Poesía de Colombia
Poemas de Hernando Domínguez Camargo
Hernando Domínguez Camargo (1606-1659), el ilustre poeta colombiano, nació en Bogotá y su vida estuvo marcada por la tragedia desde temprana edad al perder a sus padres. A los 12 años quedó huérfano de padre y a los 14 de madre, forjando así una infancia marcada por la adversidad.
Ingresó en un colegio jesuita en 1621, donde inició su camino hacia la Compañía de Jesús. Su vocación religiosa lo llevó a tomar sus votos en la orden. Sin embargo, en 1636, mientras residía en Cartagena, decidió renunciar a la Compañía de Jesús, aunque continuó ejerciendo su sacerdocio en una forma secular.
Un aspecto notable de su legado es su generosidad. A pesar de haber abandonado la Compañía de Jesús, en su testamento dejó un conmovedor gesto al legar todos sus libros y papeles de estudio al Colegio de la Compañía de Jesús de su ciudad natal.
Domínguez Camargo, aunque su fecha exacta de fallecimiento no está registrada, se estima que partió de este mundo poco tiempo después de firmar su testamento el 18 de febrero de 1659. Su casa en Tunja fue posteriormente ocupada por el convento dominico.
La contribución literaria de Domínguez Camargo brilla en el panorama del barroco americano. Su poesía revela una imaginación y sensibilidad excepcionales. Su estilo, típicamente barroco, se distingue por su profusión de transposiciones, lenguaje exquisito, latinismos, alusiones mitológicas y metáforas intrincadas.
El poeta colombiano también hace un uso magistral de dos herramientas retóricas características del barroco: el hipérbaton, que consiste en invertir el orden gramatical convencional, y la perífrasis, que emplea circunloquios ingeniosos para describir las cosas. Este estilo distintivo conecta directamente con las influencias de figuras como el poeta cordobés Luis de Góngora, evidenciando la profundidad de su erudición.
En resumen, Hernando Domínguez Camargo se erige como un tesoro literario del barroco americano, cuya poesía y legado perduran como un testimonio de su brillantez artística y su compleja sensibilidad. Su aporte a las letras colombianas es un testimonio perdurable de la riqueza cultural de su tiempo.
A la muerte de Adonis
En desmayada beldad
De una rosa, sol de flores,
Con crepúsculos de sangre
Se trasmonta oriente joven.
Cortóla un dentoso arado
Que, a no ser de ayal torpe,
Por la púrpura que viste,
Le juzgara marfil noble.
Cerdoso Júpiter vibra
Rayos, marfil, sobre Adonis,
Y el alma que trae de Venus
Hiere más, mientras más rompe.
Espumoso coral vierte
Que en verde esmeralda corre,
Mar de sangre en quien a Venus
Naufragio prepara Jove.
Verdugo monstruo ejecuta
De inflexible Dios rencores,
Y siendo amor el vendado,
Son cadahalsos los montes.
«¡Ay!, fiera sangrienta, dice,
Si asegundarte dispones,
Advierte que en la de Venus
No en mi vida, has dado el golpe.
Y matar una mujer
Con hazaña tan enorme,
Más para escupida es,
Que para esculpida en bronce».
Con esto se vino a tierra
Esta hermosura Faetonte,
Y exhala beldad, ceniza
Del sol que agoniza ardores.
De la herida a la ventana
El alma, al golpe, asomóse
Y aunque halló en la sangre escalas
Saltó atrancando escalones.
Cuando de cansar las fieras,
Ciudadanos de los bosques,
Venía la diosa Venus
Guisando a su amante amores.
Perlas desata en la frente,
Y su cuerpo exhala olores,
Que en amorosa porfía
Mejillas y aire recogen.
Juega la túnica el viento
Y entre nube holanda expone
Relámpagos de marfil,
Migajas de perfecciones.
Arroyo de oro el cabello,
Libre por la espalda corre,
De la cual pende un carcaj,
Vientre de dardos veloces.
Duplica en la espalda flechas,
Rigores ostenta dobles,
Bruñido dardo a las fieras,
Sutil cabello a los hombres.
Al pequeño pie el coturno
Le pone armiñas prisiones,
blando muro a dura espina
Que a tanta beldad se opone.
Fuentes le abrió de coral,
Quizá previniendo entonces,
Que tanto fuego tuviese
Por la sangre evacuaciones.
Hilos de rubí desata
Para que su nieve borden,
Con que en la tez de las rosas
Lácteos purpureó candores.
Ramos de sangre en tal cielo
Fueron cometas atroces
Que le escribieron desastres
En tan sangrientos renglones.
Espoleóle a su desgracia
Con la espina y arrojóse
Desde el risco del amor
Al zarzal de confusiones.
Trajinaria de distancias,
La vista escudriña el orbe,
Ve un atleta con la muerte
Luchando en rojas unciones.
A Adonis vio, jaspe yerto,
Por lo manchado y lo inmoble,
Y por dudar lo que ve,
Adrede le desconoce.
Asómase toda el alma
A los ojos, conocióle,
Y por dudar y engañarse,
Con engaños se socorre.
Beber la muerte en sus labios,
Cervatilla herida, escoge,
Muerte bebe en barro y vida
En boca rubí propone.
A voces le encaña el alma
Y a la de Adonis, sus voces,
Como se va por la herida,
Son a su prisa empellones.
Mira al cielo de su rostro,
Que alumbraban zarcos soles,
Y halla que a eclipsarlos vino
La luna de su desorden.
De las mejillas, que en rosas
Desabrocharon botones,
Si bordados, no alelíes,
Cárdenas violetas coge.
El panal dulce del labio,
Que entre ambrosia daba olores
Si es ámbar flor maltratada,
Hiel al néctar corresponde.
Mas las víboras de sangre,
Que se arrastran por las flores,
Nueva Eurídice, la muerden,
Miembros de mármol la ponen.
Rabiosamente se arroja,
Y es el remedio que escoge,
Beberle en la boca el mismo
Veneno que la corrompe.
La boca avecina al labio,
A heredarle el alma, adonde
Como llegó Venus muerta,
Alterna muerte matóles.
Ay Píramo!, ay, Tisbe nueva!
Riscos ablandáis que os lloren,
Pues caváis en una herida
Hoyo a dos vidas conforme.
Con las palabras enjagua
Y dando nieve en sudores,
Con cansados huelgos dice
Estas quejas a los dioses:
«¡Ay Dios bronce!
¡ay Dios diamante!
¡ay Júpiter!, cuando adores
A Europa toro, oro a Dafne,
Tus amores se malogren.
¡Ay, Apolo vengativo!,
Cuando con pies voladores
Sigas a Dafne, de ingrato
Laurel tus sienes corones.
¡Ay!, náufraga vida mía!,
Que un mar bermejo te sorbe
Y en la roca de la muerte
Te estrellas ya sin tu norte».
Dijo, y por la herida misma
Hasta el corazón entróse,
Que aún más allá de la vida
Un dulce amor se traspone.
A un salto por donde se despeña el arroyo de Chillo
Corre arrogante un arroyo
por entre peñas y riscos,
que, enjaezado de perlas,
es un potro cristalino.
Es el pelo de su cuerpo
de aljófar, tan claro y limpio,
que por cogerle los pelos,
le almohazan verdes mirtos.
Cíñele el pecho un pretal
de cascabeles tan ricos,
que si no son cisnes de oro,
son ruiseñores de vidrio.
Bátenle el ijar sudante
los acicates de espinos,
y es él tan arrebatado,
que da a cada paso brincos.
Dalen sofrenadas peñas
para mitigar sus bríos,
y es hacer que labre espumas
de mil esponjosos grifos.
Estrellas suda de aljófar
en que se suda a sí mismo,
y atropellando sus olas,
da cristalinos relinchos.
Bufando cogollos de agua,
desbocado corre el río,
tan colérico, que arroja
a los jinetes alisos.
Hace calle entre el espeso
vulgo de árboles vecino,
que irritan más con sus varas
al caballo a precipicio.
Un corcovo dio soberbio,
y a estrellarse ciego vino
en las crestas de un escollo,
gallo de montes altivo.
Dio con la frente en sus puntas,
y de ancas en un abismo,
vertiendo sesos de perlas
por entre adelfas y pinos.
Escarmiento es de arroyuelos,
que se alteran fugitivos,
porque así amansan las peñas
a los potros cristalinos.
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