Poesía de Argentina
Poemas de Hugo Mujica
Hugo Mujica (Avellaneda, Buenos Aires en 1942) es un sacerdote, escritor, ensayista y poeta argentino.
Temblor
Una hoja, rojiza,
tiembla,
es otoño
y el sol va entristeciendo su paso
por mi ventana.
Algo,
cada instante se detiene,
algo es ya siempre nunca;
el final es siempre un combate:
el de no aferrarse a las armas.
Aria
Es noche, es frío
y en lo lejano
el canto de una mujer
parece acunar la vida.
La voz, no el silencio,
es la desnudez de las palabras.
Desnudez
ni la ruina de un muro
sobre el que apoyar las palmas, sobre el
que descansar la gente
nada, salvo polvo que el viento alza,
viento
borrando ruinas
una sábana blanca
ondea en el viento
ceremonia de nada,
gesto de nadie,
nadie, nada o las huellas más tenues
o tal vez un llamado
el viento
la desnudez en la que viene y huye:
la huella, que borrando traza.
Entre la noche y el alba
Entre el tejado y el cielo
hay un vacío de
pájaros,
una nostalgia de lluvias.
Entre la noche y
el alba
la cita imposible de cada vida:
la ausencia que el alma abraza.
Formas blancas
En un baldío,
sobre el polvo y la
hojarasca
un pájaro moribundo
aquieta sus alas.
Una nube, impasible,
juega
sus formas blancas.
Al final también mi boca se llenará
de tierra,
al final siempre se besa
aquello que desertamos.
Horizonte
Es la hora más lenta,
es crepúsculo
y un par de relámpagos
destellan un horizonte.
Descalzo, sobre la arena
tibia,
un niño corre tratando
de atrapar gaviotas.
En la noche,
la lluvia borrará las huellas,
iniciará un desierto,
regalará el olvido.
Lo abierto
Cae quieta la lluvia,
lo abierto mana.
Cae la lluvia, cae sobre
la espera,
en la caída la lluvia es su camino
y el camino su llegada.
Hay que osar lo abierto y la caída:
el desierto de la sed
no la sed del desierto.
Orillas
afuera ladra un perro
a una sombra, o a su eco
o a la luna
para hacer menos cruel la distancia
siempre es para huir
que cerramos una puerta,
es desierto la desnudez que no es promesa
la lejanía
de estar cerca sin tocarse
como bordes de la misma herida
adentro no cabe adentro,
no son mis ojos
los que pueden mirarme a los ojos,
son siempre los labios de otro
los que me anuncian mi nombre.
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