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Jacinto Albístur

Foto por Camille Brodard en Unsplash

Poemas:

A JESÚS

Si tú eres Dios, te adoro;
si eres Hombre, te admiro:
cuando en la Cruz te miro,
me postro ante la Cruz.
Levanto la cabeza
y veo en tu agonía
brillar del nuevo día
la bienhechora luz.

Hijo del hombre, siempre
te llama la Escritura.
Humana criatura,
¿Serás hijo de Dios?
—Yo inclino mi cabeza
ante el arcano inmensa:
pero te estudio, y pienso
que como Tú, no hay dos.

¿Cuál hombre te ha igualado?
¿Quién como Tú ha sabido,
no el mal dar al olvido,
pagar con bien el mal?

¿Quién, sobre el cieno impuro
de Roma la pagana,
brotar hizo lozana
la virtud inmortal?

¡Perdón! dicen tus labios:
¡Amor! se lee en tus ojos;
y mientras tus despojos
palpitan de dolor,
Tu Espíritu, venciendo
del cuerpo la tortura,
¡Perdónalos! murmura,
¡Perdónalos, Señor!

¡Jesús! tu dulce nombre
es de virtud emblema:
tu vida es el poema
de nuestra redención.
Pasando irán los siglos
y siempre tu doctrina
será la luz divina
que alumbre el corazón.

Si tú eres Dios, te adoro;
si eres hombre, te admiro:
cuando en la Cruz te miro,
me postro ante la Cruz.
Levanto la cabeza,
y veo en tu agonía
brillar del nuevo día
la bienhechora luz.

A MÁRMOL

Cuando triste y sin luz, el Sol de Mayo
En tu patria infeliz se oscurecía,
Cuando brutal y torpe tiranía
En ella hacia criminal ensayo;

Del sacro númen el potente ray
En tu inspirado corazón ardía;
Tú adivinabas el radiante dia
De que era precursor aquel desmayo.

¡Buenos Aires! tu vida es hoy hermosa,
Claro tu sol, seguro tu camino,
Savia de libertad en ti rebosa.

Al cumplir tu magnífico destino,
Con él se enlazará, siempre gloriosa,
La memoria inmortal dei Peregrino

A OLEGARIO ANDRADE

¡Una voz más en el celeste coro!
¡Una sien más con el laurel ceñida!
¡Una página más queda esculpida
Por la fama inmortal, en letras de oro:

¿Fue correcto tu canto? — Yo lo ignoro;
Porque mi mente absorta y sorprendida
Ante grandeza tal, no halla medida
En que pueda caber tanto tesoro.

Pero en las cumbres de la humana gloria
Los altos genios ajitarse veo
Que dejaron al mundo su memoria;

Y cien himnos y cien escuchar creo,
Que celebran la espléndida victoria
Del cantor inmortal de Prometeo.

AL PUEBLO ARGENTINO

«Acatemos la ley» dijo el profeta.
Oyole el pueblo y recogió el consejo;
Y diole Mayo su inmortal reflejo,
Bronces el arte, cantos el poeta.

Un día aquella voz, ronca e inquieta.
Lanzó ese grito conocido y viejo
Que empaña de la ley el claro espejo,
Y la justicia a la pasión sujeta.

Mas el grito discorde y estridente
Que un momento turbó la paz serena,
fue muriendo, sin eco, lentamente.

¡Pueblo argentino! La doctrina es buena.
La seguiste y la paz orló tu frente;
Quien la aclamó y la holló, sufra la pena.

¡ADIÓS!

Jamás mi corazón podrá decirte
Esa triste palabra que da frío:
Mientras que dice adiós el labio mío,
Contra ese adiós protesta el corazón.
¡Nos separa el destino!… ¡Harto me pesa!
Si te aleja de mí, sigue tu suerte.
Yo no sé si he de verte o no he de verte—
Arcanos esos del destino son—

Pero sé que tu plácido recuerdo,
Grabado en mí con indeleble huella,
Será en mi vida refulgente estrella
Que me consuele con su amiga luz.
Y sé que hacia ella volveré los ojos
En las horas do amargo descontento,
En que parece que nos falta aliento
Para llevar nuestra pesada cruz.

LA VIDA DE UNA FLOR

Altiva, bella, embalsamando el viento
Con su naciente aroma, brotó ufana
Al despuntar el sol de la mañana,
Y de las auras el fragante aliento.

Los ruiseñores con sonoro acento,
Al contemplar belleza tan temprana
La saludaron; y la flor galana
Tendió sus hojas hacia el firmamento.

Mas vino el huracán. —Con mano impía,
envidioso al mirar tanta hermosura,
Al suelo la arrojó marchita yerba.

¡Imagen fiel de la esperanza mia
Que halló en mi pecho triste sepultura!
¡Tan lozana al nacer! — ¡tan presto muerta!

GALAS Y CRESPONES

Permitidme evocar una memoria
triste a la par y grata;
que así se mezclan en la humana historia,
con el dolor que mata,
los destellos brillantes de la gloria.

Celebraba gozoso el Ateneo
su alegre aniversario.
De San Felipe el lindo coliseo
abría su escenario,
y acudia en tropel Montevideo.

Todo era luz, aromas y armonía,
en la solemne fiesta.
De música, elocuencia y poesía,
el alma bien dispuesta
ricos raudales con placer bebía.

«El ideal» cantó en sublime acento
un poeta inspirado.
Otro alzó hasta «La cumbre» su lamento.
Un orador, osado
«las formas» estudió «del pensamiento».

El arco poderoso
hirió la cuerda del violín vibrante;
y en ritmo cadencioso
desenvolvió fantástico y brillante
del Carnaval el tema caprichoso.

¿Lo creeréis? En aquella noche hermosa
de nobles emociones,
el alma mía triste, vagarosa,
flotaba silenciosa
entre negros y fúnebres crespones.

En vano pretendía
inspirarme en la atmósfera serena
que a todos envolvía.
Fija ante mí tenía
la hermosa imagen de la muerta Elena.

¡Ay! pocas horas antes,
Elena Jackson entregaba el alma
al Dios que la creó. Breves instantes
paralizaron en eterna calma
aquellos ojos, antes tan brillantes.

Los pobres desvalidos,
de sí, más que de Elena, se dolían;
y alzaban sus gemidos
llorosos, afligidos,
al ver el desamparo en que caían.

Jamás me acerqué a ella.
Nunca estreché su mano.
Pero de su alma generosa y bella
el vuelo soberano
brillar la hacia como clara estrella.

Y mi espíritu, inerte
ante el rumor alegre y bullicioso,
era atraído con impulso fuerte
hacia el ser luminoso
convertido ya en ángel por la muerte.

Me acerqué a la tribuna,
transida el alma de mortal quebranto
y ¡sarcasmo cruel de la fortuna!
el preparado canto
fué una sátira, alegre cual ninguna.

El público escuchaba y se reía
benévolo y contento;
y con mudo lamento
«¡Aquí tanta alegría
y tanto luto allá!» yo me decía.

Así es la vida! ¡Así en los corazones
se mezclan risa y llanto!
¡recuerdos tristes, gratas emociones,
alegría y quebranto
galas brillantes, fúnebres crespones!

LA MUERTE

¿Qué es la muerte? ¡Ay de mí! ¡Vínculos rotos,
Seres que se abandona, larga ausencia,
Viaje a remotas e ignoradas playas,
Es lo desconocido, que al fin llega!

¡Es la orfandad de los queridos hijos,
La viudez de la amante compañera,
Desgarramiento de las fibras íntimas
Que enlazan con el alma a la materia!

¿Es la nada? — ¡No, no! ¡Yo no lo creo!
El ser no muere: su bendita esencia,
Libre del barro vil que aquí la envuelve,
Va a recobrar su prístina pureza.

Algunos años más, y encontraremos
A los seres que amamos en la tierra;
Y del más puro amor los santos lazos
Nos unirán en comunión eterna—

Yo creo en Dios —Yo creo en otra vida—
¡Que venga pues la muerte cuando quiera!
Al partir, a las almas que más quiero
Diré solo: «¡Hasta luego, compañeras!»

Biografía:

Jacinto Albístur, nacido en Madrid en 1821, pero adoptado por Uruguay como uno de sus hijos más ilustres, es una figura que desafía las fronteras nacionales a través de su poesía, periodismo y diplomacia. Aunque sus raíces son españolas, su espíritu se nutre del vasto paisaje cultural de América Latina, particularmente del Uruguay que lo acogió durante más de cuatro décadas. Albístur, con su pluma afilada y su corazón arraigado en convicciones liberales, dejó una huella indeleble en la historia literaria y política de su tiempo.

Desde su llegada a Montevideo como Cónsul General de España en 1851, Albístur se integró rápidamente en los círculos intelectuales más destacados de la capital uruguaya. Su participación activa en la prensa, especialmente como director y redactor principal de “El Siglo” durante diecisiete años, lo convirtió en una voz influyente en la vida pública del país. No era solo un observador; era un actor clave en los debates sobre las reformas sociales, como la educación y el matrimonio civil, donde su ideología posibilista encontró terreno fértil.

La vida de Albístur estuvo marcada por los avatares políticos de ambos continentes. Tras un periodo en Perú como ministro, donde intentó mediar en los conflictos entre las repúblicas del Pacífico y España, regresó a Montevideo, donde volcó su energía en la literatura y el periodismo. Albístur fue testigo y cronista de tiempos convulsos en Uruguay, desde la revolución de Timoteo Aparicio hasta la reorganización de los partidos políticos y los gobiernos militares. Su obra en “La Tribuna” y “El Siglo” refleja el pulso de una nación en transición, siempre con la mirada puesta en el progreso cívico y cultural.

En 1879, Albístur publicó su obra más significativa, “Algunas Poesías”, un libro que revela su sensibilidad poética y su capacidad para captar la esencia de su época. A través de versos delicados pero firmes, su poesía resuena con el eco de sus vivencias personales y su profundo compromiso con los ideales de libertad y justicia.

Jacinto Albístur es un poeta y pensador cuya vida y obra trascienden las fronteras geográficas, uniendo dos mundos a través de la palabra y la acción. Su legado en Uruguay no es solo el de un extranjero que adoptó una nueva patria, sino el de un hombre que, con su arte y su intelecto, ayudó a forjar la identidad cultural y política de un país en formación. Albístur es, en esencia, un puente entre España y América, un poeta de dos orillas que encontró en el Río de la Plata su verdadero hogar.

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