Poesía de Francia
Poemas de Ilarie Voronca
Ilarie Voronca (nombre real: Eduard Marcus; 31 de diciembre del 1903, Braila – 8 de abril de 1946, París) fue un poeta vanguardista rumano de origen judío. Posteriormente nacionalizado francés, Ilarie Voronca escribe tanto en francés como en su lengua materna que era el rumano. Asimismo, fue conocido por su devoto activismo en contra del fascismo.
En sus primeros años como literato, este poeta ya estuvo conectado e identificado con Eugen Lovinescu, escritor rumano de la época.
BELLEZA DE ESTE MUNDO
para Léon-Paul Fargue
Nada oscurecerá la belleza de este mundo.
Las lágrimas pueden anegar toda la visión. El sufrimiento
puede hincar sus garras en mi garganta. La pena,
la amargura, pueden levantar sus paredes de ceniza,
la cobardía, el odio, pueden extender su noche,
nada oscurecerá la belleza de este mundo.
Ninguna derrota me ha sido ahorrada. Conocí
el gusto amargo de la separación. Y el olvido del amigo
y las veladas al lado del moribundo. Y el regreso
vacío del cementerio. Y la mirada terrible de la esposa
abandonada. Y el alma tenebrosa del extraño,
pero nada oscurecerá la belleza de este mundo.
¡Ah! Querían ponerme a prueba, apartar
mi mirada de este mundo. Se preguntaban: “¿Resistirá?”
Todo lo que me era querido me fue arrebatado. Y oscuros
velos cubrían los jardines en mi proximidad
la mujer amada volvía a lo lejos su rostro ciego
pero nada oscurecerá la belleza de este mundo.
Yo sabía que lo humilde tenía contornos tiernos,
la carreta en el campo como un sol naciente,
dicha, río helado, que en primavera
se despierta y las voces cantan en el mármol
en lo alto de los promontorios ondea el estandarte del viento
nada oscurecerá la belleza de este mundo.
¡Vamos! Hay que resistir. Pues quieren engañarnos,
si caemos en la turbación estaremos perdidos.
Cada tristeza está ahí para ocultar un milagro.
Una cortina que corremos sobre el día fulgurante,
recuerda las dulces citas, los juramentos,
porque nada oscurecerá la belleza de este mundo.
Nada oscurecerá la belleza de este mundo,
hay que arrancarse la máscara del dolor,
y anunciar el tiempo del hombre, la bondad,
y las comarcas de la risa y la quietud.
Dichosos, marcharemos hacia la última prueba
con la frente en la claridad, libación de la esperanza,
nada oscurecerá la belleza de este mundo.
LAS CASAS Y LOS HOMBRES
para Auguste Marin
Vi a lo lejos
a hombres conspirando alrededor de una casa en
construcción,
algunos caminaban lentamente cargados con ladrillos,
otros soñaban con las paredes
que aún no eran más que el pálido dibujo de sus miradas,
si hablaban, su voz entre los andamios
tenía un sonido extraño, casi irreal,
sus gestos eran graves, iluminaban sus caras
con una luz como de primavera subterránea.
¡Oh! Albañiles subiendo a las escaleras, ajustando
los materiales, midiendo las formas, al buscar
el equilibrio de la piedra y la madera no hacéis más
que extender la red donde cogeréis en la trampa
la Casa invisible cerniéndose en el aire, la Casa
que es el pensamiento
cuyos ladrillos, puertas y escaleras, son las palabras.
La Casa deviene poco a poco humo, nube.
sus contornos se precisan, desciende
entre los hombres como un barco que se pone a flote,
los albañiles son, en efecto, magos,
saben escoger el lugar donde se puede poner una trampa
también saben a qué horas pasa por el aire
el convoy de las casas que solo ellos reconocen.
Ellos les quitan los signos demasiado celestes
las hacen parecerse a la tierra
y quizá es a un muerto
a quien ofenden así. Pues las casas que pasan
son veladas por los muertos.
¡Oh! A menudo me ha sido dado
ver como un halo al muerto de cada casa
esperar pacientemente que esta recobre
sus adornos de sombra. Los vivos rencorosos, hoscos,
discutían, se enfrentaban,
la angustia, la envidia, daban grandes golpes de cincel
en sus rostros,
el verdadero trabajo comenzaba cuando la forma invisible era
atrapada,
entonces se hacían prisiones, cuarteles, fábricas,
tribunales donde se levantaban las actas de propiedad,
palacios, ciudades enteras,
algunos estaban contentos,
orgullosos: No dejaban de decir:
“Todo esto es nuestro.”
Yo, el vagabundo, el desocupado,
admirando los escaparates suntuosos
las avenidas de las grandes capitales,
era el único en mantenerme aparte.
Y en el instante en que el día se confundía con la noche,
cuando hasta el hombre más rudo se atreve a soñar
y deja caer su cabeza sobre el hombro de la fatiga,
cuando las calles como ríos que salen de su lecho
se alargan en la bruma y derraman en el cielo,
yo veía las casas, sobre todo las catedrales,
soltarse de sus amarras, devenir vastas
cernerse como murciélagos en el espacio
con su vuelo de ceniza y terciopelo.
¿Adónde iban así?
El amanecer las encontraba en sus lugares
como si nada hubiese ocurrido.
¡Ah! Un día, a una señal de los muertos
las casas se convertirán para siempre en humo
empujadas aquí y allá por el viento
por encima de las ciudades desiertas y desoladas.
AMISTAD DEL POETA
para Jules Supervielle
El cielo un cristal mal lavado en octubre
el viento que se embosca ante mi puerta
un rumor, una orquesta de feria en alguna parte
y el recuerdo: fuego que arde mal y humea.
¿Son estas las exclamaciones de los viñadores, el ruido de los
toneles que estiban al fondo de un patio vaporoso?
¿Es esta la ciudad donde tú estás prisionero, son estas las calles
tan pesadas como las cadenas atadas a tus pies?
Pienso en ti poeta, en las palabras sencillas
que tú contemplas como huevos a través de la luz.
Los contornos de una vida se dibujan en su interior
tus ojos encuentran la forma secreta de cada cosa.
En este otoño todavía tú me coges de la mano
me llevas al jardín desierto de mi juventud
ahí es donde me emborraché con tu vino
donde me vestí con el abrigo de tus poemas.
Tú has sabido hablarle al pastor que interroga la tormenta
la granizada de tus palabras refrescó también las sienes
del enfermo. Y en lo alto de los acantilados has encendido
grandes hogueras para las barcas perdidas en los mares.
¡Ah! Tu zurrón está colmado de hierbas mágicas que devuelven
la vista a los ciegos, la palabra a los mudos
tú no temes los salvajes tapices del hombre
tú sabes retorcerle el cuello al odio, a la envidia y la maldad.
Tú, fiel jardinero: arranca la madera muerta
de nuestras almas. Me gusta verte caminar
con torpeza, la cabeza ladeada sobre el hombro
como un samovar donde fermenta un canto lejano.
Las cosas confiadas te dejan acercarlas,
tú conoces también la lengua de los animales, de los dioses,
amigos y enemigos te escuchan como los árboles
que se santiguan en torno a la gran encina del bosque.
Todos están ahí: los muertos, los vivos, tú les hablas
y tu voz se hace lluvia o silencio o helecho
es la punta del compás que traza
desde tu centro círculos más allá de la vida.
NOS PODEMOS MARCHAR
Habéis hecho muy bien las cosas. Encendisteis
enormes lampadarios en las salas de fiesta,
supisteis elegir a los músicos, a las bailarinas,
vuestros cocineros no olvidaron ninguna delicia,
pero nosotros no le debemos nada a nadie. Nos podemos marchar.
Ninguna fealdad ha herido nunca vuestras miradas,
vuestras casas estaban iluminadas y a través de vuestras ventanas
podíais ver las playas, los bosques, las alamedas,
donde solo vosotros teníais derecho a soñar.
Pero nosotros no le debemos nada a nadie. Nos podemos marchar.
Hombres bajo tierra le arrancaron al carbón
el sol de su muerte, el sol de vuestras vidas,
Púberes muchachas se marchitaron bordando vuestras telas,
los barcos atravesaron para vosotros las estaciones,
pero nosotros no le debemos nada a nadie. Nos podemos marchar.
Ni un solo día, ni un solo minuto hemos vivido
como vosotros. Nosotros estábamos en el office o en la escalera
de servicio. O más lejos entre la muchedumbre resignada
que se extenuaba en levantar para vosotros arcos del triunfo
pero nosotros no le debemos nada a nadie. Nos podemos marchar.
Porque todas esas luces, esas joyas, esas coronas,
los muebles de oro, las llamas del placer, las vajillas,
esas radiantes terrazas donde habéis reído y bailado
alguien tendrá que pagarlas, alguien lo hará
pero nosotros no le debemos nada a nadie. Nos podemos marchar.
¡Ah! Llegará el día en que os ruborizaréis de vergüenza,
habéis cogido la parte de los otros y ni siquiera
vuestra parte la podéis pagar. Llegará
el día en que desearéis ser libres, seguirnos
pero nosotros no le debemos nada a nadie. Nos podemos marchar
Nosotros somos los que hemos sido felices, y sabios. Todo tenía
un aire
demasiado tentador. Era una trampa. A la belleza, a las riquezas,
había que acercarse con prudencia. Para nosotros
eso fue fácil porque vosotros ya lo habías cogido todo
pero nosotros no le debemos nada a nadie. Nos podemos marchar.
Nos vamos con el corazón ligero, el alma tranquila
como de una casa donde nosotros no robamos nada
un reino sereno nos espera. Y vosotros, anegados en lágrimas
veos aquí prisioneros para pagar fastos y glorias,
pero nosotros no le debemos nada a nadie. Nos podemos marchar.
LA MUJER VIVA
Quiero luchar contra vosotras, fuerzas
de la desgracia, fuerzas tenebrosas de la muerte,
térreas máscaras de la epidemia,
hambres y sed más pesadas que un cadáver.
Angustias
el sudario de vuestras llamas sobre los delirantes cuerpos,
os convoco aquí, os hago frente,
me acerco riendo al lecho del agonizante,
su boca, sortija de oro en el dedo de la noche,
su cabellera, temblorosa respiración, sus pupilas,
piedras trazando círculos en el agua de su rostro,
belleza, heme aquí con las manos llenas
de caricias más perfumadas que un jardín, heme aquí,
los labios, una alabanza para cada uno de tus contornos,
la muerte nada podrá, abandonará esta habitación.
¡Ah! Voy a someteros, monstruos, voy
a pisotearos,
incluso si adoptáis rasgos humildes: miseria,
enfermedad, injusticia, fatiga, incluso si
vuestras garras se ocultan bajo el terciopelo de la piedad,
entro en el tugurio, en el patio sofocante,
la prisión, el hospital, el tormento, el suplicio,
el frío, la sangre, los remordimientos, las heridas,
el vientre de la mujer donde nace un sol
y el hombre que maldice el pan, y el hombre
a quien el sueño ara mejor que un arado,
la garganta, cuando abandona la voz, como un hueco de árbol
el seno cortado en dos por un puñal de leche,
el fango, el ojo ciego, el agujero de obús, la gangrena
¡Yo os destierro! Y digo: “levántate y anda” al enfermo
y el enfermo es el rayo que quema sus muletas,
la imagen de lo lejano embellece las palabras
y lo cercano es suave en este apaciguamiento.
Mujeres, he aquí el día, su cetro y su corona,
vosotras sois los escaparates que iluminan la calle,
y todos vosotros, muchachos, adolescentes, ancianos,
ved cómo os acogen en las casas alegres,
he aquí las ciudades orgullosas del amor, de la gracia,
¡ah! la muerte y la miseria caen extenuadas.
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