Poetas

Poesía de Francia

Poemas de Joachim du Bellay

Joachim du Bellay (château de la Turmelière, Maine-et-Loire, 1522 – París, 1560) es un poeta francés. Joachim du Bellay nació alrededor de 1522 en Liré, en el château de la Turmelière, en la región de Anjou. En aquella época era rey de Francia Francisco I y estaba en auge el Renacimiento, sobre todo en lo referente a cultura y arte. Pertenecía a una familia de antigua nobleza y quedó huérfano a los 10 años. En 1547, mientras estudiaba en la Universidad de Poitiers, trabó amistad con Pierre de Ronsard. Juntos fueron al Collège Coqueret de París, donde el helenista Jean Dorat les descubrió a los autores clásicos grecolatinos y la poesía italiana. A su alrededor se formó el grupo poético que se conocerá en principio como La Brigada y más adelante como La Pléyade.

No quiero escudriñar de la natura el fondo…

No quiero escudriñar de la natura el fondo,
no quiero rebuscar la esencia universal,
no quiero sondear los abismos cubiertos,
ni dibujar del cielo la hermosa arquitectura.

No pinto yo mis lienzos con tan rica pintura,
y argumentos tan altos no los busco en mis versos:
Mas del lugar siguiendo los accidentes varios,
sea del bien o del mal, escribo a la ventura.

A mis versos les lloro, si tengo una tristeza:
y me río con ellos y les cuento el secreto,
pues son del corazón muy fieles secretarios.

Así es que no pretendo peinarlos o adornarlos,
ni con sonoros nombres los quiero disfrazar
sino de notas íntimas o propios comentarios.

Andar con aire grave y con grave entrecejo…

Andar con aire grave y con grave entrecejo,
y con sonrisa grave a todos dar contento,
sopesar las palabras, responder con los gestos,
con un Messer non, o bien un Messer si:

Entremezclar frecuente un breve El cosi,
y con un son Servilore imitar al honesto,
y como quien parte tuvo en la conquista,
de Florencia y de Nápoles ufano discurrir:

Señorear a todos con claro besamanos,
y siguiendo el ejemplo del patricio romano,
ocultar la pobreza con gallardo exterior:

He aquí de esta corte las virtudes más altas.
Así es que enfermo, pobre, y en muy mala montura,
hasta Francia regresas afeitado y sin blanca.

Esos cabellos de oro los lazos son, Señora…

Esos cabellos de oro los lazos son, Señora,
en los que fue al principio mi libertad tenida;
amor prendió su llama por todo el corazón,
y esos ojos fueron el rayo que atravesó mi vida.

Fuertes los nudos son, la llama áspera y viva,
la saeta, de mano a tirar aguerrida,
y con todo, amo, adoro y quiero
a la que me estrecha, me quema y lastima.

Para romper entonces, apagar o curar
el duro lazo, el ardor o la herida,
no quiero hierro, licor ni medicina:

La dicha y el placer que en sucumbir recibo
de tal mano, no permiten que intente
ni cortante puñal, ni frialdad, ni pítima.

Feliz quien tras la muerte se le sigue la gloria…

Feliz quien tras la muerte se le sigue la gloria,
y aún muy más feliz si la inmortalidad
para él no principia con la posteridad
sino que antes de la muerte ya fascina su alma.

Tú gozas, Ronsard mío, incluso ahora en vida,
del inmortal honor que mucho has merecido:
y aun antes de morir (felicidad bien rara)
tu muy feliz virtud triunfa de las envidias.

Ánimo pues, Ronsard, que la victoria es tuya,
y de tu lado tienes el favor de tu rey:
De victorioso laurel ya coronan tus sienes,

y ya la espesa turba alrededor de ti
semeja a esos espíritus que en el ínfero un día
rodearon al tracio sacerdote de gran sobrepelliz.

¡Hermosos cabellos plateados, dulcemente revueltos!…

¡Hermosos cabellos plateados, dulcemente revueltos!
¡Frente serena y rizada! ¡Y tú, faz toda de oro!
¡Ojos de cristal hermosos! ¡Grande boca honorada,
que con ancho repliegue levantas tus extremos!

¡Lindos dientes de ébano! ¡Oh tesoros preciosos,
que con sonreír solo enamoráis al alma!
¡Damasquina garganta con cien pliegues ornada!
¡Y vosotros pezones, dignos de tan gran cuerpo!

¡Bellas uñas doradas! ¡Mano rolliza y breve!¡
¡Oh muslo delicado! ¡Y vos, redondas piernas!
¡Y eso que honestamente a nombrar ni me atrevo!

¡Bello y transparente cuerpo! ¡Miembros de vidrio bello!
¡Oh, beldades divinas! Perdonadme, os lo ruego,
si, pues que soy mortal, a amaros no me atrevo.

Los que están enamorados, cantarán sus amores…

Los que están enamorados, cantarán sus amores,
los que buscan honor, cantarán de la gloria,
los que están junto al Rey dirán de su victoria,
los que son cortesanos ensalzarán favores:

Los que gustan de artes, hablarán de sus ciencias,
los que son virtuosos se harán tomar por tales,
los que frecuentan vino, parlotearán de vinos,
los que viven en ocio, escribirán las fábulas,

los que son maldicientes irán a maldecir ,
los menos enojosos hablarán de reír ,
los que son más valientes pregonarán hazañas,

y los que se estiman mucho cantarán su alabanza,
los que sin tino adulan harán ángel al diablo:
Yo que soy desgraciado, lloraré en mi desgracia.

No escribo ya de amor, no estando enamorado…

No escribo ya de amor, no estando enamorado,
no escribo de belleza, pues yo no tengo amada,
no escribo de dulzor, gustando la rudeza,
no escribo de placer, hallándome en dolores:

no escribo de la dicha, pues que soy desgraciado,
no escribo de favor, no viendo a mi princesa,
no escribo de tesoros, no teniendo riquezas,
no escribo de salud, siendo ya melancólico:

no escribo de la Corte, tan lejos de mi príncipe,
no escribo de Francia, en ajena provincia,
no escribo del honor, pues que aquí no lo encuentro:

no escribo de amistad, hallando fingimiento,
no escribo de virtud, si tampoco la veo,
no escribo de saber, entre gentes de Iglesia.

No pienses, Robertet, que esta Roma de ahora…

Florimond Robertet, Barón de Alluye.
Cortesano francés, amigo de Do Bellay y de Ronsard.

No pienses, Robertet, que esta Roma de ahora
es aquella otra Roma que te placía tanto.
No dan crédito ya, como solían darlo,
ni se hace ya el amor como entonces se hacía.

Ni paz ni bonanza gobiernan ya aquí,
la música y la danza han debido pararse,
corrompido está el aire, y es Marte quien manda,
la turbación, la pena y el hambre cada día.

El corrompido artesano ha cerrado su tienda,
el ocioso abogado abandonó el oficio,
y el pobre mercader lleva solo talega:

No ves sino soldados, morrión a la cabeza,
sólo tambores oyes o parejo estruendo,
y Roma cada día espera otro saqueo.