Poesía de Argentina
Poemas de Homero Manzi
Homero Manzi (1907-1951), se erige como un titán multifacético en el firmamento literario argentino. Nacido como Homero Nicolás Manzione en Añatuya, Santiago del Estero, su vida transcurre entre letras y acordes, fusionando su pasión por la poesía con la política, el cine y el tango. Manzi, ferviente seguidor del yrigoyenismo, se enamora de la cultura del arrabal porteño durante su juventud en el barrio de Pompeya.
Su incursión en la música, marcada por la colaboración con Sebastián Piana, revitaliza el género de la milonga. Obras maestras como “Milonga del 900” y “Malena” con Lucio Demare, así como “Sur” con Aníbal Troilo, lo consagran como letrista insuperable. Su destreza literaria se expande al cine, donde funda Artistas Argentinos Asociados y dirige películas notables.
Inmerso en la militancia política, Manzi co-funda FORJA, abogando por principios federalistas e hispanoamericanistas. Su adhesión al peronismo en 1947 le cuesta la expulsión del radicalismo, pero su lealtad a la causa revolucionaria persiste.
Frente a las restricciones de la dictadura militar en 1943, Manzi enfrenta la censura, reformulando títulos y letras para preservar la esencia del tango. Su legado, un crisol de poesía, música y compromiso, deja una huella imborrable en la cultura argentina. Homero Manzi, el poeta del arrabal, trasciende el tiempo como un faro luminoso en la vastedad de la literatura y la música.
Buenos Aires colina chata
Sobre una colina chata
Garay trazó cuatro vientos;
por un costado La Pampa,
al otro lado un Riachuelo
y el río contra la espalda
y contra el pecho el desierto
con su horizonte de paja
y su techumbre de cielo.
Garay trazó diez manzanas
sobre un cuadrado perfecto
y el sitio de las campanas
y el lugar de su gobierno
y las casas capitanas
y los tejados modestos
y el ámbito de la plaza
para los grandes recuerdos.
Garay trazó con su espada
la forma de un pueblo nuevo.
¿Cómo era la pampa aquella
sin gauchos y sin cencerros,
sin chinas, ranchos, ni güeyas,
sin boliches ni puesteros?
¿Cómo era entonces La Pampa
sin estancias ni potreros,
sin una sola guitarra,
sin el ladrido de un perro?…
¿Sin un mazo de baraja,
sin el grito de un resero,
sin un fogón y una casa,
sin un mate y sin un cuento?…
Sólo era una pampa pampa,
con un desierto desierto
y su horizonte de paja
y su techumbre de cielo.
Qué raro que se quedaran
los españoles aquellos,
atados a las distancias
clavados a los silencios.
Tal vez porque ya eran otros
distintos de los primeros.
Tal vez porque ya eran criollos
a fuerza de sufrimientos.
Porque llegaron del norte
inaugurando senderos
madurados por los soles
y las lluvias de febrero.
Monedas de poeta
Quise ahorcarme en la trenza de tu cigarro rubio
cuando desde tus labios cargados de secretos
recordé la cortada por donde iba mi infancia
destrozando la suela de mis zapatos nuevos.
Yo no soy el ideal de tu sabiduría,
mitad galán de cine y mitad pugilista;
soy un poeta moderno que ambula por las calles
evocando sus sueños disconformistas.
Sin embargo te quiero, porque sé que en tu vida
hace falta un muchacho que te cante pavadas,
y que ponga perfume de poeta en la nafta
de tu coche lujoso, de tu coche sin alma;
Un muchacho humilde, sentimental y bueno
que justifique el brillo vano de tus monedas,
comprándote con ellas montones de paisajes,
montones de paisajes y un anillo de piedra.
Que te lleve por todas las calles apartadas,
que te cante tragedias de novios y de celos,
y que al pasar contigo debajo de los árboles
aproveche la sombra para robarte un beso.
Un muchacho que un día, de tonto o de loco,
cuando menos lo pienses salga de tu existencia,
dejándote en un sobre, encima de la mesa,
unas cuantas mentiras… monedas de poeta.
Arrabal
Arrabales porteños
de casitas rosadas
donde acuna los sueños
el rasguear de las guitarras.
Donde asoma la higuera
sobre las tapias,
adornando los muros
con sus fantasmas.
Sombra,
telón azul del suburbio
donde se juega el disturbio
cuando un amor se envenena
y al dolor de la traición,
se hace rencor,
rencor y pena.
Sombra,
donde los labios se juran
mientras la noche murmura
con su voz de bandoneón.
Arrabales porteños,
en tus patios abiertos
las estrellas se asoman
y te bañan de silencio.
Y la luna amarilla
siembra misterios
caminando en puntillas
sobre tus techos.
Abandono
Llega el viento del recuerdo aquel
al rincón de mi abandono
y entre el polvo muerto del ayer
también volvió tu querer.
Yo no sé si vivirás feliz
o si el mundo te ha vencido
viviendo sin querer vivir
buscás la paz de morir.
Duda de tu ausencia y de mi culpa
pena de tener que recordar
sueño del pasado que me acusa
manos que no quieren perdonar,
dolor amigo de estar con tu sombra
remordimiento de saberte buena
dolor lejano de oír que te nombran
las voces muertas que se obstinan en volver.
Ya no sueño que retornarás
al fracaso de mi vida
ni tampoco que en tu palpitar
tendré un afán para andar.
Sólo quiero que si estás también
en la cruz del abandono
sepas olvidarme en su perdón…
Total, mirá lo que soy.
Pena de tu ausencia sin retorno
pena de saber que no vendrás,
pena de escuchar en mi abandono
voces que me acusan al llegar.
Dolor amigo de estar con tu sombra
remordimiento de saberte buena
dolor lejano de oír que te nombran
las voces muertas del ayer feliz.
Viejo ciego
Con un lazarillo llegás por las noches
trayendo las quejas del viejo violín,
y en medio del humo
parece un fantoche
tu rara silueta
de flaco rocín.
Puntual parroquiano tan viejo y tan ciego,
al ir destrenzando tu eterna canción,
ponés en las almas
recuerdos añejos
y un poco de pena mezclás al alcohol.
El día en que se apaguen tus tangos quejumbrosos
tendrá crespones de humo la luz del callejón,
y habrá en los naipes sucios un sello misterioso
y habrá en las almas simples un poco de emoción.
El día en que no se oiga la voz de tu instrumento
cuando dejés los huesos debajo de un portal
los bardos jubilados, sin falso sentimiento
con una “canzonetta” te harán el funeral.
Parecés un verso
del loco Carriego
parecés el alma
del mismo violín.
Puntual parroquiano tan viejo y tan ciego,
tan llena de pena, tan lleno de esplín.
Cuando oigo tus notas
me invade el recuerdo
de aquella muchacha
de tiempos atrás.
A ver, viejo ciego,
tocá un tango lerdo
muy lerdo y muy triste
que quiero llorar.
Barrio de tango
Barrio de tango, luna y misterio,
calles lejanas, ¡cómo estarán!
Viejos amigos que hoy ni recuerdo.
¡qué se habrán hecho, dónde andarán!
Barrio de tango, qué fue de aquélla,
Juana, la rubia, que tanto amé.
¡Sabrá que sufro, pensando en ella,
desde la tarde que la dejé!
Barrio de tango, luna y misterio,
¡desde el recuerdo te vuelvo a ver!
¡Che bandoneón!
El duende de tu son, che bandoneón,
se apiada del dolor de los demás
y al estrujar tu fuelle dormilón
se arrima al corazón que sufre más.
Estercita y Mimí, como Ninón,
dejando sus destinos de percal
vistieron al final mortajas de rayón,
al eco funeral de tu canción.
Bandoneón,
hoy es noche de fandango
y puedo confesarte la verdad
copa a copa, pena a pena, tango a tango,
embalado en la locura
del alcohol y la amargura.
Bandoneón,
para qué nombrarla tanto,
no ves que está de olvido el corazón
y ella vuelve noche a noche como un canto
en las gotas de tu llanto,
¡che bandoneón!
Tu canto es el amor que no se dio
y el cielo que soñamos una vez,
y el fraternal amigo que se hundió
cinchando en los tormentos de un querer.
Y esas ganas tremendas de llorar
que a veces nos inundan sin razón,
y el trago de licor que obliga a recordar
si el alma está en “orsái”, ¡che bandoneón!
Sur
San Juan y Boedo antigua, y todo el cielo,
Pompeya y más allá la inundación.
Tu melena de novia en el recuerdo
y tu nombre florando en el adiós.
La esquina del herrero, barro y pampa,
tu casa, tu vereda y el zanjón,
y un perfume de yuyos y de alfalfa
que me llena de nuevo el corazón.
Sur,
paredón y después…
Sur,
una luz de almacén…
Ya nunca me verás como me vieras,
recostado en la vidriera
y esperándote.
Ya nunca alumbraré con las estrellas
nuestra marcha sin querellas
por las noches de Pompeya…
Las calles y las lunas suburbanas,
y mi amor y tu ventana
todo ha muerto, ya lo sé…
San Juan y Boedo antiguo, cielo perdido,
Pompeya y al llegar al terraplén,
tus veinte años temblando de cariño
bajo el beso que entonces te robé.
Nostalgias de las cosas que han pasado,
arena que la vida se llevó
pesadumbre de barrios que han cambiado
y amargura del sueño que murió.
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