Poemas:
Si a veces silencioso
Si a veces silencioso y pensativo
a tu lado me ves, querida mía,
es porque hallo en tus ojos la armonía
de un lenguaje tan dulce y expresivo.
Y eres tan mía entonces, que me privo
hasta oír tu voz, porque creería
que rompiendo el silencio, desunía
mi ser del tuyo, cuando en tu alma vivo.
¡Y estás tan bella; mi placer es tanto,
es tan completo cuando así te miro;
siento en mi corazón tan dulce encanto,
que me parece, a veces, que en ti admiro
una visión celeste, un sueño santo
que va a desvanecerse si respiro!
A LA MUERTE
Seres queridos te miré sañuda
arrebatarme, y te juzgué implacable
como la desventura, inexorable
como el dolor y cruel como la duda…
Mas hoy que a mí te acercas, fría, muda,
sin odio y sin amor, ni hosca ni afable,
en ti la majestad de lo insondable
y lo eterno mi espíritu saluda.
Y yo, sin la impaciencia del suicida,
ni el pavor del feliz, ni el miedo inerte
del criminal, aguardo tu venida;
que igual a la de todos es mi suerte:
cuando nada se espera de la vida,
algo debe esperarse de la muerte.
Crepúsculo
¡Hora de bendición, hora de calma,
cuánto places al alma!
Los recuerdos de un bien desvanecido
ha largo tiempo ya, su faz doliente
levantan de los muros del olvido
y a reposarse vienen en mi frente.
Dulce, inocente, bella y amorosa,
sueño feliz de juvenil deseo,
entre las nubes de topacio y rosa
de mi primer amor la imagen veo.
Y en lontananza, deshojando flores
de exquisita y purísima fragancia,
con las vagas memorias de mi infancia,
los delirios sin fin de mis amores.
Con dulce y melancólica sonrisa
a mi se acercan los fantasmas bellos,
y juegan al pasar con mis cabellos
como ligera y perfumada brisa.
Uno me llama su primer amigo,
otro me nombra su primer hermano,
y uno muy bello, al estrechar mi mano,
me dice: ‘Siempre viviré contigo’.
Y se alejan despuéa, y mis deseos
su vuelo siguen con alado paso,
mientras en los vapores del ocaso
me fingen mis primeros devaneos:
Sueños de dicha, aspiración de gloria;
de amor, poemas dulces, ignorados;
pueblos libres; tiranos destronados…
¡Quimeras que aún adora mi memoria!
Y se acercan de nuevo en leve giro,
besando al paso mi abrasada frente,
mientras la luz, que muere en occidente,
me envía un melancólico suspiro.
¡Suspiro triste, de armonías lleno,
queja tal vez de un corazón que me ama,
postrer rayo quizás de aquélla llama
que fecundaba mundos en mi seno!
Mundos de amor, de dulces armonías,
poemas encantados y risueños
que alumbraba, en el mundo de mis sueños,
el bello sol de mis hermosos días.
¡Volved, volved, espíritus amantes!
Joven aun, mi corazón palpita:
si enfermo estoy y como flor marchita
me veis, volved, espíritus errantes.
¡Volved, volved! Ya veo vuestras galas,
ya el pecho arroja su mortal angustia;
batid así sobre mi frente mustia
con tierno amor vuestras doradas alas.
Joven yo soy: el corazón valiente
es como roca por el mar batida.
Venid, llegad, tormentos de la vida,
¡siempre serena miraréis mi frente!
Ya de diamantes se tachona el cielo.
Fanales llenos de esplendor y gracia,
venid corno después de la desgracia
nos vienen la esperanza y el consuelo.
¡Salud, puros ensueños de la mente!
¡Salud, bellos fantasmas del pasado!
Quien os tiene, jamás es desgraciado.
Venid a reposar sobre mi frente.
Uno se acerca y me apellida amigo,
otro me nombra con amor hermano,
y uno muy bello, al estrechar mi mano,
me dice: ‘¡Siempre viviré contigo!’
¡Cuánto places al alma,
hora de bendición, hora de calma!
El primer beso
Recuerdos de aquélla edad
de inocencia y de candor,
no turbéis la soledad
de mis noches de dolor:
pasad, pasad,
recuerdos de aquélla edad.
Mi prima era muy bonita,
y no sé por qué razón
al recordarla palpita
con violencia el corazón.
Era, es cierto, tan bonita,
tan gentil, tan seductora,
que al pensar en ello ahora,
algo como una ilusión
aquí en el pecho se agita,
y hasta mi fría razón
me dice: ¡era muy bonita!
Ella, como yo, contaba
catorce años, me parece,
mas mi tía aseguraba
que eran solamente trece
los que mi prima contaba.
Dejo a mi tía esa gloria,
pues mi prima en mi memoria
jamás, jamás envejece,
y siempre está como estaba
cuando, según me parece,
ya sus catorce contaba.
¡Cuántas horas, cuántas horas
de dicha pasé a su lado!
¡Pasamos cuántas auroras
los dos corriendo en el prado,
ligeros como esas horas!
¿Nos amábamos? Lo ignoro:
sólo sé lo que hoy deploro,
lo que jamás he olvidado,
que en pláticas seductoras,
cuando me hallaba a su lado,
se me dormían las horas.
De cómo le di yo un beso,
es peregrina la historia;
hasta ahora, lo confieso,
con placer hago memoria
de cómo la di yo un beso.
Un dial solos los dos,
cual la pareja de Dios,
cuya inocencia es notoria,
nos fuimos a un bosque espeso,
y allí comenzó la historia
de cómo la di yo un beso.
Crecía una hermosa flor
cerca de un despeñadero;
mirándola con amor
ella me dijo: ‘Me muero,
me muero por esa flor’.
Yo a cogerla me lancé,
más faltó tierra a mi pie;
ella, un grito lastimero
dando, llena de terror,
corrió hasta el despeñadero…
y yo me alcé con la flor…
Dos lágrimas de alegría
surcaron su rostro bello,
y diciendo-. ‘¡Vida mía!’,
me echó los brazos al cuello
con infantil alegría.
Fuego y hielo sentí yo
que por mis venas corrió,
y no sé cómo fue aquello,
pero un beso nos unía…,
dejando en su rostro bello
dos lágrimas de alegría.
Después… ¡Revoltosa mar
es nuestra pobre existencia!
Yo me tuve que ausentar,
y aquella flor de inocencia
quedó a la orilla del mar.
Del mundo entre los engaños
he vivido muchos años,
y a pesar de mi experiencia,
suelo a veces exclamar:
¡La dicha de mi existencia
quedó a la orilla del mar!
Recuerdos de aquella edad
de inocencia y de candor,
alegrad la soledad
de mis noches de dolor;
¡llegad, llegad,
recuerdos de aquella edad!
Mirada retrospectiva
Al llegar a la página postrera
de la tragicomedia de mi vida,
vuelvo la vista al punto de partida
con el dolor de quien ya nada espera.
¡Cuánta noble ambición que fué quimera!
¡Cuánta bella ilusión desvanecida!
¡Sembrada está la senda recorrida
con las flores de aquella primavera!
Pero en esta hora lúgubre, sombría,
de severa verdad y desencanto,
de supremo dolor y de agonía,
es mi mayor pesar, en mi quebranto,
no haber amado más, yo que creía,
¡yo que pensaba haber amado tanto!
EL RUISEÑOR
A DON JOSÉ SELGAS, CON MOTIVO DE LA MUERTE DE SUS HIJAS
Temblando de casto amor,
Un día, el aura galana,
Llevó a una tierra lejana
Los cantos de un ruiseñor.
Allí una ave muy oscura,
Escuchando esos cantares,
Sufría con sus pesares,
Gozaba con su ventura.
Y hasta sus propios dolores
Olvidaba, en su contento,
Por escuchar el acento
De aquel cantor de las flores.
Después, con fiero rugido
Los huracanes bramaron,
Y al ave oscura arrojaron
De su humilde caro nido;
Y atravesando los mares,
Herida acaso de muerte,
La trajo un día su suerte
A orillas del Manzanares.
Allí a su cantor buscaba
Para escucharle mejor;
¡Pero el pobre ruiseñor
En vez de cantar, lloraba!
Porque del nido de flores
Que formara con afán
Le arrebató el huracán
El fruto de sus amores.
Y era su dolor tan santo,
Tan justo, tan sin consuelo,
Que el ave oscura en su duelo
Hasta le ocultó su llanto.
Y, no sabiendo cantar,
Le dijo al aura más pura:
¡Decidle que, en su amargura,
Yo le acompaño a llorar!
Biografía:
Guillermo Blest Gana (Santiago, 28 de abril de 1829 – Santiago, 7 de noviembre de 1904) fue un escritor chileno, habitualmente considerado uno de los principales exponentes del romanticismo literario en su país.