Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Héctor A. Piccoli

Héctor Aldo Piccoli (Rosario, 1951), poeta y traductor argentino. Egresado de la Universidad Nacional de Rosario, en la que posteriormente ejerce como docente en el Departamento de Idiomas Modernos. Ha realizado investigaciones sobre los problemas del lenguaje poético, la lírica del barroco español y alemán, la literatura del romanticismo alemán, y la influencia de la informática en la producción, publicación y recepción literarias.

Es director del instituto privado de lengua y la literatura alemanas Georg Trakl Sprachwerkstatt. Fundó la Biblioteca eLe (editorial del libro electrónico).

El hombre de Tollund

Sobre un lecho de lodo tu cuerpo se agazapa
y aminora la nada el retraimiento fetal
con que fugas a un fin distinto, a un principio igual
al de todos, hierático y humilde, en la etapa
que el pantano cifró entre dos eternidades
como enigma ofrendado en los surcos de tu frente
a inteligencia vana, a nuestro asombro eficiente
ante el mutismo con que te muestras y te evades.

¿Es de resignación, en tus ojos, la clausura?

¿Vindicó en ti el poder algún delito?

¿O fuiste, simplemente, escogido para un rito
vincular con un dios, doble nuestro que apresura,
surgido apenas, siempre entrega, ley, condena,
por mor siempre de cierta identidad,
por que sigamos siendo los mismos, en verdad,
cada uno el fulgor que a un fénix encadena?

Con rasgos escultóricos y austeros,
severa y sinuosa la línea de los labios,
aquilino y ascético, admites el agravio
del cordel, la superflua tenacidad del cuero,
y hiere la modestia de tu gorro,
e inquiere la runa unívoca en tu piel,
y nos confina tu ardua calma tras el cancel
de nuestra desnudez sin amparo y sin socorro.

Para Laura, oyendo un cuento que le dedicara
su padre, siendo niña.

De libélula el ala, ilegible palidez
que cifra el desamparo y abisma a la criatura
en la envidia del par, escala el aire y procura
encuadernar rumor a un viso, una y otra vez;
ebria de entrega se alza hacia el fanal y sola,
que no la abrasa y hunde en monótona esmeralda
–de medrar, la osadía no siempre así se salda–,
sino que con color la engalana y tornasola.

Te irisa así el fulgor del alba imaginada,
estremece los párpados, enciende el prieto
enjambre de la seda en cabellos y mirada;
porque ya, donde creces, nada está sujeto
más que ese amor raigal, conque un mundo acude en cada
mera onda, a la hondura que imana y acometo.

Dominica

La cestería en la rotonda pretérita cada oquedal práctico,
cada colado jardín que manuscribe
y deslavaza el mimbre reticente.

Felino norte ambula,
pierde pelo en estera e intersticio
que procnes no avalúan; atenacea abajo
escápula la albura
si ballesta sedente y dosel de nieve dura.

Trinca así la primavera, cándido choteo
cuclilla criolla bajo hilachas de flor fría,
implosiva umbría que constela el botalón con tacha fértil;
mientras otra hacia el este de bosque lasca cóncava,
no por cautivas de anfión amurallada,
por ondas almenada,
a enjaezado yantar payol procura,
podio estría a planta desnudada.

Del cenit abomba el caparacho un copo ápodo,
sutiliza ejido a resguardado yaraví;
y en las manitos rezonga,
reverbera el momo copto al acidular trocha velera,
masca su ostracismo con fúnebre molar, si ebúrneo,
en boca de milonga.

Si no a enhestar el oro oído

a ANA MARÍA

Por esta claraboya, permanece en el cuarto lo callado y siguiente.
La castidad del muro, se deshoja en un lento fluir
de agua suspensa; nadie
demora
la joya dispersa del cielo que pasa.

Derramaría un alféizar esta banda sin deseo que una sola frase
anega
en qué otra voluntad de agua más que el actual azul de sí,
en que la frase puede, -única-,
encarnar toda su lengua?

O es, esposa, quizá el martirizado lema
del vano hecho escollera
para un gas que ingresa, ingresa
-marejada sin rumor y sin rompiente-, a qué espesor?
la exhausta
sangría a la que vuelve, el cielo en movimiento?

Un efímero ganado pace ahora, y nada guarda
ni forma obsta, a este moroso acontecimiento.
Acierta un oro vago a legitimar la prescindencia
de vos, e infringir así la tarde abstracta.
Qué serena insistencia, esposa, es estar muerta!

Entreabierta en lo alto, la claraboya es una
anagogía
perpleja en los batientes ante la ilegibilidad extensa, ardida:
la luz en la ventalla
total, del cielo indehiscente.

La manera del agua estuvo siempre
ya
en el contorno de este cántaro;
la del aire
en el velamen fracto del sauzal:
tu sed es el ventalle
que reitera, la coextensiva referencia de las cosas.

Y el deshojado índice en la pantalla cinérea?
La mano gualda
y múltiple, del pronombre rupestre?
En la soflama del zócalo
una mano (o una venatoria) deviene yacimiento, estética.

No se escinden así las geminadas alas,
el palimpsesto del cielo.

Una cintura, -sin embargo-, se quiebra en el brocal
hacia la estrella querellante;

y el denuedo de la forma
enfrenta el primer peligro del reflejo.

Pero el vórtice, el vórtice que la presa acosada
ha galopado hasta fuera de sí misma
no se ve, se conjetura;
es ésta la muerte? –Una vaharada de mundo

florece en la lisura del instante no significado
Tu alma, como la irretractilidad de la letra.

Deniega hacia el crepúsculo la muerte otro desguace
de sillería acongojada,
laminada en el bermejo por un agua, ya,
de ilustración?

La prisión sí, la noche írrita.

Del espejo aún no declinado, sólo la fruitiva,
la reflexiva superficie. Labora allí tu ausencia.
Véspero, el azul
diacrítico, entre la vegetación ya íntima
Y la obra viva de ese azul, tendida
a la aherrojada florescencia, de qué sueño
anterior?

La hondura, en que el reflejo aquí nos verticila
El alba de la jarra, alrededor
de una arbitrariedad sanguínea:
lo cóncavo se imbrica allí, o almena su mismo
ejercicio cenital, de simular un alma.

La volatinería gradúa también así lo intersticial,
una palabra, la ensoñación del reciario.

Vuelve la figura entonces al recuerdo,
a gravar el aire enrarecido y cofrade,
a grabar la aleda sonora y sutilísima
de la tarde increada.

Y alucina sus visos, se encuaderna
en inútil prevención del ardimiento,
del desorden que demora
la madera del sicómoro:

el tríptico, donde un mismo pétalo lentamente se calcina…