Poetas

Poesía de Cuba

Poemas de Israel Domínguez Pérez

Israel Domínguez Pérez, nacido en Placetas, Cuba, en 1973, es una voz distintiva en la poesía contemporánea. Reside en Matanzas, donde su imaginación se nutre de los paisajes y la rica herencia cultural cubana. Graduado en Lengua Inglesa, su pasión por las palabras lo ha llevado a explorar los rincones más profundos del alma humana a través de la poesía.

Miembro de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba desde 2002, Domínguez Pérez ha sido reconocido con numerosos premios, incluyendo el prestigioso Premio Rilke al Joven Poeta en 1997. Su obra ha sido celebrada con galardones como el Premio Calendario y el Premio José Jacinto Milanés, entre otros, destacando su habilidad para cautivar a los lectores con su prosa lírica y evocadora.

Su producción poética es prolífica y diversa, abarcando temas que van desde la introspección personal hasta la exploración del amor, la muerte y la naturaleza. Títulos como “Como si la muerte hubiera sido un sueño” y “Los mares profundos” reflejan su sensibilidad única y su capacidad para capturar la esencia de la experiencia humana en versos inolvidables.

Con una trayectoria marcada por la excelencia, Domínguez Pérez ha dejado una huella indeleble en la literatura cubana y más allá. Sus poemas, seleccionados para diversas antologías tanto nacional como internacionalmente, son testamento de su habilidad para conectar con el corazón del lector y transmitir emociones universales a través de la magia de las palabras.

Además de su labor como poeta, Domínguez Pérez también se ha destacado como traductor literario y colaborador en diversas publicaciones. Su compromiso con el arte y la literatura lo convierte en una figura imprescindible en el panorama cultural contemporáneo, donde su voz resuena con fuerza y ​​sensibilidad.

El pez que salta

I am the poet of the body and I am the poet of the soul.
Walt Whitman

Vengo de Dios y se hace la mañana.
Viajo hacia Dios para convertirme en Universo.
Pero de Dios vengo y hacia él viajo en todas partes,
hasta en las intimidades, donde no existe el tiempo.

Dios es el agua. Yo soy el pez que salta.
Es Dios el pez y todas las escamas.

Dios es el pan
como es también el hambre.
Dios es el parto
como es también la muerte.

Entonces, para qué arrepentirme, maldecirme,
si yo soy Dios en lo insondable de la niebla
como soy Dios en las altas claridades.

Yo soy el agua. Es Dios el pez que salta.
Yo soy el pez y todas las escamas.

Yo soy el pan
como soy también el hambre.
Yo soy el parto
como soy también la muerte.

 

Caballos

a Javier Marimón
a Maritza Espinosa

1

Al lugar más íntimo del hombre
llegan los caballos,
allí donde todo es virgen y distinto.

Aunque se dice que la noche
es el instante propicio,
para que lleguen
solo basta que el hombre
ahogue sus penumbras
y esté dispuesto a descansar.

Alguien pudiera confundirlos
con el causante de tanta pesadilla.
Pero quienes han visto
a los que duermen en paz
aseguran que un caballo
es portador de los orígenes más nobles.

2

Imaginar un caballo
es como imaginar a Dios.

Dios es la hoja
que cae lentamente
sobre el agua
como el agua misma recibiendo a la hoja
con toda mansedumbre.
Pero Dios no es la hoja
la plenitud del agua.
Más bien es el instinto:
la suavidad de la caída,
la mansedumbre del recibimiento.

3

Aparecen de golpe ante los ojos
de quien ya mira en calma
la luz comienza a moverse como un pájaro
al que han arrebatado su nido
el pájaro apenas mueve sus alas
y no es pájaro sino tigre
persiguiendo siluetas deliciosas
salta el tigre y no es sino muchacha
detenida en la belleza de sus carnes
y la muchacha será muchacha por segundos
y la pareja pareja por segundos
y la ciudad por segundos…
hasta que súbito
como si alguien encendiera las luces
de un cinematógrafo
el que miraba en calma
comienza a ver claridad empañada.

4

Una sombra a la espera en cada instante.
Sobre su verde se levanta la pira
donde arden los cimientos.
Del azul se hace la máscara
con que la bestia burla los guardianes del ensueño.

En cada instante una sombra a la espera
de que la luz abandone su costumbre
de iluminar los suaves corredores.

5

Entonces el hombre no descansa.
Ha confundido la luz con la claridad,
el reposo con el simple hecho de cerrar los ojos,
la paz con el silencioso paso de la bestia
que acecha su descuido.

En círculo de madera

Lo que dijeron las cartas
cayó sobre la estera
convirtiéndose en ocho figuras.
Vista de obbi bocabajo, rótula de chivo keké,
pedazo de porcelana, nueve mar pacíficos.

Y las figuras se multiplicaron
hasta que la palabra estuvo definida.
Ojos cerrados, susurro de animal,
cantos, moyugba, voz afuera, voz adentro,
esperma, pirigallo.

Y se sacrificaron piel y cuero
hasta que la sangre se disolviera en sangre
y se consagraran las semillas.
Baile agua yerbas, baile armas corona,
baile mesa mujer, baile palangana dinero,
baile siembra rascabarriga, baile calabaza babalao.

Lo que dijeron las cartas
cayó sobre la mano
y en círculo de madera
las figuras se multiplican
mientras camino por senderos de luz
y de sombras.

 

Hacia donde el agua empuja

La sensación, hijo.
La sensación de los días y las noches.
Vuelvo como una piedra que respira bajo el agua,
en los ojos de la lechuza
que traza sus nocturnidades por el Parque de la Libertad.

Y ya mi sangre es otra sangre
y mi recipiente avanza
en los extraños cuerpos de un mar del norte.
Pero de que me sirve volver
si ya no puedo acariciar el cabello blanco de tu madre.

Es verdad que los muertos llevan la luz
que los hombres esconden por temor,
lo que realmente se pierde
es sólo memoria de la familia.
Yo en cambio deseo regresar,
pues aunque esta paz
es inalcanzable en el reino de los vivos,
no hay nada como un trago de café,
los acordes del laúd
y mi décima irrumpiendo en el eco de otro canto.

Hubiera querido volver
sin que ninguna señal de la ciudad
entorpeciera el recorrido de mi viaje.
De qué vale un buen comportamiento
si cuando cierras los ojos
nadie te acompaña.

Ve, hijo.
Sin que te detenga el llanto de los tuyos.
Ve hacia donde el agua empuja
sus infinitos manantiales.

 

Discurso innecesario

Ningún discurso es suficiente para la despedida final.
Si solo mencionamos las supuestas virtudes
estaremos negando la existencia de Abraxas.
“Nada es completamente yin
como nada es completamente yang”,
exclamó un cocinero chino
después de leer los Diez Mandamientos.
Aun siendo fieles al curriculum vitae
permanecerá en silencio
lo que en silencio ha sucedido.
Preferiría que nadie hable
y no haya intermitencia alguna.
Caiga la tierra o sellen los espacios
para reafirmar que un viaje termina.
Y acompañemos el dolor
—si en verdad hemos venido—
de los que realmente se despiden.

El tac-tac de la chancleta izquierda

en ese limo se hunden mis ojos Maiakovski
ponerlo a la mesa, mostrarlo a los amigos
Alberto Rodríguez Tosca

Cuando mi madre arrastra su pierna
yo no me compadezco como el vecino
que cumple con su deber de buen ciudadano:
el dolor se encharca
y el alma se cubre de limo.

Cuando en la oscuridad del corredor imaginario
mi madre camina, y mientras avanza
retumba el tac-tac…de su chancleta izquierda
yo no me compadezco como el buen samaritano:
por mis conductos fluye un río de fuego
y las paredes se estremecen revolviendo el ácido
que se concentra en las articulaciones.

Mi madre arrastra junto a su pierna
el Alzheimer de mi abuela
y yo no me compadezco como el espectador que se reconforta
ante el show de la podredumbre ajena:
mi dolor es el dolor de César Vallejo:
hoy no sufro solamente.

Mi madre arrastra junto a su pierna
la tragedia de mi padre, la alegría estúpida de los enemigos,
la indolencia, el marabú…
y yo no me compadezco como un simple compañero:
rabia la sangre y de un manotazo
tiro las miserias.

Sin embargo, no siempre fue mi madre
la angustia que hoy se me atraganta.
Hubo un tiempo de epifanía inmarcesible:
un aire fresco y saludable que inundaba la casa,
un instante en que se creía en el amor como en casi todo,
y era mi madre la línea parpadeante,
la dulce ingenua idea de que nada se iba a acabar.

Trato de conformarme
pero la conformidad es un cuchillo de doble filo.
Trato de aceptar, y aunque sé que la vida
siempre abre una puerta
poner la cabeza donde va el corazón
es el hermoso traje de la sabiduría
que ahora no me sirve.

Si mi madre es el dolor permanente, también pudiera ser
el único alivio a ese dolor.
Veo a mi madre infatigable, dura como el quiebra hacha,
acomodando al Abadón de su cervical
con la misma humildad con que un vara en tierra resiste un ciclón.
Cuando está a punto de decir basta hasta aquí ya me cansé
el gesto se suaviza , cobra su rostro la dulzura habitual
y convierte al Alzheimer en un niño pulcro y oloroso.
Veo a mi madre arrancando los coágulos que se pegan
a las hojas del mar pacífico.
La veo con los zapatos gastados, las manos limpias
mientras camina por el sendero de la Gran Marcha
y sostiene el peso de un ideal
como quien soporta en sus brazos
una pila de caña quemada.
La veo sacrificarse (si es preciso, dejaría de existir)
para que su hijo vanidoso escriba versos
que probablemente no cambien nada
ni a nadie.

Cuando mi madre arrastra su pierna
yo me pregunto:
De qué material están hechos los seres
que arrastran el dolor
con la misma paciencia
con que ofrecen la vida.