Poesía de España
Poemas de Iván Tubau
Iván Tubau Comamala (Barcelona, España, 1937-Barcelona, 13 de noviembre de 2016) fue un periodista cultural de prensa y televisión, poeta y estudioso del cómic español, tanto en lengua castellana como catalana.
Pelopónissos
Para Helena Roig
¿Has visto el mapa, Helena? hoy salimos de Espata
y vamos hacia el barco que zarpará de patra.
Como un acto de amor será el itinerario:
la cena en Kardará, la noche en Klitoría.
Cuatro Rubaiyyat de Cambridge
Queremos alcanzar el alma de la piel.
Queremos empaparnos de gozo y de sudor.
Mañana Dios dirá, si hay Dios y si se digna
decir alguna cosa. Bésame el corazón.
***
A Merce
Nos teñiremos pelos, almas y corazones.
Juraremos amor eterno si es preciso
para ser algo más felices un instante.
Ni la mejor mentira, amor, es la verdad.
***
«Une orange sur la table
ta robe sur le tapis
et toi dans mon lit.»
Jacques Prévert
Son un placer muy dulce los dieciocho años.
Juntos lo celebramos, amor, esta mañana.
Cuando llegue la noche, si Dios y Prévert quieren,
me dejarás probar tus nuevos diecinueve.
***
En Sinera de Munt
Cuando yo no esté aquí se habrá acabado el mundo
y no habrá nunca más olor de madreselva
ni el perfume tenaz de entrepierna mojada
ni el aroma del vino ni el azul de la mar.
Escríbeme a la “Lista de correos”
Estoy, amor, en Sóller.
He venido en el tren.
Escribo una postal
y la meto en el sobre.
Recuerdo aún tu nombre
y el Apartado 3
de Correos de un pueblo
donde nunca estaré.
Ven a salvarme, amor:
he naufragado ya.
Escribo con mi sangre
en un feble papel.
La botella está rota
y no lleva tapón.
La mar está movida,
se acerca el huracán.
Ven a salvarme, amor
La piel
Cuán terrible la vida
de un hombre cuya piel
nadie toca jamás.
Margaritas
Cada mañana,
cuando los cubre aún
la nieve transitoria del rocío,
recorro los sembrados cercanos a mi casa
y las voy recogiendo
una por una:
las más grandes y tiernas,
las más blancas,
las amarillas como un don del sol.
Cuando tengo un puñado
grueso como el tobillo de un niño de tres años,
hago con ellas
un ramillete humilde, esplendoroso,
y lo lanzo
con gesto displicente y ademán
de estudiada elegancia discreta
a la oscura pocilga donde hozan los cerdos.
Patria
Nací
en un tiempo triste y en un triste país
donde las cosas bellas tenían nombres feos
donde pecado
era el nombre que daban al amor y donde
tristes gentes hablaban de la guerra y se tocaban
el sexo en las tinieblas y con prisas furtivas
en la noche del sábado tras haber contraído
matrimonio buscando
patrimonio y remedio
a la concupiscencia o a la sífilis.
Nací en un tiempo triste
y en un triste país
donde la gente iba vestida
de negro casi siempre
y llevaba bigotes cuadrados en el alma. Donde
ya no servían los nombres de las cosas
porque las cosas estaban prohibidas
o eran obligatorias: levantar el brazo
con la mano extendida
para que los brazos no pudieran
abrazar y las manos
llegaran siempre tarde a la caricia.
Nací en un tiempo triste y en un triste país
donde los niños se llamaban flechas
o pelayos cuando eran ya mocitos
y llevaban camisa
azul y la cabeza
rapada por la parte de dentro y por defuera:
mitad monje y soldado les decían
que tenían que ser cuando crecieran
y hubieran de avanzar gallardamente
por Dios hacia el Imperio o viceversa.
Nací en un tiempo triste y en un triste país
donde las niñas
se llamaban Begoña y aceptaban
mansamente un futuro
de monjas o matronas gordezuelas
cuando la superiora colocaba
duros sostenes sobre sus tetas tiernas
y más duros aún sobre la parte
más tierna del cerebro para que las ideas
no desbordaran nunca el límite preciso
de su destino de mujer: virgen o madre
y si fuera posible las dos cosas.
Nací
en un tiempo triste y en un triste país:
abjuro para siempre
jamás de aquella patria
donde un millón de muertos velaban el cadáver
de los supervivientes.
Ibiza
A Julieta
A fin de cuentas sí,
parece que nos gusta el amor libre
aunque sin demasías
el sexo tierno la pasión discreta
releer a Epicuro
que son tan pocas páginas
gritos flojos e Ibiza:
tú y yo somos lo sabes
carne de revival
pálido color malva
si Dios quiere y la historia.
The sandpiper
Hoy llueve todo el día y el termómetro
marca fuera dos grados sobre cero.
Seguramente vale
la pena que la humanidad,
recorriendo a través de los siglos,
las abominaciones
y los millones de años luz en el camino
que lleva a la calefacción central
pueda ofrecer a un estornino
posado en la ventana, justo encima
del radiador,
los dieciocho grados del confort.
Lleva un buen rato tras el cristal. He abierto
la ventana pero no quiere entrar. No deja de mover
el pico emitiendo sonidos. ¿Qué debo hacer, Liz
Taylor? No sé ornitología, soy de letras y nací
en la ciudad. Cuando se vaya dentro de once minutos
no sabré si cantaba feliz o chillaba desesperado.
Ayúdame, Liz Taylor, tú que sabes de pájaros heridos
en Big Sur.
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