Poemas:
Amado Señor, Padre de todos
Amado Señor, Padre de todos,
¡Perdónanos nuestras necedades!
Revístenos en mente buena y justa.
Que con vidas más puras te sirvamos,
y con más honda humildad te adoremos.
Que oigamos el llamado de tu gracia
con la llana confianza de los pescadores.
Y al igual que aquellos,
sin palabras, levantémonos
y sigamos en pos de ti.
En el descanso del séptimo día,
en la calma de las colinas galileas
Jesús se arrodilló compenetrándose
con tu silencio eterno
y con tu amor.
Con tu profunda quietud ven y avasalla
todas esas palabras y obras nuestras
que ensordecen el delicado silbo del llamado,
y haz que en silencio tu bendición,
como el maná, nos caiga.
Esparce tu rocío de sosiego
hasta que cesen todas nuestras luchas.
Quita de nuestras almas la fiebre y el bullicio;
y haz que nuestras vidas ordenadas
confiesen lo bello de tu paz.
Sopla por entre los ardores del deseo
tu frescura y tu bálsamo;
enmudece los sentidos, aquieta la carne;
y por entre el terremoto, el viento, el fuego,
habla tú, oh voz apacible de calma.
Nuestro Maestro
Amor sin muerte y siempre pleno
rebosando libérrimo y sin límite,
un eterno compartir, un todo entero,
pleamar sin reflujo, agua de vida.
Nuestros labios lo confiesan supremo
por sobre todo nombre que se nombra;
sólo el Amor sabe de donde vino,
sólo el Amor al mismo amor comprende.
¡Soplen, vientos de Dios! ¡Despierten
y dispersen las nieblas de la tierra!
Irradia Luz Divina, y muestra a nuestros ojos
cuan perdidos estamos de la más recta senda.
¡Cállense los labios y ciérrense los libros!
¡Sosiéguese la pugna entre las lenguas!
¿Por qué afanarse buscando hacia delante o hacia atrás
ese amor que como el aire siempre nos abraza?
No podemos subir hasta los cielos
para hacer descender a Jesucristo;
y en vano rebuscamos en lo hondo
por quien ningún abismo ahogaría.
Ni el santo pan, ni las sangrantes uvas
pueden rehacernos ese rostro anhelado
de Quien ya no tenemos
ni en forma externa ni en su humana carne.
Él no viene para sentarse en tronos,
y la esperanza del mundo se adelgaza;
los siglos pasan su agobiante espera
oteando y buscándolo en las nubes del cielo.
Viene la muerte y la vida se va;
no reciben respuesta ni el ojo ni el oído;
la sepultura es muda,
y el hueco cielo, silente y triste.
La letra fracasa, los sistemas caen,
todo símbolo mengua;
mas el Espíritu todo lo empolla bajo sus alas
y Eterno Amor siempre presente queda.
Si como Juan sentimos su sonrisa de amor,
si como Pedro, el peso de su reprimenda,
ya no buscamos señas de su presencia
ni cielo arriba ni tierra abajo.
En el gozo de la paz interior,
o en la tristeza bajo el pecado,
Él mismo brinda su mejor evidencia;
su testigo está adentro.
Ni fábula antigua, ni cuento de mito,
ni sueño de poetas o profetas,
ni un hecho muerto varado
a orillas de los años inconscientes; –
sino consuelo presente es Él,
cálido, dulce, tierno;
y la fe todavía tiene su Olivar,
y el amor su Galilea.
Tu vestimenta sin costura
riega salud
ahí mismo, a la vera del lecho adolorido.
Muy dentro del gentío y bullicio la tocamos
Y nos rehace enteros, vivos, sanos.
Por Él mismo se eleva la confiada plegaria
que tan tierna pronuncian los labios de la infancia,
y el susurro final de nuestros muertos
sosegado resuena con Su nombre.
Amo y Maestro de nosotros todos,
sea cual fuere nuestro nombre y signo,
oímos Tu llamado, afirmamos por siempre Tu dominio,
mesuramos nuestra vida por la Tuya.
Tú nos juzgas, Tu pureza condena
todo el pecado en nuestra desmesura;
la ira que lo abrasa y lo calcina
es ese mismo Amor que a Ti nos lleva.
Abierta queda a Tu mirar la mente:
nuestro pecar secreto está desnudo
en la luz blanca
de Tu rostro puro.
Tierna, tu Luz irradia en la aflicción
penetrando con un dolor que sana;
Tu dulzura es lo amargo del pecado,
Tu gracia, la dentellada del remordimiento.
Aunque seamos débiles y ciegos,
Tú reconocerás nuestro servicio;
variadas son nuestras ofrendas
y por amor, ninguna nos rechazas.
Con todos sus gozos y dolores,
nuestra natura a Ti Te pertenece;
el agravio que un hombre le hace a otro,
hace una herida en Ti mucho más honda.
El que odia, Te odia a Ti;
el que ama, a Ti se apega;
todos los dulces frutos del pecho y del hogar
son el multiplicar de Tu semilla.
Métanse Tus raíces en las profundidades
del polvo nuestro que Tu amor fecunda,O Vid celeste:
humano total, divino todo;
Flor de hombre y de Dios.
¡Amor! ¡Vida! Tu presencia hace una
nuestra fe y nuestra vista; y así,
trasfigurando lo blanco de las nubes
vislumbramos el sol de mediodía.
Así, atenuado, más tierno para ojos mortales,
recubierto con Tu velo de carne,
nos enseñas en Ti muy revelado
el desnudo corazón del Padre.
Escuchamos confusos susurros,
vemos oscuramente por espejos,
y a Ti nos dirigimos con frases incoherentes.
Sin embargo, ya sea en confusión o nitidez,
en Ti reconocemos Luz, Verdad, y Camino.
El Padre también goza
de toda reverencia que a Ti rendimos;
ningún celo ni envidia separa
la cruz del Hijo y el trono del Altísimo.
Hacer Tu voluntad es mejor que alabarte,
lo dicho vale menos que lo hecho;
sólo la fe sencilla discierne Tu camino
extraviado por la cartografía de los credos.
En Tu servicio no cabe nuestro orgullo;
no hay lugar para el yo ni lo mío.
Nuestras fuerzas humanas son flaquezas
y nuestra vida es muerte aparte de la Tuya.
Apartados de Ti, toda ganancia es pérdida,
toda labor por vanidad se hace,
y la sombra solemne de Tu cruz
nos da más luz que el sol del mediodía.
¡Amor innominable,
sólo tu nombre salva!
Descarriarnos de Ti ya es el infierno,
Y caminar contigo, paraíso.
Tú estás tan firme en todo lo que eres –
¡cuan vano es defenderte con clamores!
El suspiro de un pecho arrepentido
mucho más vale que el batir de labios.
La petición de los intolerantes, no es para Ti;
ni es Tuya la condena que asestan los fanáticos;
no Te hace falta ningún amor por Ti
que desemboque en odio contra el hombre.
Amigo nuestro, nuestro Hermano y Señor,
¿qué servicio podemos ofrecerte?
Nada de nombres, nada de ritos,
nada más que escucharte para seguir Tus sendas.
No Te damos ofrenda de holocausto;
no amontonamos lápidas ni altares;
quien más Te sirve es el que más ama
a sus hermanos, que también son Tuyos.
El tierno oficio de amor y gratitud
es tu letanía,
y hacer el bien con gozo
es la mejor liturgia y sacramento.
En vano se dispersan los humos del incienso
por la vacía bóveda;
en vano se enaltece el ruido de los bronces
desmelenados desde la espadaña.
Repica el corazón campanas del Nacido,
y alza en sus entrañas Tus altares;
su fe y su esperanza son Tus cánticos,
y su obediencia fiel es alabanza.
La cruz
Ricardo Dillingham, joven miembro de la Sociedad de Amigos, murió
en la prisión de Nashville, donde fue encarcelado por haber ayudado en
la fuga de esclavos.
“Si bien la llevas, la cruz no es carga, sino sostén.”
Kempis
lo dijo así hace ya tiempo.
Y tú, joven generoso, valiente y fiel
buen testimonio de esta verdad nos diste.
En ti pusieron carga de martirio,
y ese madero de dolor y vergüenza
se convirtió en cayado entre tus manos
por aquellos senderos donde sólo con fe
pudiste ver los pasos del Maestro.
No yace olvidada la semilla
de ningún sacrificio generoso,
y aunque parezca echada en el desierto,
en flor y fruto brotará por fin.
Tuya fue la siembra;
sólo Dios sabe el fin de lo plantado.
Ciegos somos, la siega es de Él.
Por obras
No le tildes de hereje a quien, sin credo,
confiesa su fe en la bondad con obras.
Todo lo que se haga en nombre del amor,
librar al preso, alzar al caído,
se le hace a Cristo. Quien de hechos y palabras
no es contra el Señor, por Él obra.
Triste y agotado, anhelando febril
el dulce consuelo del amor,
Jesús buscó la puerta de las dos hermanas;
Una vio al hombre celestial, la otra al humano.
¿Alguien podría decir quién amó más al Maestro?
Requerimiento
Vivimos por la Fe;
mas la Fe no es esclava de texto ni leyenda.
La voz de la Razón, la voz de Dios,
las voces del Deber y la Naturaleza
jamás entran en pugna.
¿Qué pide nuestro Padre de sus hijos?
Nada más que humildad y piedad y justicia:
la cosecha fecunda de algunas buenas obras,
una vida sin mancha, y el pecho tierno
alerta al menester del prójimo,
reverencia, confianza, y oración
por la luz que ilumina las huellas del Maestro
en la vía nuestra de cada día.
Ningún azote de penitente,
ni filo ni ascua de sacrificio,
sólo la paz preciosa de una vida ordenada,
en la que el respirar eleva soplos que alaban sin palabras.
Una vida como todas las vidas verdaderas,
arraigada en la fe que Dios es Bueno.
En voz alta
¿Y de qué sirven las flacas palabras
para alcanzar de la Verdad el seno?
¿Quién, ciego y débil, será capaz de señalar la vía,
de captar el misterio en lenguaje corriente?
Mas, si acaso entrara por tu mente indigna
algo no tuyo – alguna sombra de aquel Pensar
del cual nuestros esquemas, credos, religiones, ritos,
son sólo sueños tenues – no te es permitido esconder
lo que tampoco has de atreverte a pronunciar a la ligera,
para que en tu boca lo real no suene falso,
ni la hermosura menos que divina.
Y así, sopesando el deber en balanza de oración,
da lo que tú sientas haber recibido –
quizás una semilla de bondad
echada en suelo barbecho, tierra necesitada.
Biografía:
John Greenleaf Whittier (17 de diciembre de 1807 – 7 de septiembre de 1892) fue un influente poeta y abogado estadounidense figura destacada en la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos de América. Es frecuentemente citado como uno de los Fireside Poets.