Poemas:
Barnices
Ahora ocultas con cremas
y ungüentos extranjeros
las heridas que el tiempo
ha dejado en tu cuerpo
y muestras orgulloso
las oscuras y densas cicatrices del alma.
Se ve que eres novicio
en el arte de tal ocultamiento
e ignoras que es difícil esconder la vejez,
que las arrugas se ven aunque tapadas
como también se ve la decadencia,
la sombra por tus ojos
y el delicado olor a viejo que nace de tu aliento.
A nadie le interesan las lesiones del alma
si el cuerpo apuntalado carece de equilibrio.
Carrozas
alnea, vina, Venus corrumpunt corpora nostra,
sed vitam faciant balnea, vina, Venus.
Bellísimos, desnudos, arrogantes,
proclamando la fuerza de su sexo,
marchan Quinta Avenida hacia la vida.
Serenamente turbios, demacrados,
veneno derretido por sus miembros,
bajan Quinta Avenida hacia la muerte.
Algunos tan hermosos, dioses sin paraíso,
que hasta la misma Sombra se oscurece
al asignarles sitio en la carroza.
Su belleza les salva y son llamados
junto con Ganimedes a servir
vino añejo a los cuerpos prohibidos.
(La mitra será polvo y lo será la rosa,
las plumas césped seco, el oropel ceniza
y el torso iluminado un carbón apagado.)
Viéndoles desfilar, cercano a tu frontera,
nombrando aquel verano en que nos conocimos,
mi sangre negativa se calcina, amenazada,
sintiendo a la Guadaña que, arañando mi cuello
con su incesante herida, nos recuerda
que para algunos éste será el último desfile.
Código
Para ellos,
eres el nombre
que te dieron
dentro de su legalidad:
un signo solamente.
Tu otro nombre,
el elegido en la noche
de la boca de lobo,
es solo mío.
Un sonido animal.
Y así te escucho.
Boca de Lobo
Para José Muñoz Millanes
¿En qué infierno proclama su dolor
la sombra más oscura?
Y si lo siente, ¿qué hondura exige,
a qué pozo hay que llegar para saciar
la sed de amargo vino negro
que hiere y emborracha con certero
navajazo las vísceras del sol?
Y si la sombra se enamora,
¿qué azabache ha de elegir
para adornar sus pechos y su sexo?
¿en qué boca de lobo morirá degollada?
(dentelladas nupciales de la bestia que en celo
excomulga a la albura con su pezuña atea)
¿de qué profunda mina sacará los metales
para hacerse las arras?
¿qué príncipe de luto riguroso,
en el tablero medieval del tiempo,
acuchilla a la dama con su espada de ónix
ganando la partida a la Edad Media?
Coronada de endrino,
con collares del más serio carbón,
¿no eres tú sombra mía la luz de lo más negro?
Al doblar tu esqueleto
y descubrir tus ojos en la testuz del alba,
¿no es acaso lo que llamamos muerte?
La última mirada
Para Oneida Sánchez
De todas las últimas miradas
que hemos ido dejando por la vida
sin saber que lo eran
¿cómo será la última, la mirada final?
¿Se quedará pegada a la piel de los ojos?
¿Cuundo se seque será raíz del llanto?
¿En que región oscura volverá a ser primera?
¿Tendrá fuego en su voz si la reconocemos
o será como agua si nos llega a traición?
¿Se hundirá el peso de su polvo
en el aire de la nueva mañana
que nosotros ya ciegos no veremos?
Mirar es responder a preguntas vacías
en la primera noche sin respuestas.
Jardín
Facilius in morbos incidunt
adolescentes, gravius aegrobant,
tristius curantur.
De Senectute, Cicerón
Del esplendor de entonces nada queda.
La nieve ha silenciado el fuego del jardín,
las rosas bautizadas por la hermosa mirada
del jardinero muerte, convirtieron su esencia
al deseo pagano, apóstata la espina de su agua.
La casa se reviste de polvo venenoso
y la hierba del ocio florece entre la plata:
una lengua de ruina lamiendo los retratos.
Se acerca a la ventana lentamente
y descorre el visillo que tiembla polvoriento,
mira el jardín helado y maldice su suerte.
Siente un puño de sangre entre sus venas,
una rosa de ira entre su pecho,
un tiro entre la nuca despejada
y cierra la ventana para siempre.
De espaldas al jardín la luz es una gasa
que le ciega su firma y su palabra
abriéndole una deuda con la vida.
Tan sucio está de soledad y barro
que ya no ve la rosa del verano
que sentencia con fúnebre perfume
su desahuciado nombre en la navaja.
La azada de su sexo ya oxidada
no llegará a estrenar la primavera.
Plaga
Todavía se aman a pesar de la plaga
y encuentran en la noche sus torsos alumbrados
sabiendo que la muerte les acecha celosa.
Tiemblan cuando desnudos se miran al cristal
y ven alguna mancha que oscurece su piel.
Con precaución celebran sus huesos arropados
y con certeza saben éste es tiempo de guerra.
Oficiando sus ojos un memorial de sombras
recuerdan tantos nombres que con pasión se amaron,
cuerpos llenos de fuego su coraza encendida
y que ahora rescatan del campo de batalla.
Piedra
Al final de la tarde,
después de un día oscuro
su piel acartonada en los tejados,
lluvia de madrugada
y un viento suave de tiza humedecido,
por un instante breve, nace una luz cansada
que bautiza de fiesta a las fachadas.
Me acerco a la ventana
y el paisaje nombrado tantas veces
me enmarca un lienzo nuevo,
mientras la luz perfuma tus temblores.
Al inclinarme lento a descifrar
la piedra iluminada de tu valle,
el tiempo me recibe con sus montes
cerrados, convirtiendo mis labios
en torpes espejismos donde el deseo
muerde su enigma más helado.
Y escuchando el sonido del incendio
de nuestro antiguo fuego,
confundido por códigos y signos
que son indescifrables,
me hundo en la ceniza de tu almohada,
a que llegue la noche y me condene
desnudo entre la piel de tu paisaje.
Biografía:
Hilario Barrero (Toledo, 1948) es un poeta, prosista y traductor español residente en Nueva York desde 1978, ciudad en la que imparte clases como profesor en el Borough of Manhattan Community College de la City University of New York, una de las universidades de la ciudad.