Poemas:
Pedida luz
Lenta, mordida torpemente inclino
la fresa violeta de mis sueños.
Salgo al dolor de abrirme a mi tormenta,
de regresarme al pozo de estos dedos
por donde vierto ciega tanta vida.
Me llama el viejo oficio de aturdirme
los delicados nudos de mi sangre,
la paz de hundirme tardes en la esquina
que tan tembladamente me ha crecido.
Llueve el reloj su prisa despiadada.
Mi corazón, en tanto,
me desvive la luz que anduve herida.
De nuevo está lloviendo mi locura:
será el sudor,
esa mojada mácula muriéndome,
esa señal de mar, esa respuesta
que altiva nazco a quien a amarme acuda;
Será mi entraña en bodas con el miedo,
mi compasión de mí
que quise en este templo
la boca de otra vida estremeciéndome.
Será que estoy entrada de cipreses
esta prieta ansiedad desarrimada
del roce estrecho del caudal henchido.
Estoy diciembre
desde que tiemblo el corazón tan hondo.
Mi nieve está en camino.
Será que curvo el alma a su sosiego,
será mi corazón arrodillado,
pedido de otra luz quien me despierta
la lava abierta de mi mar primero.
Me asusto en la cintura:
nunca otro anillo ató más turbulencia.
Ayer, una corona de agua
De una corona de agua, en la otra vida,
cuando era nieve despertar y plata
morirse poco a poco en cada mata
de la montaña del amor mordida.
Cuando llorar era una rosa hundida
en la total pasión que el mar desata
y, estrecha de esperar, fui catarata,
de una corona de agua fui encendida.
Y me quedé a la sombra de esa calma,
hasta que hendiste su dorado velo
y de aquel pozo te alejaste esquivo.
Ya herido el ruiseñor en que no vivo,
¿qué más me mientes, Dios, si en ese vuelo
perdí tormenta, azalería y alma?
Si hay muerte enamorada
Si hay muerte enamorada, si hay mortaja
capaz de cautivar con su tristeza,
es que yo soy el velo y la pureza
que, oculta en beso, abrigará tu caja.
Y, si hay aurora donde el polvo baja
a herir de sueño lo que fue belleza,
yo morderé en la nada la cereza,
boca de ti, ya para siempre alhaja.
Cuando la sombra gritará clemente
que desamparo le ha nacido al pecho
porqué no hay cauce para nuestra fuente,
Una la tierra en su cobijo estrecho
a una mujer y a un hombre y, aunque ausente,
hiera la luz su corazón deshecho.
Memoria de tu mano
Tu mano y esa mía que le ofrece
por patria y por paloma residencia,
cascada que al compás de su cadencia
tu noche entre mi noche desvanece.
Tu mano que en mis ojos amanece
y al párpado promete su presencia,
¡desátala, amor mío, de la ausencia
clavada donde el muérdago florece!
Cuando la herida blanca del cabello
descienda, ya fraterna y vespertina,
a hilar sobre nosotros su destello,
Será que se habrá vuelto golondrina
en el zorzal de besos de mi cuello,
tu mano de mi mano peregrina.
Te lo diré mirándote a los ojos
Para Inatxi y Jesús
Te lo diré mirándote a los ojos.
Hay un susurro parecido al alma
debajo de esta nieve,
debajo de esta nieve que agoniza,
convicta de su rango.
Mirándote a los ojos te diré,
final palpitación,
por qué la soledad ya no tirita,
qué música alimenta mi delito,
la almendra de qué fruto me es propicia.
Y la misericordia del crepúsculo
por el noble latido de tu sueño.
Mirándote a los ojos.
Mirándote a los ojos.
Te lo confirmo, vida, y no hay retorno:
eres la tentación más suicidable.
Biografía:
Isabel Abad. Poeta Española, nació en Barcelona en la segunda mitad del siglo XX y es una importante filóloga catalana que dicta clases de latín en la Universidad de dicha ciudad.