persisto y amo terriblemente mis posibilidades
de realizarme en un medio donde la civilización se mata
y permanecen odios, prefiero ser caballo. Mojaré
la tierra con mis orines calientes hirviendo con estas ganas
inmensas de vivir y me uniré a las manadas para galopar
hacia la vida, para mantenernos unidos y vencer,
para no estar solos, para volvernos verdes-azules-amarillos
anaranjados-rojos y trotar hacia el nuevo aire fresco
y el campo sin límites.
Seré libre así y al menos mis guardacaballos cuidarán de mí
y de mi yegua
y de mi potranco.

CHILLA POR JUAN GONZALO ROSE

Usted se equivocó, los labios alargan sombras,
las sombras mueven túneles, y los túneles
ahogan, no dan reposo, atormentan, piden ron.
Revientas en la penumbra y ahora sí nadie se mueva.
No hay sitios mejores, solo estos.
Cruces que gritan más dolor y horas consumadas.
Otras esquinas hablarán mañana.
Pero hoy quedará en el poema sin dientes, amarillo.
Y le doy el Vistobueno de la caída.
Le doy solo trocitos de su hacer endiablado.
Revientas en la penumbra y ahora sí nadie se mueva.
Pero hubo hora y media de trenes.
La fugaz víspera donde se destruyó.
Y bombardearon a discreción esas habladurías,
mañaneros polacos en el argot chinesco,
abrevedando pasteurinas y conejitos,
abrevedando almuerzos y esa jaqueca imbécil de la tarde,
cholos pal caldo, mostaceros, arrunáteguis y apesteguías
y la habitación en los 10 meses sin cancelar
y los hipos, el mal humor y la colcha ensangrentada
los hijos de puta, carajo, faltó alegría
hasta con la fornicación y ahitá, 5 chinas, 6 zambas
y 4 trenes dejándote callao en 5 rayas.
Maricones, quiero verte, perdición, mejor no digo nada,
y cielos rojos y vísperas de pisco y jazmín.
Ahora quiero verte, 3 sapos, 3 patos, psicoanalistas
de pus, lapiceros babeados, cultura, oración, Che Guevara
y palomillas multiplicados, al hombro jadeantes y masticados.
Y yo lo lloro, Juan Gonzalo, repuchos trágicos y flagrantes
delitos cocidos, un tanto hazañas, salpicón de máscaras
y ritmos, cartílagos, conejitos y niños, niños sin camisa,
sin zapato, arrebatos, no sé qué cosa, una peña,
un millón, mucha soledad, mucho humor, al costado, aquí
junto,
y 3 patos, 4 cuadras, 5 cuadras, aquí juntito, también humor,
tampoco cariño, también amor, está bien, tiene que seguir,
para adelante es la cosa, esa playa de estacionamiento,
gordito pelao para meterle cabeza frente al Superba,
y las cruces que gritan más dolor, más sufrimiento,
(el ron se pone a 8 mil, la cerveza a 3,500)
las deshabitaciones y este largo berrinche, y no es su culpa.
Las 3 de la mañana.
Las 5 de la tarde.
Las 6 del desprecio.
Las disyuntivas de ojos.
Y microcosmos, miradores, desposeídos, huraños,
solitarios, vagabundos, pobres, tísicos, muertos, asesinados
Perú gritan sus pulmones y sus branquias amor.
Las 34 y media.
Las 89 y media.
Y 3 zambas, 3 chinas, 4 trencitos.
Talán, talán, talán, la misa, los maletines culpables,
la defensa de la sierra, de los cerros poblados,
y zambas, más zambas, más encierros, más balas, más sogas,
y usted ya no ya, usted ya no
cara a la muerte, pero antes al hospital y después
el desafío al lento carromato fúnebre que lo espera.
Que para qué estoy aquí y no los cuervos.
Que para qué, para soñarlo y no los cuervos.
Estoy aquí para besarlo, y nadie se mueva.
La noche tragó después el alma.
Pero ese ya es otro poema.

EL LAMENTO DEL SARGENTO DE AGUAS VERDES

Nací para el lado que da a la calle Plateros
entre la niebla diluyéndose en gritos y el meridiano
de las noches blancas donde mi único sueño era
llegar tan lejos hasta convertirme en el rey de estas calles.

Lo único que me mostró mi tiempo fue un color indefinido
de bardos o cantantes criollos cubriendo la ciudad
con sus voces sonoras narrándonos historias
envueltas en un follaje malogrado y perjudicial.

Ya cansado de una vida sin posibilidades
a los 18 años parecía un hombre ya acabado
y la prueba de ello es que vagamente recuerdo
los rostros de mis seres queridos mis compañeros
de infancia los lugares recónditos donde mi alma
vagaba solitaria y tantas y tantas cosas sabe usted.

No pararía de contarle amigo sobre mi vida.
Es cierto que esta cerveza babeada ha servido
para barajar para borrar la parte oculta
de una vida de 64 años.

Y

qué cosas fue las que no hice amigazo
cuando cumplí los 15 años, muchachito
pipiolo sabe usted, mis familiares me condenaron
a vivir por mi propia cuenta y riesgo.

Fui mozo de restaurante en La Victoria
cargador de bultos en La Parada
reencauchador de llantas en un grifo perdido
por veinte soles me dejaba agarrar la pinga
comí arroz con huevo sobre un periódico
que luego utilizaba para limpiarme el culo
para qué más puede servir un periódico hoy en día.

Y

me vi envuelto en un torbellino de horrorosas tentaciones
francamente no sé cómo estoy todavía aquí conversando
con usted.
Largos años son los que me he salteado pero a la memoria
me viene una mujer con la que conviví durante años
y que ya no he vuelto a ver.
Ella era una esbelta morena de abajo el puente
su padre tenía una encomendería en la calle Petateros.
Tenía la cara triste y el culo alegre con el cabello
que le llegaba hasta los hombros.

La amé como un condenado a la zamba
y luego la tuve que abandonar.
Es la ley de la vida, hombre.
Le hice un hijo que no conozco y huí.
En el 41 hubo eso del conflicto con Ecuador
Tumbes Jaén y Maynas sabe usted.
Yo estuve allí en las tropas del Mariscal Eloy Ureta
y me arrojé en paracaídas
en Aguas Verdes agarré un fusil por primera vez
pero más que matar cantábamos y escribíamos cartas
y componíamos valses dentro de una trinchera
que nos salvaguardaba de una bala perdida
de una granada de la metralla que retumbaba
a diestra y siniestra. Allí hasta el más valiente se despintaba.
Una vez terminado el conflicto me licenciaron con el grado
de sargento.

Ahí mismito empezó mi calvario mi verdadera vía crucis.
Al regresar un día a casa donde mi Amanda
nadie contestó a mis llamadas, toqué y toqué
la puerta del callejón hasta que salió el padre de ella
diciéndome pestes de su hija, que lo había abandonado
que era una canalla sin consideración para con su pobre viejo
que era una desalmada. Punto.

Todo era ya inútil
todo era ya demasiado tarde
cuando decidí encontrar a mi Amanda.
La busqué indagando por un ser querido
en hospitales de caridad
en prostíbulos de Lima y provincias
en asilos para locos
en conventos
ciudad tras ciudad del interior
viviendo con rufianes de la peor calaña
indagando por ella en los lugares más increíbles.
Bajo la sombra de un árbol grabé a los cuarentiocho años
un corazón con nuestros nombres
cada día que amanecí tirado en una callejuela
de mala muerte, cómo te necesité Amanda.
Amanda, Amanda, regresa ¡es preciso que regreses!
Ven, ahora más que nunca te amo.

Parece como si en sueños un día te hubiese conocido
parece como si la tierra te hubiese tragado.
Ni un vestigio tuyo aparece
ni la huella de tu zapato
ni el leve rumor sobre tu paradero.
Es la ley de la vida, hombre, me repito
y en la noche bajo la luna, Amanda nunca vendrá.

Y así muchos fueron los motivos de mi perdición
el alcohol bajo cuya sombra gris viví
no permitiéndome jamás ver la luz que se me ofrecía
gratuitamente, bastaba tan sólo con levantar cabeza
mas nunca lo hice, temí a esa luz clara fresca diáfana
que se ofrecía a todos, temí enfrentarme a esa luz con su sol
radiante y su verde gramilla me asustaba, porque no sé quién
me dijo que la luz desnudaba y cada vez sentía que me jalaban
hacia cuevas sin luz y sin amor y por ende a la soledad
a la destrucción.

Como le digo muchos fueron los motivos de mi perdición
y aunque no culpo ni señalo con el dedo
¡que levante la mano quien no sumó su grano de arena a
mi ruina!
(Todos me han cagado, carajo, perdón)
La gente me fue olvidando
los amigos si te ven no te conocen
y sin mujer
y sin hijos
y sin chamba
mi vida es el triste y célebre triángulo
cuando la vida de otros es redonda
con una abertura y muchas perspectivas.
Vivo con dos hermanas del segundo matrimonio de mi
padre.
Ellas a duras penas me dan una pensión y me alimentan.

Veinticinco años que busco trabajo, jefe.
Sabe, intenté en lo de los licenciados del ejército
para trabajar en los bazares que ellos tienen
y me ofrecí de empleado, en realidad me vengo
ofreciendo desde hace mucho tiempo, pero visto
mi historial, afuera de nuevo, sobre la vía al trago
a recitar poemitas de enamorado colegial, a ser
el payaso de las mesas a hacer reír a los parroquianos
con mis poemitas de colegial enamorado, con mis historias
del conflicto con Ecuador, con Aguas Verdes y mohosas
para llorar por mi pasaje en ómnibus a las 3 de la mañana
para reír porque alguien se compadeció de mí y me ofreció
un cigarrillo
para ponerme serio mientras sorbo mi trago mojándome
los bigotes.

Y yo ya no quiero
y yo ya no quiero
pasarme toda mi vida entre las cenizas
arrodillado por lo que me pasa
con mi terno lustroso, mi camisa asquerosa
toda mi vida ansiando un trabajo digno
toda mi vida no va ser un eterno lamento
y ya no quiero seguir envenenándoles.
Mi lamento embelesa sólo al ruin y al bobo.

Soy un sinvergüenza
soy el mal ejemplo
que los niños deben ver para apedrearme y escupirme
yo sólo soy un lamento de colillas de cigarrillos
para que usted vea mire cómo se me salen las lágrimas
mire usted cómo me han dejado, hecho mierda.
¡Qué he hecho de mi vida, por Dios!
Me llamo Pedro Sifuentes Calderón, 64 años
(Al) Sargento de Aguas Verdes, para servirlo.

Un gato mordiendo una paloma

No escuches el grito.
Las venas hablan en su vientre.
Pujan los ardores y una extensa ala se agita.
el pico atrás desvestido, jadeante.
Una lástima sacude la apariencia destrozada.
En su lugar el disimulo y la discreta aurora
no dicen mucho, pero hablan de garrotazos interminables,
de segundos asaltos enfurruñando el cuello lastimado
los segmentos numerales pudriéndose la voz
alarmada en el error, sangrante la voracidad
tonificada de saltos, de sigilosas fibras ahuecadas
en el pálpito de la pasión consumada en sangre
en el hollín rellenado de besos ácidos
coludidos en el desgarramiento de once cadenas
y cinco sopapos, y siete látigos posados con extrañeza
bajo la sombra de la muerte

Un señor tirado en el suelo

Mierda la cólera y el lagarto
de terciopelo azul que se ríe de mí.
Mierda la risa del joyero y su baúl
preguntándome preguntándome
cobrándome cobrándome.
Mierda la casa y su rabo de paja
y su ají de gallina y su carajo.
Mierda mi sueldo cual catalizador
y todavía no pago luz, agua.
Mierda el procurador, el cajero,
el gerente y su no amarás, no llegarás.
Mierda, carajo.
tampoco me quedo.
Llamo por teléfono y no hay nadie.
Otro buenos días y caigas.
Un beso y lápidas.
Un caramelo y jugarías.
Un saludo y nadie te recuerda.
Pero caerías y morirías.
Te da risa. ¡Hasta cuándo!

Muerte natural

Me estoy muriendo mordí el anzuelo, caí en las trampas
estúpidamente, y ahora me contradigo con facilidad,
me extravío, me pierdo, y con la luz de un lamparín
cruzo puentes rústicos donde nadie me espersa,
donde no hay lugar preciso para mi cara que ya dejó
de ser columpio o lecho de fresas.
Me estoy muriendo, mordí el anzuelo, caí en las trampas
al tratar de entender lo que pasaba
al tratar de medir el alcance del engaño, la crueldad servida,
masivamente, matanzas que desbordaron los océanos
en montañas de cuerdos ofrendado como un sacrificio, como un rito
del que nunca participé, cuando nuestra inquietud
era otra o consistía en entender, si esas sombras dispuestas
al alba, eran para ser besadas, o simplemente para
observar su evolución en la forma cimbreante y espectacular
del relámpago.
Y todas fueron trampas a la larga mortales para nosotros,
sobre todo al tratar de explciarnos las siglas
que se multiplicaban como abanicos, como colas de pavo real.