Poetas

Poesía de España

Poemas de Jesús Aguado

Jesús Aguado (Madrid, 1961) es una figura indispensable de la poesía contemporánea en lengua española. Su obra, vasta y polifónica, lo ha consolidado como poeta, traductor y antólogo, un creador que desdibuja las fronteras entre géneros y culturas. Aunque nacido en Madrid, su vida ha sido un continuo viaje: desde su infancia en Sevilla hasta su estancia en Benarés, India, y posteriormente Málaga, Madrid y, finalmente, Barcelona, donde reside actualmente. Este tránsito vital impregna su obra, marcada por el nomadismo y el diálogo con lo diverso.

La poesía de Aguado es un caleidoscopio en el que lo íntimo y lo universal se entrelazan. Desde sus inicios con Primeros poemas del naufragio (1984) y Mi enemigo (1987), mostró una voz reflexiva y profundamente humana. Su consolidación llegó con Los amores imposibles (1990), que le valió el prestigioso Premio Hiperión. Otros títulos como Semillas para un cuerpo (1988), Libro de homenajes (1993) o El fugitivo (1998) revelan su búsqueda constante de nuevas formas de decir, de reinterpretar el mundo y, sobre todo, de cuestionarlo.

Una de las facetas más fascinantes de Aguado es su vinculación con la India, un lugar que marcó su sensibilidad y su escritura. Esta conexión se refleja en su traducción de textos devocionales, culminada en la Antología de poesía devocional de la India (1998), una obra que no solo revela su maestría como traductor, sino también su capacidad para construir puentes entre culturas. Esta influencia india también se advierte en Los poemas de Vikram Babu (2000), donde crea un alter ego poético que transita por una espiritualidad lúdica y desbordante.

Aguado no solo se ha dedicado a escribir, sino que ha ejercido un papel fundamental como dinamizador cultural. Ha codirigido la colección MaRemoto junto a la poeta Aurora Luque, un proyecto que busca acercar las voces más sugerentes de la poesía contemporánea. Además, su labor como articulista en el diario La Opinión le ha permitido expandir su discurso más allá del verso, con una prosa crítica y lúcida.

En la obra de Jesús Aguado, el lector encuentra un ejercicio continuo de reinvención. Títulos como La astucia del vacío (2005) o Verbosh (2009) confirman su inclinación por explorar las posibilidades de la palabra poética, desde la sutileza hasta el desconcierto. Su poesía no solo seduce por su profundidad, sino por su capacidad para cuestionar las certezas y llevar al lector a territorios desconocidos.

Jesús Aguado es, en definitiva, un poeta de múltiples orillas: un traductor de mundos, un orfebre del lenguaje y un explorador de la condición humana. Su obra, cargada de resonancias y matices, permanece como un testimonio vibrante de nuestra época y una invitación al asombro.

Como aquel alfarero que rompía las jarras

Como aquel alfarero que rompía las jarras
nada más terminarlas.
Sin perder la sonrisa
destrozaba los platos y los vasos

y luego se ponía a decorar
los fragmentos dispersos por el suelo
con sangre que sacaba gota a gota
de sus dedos y brazos, de sus muslos,
de las callosas plantas de sus pies.

Extraía de sí los pigmentos del alma
hasta quedar exhausto
y venir los insectos
a chupar sus heridas.
Los vecinos,
por compasión, ponían monedas en el torno
y se llevaban trozos de loza hasta sus casas.

Al despertar seguía sonriendo
y de nuevo amasaba en el barro mojado
las formas de lo informe,
los diminutos cuencos donde cabe lo eterno.

Vikram Babu pregunta:
¿dónde bebes?

El saltador

El saltador se encoge, se agarra las rodillas,
esconde la cabeza entre las piernas.
A punto de llegar da un latigazo
y se estira de golpe contra el agua:
al sumergirse nace, y el mundo, sacudido,
vuelve a iniciar de nuevo sus circunvoluciones,
su salto de gestante que atraviesa el espacio
como una caracola o bosta o piedra
lanzado hacia la luz: le enseña el saltador
al mundo su trabajo, y a convertirlo en juego,
y cómo al zambullirse quedar recién nacido:
le enseña el mecanismo de la vida.

El mundo se detiene y mira concentrado,
quizás reconociéndose en los gestos del hombre
que rota y se traslada dibujando una elíptica
con su cuerpo visible sobre un eje invisible.

Es el mundo el que salta, no es el hombre:
esa bola que rasga la seda de la tarde
desnudándolo todo, no es un hombre:
es el cauce de un río, las raíces de un árbol,
la tierra de aluvión, pero no un hombre:
es el molde de un hombre, un recipiente
vaciado de un hombre y luego vuelto
a llenar con el cauce, las raíces, la tierra:
es el hueco dejado por un hombre
para darle un cobijo a las cosas del mundo.

El hombre, cuando salta, ya no piensa,
pues su interior es agua, filamentos o polvo.

Cuando salta es el puro movimiento
y es la inmovilidad perfecta y pura:
es el mundo que gira y el mundo detenido.

El mundo, ese aprendiz de saltador,
y el saltador, ese aprendiz de mundo,
se duermen en el aire
y nos suenan.

No lamento tu ausencia‚ no me alegro tampoco

No lamento tu ausencia‚ no me alegro tampoco:
esta paz de tenerte como siempre en las manos
es parte de mi amor‚
de este nuevo sentido que has puesto en mis sentidos‚

y no es que estés muy lejos‚
es que madura lento lo que más nos importa
y el tiempo y el espacio son frutas delicadas

No estés triste‚ mi amor

No estés triste‚ mi amor‚
y si lo estás‚
que tu tristeza sea un modo de vengarte
de Dios y de las flores‚ de la alegría inútil
que debe ser la vida según ellos‚
y no estés triste nunca
por las cosas que pasan o no pasan‚
sino solo por esto: porque contempla la tristeza
desde lejos a Dios y a las flores y al tiempo
y nos lleva al lugar donde amar es posible.

Variaciones sobre la tristeza

No sirve lo que fui: lo que no he sido
es lo importante. Mi pasado no existe
de tanto no quererlo. Es de los otros, mas no mío.
No reluce ni sabe
cegar como los seres de la nada.
Mas no es fácil volver sobre mis pasos para encontrar
los labios no besados, los cuerpos (no elegidos no para poseerlos:
para darlos también y volverme tan pobre que ni la muerte
sepa qué hacer para matarme).
Lo que he sido y se me escapa
es lo que soy,
el fugitivo, el triste, el imposible,
el traicionado por el tiempo, el tachado, el inútil,
pero dónde buscarlo para hablarle de mí
y meterme en sus sueños.

Como un águila

Como un águila,
Dios
también de vez en cuando necesita
descansar de Sí Mismo
y replegar Sus alas
y dejar de volar por un instante.
Nosotros somos árboles plantados por Sus manos,
apenas una mancha en el paisaje
de lo Eterno:
lugares
para que Dios repose.

Vikram Babu pregunta:
¿qué crueles leñadores os talaron?

Algo dice de mí

Algo dice de mí
la labor del orfebre,
el arcoiris doble, los anzuelos,
las diecisiete formas que tiene el esquimal de nombrar
a la nieve y el tibetano a la conciencia,
los pechos comparados con cúpulas o cántaros,
la barra de los bares, las películas,
los cables de la luz parcelando el paisaje,
las etimologías inventadas,
la tala de las selvas, las bombas nucleares,
la estupidez, el odio, la mentira,
el mal gusto, el dolor, las equivocaciones,
las hambrunas, las guerras,
el asombro, el camino, la retama,
la piedad, la emoción, la fiebre de un bebé,
el aguardiente, el sol, la desmemoria,
los delfines, el saxo.

(Algo dice de mí cada ser, cada cosa
que ocurre, todo dice
un aspecto de mí
y lo señala,
y quiere despertarlo y que yo aprenda
a llegar hasta el nido donde incuba sus ojos,
y me invita a probarme
esos ojos,
a mirar de otro modo lo que soy.)

Algo dice de mí
el ruido, el brutal ruido
que hace casi imposible escuchar lo que dicen
de mí las cataratas o el silencio.