Poesía de Chile
Poemas de Gonzalo Millán
Gonzalo Millán, (Santiago, 1 de enero de 1947 – ibídem, 14 de octubre de 2006) fue un poeta chileno, una de las figuras más connotadas de la denominada generación del sesenta, de la que fue su representante más joven.
Te escojo y te saco del racimo
Como a una uva negra te descubro
de polvo y de pasado te limpio,
muerdo
tu claradulce carne con mis dientes
y planto
la semilla húmeda en la tierra.
Historieta sobre
un gato y un pájaro del agua
Repetido por los vidrios y el agua,
dorado, me pavoneo ante ti, contentísimo,
y mis castañas alas de mojadas plumas
agité y envuelto en mi larga y doble cola
de velos y abanicos, saqué espuma.
Pececillo muerto ya,
tieso y seco sobre el piso,
luego que tu blanda zarpa
volcó la pecera de la mesa.
En un reloj de arena
Sentado en escalonadas y repletas graderías,
diviso entre la arena del embudo
la pinta pálida y perdida de tu rostro.
En el fondo los huecos oradores juveniles
repiten sólo viejas consignas,
y til eres el único entre los opacos granos
que me dice algo en su caída.
Rompiente
Como una ola y de espuma pesada de cal y filuda
me derrumbo yo sobre tu carne
y peces muertos semienterrados en la arena
y en la marea te arrastro en mi marea
sobre conchas pegajosas de sangre
te revuelco y leños delfín hembra
devorada caliente y viva por los perros
pez mujer comida
en el vaivén y el tiempo
silencioso de las aguas
por las arañas de mar y las estrellas
Si me abrieras el puño,
me hallarías sucia la palma de la mano
Sabes mis ojos y sobre mi boca sabes
el número infantil de los lunares.
Conoces mi risa de torcidos labios
y sabes además,
que levanto un hombro cuando camino.
Falta sólo que vuelques
la faz soleada y lisa de la piedra
y mires mi otra cara,
hundida dentro de la tierra.
Hago señas y signos pasajeros
En aquel mismo árbol fui a buscar
otro verano, el corazón ése, mal grabado
sobre una playa de corteza tersa
con la hoja viva y rota de un cuchillo.
La crecida del invierno y de la savia
había arrastrado nuestras letras,
flechas y dibujos infantiles,
hasta perderlos en el laberinto para siempre
tragados por el remolino de las ramas.
Consuelo
Si pensara que en tu cuerpo,
ya perdido, y tu belleza,
el coto de la muerte crece,
mi preocupación sería, creo,
para llorar de pura risa.
A la Plaza de Armas me iré entre palomas
Me pagas con mala moneda, mujer,
y con un sueldo vital el empleo
que te hago de mi amor y de mi tiempo.
Me voy a jubilar un día de estos
y me retiraré a vivir gastado,
sólo con mis pobres rentas.
Los aros de hierro del
triciclo sin gomas y el rascar de un clavo
Caemos de pronto del amor
y somos dos migas sucias
flotando en un platillo con agua
o la mosca sin alas
que el dedo hace correr sobre la mesa.
Yo retiro tu viejo cabello
enrollado en mi oreja
y hacemos vibrar
la gillette del odio en nuestras bocas
hasta que el hedor de verdes aguas de floreros
nos hace soltar la arena
que tenían las manos para lanzarnos a los ojos
y abrir de nuevo las ventanas.
Paso por la arena
Antes que llegue el rumor de la marea
y el blanco hervor de huevo de la espuma,
me oigo en el eco de un caracol vacío
como el callado hueco de aire oscuro
que hay en toda huella de pisada.
Como un pez
se me pierde tu rostro de mis aguas
Te cubre el rostro la sombra de un ave de rapiña
y es tu cara
clara mancha de aceite diluida sobre el agua,
mar alterado por los signos nuevos de la lluvia,
y eres en un charco reflejo de una fruta
que tratan de beber los animales;
vislumbre en el vidrio de una ventana que se mece,
y de nuevo, cuando la sombra pasa,
eres el tibio rostro de niña cogido por mis manos,
mientras el pájaro
vuela solo y lejos por los cielos.
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