Poesía de España
Poemas de Israel Clarà
Israel Clarà, nacido en Badalona en 1975, es un poeta, novelista y ensayista español cuya pluma versátil navega con fluidez entre el catalán, el castellano y el italiano. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona, su espíritu inquieto lo ha llevado a explorar diversos géneros literarios, dejando una huella profunda en el panorama cultural actual.
Su trayectoria, que comenzó en 2004, se caracteriza por una prolífica producción en verso y prosa. Obras como “Estatuària de cendra”, “Ens ho prometia”, “La presència exacta de la rosa” y “Concreció del miraclecon” dan fe de su talento poético, mientras que “Vellut de préssecs grocs”, “La levedad del humo” y “Arlecchino” nos sumergen en su universo narrativo.
Clarà no solo domina la escritura, sino que también ha incursionado en la traducción, co-traduciendo los sonetos de Michelangelo Buonarroti en “De la meva fiama” (2006). Su compromiso cultural lo ha llevado a ser fundador de la Editorial Ã’micron y socio de la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana.
Su activismo político también forma parte de su identidad, siendo miembro de la Sectorial de Cultura de Esquerra Republicana de Catalunya desde 2004. En cada una de sus facetas, Clarà se entrega con pasión, dejando una impronta única en el mundo de las letras.
Su obra nos invita a un viaje a través de las emociones, la reflexión y la belleza del lenguaje. Un viaje que nos conduce a explorar las diferentes culturas que habitan en su interior, y que nos recuerda la riqueza que reside en la diversidad.
Antes del poniente
Te besaré en la luz y allá en lo oscuro,
donde el día agoniza y va muriendo,
y serás el misterio que no entiendo,
y serás el prodigio que me auguro.
Te quiero a ti, puedes estar seguro,
mi otra mitad, que va disminuyendo
a medida que muero y que comprendo
que de los dos perdurará el más puro.
Dejar de ser y transformarse en algo
al mismo tiempo, amor, propio y ajeno,
olvidar si uno es débil o uno es fuerte.
Y convertirse así en aquel hidalgo
que combata en la lluvia y en el cieno
para alterar los planes de la muerte.
Locus amoenus
En las doradas cúspides del sueño,
donde la piel redobla su ternura,
donde el beso resigue tu textura
y mi cuerpo reclama a su otro dueño,
donde el deseo es huésped halagüeño
y la muesca caricia en la hendidura,
donde el tacto remonta su espesura
y la vida renace de su empeño,
donde estás tú y el labio no censura
el agravio más grande o más pequeño,
donde la ausencia siempre es la tortura
y tu presencia un bálsamo hogareño,
allí quiero morir, en la segura
tranquilidad del sueño de tu sueño.
Arlecchino desolato
Una lágrima blanca en el semblante,
una gualda tristeza que enrojece
la desazón que ya no pertenece
al rostro que se muestra vacilante,
dolido ante la luz y desafiante
por no saber si el tiempo que acontece
remontará el delirio que decrece
cuando todo se pierde a cada instante.
Descubrirás, ya muerto en el espejo,
el rómbico payaso columbino
que mostraba tu pálido reflejo
en las horas de rosas y de vino
que llenaban las copas del festejo
del invisible llanto de «arlecchino».
Inundación íntima
He pensado a menudo en esa lluvia
que algunas veces llega a las ciudades
y no da fe de ninguna tristeza,
sino que cae sola y sin remedio,
como queriendo hablar de cosas buenas
que la gente se obstina -y los poetas-
en transformar en pálidas ausencias.
Porque la lluvia, el mar, las nubes, todo
lo que es acuático y azul es triste,
porque eligen los muertos esa playa,
ese oleaje, ese perenne frío,
las gárgolas hirvientes de nostalgia,
la soledad y el llanto de los niños.
A menudo he pensado en ese instante,
cuando tan sólo se es una promesa
de luz que llegará a ser luz un día,
cuando la oscuridad se manifiesta
y es un ámbito extraño de la vida,
el cuerpo que es metáfora del aire,
la palabra que es carne y vivifica.
He pensado a menudo en esa lluvia
que llega inesperadamente y lo hace
en líquidas mañanas que se acercan,
en tu noche olvidada entre los siglos
y un tembloroso mar lleno de estrellas.
La lluvia se consuma con el hombre
y se funde en el todo y en la nada.
Tu regreso inminente se confirma
y estoy solo en tu muerte como el agua.
Ofrenda de luz
Para Carlos Bousoño
En los bosques lejanos donde el ser inocente
que fue el hombre se olvida del bien al que es llamado,
existes tú, el demonio que se ha crucificado
al madero del sueño y al agua transparente.
Y es así, en lo invisible, que te haces evidente.
Rastro del mal que nunca se hubiera propagado
de no ser por la duda que acecha a cada lado
de los ojos abiertos y amables del presente.
La vida es la condena. La lucha de titanes,
que rige lo inmutable, sobrevive a los huesos
y mueve las esferas con fuerza de palancas.
Pero queda el amor, sueño de los volcanes
que en los labios enciende la lava de los besos,
una ofrenda de luz entre palomas blancas.
Bufonada
Nos hemos ido yendo a nuestra muerte,
a un dejarnos vencer muy poco a poco,
al nunca más, la nada y el tampoco,
a un ir perdiendo el hábito y la suerte.
Y nos hemos amado a manos llenas
con demasiadas noches en desiertos,
mientras la vida estaba en otros puertos
deteniendo la sangre en nuestras venas.
Hemos llegado a ser lo que encontramos
escrito en los cuadernos infantiles.
Cayendo en vanidades y tragedias,
sucumbiendo a traiciones y a reclamos,
hemos interpretado en vodeviles
el papel del bufón de las comedias.
El misterio de la rosa
Para Caterina
Si supiera entender este misterio,
como un silencio oscuro que es vacío,
una paz de jardín y monasterio,
el viento inerme, trasnochado y frío.
Si supiera entender tu mano ausente,
la frágil transparencia en que reposa
tu tacto perdurable y disidente,
sería ése el misterio de la rosa.
Suponer que en la noche no te has ido,
acompañar tu cuerpo en su partida,
descubrir que el secreto se ha perdido,
eternidad de amores sin medida.
Y entender al final que en mí tú has sido
lo que se pareció más a la vida.
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