Poemas:
Un viento desordena los días
Un viento desordena los días
trae de lejos una lluvia ardiente
que remueve las hojas muertas de nuestras almas.
Es el gran viento del amor que llega
con los presagios descendidos y abiertos
sobre la tierra sola
sobre la vasta acumulación de los fósiles
y los helechos de fría piedra
sobre el oro arruinado de los tiempos que ha quemado
los huesos del hombre y de su casa
sobre murallas y cóleras quebradas.
El viento abre el follaje
y un carro con hortensias se pudre hacia el olvido.
La lluvia avanza su gran lengua de hiedra
sobre los rostros, las maderas.
Esperamos el rayo que nos trae el verdor.
En tanto nos amamos
duramos en la esperanza
calentamos el pan con nuestro aliento.
Pero una espada acecha los amores mortales.
Qué hacer de las violetas y la lámpara en el portal,
del vino apagado y solo de las alcobas,
cuando llegan las aguas sin memoria.
Temblamos ante el silencio en que se engendran
los hijos de la lluvia
ante el soplo animal que abre nuestras carnes
con estremecimientos de dicha y de pavor.
Somos muy débiles aún
para su violencia de rey exterminador
que devora a sus deudos con codicia de amante.
Débiles. Y escuchamos, contempladores de la noche,
el alto fragor de las constelaciones silenciosas.
Y las bestias del sueño nos arrasan con su pelaje ciego.
La lluvia llega y suelta su cabellera de delicias
sobre la tierra toda convertida en un mar.
Y las piedras se abren ante la gran mordedura celeste.
Llega el verano de semillas
el girasol que arde en la furia del cielo
encendiendo los fuegos y las fiestas.
En vano querrán negarlo quienes remueven este gran osario
en vano intentarán avivar sus lámparas con el aceite
de la argucia
El amor adelanta sus banderas
y abre el libro del sol entre los muertos.
Un Viento hecho de Pájaros
Toqué la piedra, su opaco testimonio
anhelando su lenta seguridad compacta,
la dura perfección de su silencio.
Pero un viento volvía con crines musicales
saludando a los árboles,
removiendo los posos de mi tiniebla amarga.
Y naufragué en el aire delgado y transparente
siguiendo su hebra de oro,
buscando los minutos esquivos como peces,
naciendo en el asombro
desde el polen que crece a través de mis ojos,
desde la red de sombras que me cerca la sangre.
Un viento hecho de pájaros y de presentimientos
una marea añeja de sales y de gritos
arrasando mis tallos,
doblándome la frente con su lengua de plomo.
Suben los viejos días, las vidas en espera
de su predestinado, encendido minuto,
el agua de las sonrisas extinguidas,
la ciega podredumbre de todo entonces.
En vano es que enarboles pálidas estructuras,
que traigas su húmedos cántaros confiados, familiares,
para esta arena trágica.
Nada apaga esta sed,
este bárbaro ciervo alimentado de astros,
sorbiendo la médula de los días,
cabalgando en sus noches.
Quiero rasgar mi piel para conocer su rostro
imponerle una niebla de sosiego,
beber sus bellos ojos de lava ardiente,
nutrirlo en piedra, en ordenados muros.
Dónde nace este pájaro incesante
nebulosa de espumas,
enjambre de raíces y de fábulas…
La nueva estación
Apollinaire
Con una dulce hiedra de amor crecerán nuestras palabras
como el río impetuoso que en vano hemos querido contener
y surge y se derrama poderoso sobre la tierra
sobre la nieve sobre las rosas sobre el trigo
sobre el cemento sobre el cieno
Las palabras
creciendo como brazos de hermanos que se buscan
en un aire radiante de palomas.
La luz se mueve ahora hacia nosotros
mientras marchamos, discurrimos,
traficamos.
La luz quiere nacer en la palabra del que agoniza y vela,
en la palabra de carne y hueso, con el amor.
Cantando
haremos reverdecer las duras piedras que el desprecio ha secado
y hundiremos el rostro en los helechos
y el agua endurecida de la granada saciará nuestra lengua
En el aire giran los signos de la nueva estación.
Una bandada de pájaros se posa sobre el desierto de los escribas
Jardín de Hierro
No puede ser que todo se pierda para siempre,
que no tengan su número de amor
ni la música oscura que fluye entre mis dedos
ni el agua, ni la arena
ni la movida llana
ni el enorme silencio de los ojos del perro
ni el sueño de la tarde que bellamente muere.
Cómo será el olvido,
los días sin memoria,
sin este claro peso de las cosas amadas,
sin el tierno contorno familiar de los árboles
acaso sin tus ojos…
Cómo serán los lentos imperios de la gloria
su radiante crepúsculo sin noche
su implacable diadema.
Quizás pediré a Dios que me conceda un día
poder mirar el cielo desde huesos mortales
y saciar estos labios con un agua de tierra…
Volveré a los parajes que anduvieron mis pasos
entre piedras antiguas o entre muros
dulces, perecederos…
Acaso volveré, desterrada y ardiente
a mi jardín de hierro.
Las plegarias
Las plegarias del mundo
suben del pecho de los hombres, de las mujeres
y forman un gran árbol invisible
El árbol crece
sostiene el mundo hacia lo alto
Es la fuerza de gravedad del aire
el amor que nos llama
hacia las altas ruedas del espacio
hacia la noche sin aurora
en que todos los días resplandecen
Joan Báez canta
Fray Luis de León
Joan Báez canta, canta.
Su voz es una lanza de amor que horada el aire
y abre un estuario de de oro con lirios y amarantos.
Allí mi amor se pierde
se pierde en el amor.
Joan Báez canta la balada
del amante que aún no ha regresado
del perdido en la noche
de la dulce, pálida enamorada
que espera entre lo algodonales de Virginia.
Canta Joan Báez los cantos de los pueblos
su hermandad de naufragio.
Canta un canto de piel oscura y suave
canta un canto de miel
y llora un canto
que habla de que un hombre va a morir
y es un sollozo
de amor, una gota de fuego que vibra y resplandece.
Las lágrimas son zarzas de dolor, pero ahora
son perlas satinadas que ruedan
por lo oscuro del alma.
Joan Báez canta, canta.
Escribes porque sí
Escribes porque sí,
Trazas señales de humo
Siguiendo a Mallarmé leíste todos los libros
Y sabes ya que es triste la niebla de los cuerpos.
Sólo quieres ahora leer tus propias manos,
El enigma de tu garganta, de tu vida.
Andas a pura noche, en el grotesco
Excipiente de tu carne
Enterrando las muertes cotidianas
En la maceta del balcón,
guardando los ensueños entre vestidos lacios.
Mira ese rostro extraño en el espejo.
Hay que alisarse el pelo una sonrisa
Ponerle al alma unas pestañas
Y partir con el falso mediodía
Las uñas tintas en sangre diurna
Los párpados de oro
Para ocultar este animal de lodo
Ese perro que aúlla en la oscuridad.
Biografía:
Graciela Maturo (1928, Santa Fe, Argentina) es una escritora, poeta, americanista y docente argentina, retirada de la cátedra e investigadora de las Letras. Fundadora del Centro de Estudios Poéticos Alétheia, y es Miembro Honorario del Centro de Estudios Filosóficos “Eugenio Pucciarelli” en la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires.