Poesía de Uruguay
Poemas de Horacio Ferrer
Horacio Ferrer, nacido en Montevideo el 2 de junio de 1933, fue más que un poeta; fue un alquimista de las palabras y las emociones. Uruguayo de origen y argentino por adopción, dedicó su vida a capturar en versos y melodías el alma vibrante del tango, transformándolo en un universo poético. Como escritor, poeta e historiador, Ferrer fue un puente entre la tradición y la innovación, un creador incansable que supo darle al tango un lenguaje que trasciende el tiempo y las fronteras.
Con más de doscientas canciones en su haber, Ferrer es recordado por su fructífera colaboración con Astor Piazzolla, una dupla que marcó un antes y un después en la historia del tango. Obras como “Balada para un loco”, considerada una de las 100 mejores canciones latinas de la historia, y “Chiquilín de Bachín” son verdaderos emblemas de su genio creativo. Pero su legado no se limita a las canciones: su pluma también dio vida a la operita “María de Buenos Aires”, una obra cargada de simbolismo y pasión que refleja el espíritu melancólico y mágico del género.
Además de su labor como compositor, Ferrer fue un apasionado historiador del tango. Su obra escrita combina investigación rigurosa con un lirismo que convierte cada página en una experiencia única. Fue un narrador de los mitos, las historias y los personajes que dieron forma al tango, consolidándolo como un arte vivo y en constante evolución. Como presidente de la Academia Nacional del Tango de Argentina, cargo que ocupó hasta su muerte el 21 de diciembre de 2014, trabajó incansablemente para preservar y difundir este legado cultural.
Su obra está marcada por una sensibilidad única, una mirada que transforma lo cotidiano en poesía y que encuentra en el tango una metáfora de la vida misma. Ferrer no solo fue un poeta del tango; fue un poeta del alma, un soñador que dejó como herencia un universo de palabras y música donde lo humano se encuentra con lo eterno.
CIUDADELA
A Tuco Paz
Será porque me acuné
en tus pañalitos de humo,
que si te dejo me nublo
y sólo pienso en volver,
treparme al alba y beber
tu corazón de tumulto.
Con la voz de tus aljibes
mimé a mi novia de pibe,
¡ay, ciudad!
Siempre vuelvo a la niñez
en tus tranvías difuntos,
pa’ consultar a los turbios
apóstoles del café,
que allí tu verdad saqué
de las mentiras del truco.
Soy la ropa que tanguea
tendida en tus azoteas.
Por vos, sé lo que es dejarse
las orejas en los bancos
de tus plazas y tus bares
y correr desorejado
sintiendo tus impiedades
en la pleamar del asfalto.
Y si soy triste, ay, ciudad,
yo soy como vos me hiciste,
yo soy como vos me hiciste.
Te canto porque en mi voz
aún gira tu calesita
que me presta una yegüita
de madera, y busco a Dios
como un santo que perdió
su satitidá en las esquinas.
Y escuchando a tus baldíos
yo pude entender los míos,
¡ay, ciudad!
Por tu aire payador,
piloteando mis zapatos,
derramé mi verso alzado
sobre tus pechos de sol
y vos me hiciste el amor
en tu hondo lecho de barro.
De tus chimeneas oscuras
aprendí a morir de altura.
Cuando acabe de morirme
sé que estarán mis compinches
velándome en tus cornisas,
que al finar llevarme quiero
tu crepúsculo en mis huesos,
chiflao de melancolía.
Y si soy triste, ay, ciudad,
yo soy como vos me hiciste,
yo soy como vos me hiciste.
COPLAS DEL VIEJO ALMACÉN
I
En este viejo almacén
yo tengo un bordón maduro,
donde el pampero resopla
flaco, porteño y oscuro,
-con la ñata contra el muro-
sus misterios como coplas.
Coplas del viejo almacén,
cantata de meta y ponga,
San Telmo sangra milongas
y yo milongas también.
II
En este viejo almacén,
si paga el gasto el destino,
del escote de una moza
sube la voz de Gabino,
y en cada vaso de vino
deja flotando una rosa.
Coplas del viejo almacén,
cantata de meta y ponga,
San Telmo quiere milongas
y yo milongas también.
III
En este viejo almacén
que huele a ron y a centeno,
lo aroman a Buenos Aires
la voz de un jazmín moreno
y un organito con celos
y, en flor, un Gardel del aire…
Coplas del viejo almacén,
cantata de meta y ponga,
San Telmo enciende milongas
y yo milongas también.
IV
En este viejo almacén
tengo un coro de gorriones,
sabios, poetas y chorros
que mezclan por los rincones,
un tango de antiguos sones
y un son de tangos cachorros.
Coplas del viejo almacén,
cantata de meta y ponga,
San Telmo crece en milongas
y yo en milongas también.
V
En este viejo almacén
la sombra gorda de Homero,
me gatilló en la garganta
el arco dulce y cabrero
de un violoncello canero
que al sur de mi llanto canta.
Coplas del viejo almacén
coplitas que son tristongas,
San Telmo llora milongas
y yo milongas también.
LA ÚLTIMA GRELA
(A Muni Rivero)
Del fondo de las cosas y envuelta en una estola
de frío, con el gesto de quien se ha muerto mucho,
vendrá la última grela, fatal, canyengue y sola,
taqueando entre la pampa tiniebla de los puchos.
Con vino y pan del tango tristísimo que Arolas
callara junto al barro cansado de su frente,
le harán su misa rea los fueyes y las violas,
zapando a la sordina, tan misteriosamente.
Despedirán su hastío, su tos, su melodrama,
las pálidas rubionas de un cuento de Tuñón,
y atrás de los portales sin sueño, las madamas
de trágicas melenas dirán su extremaunción.
Y un sordo carraspeo de esplín y de macanas,
tangueándole en el alma le quemará la voz,
y muda y de rodillas se venderá sin ganas,
sin vida, y por dos pesos, a la bondad de Dios.
Traerá el olvido puesto; y allá en los trascartones
del alba el mal, de luto, con cuatro besos pardos,
le hará una cruz de risas y un coro de ladrones
muy viejos sus extrañas novelas en lunfardo.
Qué sola irá la grela, tan última y tan rara,
sus grandes ojos tristes trampeados por la suerte,
serán sobre el tapete raído de su cara,
los dos fúnebres ases cargados de la muerte.
CANCIÓN DE LAS VENUSINAS
Un día las venusinas bajaron en Buenos Aires
con unas sombrillas claras.
De su planeta de hembras llegaban por los espacios,
hermosas, pibas y extrañas.
Las vieron llegar, tan sólo, los que andan de madrugada.
Y nadie se las creyó,
dijeron: “Son de mentira, ¡palomas de propaganda!”
Vivieron, en nuestras calles, cien días con sus cien noches.
Los ojos rojos tenían
y polen en los corpiños y soles en las enaguas,
¡qué lindas las venusinas!
Traían dos corazones invictos en las entrañas.
Ningún varón las amó.
Decían: “Son espejismo, fantasma, ¡puro fantasma!”
Las vieron ir por Retiro, por Once y plaza Lavalle,
absortas y enamoradas.
Tiraban a los muchachos sus besos del otro mundo
y nadie se los besaba.
Se sabe, porque se sabe, que un martes muy de mañana,
solteras de gravedad,
se fueron todas al río, a echar su ternura al agua.
Y un día las venusinas volvieron camino a Venus
con unas sombrillas claras.
Algunas se demoraron y anclaron en Buenos Aires
perdidas de su bandada.
Son esas mujeres hondas, calladas, tristes y raras
que habitan esta ciudad,
y fueron las que inventaron los tangos y la nostalgia.
EL PISITO DE LA CALLE MELO
En aquel pisito de la calle Melo,
pura coincidencia con la realidad,
las noches duraban como cinco días,
con mate y cariño para despertar.
Porque nos amamos tan intensamente
que no nos cabía ya ni el corazón,
nos bastaba un vino y un disco de Troilo,
¡dos patos alegres de la Bélle Epoque!
Almafuerte y Baudelaire
fue el poético festín
y era el techo del bulín
el mejor televisor,
y era un éxtasis comer
una estrella en el balcón,
nuestro balcón a Puyrredón y el cielo.
La mayor felicidad
viene escrita en Mi menor
y así vimos que el amor
misterioso es al nacer,
misterioso es al morir
y al besarnos, al partir,
ya cerrado nuestro nido nos lloró.
En aquel pisito de la calle Melo
te soltaba el pelo como un lucifer,
soñamos, ardimos y en mimos valseados
eras Ginger Rogers y yo Fred Astaire.
Todo humilde menos nuestra fantasía
que no dio la forma de portarnos bien,
porque a nuestras almas les dimos el gusto
y al cuerpo le dimos el gusto también.
Almafuerte y Baudelaire
fue el poético festín
y era el techo del bulín
el mejor televisor,
y era un éxtasis comer
una estrella en el balcón,
nuestro balcón a Puyrredón y el cielo.
La mayor felicidad
viene escrita en Mi menor
y así vimos que el amor
misterioso es al nacer,
misterioso es al morir
y al besarnos, al partir,
ya cerrado nuestro nido nos lloró.
En aquel pisito de la calle Melo,
los buenos recuerdos se aman por los dos.
EL POLACO
Porteño, flaco y rubio, te dicen El Polaco.
Tal vez fuiste morocho y el alba te peinó
con lágrimas de luna, muy niño, en aquel patio,
dolor que en una orquesta de mirlos debutó.
Del sótano del alma te sobreviene el canto.
El ángel del asfalto florece en tu temblor.
Y cuando el fueye arrea su vendaval de infarto,
el Tango es una curda poética en tu voz.
¡Tu cara de reloj de arena!…
La ropa, ¡que te duele en serio!
Tu gracia de afinar los versos
siempre fiel a la milonga de tus dichas y tus penas.
En éxtasis de amor troileano,
los duendes del Gotán no han muerto;
Roberto, prestales tu misterio:
que vibren, gocen, vuelvan, sufran y amen, che, Polaco,
igual que vos.
Porteño, flaco y rubio, te dicen El Polaco.
Polaco, hermano mío, vení, cantá, ¿no ves?,
que en tu talento sueña la noche fantaseando
un loco valsecito de Expósito y Chopin.
En tanto el telegrama compadre de tus tacos
confiesa: “Si me muero de amor, reviviré…”,
la estética de un beso te sangra entre los labios
y salen las palabras enamorándose.
VIVA EL TANGO
¿Que el Gotán no le gusta, che?
Siento mucho, peor pa’ usted.
Ya lo batió don Campoamor:
“Todo es según el cristal…”
Tango nuestro como el laurel
que supiéramos conseguir,
pucha ¡qué bien!, qué lindo es
esto que aquí siento yo.
Viva el Tango, ¡viva el Tango!
mezcla brava de pasión y pensamiento,
viva el tango, que se toca
con pudor de carcajada en un entierro.
Viva el Tango, que es un fresco
de madonas, casanovas y cornelios,
comedia humana que a lo malo y a lo bueno,
que a lo lindo y a lo feo
lo escrachó del natural.
¿Ves que va la eternidad
al frasear de un tanguito sensual?:
taria ta tara ta
taria ta tara ta,
música clásica de hoy.
Con la media luz ritual
y las sillas del bar dadas vuelta,
en dos por cuatro beber
lerdamente y salir
fatigando veredas.
Dos, que al desaparecer
por el amanecer
hacen tangos de amor.
¿Que el Gotán no le gusta, che?
que es llorón y es de ayer ¿y qué?
hay que saber si el que penó
no es el que ríe después.
Ni un Gotán supo el sabio aquel
que de tanto saber murió
y pa’l cajón fue sin saber
que su mujer no lo amó.
Viva el Tango, ¡viva el Tango !
con su ritmo de trompadas contra el viento,
viva el Tango que se baila
con el sexo en un poético suspenso.
Viva el Tango, que es compinche
para cada soledad y cada encuentro,
viva el Tango, todo el Tango,
Dios bendiga cada día el Tango nuestro.
Sur, Qué noche, Percal, La Yumba,
Silbando, Adiós Nonino, El choclo,
Divina, El Marne, Uno, El andariego,
Milonguita, Vida mía, A fuego lento,
El motivo, Bahía Blanca, La bordona,
Flores negras, Che papusa, La Tablada,
Mala junta, Suerte loca, La mariposa,
Volver.
Por todo el Tango
va este brindis de mi alma
y con el Río de la Plata
me emborracho de emoción.
Y viva el Tango
y este amor con que lo canto,
porque yo, yo soy el Tango,
¡viva el Tango, y viva yo!
EL GORDO TRISTE
Por su pinta poeta de gorrión con gomina,
por su voz que es un gato sobre ocultos platillos,
los enigmas del vino le acarician los ojos
y un dolor le perfuma la solapa y los astros.
Grita el águila taura que se posa en sus dedos
convocando a los hijos en la cresta del sueño:
¡a llorar como el viento, con las lágrimas altas!,
¡a cantar como el pueblo, por milonga y por llanto!
Del brazo de un arcángel y un malandra
se van con sus anteojos de dos charcos,
a ver por quién se afligen las glicinas,
Pichuco de los puentes en silencio.
Por gracia de morir todas las noches
jamás le viene justa muerte alguna,
jamás le quedan flojas las estrellas,
Pichuco de la misa en los mercados.
¿De qué Shakespeare lunfardo se ha escapado este hombre
que un fósforo ha visto la tormenta crecida,
que camina derecho por atriles torcidos,
que organiza glorietas para perros sin luna?
No habrá nunca un porteño tan baqueano del alba,
con sus árboles tristes que se caen de parado.
¿Quién repite esta raza, esta raza de uno,
pero, quién la repite con trabajos y todo?
Por una aristocracia arrabalera,
tan sólo ha sido flaco con él mismo.
También el tiempo es gordo, y no parece,
Pichuco de las manos como patios.
Y ahora que las aguas van más calmas
y adentro de su fueye cantan pibes,
recuerde y sueñe y viva, gordo lindo,
amado por nosotros. Por nosotros.
FÁBULA PARA GARDEL
Ayer me preguntaste, hijito mío,
por primera vez,
quién es
ese Gardel, ese fantasma
tan arisco,
empecinado
con seguir guardado
en la cueva con asma
de su disco
polvoriento.
Lo que yo sé,
te lo cuento:
algunas veces,
cuando te has dormido,
las noches en que hay pena
llena,
se aparece
ese escondido
duende, medio juglar
y medio loco,
para matear
con tu padre y conversar
un poco.
Ah, si lo pudieras
ver
con su sencilla elegancia fantasmera,
a saber:
en una chalina ligera
de plumas de torcaza sola
sus hombros arrebuja.
El traje es de
cuerdas de guitarras españolas
que
alguna bruja
ñata
y hippie le ha tejido.
La corbata
es de claveles
encendidos,
para abrigar los
cascabeles
de su voz.
Y dos
zapatos, muy de peregrino,
que no son zapatos, sino
que son caminos.
¿Qué en dónde nació?
Hijo mío, ¡qué se yo!
De acuerdo a lo que el mismo me ha contado,
parece que nació trepado
a una veleta
niña
que apuntaba al Sur;
y que un poeta
y un gallito de riña
y un augur
le enseñaron a vivir
y a sonreír.
Será por eso
que salió un poco travieso
¿viste?
como vos
y, como yo,
un cachito triste.
Su sonrisa,
hijo, es una
pícara y honda y rara
raya de tiza
iluminada con luz de la otra cara
de la luna.
Y canta, canta,
canta con su voz de siete gritos,
pero canta, siempre, con ese humilde modo
de quien tiene, por sabio, en la garganta,
dos ojitos
que han visto, ya, del hombre, todo, todo.
Su canto, te diría
que parece
un claro
aljibe
en donde crecen
los tangos pibes
que no se cantaron,
todavía;
y, también, aquellos tangos que ya fueron,
esos que escriben,
en el paragolpes de su camión,
los camioneros
del Cerro y de Constitución.
Después,
el alba ya,
a las cinco en punto,
se me va. Se va.
Y, tal vez,
en su forma melancólica de irse,
se adivina, un cacho,
que ese duende,
tan muchacho,
entiende
mucho de un asunto
muy sumamente serio, que es morirse.
Ayer me preguntaste, hijito mío,
por primera vez,
quién es
ese Carlitos, ese fantasma
tan arisco,
empecinado
con seguir guardado
en la cueva con asma
de su disco.
Y entonces te conté
cuanto sabía-
Mas hoy, mirándote,
pensándote,
besándote,
sé un poco más.
Y es que el hijo
del hijo
de tu hijo, un día,
un día de Junio soleado,
frío y seco
que vendrá,
lo mismo que vos
preguntará
por él.
Y una caliente
zafra de ecos,
ecos de la voz de nuestra gente,
ecos de tu voz
chiquito, y de la mía,
inexorablemente,
contestará:
Gardel, Gardel, Gardel.
- Ronald Kay
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