Poesía de México
Poemas de Jaime Reyes Rodríguez
Jaime Reyes Rodríguez (Ciudad de México, 1947-Ciudad de México, 1999) fue un poeta mexicano. Autor de Isla de raíz amarga, insomne raíz (1976), Al vuelo el espejo de un río, La oración del Ogro (1984) y Un día un río. Recibió el Premio Xavier Villaurrutia de Poesía en 1977 y el Premio Nacional de Poesía en 1983, de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Falleció en 1999 a causa de una neumonía.
Entre la espuma, sal en mi lengua, gota en mi cuello
Estoy dondequiera a la hora del desastre
porque contigo estoy, porque sin ti no estuviera.
Nada más a ti te amo, n estoy para los demás, en nadie estoy si no estoy
en ti,
raíz de miedo, agua derramada.
Yo soy el hilo de agua que ata las esquinas, los rincones,
las puertas de los que babeantes han descubierto entre cuerpo y cuerpo
pústulas enfebrecidas,
lagos sangrientos y han descubierto que atropellados estamos, hermana,
muertos.
Pero a pesar de todo, contra ti, contra mí, a la semilla que eres fecundado
regreso.
A ti que eres, que estás cavando, que me levantas de la ceniza.
Alejarme de ti es recorrer y caer y regresar
con la garganta ahogada en el olor de amorosa gente dormida.
Con el olor de abrazos insaciables, feroces, tenaces.
Irme de ti, sin ti, es romper el hilo que me ata, títere de la muerte.
Irme de ti, estar frente a ti que juegas a abandonarme, es ir siempre hacia
atrás,
quitándome las manos, saludando, corcoveando en el polvo de los precipicios.
Amor que me levantas, que te esfuerzas por destrozarme,
río que si ahogas leche que derramas, mancha que no limpias,
alfiler que no alojas.
En el cuarto de los solteros te necesito,
te necesito en el calor de los cuerpos que levantas.
Entre la espuma, sal en mi lengua, gota en mi cuello, te busco, grasa
de mis ojivas.
He salido de tus manos y a tus manos voy, pues tú me diste la luz
y la oscuridad y la ceguera.
En el silencio de la mirada, rozándote apenas,
en ti fundado mi hogar y supiste cómo crecimos, cómo fuimos niños hasta
envejecer.
Y sin darnos cuenta hemos nacido para no saber, para encontrarnos,
para ignorar la amenaza de la muerte que lenta nos acechaba.
Y crecimos, ante mí creciste, amor, mi amor: desnúdaste mis reglas,
apagaste mis hogueras,
y solo me abandonaste cuando erigía inútiles paredes y trampas sin razón.
Música urbana
Así que su risa fue agonía, flor oscura
y cristalina sangre y
lámpara estrellada contra el gas y el cieno
de su memoria en los sótanos
los ojos del hambre abrió contra
las hojas desplegó
de sus deseos cuencos de arena
contra sus miembros recibieron
yerba y plasma
le mostraron al mar desgranando sus muslos
y su caída fue precipitada y piedra
veloz contra el cielo y pájaro
contra la tierra fue, ceniza por la lluvia,
hacia el mar fluyendo (…)
así que su risa fue ningún alarido
cuarentaysiete tiestos y pistilos quebrantados,
bruscamente quebrantados,
sus ojos un espejo de ningún pantano
abrevadero deslumbrado por la muerte,
rendija de agua destendiéndose a su pesar,
fuente a la que volvía
el óvalo perfecto de lo vivido:
mirada en suma.
En la orilla del canon
Desde la rama más alta de esta gloria
¿Quién quiere atenderme fraternal y amorosamente?
Destaparme el culo, barrerme la espalda,
meterme un cerillo por la boca. ¿Quién, digo?
¿Quién quiere venir a abrir y abrir
esta rota puerta de silencio en que a cada momento me hundo?
[…]
Pues quiero decir que estoy loco, es verdad,
y que mi silencio es un silencio pagado con vergüenza,
un cotidiano castramiento de amor y orgullo en el que esto,
el amor, no es sino la sucia parte de un árbol derribado.
Pues quiero que vengan los amigos, nacho y marizza,
sonia y pepe, y todos los hijos y los gusanos que me rodean
para que vean, sí, para que puedan ver
cómo de esta columna de fuego ensimismado
brota solo y único el alarido de un corcel destrozado por el humo.
Quiero decir, digo, quiero decir que esta casa y estos libros
valen madres, quiero decir cómo lo que tengo nada sirve.
[…]
Cumplo con todos, véanme, soy feliz, salto de alegría,
estoy cantando…E insisto en colgarme
Desde la rama más alta de esta gloria.
Sin memoria ni olvido
A Rubén Salazar Mallén
Cuartos arriba y cuartos abajo,
viejo carajo, viejo del demonio, hay uno que te niega,
hay uno gritando que eso no es verdad, pedazo de tullido,
alcornoque de cemento.
Cuartos arriba, cuartos abajo viejo carajo me acuso de tu muerte,
pues después, sólo después de mí ya no eres posible,
ya no tienes a que desvelarte.
Es lunes. Es lunes y es humo y es la tierra podrida, veracruzana mamada,
pisoteada, escarnecida. Ahora es lunes y es el infierno.
Punta de lanza, viejo soldado en desgracia,
diablo cornudo, viejo panzón,
¿qué putas vas a instruir en el infierno?,
¿quién va a limpiar tus ojos babeando
y tu boca escupiendo sarneces?
A que no sabes –tú, tan sereno, tan objetivo, inflexible,
vara de gases asesinos que tú no sabes cómo es la muerte.
[…]
Me estás doliendo duro, durito,
bien durito que me estás doliendo, remedo de dios, gargajo de humano.
Y hay noches en que quiero buscarte,
santo burdelero, peleador abofeteado.
Y hay noches y días en que quiero buscarte y nada me dejas,
calor avorazado, gusano de libros hasta mis manos te llevaste.
Y hay noches y hay días,
días tan terribles en que ni siquiera quiero levantarme
porque te me estás muriendo entre las manos,
porque me estás calentando al rojo vivo con tu cuerpo que se pudre,
dulce muerte, dulce muerte tibia y gangrenada.
[…]
Me estás doliendo, maestro, me estás doliendo demasiado, viejo cabrón.
Ahora me llaman. A nadie hay que hacer esperar.
- Raquel Muñoz de Franco
- Arturo Marasso
- Paula Alcocer
- Domingo Zerpa
- Oscar Sosa Ríos
- Pierre Reverdy
- Eutiquio Leal
- María del Pilar Sinués
- María Rosal
- Israel Clarà
- Carl Sandburg
- Rigoberto Rodríguez Entenza
- Emma Lazarus
- Muqaddam ibn Muafá
- Roberto de las Carreras
- Rodrigo Caro
- Blas de Otero
- Joaquín Arcadio Pagaza
- Claudia Rankine
- Yorka Gallegos