Poesía de Cuba
Poemas de Jane Durán
Jane Duran. Poeta inglesa. Hija de padre español y madre estadounidense, nació en Cuba, en 1944. vivió en los Estados Unidos y en Chile, y se estableció en Inglaterra en 1966 tras graduarse en la Universidad de Cornell. Empezó a escribir poemas en revistas como New Statesman, The Observer, Times Literary Supplement, Poetry Durham, Poetry London Newsletter, Poetry Review etcétera. Ha publicado tres libros de poemas, Breathe Now, Breathe (1995, Forward Poetry Prize), 42 poemas líricos, fundamentalmente breves en extensión y densos en contenido relacionables con la poesía de la experiencia; Silences from the Spanish Civil War (2002) y Coastal (2006).
Hay mujeres
Mujeres que se dejan el cabello sin peinar,
largo, gris, que se detienen el pelo
con sus manos rojas, que se mueven confusas.
Que pueden cocinar o bordar.
Que rondan el tiritar de un hombre durante todo el invierno
con su espíritu, respirando el aire de la niebla.
Cuyas ropas siguen descuidadas hasta el día de hoy.
Y que se mueven de lado dentro de sus zapatos.
Parecen hechas para el amor aun así.
Que se mantienen quietas cuando la marea cubre
sus grandes pies desnudos. Que embarullan su sexo,
su lucha. Que se allegan al hombre,
cuyos rostros están tan cerca que no hay dónde ocultarse.
Mujeres por las que me quitaría las peinetas
de los cabellos y lloraría abiertamente, cara a cara.
En los cuadros de Edward Hopper
¿Podemos detenernos aquí?
En la gasolinera
el medidor está en cero.
Por toda la lavada
calle —hay que adivinar
lo que está sucediendo
tras las ventanas abiertas.
Un rostro se desvía de otro rostro
arrastrado al resplandor
que un pueblo chico
se atreve a soportar.
Los ojos pueden llenarse de lágrimas.
Del bosque podría surgir un lobo
con toda la intención.
Minamos nuestras fuerzas
rastrillando hojas, con un café,
en una habitación por esa noche
o sentados calladamente
hasta el amanecer. Las casas
retoman sus antiguas posiciones
en el viento.
De golpe el soltarse de los abetos,
el decoro de nuestras vidas.
Batalla de Teruel, Invierno 1937-1938
Yo podría escribir sobre los libros de mi padre.
Nunca había polvo en ellos. Los tomaba entre sus manos
como si fuera la última vez. Parecían acolchados,
esperando su momento, deslizados uno por uno
hasta que formaban un muro raso – un solo libro todos ellos.
Se desprendían en dorados, en rojos secretos
como a fumar un cigarrillo temprano por la mañana
antes de que la neblina se despejase por completo
hacia la crueldad. Podía tocar los títulos
y se volvían importantes.
En su propia oscuridad -fronteras personales,
bordes a los que tanto se había acercado,
la colina helada sobre el valle, los soldados
asidos a sus laderas, costuras de nieve,
la España que él sostenía y que lo sostenía,
cediendo línea tras línea.
La cancha de básquetbol en Central Park
De inmediato mi hijo salió de la banca y corrió
hacia el aro más lejano. Ahora podía ver,
podía estar ahí, era verano
y la luz no se iría en un largo rato.
Pensé en mi propia infancia en Manhattan,
incluso en los patines metálicos
que solía atar a mis zapatos —
una variedad de imágenes agradables, parciales
en un vector demasiado tranquilo para ver más allá
condujeron a esta banca en Central Park.
Cuando llegó el atardecer los jugadores más viejos
perdieron el rumbo —su juego, los saltos
y gritos habían sido amigables y buenos.
Mi hijo tuvo un último tiro a la canasta
hizo una bandeja con su mano izquierda
y el balón se detuvo en el aire —paró
sólo un poco más arriba que el aro, ligeramente
a un costado, y permaneció ahí, quieto.
- Ricardo Carballo Calero
- José María Álvarez
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